Todos nos indignamos la primera vez que un pibe nos dijo "señor" o "señora". Aunque rondáramos unos lozanos 30 años, ese momento inaugura un abismo entre la percepción que las generaciones más jóvenes tienen de uno y nuestra autopercepción.
Cuando se pasan los 50, además se descubre que la mayoría de quienes atienden los comercios, conducen el transporte público o consultamos por nuestra salud, como es lógico, son más jóvenes que nosotros. Si sos mujer, además empezas a descubrir que las de tu edad -salvo algunas pocas excepciones- están bastante relegadas en las representaciones en revistas, cine o televisión. Puede que ocupen roles secundarios, pero difícilmente sean protagonistas de historias de aventuras, románticas, policiales… ¡ni siquiera como víctimas de ese asesino serial que desvela a los detectives! Sí, no busques en Netflix ni en tu memoria. Si Mare of Easttown con una madura Kate Winslet acaba de causar furor fue, entre otras cosas, por ser una de esas raras excepciones.
El mundo, a veces, parece hiperpoblado de juventud cuando, en realidad, una de las contradicciones que debe afrontar el capitalismo es el acelerado envejecimiento de la población.
Contradicciones capitalistas
En América Latina se proyecta que, para el 2025, habrá 96 millones de personas mayores de 60 años y algo más de 180 millones para el 2050, lo que podría representar el 23% de la población del continente. Hay autores que hablan de silver economy [economía plateada], para referirse a la producción, distribución y consumo de bienes y servicios orientados a esa enorme población de adultos mayores. Ya sabemos que, si de algo entiende el capitalismo es de hacer de cada necesidad un negocio y de cada identidad, un nuevo target de clientes.
Pero eso solo puede funcionar para determinado segmento, en países donde las personas jubiladas tienen un patrimonio inmensamente mayor que el de los millennials y ni qué hablar de los centennials: servicios relacionados con la salud, el bienestar, los negocios inmobiliarios, el ocio, el turismo, la cosmética y los cuidados personales son casi un lujo para la inmensa mayoría de las personas que ya se retiraron del trabajo remunerado y subsisten con jubilaciones y pensiones bajo el índice de pobreza. Y muchísimo más para las personas que ni siquiera acceden a ese derecho básico, por haber trabajado durante la mayor parte de su vida de manera irregular y precaria.
Porque las tendencias son contradictorias para el capitalismo: como crece la expectativa de vida, las personas que pueden jubilarse cada vez tienen más años por delante cobrando su pensión. Pero en los países avanzados y algunas semicolonias prósperas, la tasa de natalidad disminuye. Eso, junto con la brutal precarización de la juventud trabajadora, genera una tendencia a la reducción de los aportes jubilatorios. La consecuencia es que, a pesar de la enorme creación de riqueza del trabajo humano de millones, en el capitalismo -donde solo unos pocos se apropian de ella-, la población jubilada cobra pensiones cada vez más miserables. Y otros tantos millones de personas mayores que durante años, con su trabajo informal, también contribuyeron a crear esa riqueza, son arrojadas a la pobreza extrema.
Mujeres en problemas
Pero la expectativa de vida no es igual para mujeres y varones. En Argentina, a pesar del coronavirus, el promedio actual es de 75 años; pero si solo contáramos a las mujeres, la edad promedio ascendería a 79. En el mundo, hay 73 millones más de mujeres mayores de 65 años, que hombres de la misma edad. Su menor participación en el mercado laboral por la carga del trabajo doméstico y de cuidados, su mayor inclusión en los trabajos peor remunerados, no calificados, más precarios y flexibilizados, no registrados y sin derecho a sindicalización construyen una brecha de género que tendrá sus consecuencias cuando envejezcan.
El capitalismo patriarcal ha creado las condiciones para lo que se ha denominado la feminización de la precarización laboral, la feminización de la pobreza y la feminización de la vejez.
Por todo esto, aunque las mujeres viven más, en sus años de vejez son mayoritariamente más dependientes económicamente que los varones. La gran mayoría sobrevive a sus parejas heterosexuales. Con jubilaciones de pobreza y sin compañero de vida, muchas mujeres mayores conviven con las familias de sus hijas e hijos, continuando con las labores domésticas y de cuidado gratuitas que hicieron toda su vida, para que sus descendientes puedan desempeñarse laboralmente. En muchos países de América Latina es extendida la experiencia de hogares "femeninos", donde la mujer joven migra para trabajar como empleada de casas particulares, cuidadora de ancianos o de niños en otros países, dejando a los suyos a cargo de su madre, a quien le envía parte de su salario.
Las luchas de los movimientos de mujeres por igualdad de oportunidades educativas y laborales, derechos civiles y derecho a decidir sus proyectos de vida deben contemplar, también, la perspectiva de envejecer y morir en otras condiciones.
Las cremas antiage no entran en la canasta básica
Aparte de vivir más, a las mujeres se las considera "mayores" mucho antes que a los varones; por lo tanto, son muchos los años en que serán invisibles a los ojos de esta sociedad. Empujadas, además, por el capitalismo patriarcal, a una competencia imposible contra el paso inexorable del tiempo para mantenerse activas laboralmente, socialmente, afectivamente y sexualmente.
Como dijo alguna vez la escritora Susan Sontag, ’mientras los hombres maduran, las mujeres envejecen.’
Pensemos en los estereotipos de belleza que afectan a todos los géneros: ¿cuáles son las características que hacen atractivo a un hombre, según estos estándares, en la actualidad? ¿son los mismos que se consideran a la hora de definir el modelo de belleza femenino? Un hombre considerado atractivo para los cánones establecidos, puede incluso incrementar su atracción con el paso del tiempo. Para las mujeres, sin embargo, se impone un modelo de belleza que es sinónimo de juventud: nos machacan persistentemente con que la piel tonificada, la ausencia de arrugas, la delgadez y unas curvas firmes garantizan el atractivo sexual y, por lo tanto, el triunfo, el éxito y la felicidad.
Como escribió Simone De Beauvoir, las canas y las arrugas no contradicen el ideal viril. Ella sostiene que, aunque los hombres en promedio vivan unos años menos que las mujeres, la construcción de la mujer como objeto sexual, sigue perjudicando al género femenino a la hora de envejecer. Aun cuando el célebre Informe Kinsey de la década del ’50 concluyera que las posibilidades de deseo y placer de una mujer a los 60 años son casi iguales a las de los 30. Pero De Beauvoir se concentra en otro dato de ese mismo informe que podría parecer contradictorio: entre los mayores de 60 años, el 94% de los hombres que participaron de este estudio reconocieron seguir sexualmente activos, contra el 80% de las mujeres. La filósofa feminista francesa encuentra allí la diferencia fundamental que la sociedad patriarcal establece entre quienes, a cualquier edad, serán considerados sujetos y quienes, consideradas socialmente como objetos sexuales, desaparecen del "mercado sexual" cuando no conservan la juventud. "A los ojos de todos, una mujer de 70 años ha cesado de ser un objeto erótico", dice De Beauvoir y, más adelante, sentencia: "La castidad no le es impuesta por un destino fisiológico, sino por su condición de ser relativo".
Serían necesarios muchos más artículos para abordar los múltiples prejuicios sobre la vejez donde el borramiento del deseo y la invisibilización de la sexualidad convierte, a todas y todos, en abuelitas y abuelitos, aun cuando no tengan nietos e incluso, tampoco hijas e hijos. Un lenguaje condescendiente que esconde una elocuente discriminación. Muchos espacios más merecerían las discriminaciones contra las personas no heterosexuales en su vejez. Y, capítulo aparte, las valoraciones diferenciales de adultos mayores según su género. Ellos adquieren sabiduría y experiencia, ellas se convierten en brujas. Ellos son ganadores si se relacionan con mujeres jóvenes o despiertan piedad por esa chica que se aprovecha materialmente de su candoroso amor. Ellas, en cambio, aun en pleno siglo XXI, deben enfrentar las miradas suspicaces si se relacionan con un hombre más joven; las lectoras y lectores saben muy bien qué se comenta en estos casos.
¡Abajo el edadismo!
Hace poco, en este mismo diario, Pablo Herón decía que el capitalismo hace todo lo posible por convertir en mercancías a las identidades de género que disienten de la norma heterosexista. Incluso, las empresas tienen en cuenta a la diversidad sexual no solo por lo que representan esas comunidades como potenciales clientes, sino porque en las jóvenes generaciones, la discriminación heterosexista no vende, no está tan extensamente aceptada como en décadas pasadas. Es un pequeño ejemplo que invita a pensar que, mientras denunciamos el ajuste de las jubilaciones, peleamos por el derecho elemental a cobrar el 80% móvil y contra la precarización laboral, nos preocupamos por el acceso a la salud, a la vivienda y a una vejez y muerte dignas para las personas, podemos comprometernos también en luchar contra los prejuicios que hoy se interponen como una barrera entre las generaciones que podrían aunar esfuerzos, experiencias y saberes en la lucha por una sociedad libre de toda explotación y opresión.
Las sobrevivientes de las generaciones que nutrieron los procesos revolucionarios de los ’70 con su rebeldía juvenil, hoy rondan los 70 años. Son varias generaciones, desde entonces, las que en distintas oleadas de luchas -y no sin contradicciones, coptaciones y retrocesos- hemos conquistado derechos civiles y libertades democráticas impensables apenas a mediados del siglo XX. Pero, sobre todo -incluso aunque nuestras luchas hayan sido derrotadas- hemos dado algunos pasos en el destierro de estereotipos, prejuicios y estigmatizaciones. Esos cambios culturales no transforman radicalmente la sociedad capitalista patriarcal en la que vivimos: el sistema los asimila, los estandariza, los convierte en productos de mercado o reacciona contra ellos de manera brutal y descarnada, volviendo a parir monstruos reaccionarios desde sus propias y normativas entrañas. Sin embargo, cada pequeño cambio conquistado es un peldaño en el que apoyarnos para fortalecernos en esa lucha incesante contra esta sociedad que explota, oprime y discrimina a las inmensas mayorías.
Las mujeres estamos convocadas a pensar y trabajar en ello: venimos de protagonizar enormes movilizaciones en diversos países, contra la violencia machista, por el derecho a decidir. No hemos eliminado los femicidios, ni la discriminación sexista; pero hemos conseguido que lo que antes se soportaba en silencio y en la intimidad, ahora se exponga a viva voz y se repudie públicamente. ¿Pondremos nuestras energías, nuestra fuerza de lucha y nuestra creatividad también para pensarnos "vejeces" sin soledades no deseadas, con el ejercicio pleno de nuestras capacidades, sin discriminaciones?
Una vez más, en los lazos vitales de las complicidades y las amistades entretejidas a lo largo de los años, quizás encontremos algunas oportunidades para construir nuestros propios futuros, colectivamente.
Ojalá podamos hacerlo, derribando los muros que nos separan de aquellos y aquellas a quienes les toca encarnar el futuro en este presente.
Cuando se comparten las ganas de acabar con tanta iniquidad, miseria, tantos agravios y esa profunda desigualdad de millones de seres humanos sometidos a la explotación cotidianamente para subsistir, no hay flacidez, ni arrugas, ni canas que impidan nuestra camaradería.
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"Si en realidad queremos transformar las condiciones de vida, debemos aprender a mirarlas a través de los ojos de las mujeres" (León Trotsky) |