Presentamos la traducción de esta reseña de Estrategia socialista y arte militar de Emilio Albamonte y Matías Maiello escrita por Panagiotis Sotiris y publicada en Historical Materialism. Sotiris es Doctor en Filosofía y profesor en la Universidad Abierta Helénica. Es miembro del consejo editorial de Historical Materialism y militante de la organización de izquierda anticapitalista ARAN. Autor, entre otros trabajos, del libro A Philosophy for Communism: Rethinking Althusser (2020).
Dentro del marxismo, ha habido una larga tradición de discutir la estrategia en términos cercanos a la discusión del "arte de la guerra" [1]. Esto puede atribuirse tanto al hecho de que las revoluciones pueden ser consideradas como formas de guerra, como al hecho de que, desde Clausewitz [2], la guerra ha sido discutida en relación con la política. Por ello, el libro de Emilio Albamonte y Matías Maiello, Estrategia socialista y arte militar, es una importante contribución que vuelve a transitar estos debates.
El punto de partida del libro es que Lenin y otros marxistas leían a Clausewitz y a los clásicos del pensamiento militar, y tenían un vivo interés en los asuntos militares [3]. Según los autores, "la innovación de Lenin, a partir de sus cuadernos de 1915, consistió en hacer una apropiación crítica de Clausewitz, comprensiva de las relaciones entre guerra y política para la estrategia revolucionaria. Esto lo convirtió en el primer intérprete político de De la guerra" (p. 15) [4]. Al mismo tiempo, los autores critican a Foucault y Agamben por tender a ver la política como una continuación de la guerra [5] y no a la inversa, una posición que consideran una negación de la estrategia. Esta discusión está vinculada a las cuestiones estratégicas contemporáneas y, en particular, a la cuestión de una estrategia eficaz para la revolución en la actualidad. Para los autores, el problema es que una gran parte de la izquierda no piensa en términos de estrategia y de intentar coordinar al máximo las fuerzas disponibles para el combate.
Presentación del libro
El libro comienza con un capítulo muy interesante e informativo sobre el debate y la polémica alemana en torno a la "estrategia de desgaste" frente a la "estrategia de derrocamiento" [6]. Los autores lo sitúan en el contexto de las contradicciones estratégicas del SPD. Presentan las posiciones de Kautsky, subrayando cómo no entendió que no se trataba de dos estrategias, sino de dos polos del "arte de la estrategia", y, para ello, vuelven a Clausewitz y al enfoque más dialéctico que creen encontrar en él, criticando al mismo tiempo las lecturas de Lars Lih sobre estos debates. En consecuencia, ofrecen una crítica convincente a las posiciones de Kautsky.
A continuación, los autores pasan a una lectura de las intervenciones de Rosa Luxemburgo en esos debates. Utilizan referencias a Clausewitz para subrayar la dinámica de la situación y la importancia de las intervenciones de Rosa Luxemburgo, aunque también destacan las limitaciones de su pensamiento sobre la insurrección. Su discusión del debate es cuidadosa y está bien documentada, y se destacan las cuestiones abiertas, como la de las alianzas y reservas estratégicas.
En lo que respecta a Lenin, los autores sitúan su intervención en el contexto de los debates tanto en la socialdemocracia internacional como específicamente en los debates en Rusia. Ofrecen una lectura muy interesante de Lenin en términos clausewitzianos como "virtud guerrera". Subrayan que Lenin tenía una concepción más compleja de la relación entre "paz" (una situación no revolucionaria) y "guerra" (una situación revolucionaria). De nuevo, encontramos aquí una crítica a la lectura de Lenin de Lars T. Lih. También encuentran en Lenin las cualidades atribuidas por Clausewitz a lo que este definía como genio militar. Resulta especialmente interesante su crítica a la polémica de Lars T. Lih contra la "tesis del rearme" respecto a Lenin después de 1914 [7]. Para ello, subrayan la importancia de la lectura de Clausewitz por parte de Lenin. Según los autores:
Lenin va a utilizar la fórmula de Clausewitz para definir aquel marco estratégico y extraer las conclusiones sobre la actitud de los revolucionarios frente a la guerra. Dos definiciones serán fundamentales. En primer lugar, si la guerra es la continuación de la política por otros medios, el posicionamiento de los revolucionarios no puede estar determinado por cuál Estado se encuentra luchando a la ofensiva y cuál a la defensiva. Se trata de determinar cuáles son las políticas que los diferentes Estados continúan a través de la guerra. En segundo lugar, que la continuidad de la política revolucionaria en el marco de la guerra necesariamente pasa por la continuidad de la lucha de clases también “por otros medios”, es decir, por el desarrollo de la guerra civil (p. 134).
Sobre la base de esta evaluación, insisten en la pertinencia de la "tesis del rearme" con respecto a la investigación y reflexión teórica y estratégica de Lenin después de 1914.
El capítulo 2 está dedicado al pensamiento estratégico de Trotsky. Comienzan con las alusiones de Trotsky sobre el arte de la insurrección y la noción de guerra civil y sus "tres ’capítulos’ o ’etapas’: la preparación de la insurrección, la insurrección misma y la consolidación de la victoria" (pp. 155-6). Insisten en que una de las principales contribuciones teóricas de Trotsky radica en su elucidación de la relación entre los soviets como organismos de autoorganización y el partido revolucionario como parte de la estrategia para la insurrección. Piensan que “esta articulación entre partido revolucionario y autoorganización de masas, y la que mencionábamos entre los organismos de autoorganización y la fuerza armada de la revolución, encierran de conjunto una enorme innovación del pensamiento estratégico militar del marxismo, que le da su carácter distintivo” (p.147). También destacan la importancia de la táctica de Trotsky y los bolcheviques contra el ejército burgués en 1917, cuando utilizaron no solo la confrontación militar directa, sino también una política específica para dividir al ejército burgués, ganando una parte para la revolución y neutralizando el resto. También destacan la importancia de la milicia obrera frente a la tradición de la milicia ciudadana.
Para los autores, Trotsky fue un pensador muy importante en lo que respecta a las cuestiones de estrategia militar, especialmente en lo que se refiere a la cuestión de la estrategia insurreccional y la del combate, subrayando que “la ejecución táctica de la insurrección urbana –similar a la que supone Clausewitz para la batalla en la montaña– está en las antípodas de un enfrentamiento frontal entre dos ejércitos formados para una batalla en campo abierto en que cada movimiento a lo largo de la batalla puede ser conducido de manera centralizada” (p. 162).
Sin embargo, este enfoque lleva a los autores a la cuestión abierta de las diferencias entre Oriente y Occidente. Insisten en que Trotsky no generalizó en exceso la situación rusa, sino que “de esto Trotsky desprendió la necesidad de una combinación más sofisticada entre defensa y ataque, entre los elementos ofensivos de la defensiva y viceversa, entre ‘posición’ y ‘maniobra’, para aprovechar la mayor complejidad de las estructuras sociopolíticas occidentales” (p.170).
El tercer capítulo del libro aborda la cuestión de cómo pasar de la defensa a la ofensiva. En particular, los autores desean criticar la percepción generalizada de que las posiciones de Trotsky no eran aplicables en el contexto de "Occidente" y que las respuestas estratégicas se encuentran en Gramsci. Vuelven a las reflexiones de Trotsky relativas a la revolución alemana, el frente único y la táctica del "gobierno obrero". Son muy críticos con aquellos marxistas, como Christine Buci-Glucksmann [8], que han criticado a Trotsky por su supuesta subestimación del papel de las superestructuras políticas. En cambio, respecto a Trotsky, los autores insisten en que
basado en relacionar defensa y ataque, posición y maniobra, impulso de las masas y preparación consciente, el fundador del Ejército Rojo cruzaba lanzas contra todo fatalismo. Se negaba a poner como modelo las condiciones rusas de armamento y desarrollo de los soviets. Respecto a estos últimos señala, en “¿Es posible hacer una revolución o una contrarrevolución en una fecha fija?”, cómo las condiciones pueden estar maduras para la insurrección aun sin que los organismos de autoorganización se encuentren suficientemente desarrollados. Ante esto plantea que los diferentes pasos de su organización deben incluirse como parte del “calendario” preinsurreccional. Lo mismo con el armamento: debe ser parte de la preparación, así como el primer objetivo de la insurrección misma (p. 194).
En consecuencia, se embarcan en una lectura crítica comparativa de las posiciones de Trotsky y Gramsci. Son críticos de cómo leía Gramsci la coyuntura en la década de 1920 en Occidente:
Para Gramsci, que no se había adentrado en aquel balance, la conclusión adquiría un carácter más “general” donde la existencia de superestructuras más sólidas en Occidente hacía “más lenta y más prudente la acción de las masas”. Esta conclusión será la base para sus desarrollos posteriores en los Cuadernos de la cárcel (p. 200).
Su principal crítica a Gramsci es que confundió la fórmula del Frente Único con una noción estratégica de aplicación general y un fin en sí mismo. En cambio, señalan cómo:
…para Trotsky el frente único defensivo no era un fin en sí mismo, sino la condición para poder pasar a la ofensiva por la toma del poder. El frente único para la defensa en determinado momento de la relación de fuerzas debía pasar a ser ofensivo, es decir, salirse de los límites del régimen burgués y proponerse su destrucción (p. 205).
Además, señalan la originalidad de Trotsky, en el sentido de que era un estratega que, al tiempo que rechazaba toda pasividad y fatalismo, siempre buscaba tácticamente colocar a las fuerzas revolucionarias a la defensiva, ofreciendo así una concepción más dialéctica de la "posición" y la "maniobra". Pero, al mismo tiempo, los autores llaman la atención sobre los puntos de convergencia entre Trotsky y Gramsci:
En este punto –valoración del frente único defensivo–, Trotsky y Gramsci coincidían en muchos aspectos. Para ambos, el mayor desarrollo de “la sociedad civil” –dicho en términos gramscianos– en Occidente presentaba toda una serie de “trincheras” que el proletariado debía utilizar en su lucha, y especialmente frente al avance del fascismo. Al contrario, Stalin y la dirección de la IC, basados en el elemento cierto de que más allá de sus diversos regímenes políticos el Estado burgués conserva siempre un mismo contenido de clase, se negaban a reconocer cualquier diferencia entre la democracia burguesa y el fascismo (p. 212).
Sobre la base de esta lectura, los autores insisten en que Trotsky fue el más "clausewitziano" de todos los marxistas en el sentido de las formas en que podía combinar "posición" y "maniobra", "defensa" y "ofensiva", "estrategia" y "táctica". Además, utilizan esta discusión para debatir las posiciones adoptadas por varios grupos trotskistas en coyunturas particulares.
El capítulo 4 trata de la noción de defensa, tal como la define Clausewitz. Insisten en que “la acción de los bolcheviques durante la revolución de 1917 fue una verdadera escuela de cómo pelear a la defensiva (en minoría), multiplicando los ‘golpes habilidosos’, los medios ofensivos de la defensa” (p. 237.) Retoman las Tesis de Lyon de Gramsci y subrayan sus afinidades con el pensamiento de Trotsky en el mismo período, especialmente en lo que respecta a la cuestión de la democracia. Insisten en que "la novedad que introduce Trotsky es la articulación de estos mismos temas como consignas democrático-radicales dentro de un programa transicional en la lucha (bajo la democracia burguesa) por un gobierno obrero (dictadura del proletariado)" (p. 241).
Sin embargo, también subrayan los límites del pensamiento de Gramsci en lo que respecta a la cuestión de la "Asamblea Constituyente" [9]. Su principal objetivo es subrayar cómo la democracia burguesa y la democracia soviética son formas políticas antagónicas. Al mismo tiempo, critican la teorización de Peter Thomas sobre los aparatos hegemónicos, que consideran "evolutiva". Además, señalan las diferentes formas en que Trotsky y Gramsci abordaron la Huelga General inglesa de 1926 y sus consecuencias como una ilustración del pensamiento superior de Trotsky sobre la necesidad de una ruptura con la burocracia. Sin embargo, al mismo tiempo, insisten en que "lo cierto es que para Gramsci, como muestran los Cuadernos… (por ejemplo, sus análisis sobre el ‘tercer momento’ de las relaciones de fuerzas militares), así como el informe de Athos Lisa sobre sus preocupaciones en torno a los aspectos militares de la insurrección durante su encierro, la posibilidad de ‘neutralizar’ al aparato del Estado burgués sin revolución que sugiere Thomas estaba claramente por fuera de sus perspectivas” (p. 266). Para fundamentar estos puntos, presentan una lectura muy atenta de los textos de Trotsky de los años 20 y 30. Defienden la caracterización de Trotsky respecto a la situación en Francia en 1936 como revolucionaria, en contraste con la de Mandel.
En cuanto a la noción de hegemonía, entablan un diálogo crítico con Peter Thomas [10], a quien critican por desvincular la conquista de la hegemonía de la de la revolución. Señalan que este es el problema de las versiones contemporáneas del trotskismo y de posiciones políticas como las adoptadas por la corriente Anticapitalistas en el Estado español. Para los autores, el problema es que "el legado de Gramsci, a diferencia del de Trotsky, haya sido sometido a múltiples ‘usos’ que buscan divorciarlo de la constelación de revolucionarios de la III Internacional para ponerlo en la base de estrategias reformistas" (p. 289). También critican la lectura que hace Peter Thomas de la NEP [11] como antecedente de la aparición de una determinada conceptualización de la noción de hegemonía.
En el capítulo 5 vuelven a la lectura de Lenin de Clausewitz. Insisten en que Lenin utilizó a Clausewitz para definir la naturaleza de la guerra en general y de la guerra imperialista en particular. Oponen el enfoque de Lenin al de Foucault, a quien acusan de borrar la diferencia entre "guerra" y "paz". Por el contrario, encuentran en Lenin a alguien que piensa en la relación dialéctica entre los aspectos políticos y militares. Este capítulo ofrece una lectura muy detallada de los escritos de Lenin y Trotsky sobre la guerra y, en particular, sobre la guerra imperialista, contraponiendo estos escritos a la lectura que Aron hace de Clausewitz. También se aborda el paso de la guerra "absoluta" a la "total" en el período previo a la Segunda Guerra Mundial, y las nuevas dimensiones que adquirió la "exterioridad popular" destacada por Lenin en su lectura de Clausewitz.
También intentan ofrecer un análisis de la dinámica política y de clase incorporada en la Segunda Guerra Mundial, sugiriendo que "en la II Guerra Mundial confluyen: una guerra interimperialista, una “guerra justa” de defensa de la URSS, y una serie de guerras de liberación nacional en las colonias y semicolonias. A lo que hay que agregar, por último, y especialmente hacia el final de la guerra mundial, que estos conflictos estatales se combinaron con guerras civiles que, como decía Lenin, son la propia revolución en tiempos de guerra" (p. 335). También señalan la importancia de las guerras civiles de los años 40 y cómo su dinámica se vio socavada por la política de las burocracias estalinistas.
El capítulo 6 trata de la estrategia de guerra popular prolongada desarrollada por Mao [12] y Giap [13], y del concepto de guerra de guerrillas sugerido por el Che Guevara [14]. Ofrecen una lectura detallada de los textos de Mao en comparación con Clausewitz, al tiempo que subrayan que "para Mao, la revolución planteada en China estaba “dirigida contra el imperialismo y el feudalismo, y no contra el capitalismo” (p. 369), y señalan la importancia que Mao atribuía a la alianza estratégica con la burguesía nacional. En consecuencia, sugieren que, para Mao, la propia noción de prolongación tenía que ver con poner límites a la dinámica revolucionaria para mantener la alianza con la burguesía: "Mao termina de dejar de lado la apropiación hecha por Lenin de la fórmula de Clausewitz, para volver a una versión más parecida a la original. La relación entre política y guerra pierde la complejidad que tuvo en Lenin o en Trotsky" (p. 375). Sostienen que:
…si la concepción de Mao del frente único antijaponés no había tenido los efectos deseados desde el punto de vista militar, será en el terreno político donde adquirirá sus mayores implicancias estratégicas. La principal consecuencia será el virtual “congelamiento” de la revolución, marcado por la negativa de Mao y el PCCh a apelar a través de un programa revolucionario a las masas de obreros y campesinos que estaban bajo la ocupación japonesa, así como a las que sufrían el régimen del Kuomintang en las zonas no ocupadas (p. 378).
En cuanto a Giap y la experiencia vietnamita, son muy críticos con las tácticas del Partido Comunista vietnamita después de la Segunda Guerra Mundial, en particular en relación con la reocupación francesa:
En síntesis, las condiciones para la guerra popular prolongada tampoco en Indochina eran un resultado “objetivo” sino en gran medida subjetivo, producto directo de la política del Partido Comunista. Gracias a su acción, la guerra de liberación del pueblo vietnamita comenzó en condiciones de disgregación de los elementos de doble poder, derrota de la vanguardia obrera, prohibición de tomar la tierra a los campesinos, reocupación francesa de Indochina y, finalmente, persecución al propio PCI por parte del gobierno burgués (p. 386).
En resumen, son muy críticos con la noción de "guerra popular prolongada", sugiriendo que condujo a fracasos estratégicos y que puede explicar el desarrollo posterior de las revoluciones china y vietnamita. Opinan que el problema tuvo que ver con el carácter campesino o con las direcciones de los respectivos partidos comunistas.
Bajo esta forma particular se terminó dando que una dirección de base campesina tomara el programa del proletariado, tanto en China como en Indochina, dando lugar a procesos que por su contenido social fueron revoluciones proletarias. Así, a través de las sucesivas negaciones de la estrategia de guerra popular prolongada, primero con la apropiación del programa de reforma agraria que permitió la derrota militar del Kuomintang –y del ejército francés en Indochina–, y luego con la expropiación de la burguesía, el resultado fue el surgimiento un nuevo tipo de Estado, obrero de acuerdo a determinadas características de su contenido social (propiedad nacionalizada, planificación de la economía y monopolio del comercio exterior) pero totalmente deformado y mutilado desde su mismo surgimiento, a imagen y semejanza del propio partido comunista que se hizo del poder (p. 393).
El principal punto de crítica es que una estrategia de guerra prolongada incorpora limitaciones a la dinámica revolucionaria, en particular porque implica una cierta alianza con la burguesía nacional y una cierta protección del sector capitalista "nacional" de la economía. Además, facilita la aparición de una forma de gobierno burocrática. También puede facilitar la aparición de un cierto nacionalismo, algo que consideran evidente tanto en el caso chino como en el vietnamita.
En el caso del Che Guevara, argumentan que representó una crítica al evolucionismo estalinista que, sin embargo, no logró incorporar la riqueza del enfoque de Lenin sobre la relación dialéctica entre el aspecto político y el militar.
Si bien el Che critica aquel evolutivismo de la estrategia reformista del stalinismo, lo aborda casi exclusivamente desde el punto de vista de la crítica del pacifismo. Con este tipo de aproximación se distancia de Lenin (y de Clausewitz), para quien existía una relación indisoluble entre lo militar y lo político, y tiende a desarrollar –en sus discursos y en sus escritos– una oposición más o menos mecánica entre: reformismo-pacifismo versus revolución-lucha armada (p. 402).
Esto se combina con una lectura crítica de los textos del Che sobre la Revolución Cubana y el mismo problema de la alianza con elementos burgueses que impone limitaciones a la dinámica revolucionaria. Estas limitaciones se acentuaron por la forma en que el Che Guevara subestimó la importancia de las organizaciones de tipo soviético, lo que condujo a un cierto eclecticismo estratégico.
Del mismo modo, son críticos con las corrientes que intentaron trasladar la táctica guerrillera a un entorno urbano:
[E]l traslado de la guerrilla del campo a la ciudad estuvo lejos de significar una vuelta a una estrategia ligada a la experiencia del proletariado, a su autoorganización, a una estrategia insurreccional y con un programa revolucionario. Muy por el contrario, representó un nuevo salto en la creciente abstracción de la estrategia militar (por sobre la estrategia política, los objetivos políticos y las condiciones para su desarrollo) y la profundización del militarismo (p. 417).
Califican este enfoque de “metodismo” y ofrecen interesantes reflexiones críticas, especialmente en lo que se refiere a los movimientos latinoamericanos, insistiendo en que “paradójicamente, el alerta frente a las consecuencias del metodismo y el militarismo sea quizá una de las principales conclusiones que la experiencia de estas corrientes deja para la estrategia revolucionaria en la actualidad” (p. 423).
El capítulo 7 se titula "Gran estrategia y revolución permanente". Comienza con un retorno al surgimiento de la propia noción de revolución permanente, comenzando con los propios textos de Marx, seguido de su uso en la lucha contra el estalinismo. Se intenta elaborar las principales líneas divisorias, empezando por la oposición de una concepción de la guerra basada en el Estado-nación y otra basada en la lucha de clases.
Para derrotar esta política, ni el stalinismo de la URSS ni ninguna de las direcciones que habían encabezado las revoluciones de posguerra –como el maoísmo o el hochiminismo– podían representar una alternativa, ya que como castas burocráticas se basaban también en la dominación de una minoría sobre las grandes mayorías de trabajadores y campesinos. Su “política exterior” no podía ser más que una continuación en estos mismos términos (p. 432).
A ello oponen la posibilidad de una "gran estrategia" marxista centrada en el internacionalismo y la perspectiva del comunismo.
Si la estrategia revolucionaria es aquella que liga los combates aislados (táctica) con el objetivo político de la toma del poder del proletariado, la “gran estrategia” de la revolución permanente es la que liga globalmente el comienzo de la revolución a escala nacional con el desarrollo de la revolución internacional y su coronamiento a nivel mundial, así como la conquista del poder con las transformaciones en la economía, la ciencia y las costumbres, con el objetivo de una sociedad de “productores libres y asociados”: el comunismo (p. 435).
Para ello, entablan un diálogo crítico con Clausewitz, la conceptualización de Trotsky del desarrollo desigual y combinado, y sus observaciones con respecto a la estrategia y la táctica revolucionarias en los años 20 y 30. En particular, señalan la importancia de la teorización de Trotsky sobre la revolución permanente y su generalización para incluir a los países coloniales y semicoloniales, aunque el centro de gravedad se sitúe en los países imperialistas. Esto permite una perspectiva global que puede dar cuenta de la posibilidad de que la secuencia revolucionaria comience en la periferia. Sin embargo:
[d]e esta combinación de elementos se desprende que la revolución proletaria puede comenzar por la periferia capitalista, pero solo si adquiere una dinámica expansiva que logre derrocar a la burguesía en el “centro de gravedad” –como de hecho lo intentaron los bolcheviques y la III Internacional–, puede aspirar a una victoria duradera. La desigualdad entre los factores económicos y políticos solamente se puede resolver a partir de la redefinición de una nueva totalidad (p. 447).
Critican la forma en que esta línea fue asumida por las distintas tendencias de la Cuarta Internacional: "la falta de definición correcta derivó en la adaptación, alternativamente, a diferentes corrientes ‘tercermundistas’, a la socialdemocracia, al estalinismo, al castrismo, entre otras" (p. 450). Además, señalan las limitaciones estratégicas de estas concepciones y la incapacidad de presentar una alternativa estratégica viable. Señalan cómo ciertas concepciones de un "gobierno obrero y campesino" llevaron a subestimar la importancia de una perspectiva anticapitalista, especialmente en el caso del SWP estadounidense.
El capítulo 8 vuelve al período de la Guerra Fría y a las "grandes estrategias" articuladas en esa época, a saber, la contención y la "coexistencia pacífica". Insisten en que "si la existencia misma de la URSS y el conjunto de los Estados obreros, a pesar de su carácter burocrático, ubicaban al proletariado en una posición políticamente ofensiva respecto al imperialismo “pese a todos los reflujos temporales”, desde el punto de vista de la “gran estrategia” la suspensión permanente de la ofensiva en el nivel político (y en la lucha de clases allí donde la situación planteaba posibilidades) jugaba claramente a favor de las fuerzas capitalistas” (p. 504). También entablan un diálogo crítico con la lectura de Isaac Deutscher. Esto les permite ofrecer una visión histórica, desde su perspectiva, de este período.
El capítulo 9 retoma la estrategia de la revolución permanente. Destacan la importancia de la expansión del Estado y de la tendencia a incorporar las organizaciones de las clases subalternas y los procesos reforzados de burocratización. También discuten la cuestión de si las organizaciones obreras forman parte del Estado. Sugieren que
la ‘ampliación’ del Estado no elimina la posibilidad de que haya sindicatos no estatizados (como si todos, siguiendo a Althusser, fuesen simplemente ‘aparatos’ del Estado); los sindicatos pueden ser recuperados de las manos de la burocracia. Lo que desaparece es la posibilidad de que se mantengan en el tiempo como ‘neutrales’ (ni estatizados ni revolucionarios), justamente porque el Estado y la burguesía actúan en su interior (p. 535).
En este sentido, se oponen a la sugerencia de que el Estado es la condensación de una "relación de fuerzas", como teoriza Poulantzas [15] insistiendo en que puede llevar a un abandono reformista de una estrategia insurreccional.
En opinión de los autores, la restauración capitalista y la expansión sin precedentes de las relaciones de explotación capitalista fueron acompañadas de una amplia fragmentación de la clase obrera. Destacan la importancia de la burocratización de las organizaciones de la clase obrera, pero también de las formas organizativas de los "nuevos movimientos sociales".
La forma que ha tomado el “Estado integral” bajo la “Restauración burguesa” ha significado el desarrollo y/o el fortalecimiento de burocracias propias de cada uno de aquellos movimientos, dando por resultado su progresiva estatización. Esta se produce, o bien mediante los vínculos con el Estado de las llamadas ONG (verdaderas “órdenes mendicantes del imperio”, como las llamara Toni Negri), o bien directamente a través de “departamentos” estatales específicos (ministerios, secretarías, agencias) que cumplen las tareas de cooptación y regimentación en el interior de los “movimientos” (p. 545).
Los autores insisten en que la crisis global iniciada en 2008 marca un punto de inflexión, en el que la crisis capitalista se une al largo proceso de declive de la hegemonía estadounidense y a la emergencia paralela tanto de nuevas formaciones de extrema derecha como de partidos neorreformistas como SYRIZA y Podemos. Así formulan su crítica a las posiciones neorreformistas:
Hoy el “neorreformismo” es la expresión política de los intentos de canalizar la capacidad de maniobra de las clases subalternas que mejor se adapta a las formas de la estructura sociopolítica del “Estado integral” tal cual son en la actualidad (en el marco de los elementos de “crisis orgánicas” que atraviesan muchos Estados producto de la crisis capitalista). Es complementario a la fragmentación material de la clase obrera y la separación de sus aliados.
Se trata de un reformismo pequeñoburgués, que no se superpone con el núcleo de la burocracia sindical ya que, a diferencia del reformismo clásico, no se basa en los batallones centrales de la clase obrera sino que tiene su principal influencia entre los jóvenes universitarios (“sobreeducados” para los estándares capitalistas y subempleados), así como en la juventud precarizada y en algunos casos en trabajadores estatales (p. 550).
Contra el neorreformismo, los autores sugieren la necesidad de una versión renovada del frente único:
De aquí que la conclusión lógica del frente único sea la táctica de “gobierno obrero” en su sentido anticapitalista y revolucionario, con la exigencia a las direcciones reformistas y/o “centristas” de que armen al proletariado para la defensa frente a las fuerzas burguesas contrarrevolucionarias, que instaure el control obrero generalizado de la producción y haga recaer sobre los capitalistas el peso de la crisis (p. 557).
Intentan integrar dicha concepción en una teoría de la revolución permanente y la vinculan a la discusión de las formas de desintegración de las formas contemporáneas de hegemonía, concepción que también evita las trampas de cualquier pensamiento de colapso de la hegemonía o de vacío hegemónico. En este contexto
La revolución permanente, como fuimos señalando a lo largo del libro, es lo que llamamos una “teoría-programa”. Como teoría plantea una serie de leyes tendenciales sobre las fuerzas motrices y la mecánica de la revolución en la época imperialista, tanto en lo que respecta a la relación entre los objetivos democráticos y los socialistas, entre la revolución nacional y la internacional, así como en lo que atañe a la revolución socialista como tal. Pero no se limita simplemente a describir aquellas tendencias sino que contiene, ella misma, un tipo de articulación programática particular (p. 564).
Evaluación crítica
Este es un libro de impresionante alcance que intenta discutir cuestiones de estrategia tanto militar como política y retomar algunos de los debates estratégicos más importantes del movimiento obrero, para apoyar un enfoque estratégico revolucionario que se basa en Lenin, Trotsky y un cierto diálogo con Gramsci. Entre los muchos méritos del libro, me gustaría destacar los siguientes.
En primer lugar, es muy importante contar con libros que retomen los grandes debates estratégicos de la historia del marxismo y del movimiento obrero. En una época marcada por el pragmatismo electoral (o incluso por el oportunismo) o por el dogmatismo sectario, es más que bienvenido retomar los debates y los argumentos articulados en su contexto.
En segundo lugar, la propia elección de revisar las teorías marxistas de la guerra, comenzando con la lectura de Lenin de Clausewitz, representa no solo una importante contribución a la bibliografía, sino también un útil recordatorio de un aspecto de la tradición marxista que tiende a ser pasado por alto.
En tercer lugar, es importante que se trate de un libro que intenta revisar las nociones estratégicas y ver su potencial pertinencia a la coyuntura contemporánea y sus desafíos, desde el frente único hasta la revolución permanente, presentando la riqueza de la discusión, junto con los recursos textuales necesarios. Es especialmente importante el intento de un cierto diálogo estratégico entre las respectivas posiciones de Trotsky y Gramsci.
Al mismo tiempo, hay algunos puntos críticos que se podrían hacer con respecto al libro. Hay una tendencia a presentar tanto a Lenin como a Trotsky de forma casi hagiográfica, en el sentido de sugerir la corrección de todas sus posiciones. Sería mucho mejor si se destacaran también las contradicciones, las oscilaciones y las cuestiones abiertas, junto con la forma en que sus posiciones evolucionaron precisamente a través de las cuestiones abiertas a las que se enfrentaron. Del mismo modo, otras posiciones se presentan de manera polémica, como si se diera por sentado su carácter erróneo. Y creo que algunos debates, como los de los años 70 en torno a la estrategia y el papel del Estado, requerían una lectura más atenta, a pesar de sus contradicciones y carencias. Por otra parte, en algunos momentos, a los debates y tensiones dentro de la corriente más amplia de la Cuarta Internacional o de los acontecimientos contemporáneos se les da una importancia que parece desproporcionada. También creo que la importancia de Clausewitz parece estar sobredimensionada en ciertos casos, y lo mismo ocurre con la forma en que se presenta la influencia de Clausewitz sobre Lenin. Aunque este es un aspecto importante, es obvio que la concepción de Clausewitz también tiene límites, y que el enfoque marxista de la guerra es mucho más complejo, precisamente porque el marxismo tiene un enfoque mucho más complejo de la política en su articulación con las luchas de clases y los modos de producción específicos históricamente determinados.
Pero estas observaciones críticas no deben llevarnos a subestimar la importancia de este libro, su alcance y la trascendencia de las cuestiones estratégicas que plantea y el modo en que representa una importante contribución a cuestiones tan abiertas como urgentes. El hecho de que pronto esté disponible en una traducción al inglés hará que esta investigación llegue a un público más amplio.
Traducción: Maximiliano Olivera.
Referencias
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