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La Izquierda Diario
16 de julio de 2015 Twitter Faceboock

Historia
A treinta años del desalojo de la Ford ocupada por sus obreros
Lucho Aguilar | @Lucho_Aguilar2

Esta semana se cumplen 30 años del desalojo de la Ford Pacheco, ocupada durante 18 días por sus trabajadores. La democracia alfonsinista montó un impresionante operativo represivo, al servicio de la embajada yanqui y la conducción del SMATA. Otra historia de mecánicos, milicos, “progresistas” y burócratas en la Panamericana.

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La madrugada del 14 de julio era fría, como se podía esperar. Pero el clima en el kilómetro 35 de la Panamericana era otro. Adentro de la planta de Ford, cerca de 1500 obreros debatían qué hacer ante el cerco represivo. En la asamblea habían discutido que intentarían resistir el desalojo, y se habían dispuesto en distintos puntos del predio, a pesar de que sus 160 hectáreas lo hacían inabarcable. Afuera, el operativo dispuesto por el gobierno de Raúl Alfonsín era impresionante: 2.500 efectivos armados, 200 patrulleros, carros de asalto, camiones grúas para levantar las alambradas, tres helicópteros de combate con potentes reflectores, policía motorizada y montada, perros y tanquetas.

Los jefes del “ejército anti-huelga” decidieron entrar por la Puerta 4. En el mismo momento, la asamblea obrera que se realizaba en la Puerta 2 mantenía la decisión de resistir. Minutos después, tras una breve resistencia y ante un escenario muy desigual, los delegados resolvieron concentrar a todos los trabajadores en Puerta 2 para iniciar la negociación con el juez.

La democracia del Nunca Más había montado una escena que inevitablemente traía el recuerdo de lo que pasaba unos años antes, durante la dictadura, en las fábricas de la Zona Norte. Allí donde los generales de Campo de Mayo eran amos y señores, secundados por los gerentes fabriles.

Era la última escena de una ocupación que había durado 18 días, incluyendo la puesta en producción de la gigantesca planta.

“Si hay despidos, tomamos la planta”

El conflicto comenzó el 25 de junio. Ese día, la dirección de la empresa envió 33 telegramas de despido, acusando a esos trabajadores de "ausentismo elevado crónico y falta de contracción de sus tareas". Rompía así unilateralmente un acta-acuerdo firmada unas semanas antes con la comisión interna, donde se comprometía a "no producir los despidos y suspensiones programadas".

Pero no era un rayo en cielo sereno. Hacía dos meses el gobierno de Alfonsín había puesto en marcha el Plan Austral, que entre otras cosas buscaba controlar la inflación. Consistía en una devaluación de la moneda – que pasaba de llamarse “austral” – y un congelamiento relativo de precios y salarios. La pérdida del poder adquisitivo del salario venía acompañado de distintas medidas de ajuste por parte de las patronales, que generaron una serie de conflictos obreros. El de Ford era uno de ellos. Para ser más concretos: la gran prueba de la resistencia de la clase obrera al ajuste alfonsinista.

Los 33 telegramas eran, hay que decirlo, una clara provocación de la multinacional yanqui. En abril el cuerpo de delegados de Ford había definido que no permitiría despidos. La Ford era conducida en ese entonces por la Lista Naranja, compuesta por distintas corrientes de izquierda. El PCR era la de mayor influencia, seguida por el MAS. Habían sacado el 40% de los votos, contra el 8% de la Lista Verde de José Rodríguez, desprestigiada tras la traición y la complicidad con la dictadura. Durante los años de plomo, la gerencia de Ford había cedido un quincho para la tortura y desaparición de los delegados de entonces.

El 26 de junio la asamblea obrera vota la ocupación. De sus 4500 trabajadores, 3800 se suman a la medida.

La mayoría de los medios de comunicación comienza a demonizar la medida, alineanándose con la empresa. El Ministerio de Trabajo considera ilegal la medida de fuerza, evitando dictar la conciliación.

El 27 se realiza una nueva asamblea. Ante la conducción central de SMATA, los trabajadores deciden "continuar las tratativas en el Ministerio, levantar el paro y trabajar, pero manteniéndose en el interior de la planta". Un turno trabajaría mientras el otro continua en estado de asamblea. Cuando llegan a sus puestos, notan que los capataces habían retirado las herramientas de trabajo. La Ford había iniciado un lock out patronal.

Una nueva asamblea en la Puerta 2, ante la presencia de familiares y periodistas, decide mantener la ocupación.

Se forman comisiones y se vota un reglamento interno. Los trabajadores se organizan por secciones, que funcionan por asamblea. Se forman comisiones que se encargan de la vigilancia, la comida, la atención a la prensa, la recreación, las recorridas por otras fábricas y universidades para difundir el conflicto, pedir solidaridad y sostener el fondo de lucha.

El 30 de junio se forma la Comisión de Mujeres. Las novias, esposas y algunas madres de los obreros se organizan para extender la solidaridad, y se entrevistan con diputados y hasta con el líder de la CGT Saúl Ubaldini. El miércoles 3 inician una huelga de hambre en la Plaza de Mayo.

El conflicto se endurece. La alianza anti-obrera confirma que el conflicto va mucho más que los 33 puestos de trabajo. Para la empresa lo que está en juego es su plan de racionalización de la producción. Para el gobierno, el sostenimiento del Plan Austral, con las consecuencias sobre el salario y los puestos de trabajo. Para la burocracia del SMATA, la posibilidad de derrotar a los sectores combativos en el gremio.

El activismo también lo sabe. Por eso la asamblea del 8 de julio vota 5 puntos, entre ellos que se mantenga la toma, reclama una intervención favorable del presidente Raul Alfonsín, el cese de las presiones judiciales sobre los delegados y la exigencia al Consejo Directivo de SMATA de un Plenario Nacional de Delegados.

Mientras, recibían la solidaridad de diversos sectores. Partidos de izquierda, Madres de Plaza de Mayo y otros organismos de derechos humanos, artistas y centros de estudiantes. También de comisiones internas combativas, como FATE, Terrabusi, Atlantida, Corni y la UOM de Villa Constitución.

Los obreros de Ford Inglaterra realizan un paro de 12 horas en solidaridad con sus “hermanos” de Pacheco. Hacía 3 años había terminado la guerra de Malvinas, pero tenían claro que eran parte de la misma clase.

Los Ford fabricados sin patrones

El 11 de julio ocurre un hecho histórico. Ante las versiones de la empresa de que estaba en riesgo importantes máquinas y herramientas, los trabajadores deciden desmentirlo poniendo a producir la fábrica. El 11 y 12 de julio de 1985, centenares de trabajadores ponían en marcha las secciones de Camiones, Motores, Estampado y Montaje, mientras otros continuaban en los puestos de guardia.

Demostraban ante millones de “espectadores” que seguían el conflicto, y miles de trabajadores del cordón de la Panamericana, que una planta gigantesca y de alta complejidad podía funcionar sin patrones ni supervisores. “Fueron los mejores coches que salieron de la Ford”, decían algunos de los protagonistas de aquella gesta. Otros contaban a los medios por qué el control obrero de la producción era más seguro y organizado.

La respuesta no se hacía esperar. El SMATA aseguraba que “en épocas de crisis no podemos hacernos los revolucionarios. Tenemos que ir a negociar con inteligencia”. La negociación inteligente del SMATA no había hecho nada por los despidos en Deutz, Masey Ferguson y El Detalle, ni haría nada porque las que siguieron en Renault y Mercedes Benz. Para la empresa, se trataba de “nuevas violaciones al derecho de propiedad” que exigían una urgente intervención estatal. Para Alfonsín, “no existe ningún país en el mundo bajo cualquier sistema político que tolere este tipo de ocupación, tenemos actuar de acuerdo con la ley”. Su vocero aclaraba que el gobierno iba a “garantizar la vigencia del orden constitucional, donde la propiedad privada es una de sus piedras basales”.

El hombre del “Nunca más” y la “renovación sindical” era quien ahora dirigía la militarización de la Panamericana, en la misma fábrica que había sido emblema de la complicidad patronal con el golpe militar, y con el apoyo de los sindicalistas que habían colaborado con esa dictadura.

Con tanque y metralla, la madrugada del 14 de julio avanzaron los uniformes azules hacia la planta de Henry Ford. Los “verdes” esperaban el desenlace en su despacho.

Un duro golpe

Tras el desalojo, la empresa tomó nuevas represalias. No sólo ratificó el despido de aquellos 33, sino que además dejó cesante a otros 338, incluyendo toda la comisión interna y el cuerpo de delegados. A pocos días de la reanudación de la producción, los despidos llegarían a 500.

El juez penal de San Isidro, Ángel Papalia, procesó a toda la comisión interna. También dictó su prisión preventiva, aunque luego serían eximidos. Los cargos: “privación ilegítima de la libertad calificada, turbación de la posesión, daños, hurtos reiterados, uso ilegítimo de automotores, lesiones leves y usurpación de propiedad”.

El 24 de julio, el presidente de Ford Argentina, Robert Sparvero, el líder del SMATA, José Rodríguez, y el Ministro Hugo Barrionuevo, firmaron un acuerdo con el cual se daba por cerrado el conflicto.

La producción se reanudó con vigilancia policial en los alrededores, y rigurosos controles a los obreros que reingresaban a planta. La directiva del SMATA impuso una nueva comisión interna. Sin embargo, una asamblea de 1.600 trabajadores, rechazaba el acuerdo firmado entre el sindicato, la empresa y el gobierno, y votaba prorrogar el mandato de la comisión interna y el cuerpo de delegados cesanteados.

A pesar de la resistencia, los planes de la alianza anti-obrera se terminarían imponiendo. Ford Motors Argentina avanzaba con su plan de racionalización; la Verde del Smata con su plan de eliminar a los sectores combativos y la izquierda de las terminales; el gobierno de Alfonsín con su “Plan Austral”. Los salarios iniciaron un proceso de caída, inversamente proporcional al aumento de la explotación de los trabajadores que quedaron en la planta.

Luego del desalojo se realizó una movilización a Plaza de Mayo que no pudo convocar a amplios sectores. Tampoco se pudo continuar el conflicto “desde afuera”, con los despedidos que seguían en lucha y las organizaciones solidarias.

Lamentablemente, la estrategia y las fuerzas sociales que articularon los delegados y los combativos trabajadores de Ford no logró doblegar a los poderosos enemigos que enfrentó.

El balance del conflicto varía según las distintas corrientes que influenciaban al activismo. La Lista Naranja estaba integrada por referentes de distintos partidos de izquierda, con mayor influencia del PCR. Luego de la derrota, surgieron diferencias en el balance. Algunos criticaron la decisión inmediata de la toma, o la falta de preparación de la defensa. Para otros se trató de una excesiva confianza en los “mediadores”, que iban desde parlamentarios de los partidos tradicionales, a la Iglesia y otros sectores. La política hacia los sectores que se empezaban a solidarizar también fueron motivo de discusión. Una lucha no puede triunfar si queda aislada. Debates que pueden ser materia de otro artículo.

Ayer y hoy: la Ford, la Verde y los rebeldes de la Panamericana

La ocupación, puesta en producción y desalojo de la Ford será una página importantísima en la historia de la clase obrera de la Zona Norte. Y de todo el país. Los trabajadores, en defensa de sus compañeros y con los métodos de la asamblea, habían desafiado durante casi tres semanas a uno de los emblemas del capitalismo mundial.

Eran parte de una tradición. Diez años antes, también en julio pero de 1975, los obreros de Ford y su cuerpo de delegados habían iniciado una marcha desde el kilómetro 35 de la Panamericana, al que se fueron plegando trabajadores de otras empresas. Eran las jornadas de junio y julio, las huelgas generales contra el gobierno de Isabel Perón y su “Plan Rodrigo”.

Por eso, porque la historia nunca empieza de cero, al escuchar la huelga de 1985 es imposible no pensar en el reciente conflicto de Lear. ¿Cuántas cosas se parecen, se repiten? El ataque de una multinacional yanqui contra los trabajadores y sus delegados combativos, la represión del “gobierno progresista” en favor de los buitres, el rol traidor y patronal de la burocracia sindical del SMATA.

Todas esas gestas son parte de una misma historia. La historia de la lucha de clases.

Damián González y Ruben Matu son obreros de Lear, una autopartista que abastece cables a Ford. Cuando la huelga de 1985 Damián no había nacido. Ruben tenía apenas 4, pero recuerda que su padre como delegado de Corni había organizado la solidaridad con la huelga de Ford. Estos meses ambos fueron parte de una gran batalla contra los mismos enemigos, en el mismo escenario, en defensa de los mismos principios. Igual que Roberto Amador, activista despedido de Gestamp y Javier Aparicio, ex delegado perseguido en Volkswagen. Jorge Medina no es mecánico pero es parte de los obreros que, enfrente mismo de la Ford, también desafiaron la prepotencia capitalista. Ocuparon la multinacional Donnelley que quería dejarlos en la calle y la pusieron a producir bajo control obrero.

Lo que importa es que estos hombres, junto a muchos otros, se reunieron hace pocos días en la puerta de la Ford. Fue para sumarse a los ex delegados detenidos desaparecidos a poner nuevamente el cartel que denuncia que en esa empresa se torturó y desapareció a trabajadores. Pedro Troiani y Carlos Propato, dos de aquellos delegados, ese día manifestaron su apoyo a estos jóvenes militantes que son candidatos de la Lista 1A del Frente de Izquierda.

Porque hay quienes están convencidos que es necesario retomar aquellas grandes gestas, sacando lecciones de los golpes recibidos. Convencidos de que hay que poner en pie la fuerza social y política que permita recuperar los sindicatos, y vencer a la Ford y la clase social que representa.


Fuentes:

  •  El Periodista, julio de 1985.
  •  La toma de la Ford en 1985. Leandro Molinaro. Revista Archivos.
  •  La fabrica Ford puesta a producir por sus propios trabajadore/as - Periódico En la calle.
  •  Diarios de la época.
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