Llegamos a los 200 años de la independencia en un contexto de profunda crisis política y social agravada por la pandemia, un tortuoso proceso electoral, y un protagonismo de las demandas populares expresadas distorsionadamente en las urnas con el triunfo de Pedro Castillo, que han puesto en la agenda del debate el anhelo de un cambio profundo para el Perú en los próximos 100 años.
No por casualidad el bicentenario ha sido comparado con la gesta independentista de 1821, donde se liberaba al país del yugo español, sin embargo, se omite el papel que desempeñará en ese proceso histórico la nueva élite burguesa, la cual continuó encadenando al país a las nuevas formas de coloniaje de las potencias que desplazaron a España, como mostraría en todo su esplendor la conmemoración del Centenario de 1921.
Éste bicentenario también ha sido comparado en el mismo sentido nacionalista, pues ya desde el 2020 la prensa denominaba como “la juventud del Bicentenario” a los jóvenes que coparon las calles del país exigiendo la renuncia presidencial de Manuel Merino, vinculándolos a la juventud del primer Centenario que protagonizó la reforma universitaria y que, especialmente en San Marcos, apoyaría la candidatura de Leguía en 1919 quien postularía por el partido democrático enfrentando a la vieja oligarquía agrupada en torno al partido civilista.
Aquel año, el gobierno de Pardo, al no reconocer su derrota en las urnas, dió lugar al golpe de estado encabezado por Leguía quien se perpetuará por once años en el poder, endeudando el país al capital norteamericano y estableciendo un régimen represivo y persecutorio con las luchas sociales, llegando incluso al cierre de diarios opositores.
Precisamente éstos elementos de 1919 recuerdan las pasadas elecciones, donde se denunció desde un golpe de estado fujimorista hasta un fraude electoral de Perú Libre.
Por supuesto, no es el mismo contexto, pues a diferencia de la actual crisis económica mundial, el Centenario vino de la mano de un alza del precio de las materias primas luego de la primera guerra mundial lo cual permitió la reactivación de la economía.
Sin embargo, lo que llama la atención es que, en todas estas narrativas, se ha borrado de la escena al proceso de movilización social de las mayorías populares y especialmente de la clase trabajadora.
No es casual, dado que el proceso de convulsión social y lucha obrera emergió con fuerza antes del Centenario, primero con la conquista de las 8 horas de trabajo (con especial participación de José Carlos Mariátegui) y luego con la huelga contra la suba de las subsistencias en 1919.
Por el contrario, el relato oficial del Centenario queda reducido a ser un homenaje a los regalos arquitectónicos otorgados por representantes del gran capital extranjero, que inaugurarían una supuesta etapa de modernidad del país que nunca llegó a los hogares del pueblo trabajador.
Podemos decir entonces que en estos 200 años de Republica, solo hemos visto los frutos del saqueo y la corrupción de nuestra entreguista burguesía nacional, la cual, en el torbellino de la crisis de sus instituciones, aún no es plenamente cuestionada, a pesar de ser la causante real, junto a la gran burguesía imperialista, de los grandes problemas que hoy se viven en el Perú y del hecho que dicho régimen político, inaugurado a partir de 1821, haya devenido en un proceso trunco e incapaz de lograr la soberanía nacional y el bienestar social.
Lejos de eso, el llamado a la unidad nacional hecho por el actual presidente Pedro Castillo, no contribuye a clarificar el papel nefasto de esta burguesía, por tanto, fortalece los discursos conservadores que abonan a la mantención del estatus quo, lo cual, a su vez, pone en evidencia que el camino a la plena liberación de la clase trabajadora peruana recién empieza, pero que afortunadamente esta lucha no está sola ya que hace parte de los procesos de luchas y revueltas que se vienen dando en la región. |