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La Izquierda Diario
1ro de agosto de 2021 Twitter Faceboock

Ideas de Izquierda
Sobre el Programa de Transición y el olvido de la estrategia
Matías Maiello | @MaielloMatias
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En un reciente artículo titulado “Programa de transición, ¿política revolucionaria o reformismo burgués?” Rolando Astarita retoma algunos argumentos polémicos de su Crítica al Programa de Transición [1]. Sobre la actualidad de la discusión señala: “Entre las muchas diferencias que tengo con el FIT, una de las más importantes se refiere a la agitación de las consignas de transición (al socialismo). Dada la relevancia del tema para la izquierda, en esta entrada presento la concepción de Marx y Engels sobre el programa de transición (con alguna observación de Lenin); y en contraste, la concepción trotskista”. En lo que sigue nos vamos detener en algunos puntos de este debate por demás amplio. Primero abordaremos sintéticamente sus términos más generales y la contraposición que postula Astarita entre los planteos de Marx y Engels y los de Trotsky, luego nos concentraremos en un punto que consideramos central: es imposible entender el método transicional formulado por Trotsky –inclusive sus antecedentes en los fundadores del marxismo– separado de la estrategia.

Coordenadas del debate

Con el Programa de Transición, escrito en 1938 y adoptado por la IV Internacional, Trotsky sistematiza un método para formulación del programa que tiene amplios antecedentes en el movimiento revolucionario y que comenzó a esbozar la III Internacional en sus primeros congresos. El propio Trotsky ya había escrito otro programa de estas características en 1934 para Francia, conocido como “Un programa de acción”. El método transicional apunta a terminar con la vieja división en compartimentos estancos entre aquello que en la jerga de la Segunda Internacional se denominaba “programa mínimo” (las consignas que por sí mismas no cuestionan la propiedad capitalista, como ser el aumento de salarios, derechos laborales, demandas democráticas que hacen a los derechos políticos o civiles, etc.) y “programa máximo” referido a la revolución socialista. Aquella división es indisociable del propio derrotero de la Segunda Internacional que terminaría relegado el “programa máximo” a un futuro indeterminado, a los actos del 1° de Mayo y a la propaganda, mientras que la práctica y la agitación cotidiana se circunscribiría al “programa mínimo” limitado a una serie de reformas en los marcos establecidos por el régimen capitalista [2].

El método utilizado por Trotsky, que podríamos llamar “transicional”, busca establecer un puente entre la lucha inmediata por las demandas mínimas y democráticas y la lucha por el poder de la clase trabajadora. En esto las llamadas consignas “transitorias” cumplen un papel fundamental. Son aquellas que plantean una respuesta estructural y de fondo para terminar con los padecimientos que impone el capitalismo, consignas como la de escala móvil de salarios y de horas de trabajo, control obrero de la producción, administración obrera directa de toda empresa que cierre, expropiación de grupos determinados de capitalistas, nacionalización de la banca y del comercio exterior, etc. El objetivo es vincular en la lucha política, en la agitación y, si la situación es lo permite, en la propia acción, las luchas inmediatas con la perspectiva de un gobierno del pueblo trabajador y el socialismo. En palabras de Trotsky, este programa “partiendo de las condiciones actuales y de la conciencia actual de amplias capas de la clase obrera debe llevar a una sola y misma conclusión: la conquista del poder por el proletariado”.

Astarita sostiene que esto es un error. Que agitar consignas transitorias y pretender que estas consignas motoricen la movilización sería como poner el carro delante del caballo porque solo se podrían utilizar para la agitación cuando las condiciones para tomar el poder estén dadas, de lo contrario se le estarían exigiendo al Estado capitalista medidas socialistas y se pasaría como dice el título de su nota de la “política revolucionaria” al “reformismo burgués”. Dicho esto, es necesario mantenerse firme en la división entre el programa “mínimo”, para impulsar la movilización, y “máximo” para la propaganda hasta que llegue la revolución. Para fundamentarlo, Astarita busca apoyarse en los fundadores del marxismo. Señala que:

el programa de transición fue presentado por primera vez por Marx y Engels en El Manifiesto Comunista. Se trata de medidas para impulsar a la clase obrera hacia la abolición de la propiedad privada, hacia el socialismo. […] Lo fundamental es que este programa fue concebido para ser aplicado por la clase obrera desde el poder: “la primera etapa de la revolución obrera es la constitución de la clase obrera en clase directora, la conquista del poder público por la democracia”. Si en cambio son propuestas al margen de la clase social que las puede efectivizar de manera revolucionaria, se convierten en parches del sistema, confunden a las masas trabajadoras e inducen a la conciliación de clases.

Ahora bien, ¿es cierto que el método transicional pone el carro delante del caballo? ¿Se trata en Trotsky de “propuestas al margen de la clase social que las puede efectivizar de manera revolucionaria”? ¿Está el Manifiesto Comunista contrapuesto al Programa de Transición? Gran parte de las dificultades para comprender el método transicional planteado por Trotsky, no solo entre sus críticos como Astarita sino también entre quienes lo reivindican, parte de separar el programa (los objetivos a conquistar) y la estrategia (el cómo hacerlo). Sin embargo, esta conexión es mucho más fuerte de lo que Astarita supone, no solo en Trotsky, sino desde los propios orígenes del marxismo. Veamos.

Marx y Engels, los orígenes

Según Astarita, Engels discutió el carácter y las condiciones de posibilidad de las consignas transicionales en su polémica con Karl Heinzen en 1847, un antiguo liberal alemán que luego de fracasar en su proyecto de construir una oposición legal en Alemania pasó a proclamar la necesidad de una revolución inmediata. Su crítica sería aplicable al Programa de Transición. Dice Astarita tomando extractos de Engels:

si esas medidas transicionales se relacionan “con una situación pacífica, burguesa… están destinadas a sucumbir”. […] hay que explicar que las medidas transicionales “solo son posibles porque detrás de ellas está todo el proletariado puesto de pie, apoyándolas con las armas en la mano” (“Los comunistas y Karl Heinzen”). De faltar esas condiciones son quimeras de reformadores sociales, posiblemente bienintencionados, pero impotentes.

Más allá de que en aquel mismo texto Engels señala en términos similares a Trotsky que la posibilidad de estas medidas depende de la relación de fuerzas y que las dificultades que se presentan para llevarlas adelante se pueden traducir en un avance en la comprensión de su necesidad por parte de los trabajadores [3], hay que resaltar que es muy diferente afirmar que esas medidas no pueden conquistarse en una situación pacífica, que es el planteo de Engels, que lo que está defendiendo Astarita que es la inviabilidad de hacer “agitación” de esas mismas consignas más allá de los momentos de crisis revolucionaria.

Aquel argumento de Astarita, supuestamente estaría demostrado por el hecho de que Marx y Engels no utilizaron consignas incompatibles con la sociedad capitalista (“máximas” según la terminología de nuestro autor) para la agitación en momentos no revolucionarios, y que las reservaban solo para “manifiestos estratégicos”. Sin embargo, contrariamente a esta afirmación, Marx en 1880 las incluye, por ejemplo, nada más ni nada menos que en un “programa electoral”. Nos referimos al “Programa electoral de los trabajadores socialistas” redactado por él y Jules Guesde, con la colaboración de Engels y Paul Lafargue para Francia. Lo que parecería hacerlos destinatarios de las mismas críticas dirigidas a Trotsky.

En aquel programa electoral, junto con muchas consignas del programa mínimo, incluyen consignas transicionales como: “Anulación de todos los contratos que han enajenado la propiedad pública (bancos, ferrocarriles, minas, etc.), y que la explotación de todos los talleres estatales se confíen a los trabajadores que trabajan allí” (algo así como una estatización bajo control obrero); “supresión de toda herencia en una línea colateral y de toda herencia directa de más de 20.000 francos”; “supresión de la deuda pública”; “abolición del ejército permanente y armamento general del pueblo”; que “la Comuna pase a ser el amo de su administración y su policía” (algo así como “gobierno obrero”). ¿Pero había situación revolucionaria pre-insurreccional en 1880 en Francia? No. ¿Era posible o no este programa? Evidentemente ni Marx ni Engels se postulaban como “reformadores sociales” del estilo de Heinzen, y este hecho nos introduce en una discusión fundamental.

Estado y revolución

Astarita nos dice que para evitar que las consignas transicionales aparezcan como “quimeras de reformadores sociales”, “absurdos lógicos, insostenibles”, “Marx y Engels presentaron las medidas transicionales –en El Manifiesto Comunista– subordinadas a la ‘elevación del proletariado a clase dominante’”. Pero si es así, ¿cómo justificar, por ejemplo, la inclusión de esas medidas en un programa electoral para Francia en 1880? Nos aventuramos a afirmar que aquello que para Astarita es un “principio” (no agitarás consignas transicionales por fuera de una situación revolucionaria pre-insurreccional), para Marx y Engels no lo era. Pero lo más interesante no es esto, sino el hecho de que en aquel programa electoral incluyeran la referencia a los decretos de la Comuna de París que había sido derrotada 9 años antes. Lo cual nos sugiere otra pregunta: ¿qué había pasado entre febrero de 1848 cuando fue publicado por primera vez el Manifiesto Comunista y 1880, tanto históricamente como en la evolución de la teoría política de Marx y Engels?

Históricamente nada más ni nada menos que los dos principales hechos de la lucha de clases del siglo XIX, la llamada “primavera de los pueblos” de 1848 y la propia Comuna de París de 1871. Así el Manifiesto Comunista, planteaba la fórmula general que cita Astarita en relación al poder de los trabajadores, a saber: “la constitución de la clase obrera en clase directora, la conquista del poder público por la democracia” (entendida esta última como reabsorción del Estado por la sociedad; la “democracia” en tanto régimen político ellos la referían en términos de “república”), mientras que luego verán en la Comuna de París “un gobierno de la clase obrera, fruto de la lucha de la clase productora contra la clase apropiadora, la forma política al fin descubierta para llevar a cabo dentro de ella la emancipación económica del trabajo” [4]. Tanta importancia revestía la novedad de la Comuna que Marx y Engels, como sabemos, consideraron pertinente “corregir” el Manifiesto Comunista. Decían en 1872 que: “este programa resulta, en algunos pasajes, anticuado. Ante todo, la comuna ha aportado una prueba de que ‘la clase trabajadora no puede simplemente tomar posesión de la maquinaria del Estado tal como está, y ponerla en movimiento para sus propios fines’” [5].

Estos cambios que desde el punto de vista de aproximaciones como la de Astarita parecerían secundarios para pensar el programa, son sin embargo fundamentales. Implican que como condición necesaria para triunfar la clase trabajadora debe articular un poder propio capaz de “reemplazar” al aparato estatal burgués. Es decir, no se trata simplemente de “tomar posesión” de este último para implementar un “programa de gobierno socialista” (“programa máximo”). Por eso todo programa que se limite a señalar las medidas de un futuro gobierno obrero “luego del triunfo de la revolución proletaria” mientras que para la lucha cotidiana (económica y política) solo recomiende consignas “mínimas” es un programa inútil en la práctica, por lo menos desde el punto de vista revolucionario. Tampoco sirve un programa dedicado meramente a “instruir” a la vanguardia en los objetivos de la revolución si este no está orientado al mismo tiempo a interpelar de algún modo al movimiento de masas, es decir a quienes deberían protagonizar la revolución y animar sus propios organismos de autoorganización.

La gran cuestión relegada por todas las visiones que dividen –implícitamente o explícitamente- entre programa mínimo y máximo es, nada más ni nada menos, que el hecho de que para tomar el poder es necesario superar los marcos del régimen burgués y desarrollar un poder alternativo que lo sustituya; un poder que no surge ex nihilo.

Esperando la llegada del doble poder

Astarita es enfático en señalar que todo se reduce:

a quién tiene el poder para aplicar las medidas transicionales. Cuestión que podemos ver en la consigna de “control obrero”, que se agita con frecuencia. La pregunta es: ¿desde qué poder se aplicará ese control? […] Dicho por la positiva: el control obrero real (no como apariencia, no como engaño) solo podrá aplicarse por algún lapso corto de tiempo, en situaciones de doble poder –consejos, obreros en armas, enfrentamiento con el aparato represivo– o una vez tomado el poder.

Y agrega más adelante que “en tanto la clase obrera no se emancipe del control burocrático-burgués (de los sindicatos, de las organizaciones sociales, de las representaciones políticas) el control obrero no puede no ser una forma de colaboración de clases”.

En todo esto, la pregunta central es justamente la que Astarita omite. A saber: ¿cómo surgen aquellas premisas para la agitación de un programa transicional (las “situaciones de doble poder”, la “emancipación del control burocrático-burgués”, etc.) que nuestro autor da por hechas para un futuro indeterminado?

Frente a quienes sostenían planteos similares y se oponían a la consigna de control obrero de la producción en Alemania a principios de los años ’30 por considerar que en aquel entonces no estaban dadas las “premisas”, Trotsky planteaba lo siguiente: “A partir de un momento determinado, los trabajadores ‘dislocan’ el marco de la ley o lo echan abajo, o simplemente lo desprecian en su totalidad. Precisamente en eso consiste la transición a una situación puramente revolucionaria. Por ahora, esta transición está todavía por delante de nosotros, no detrás. Debe ser preparada”. Así, ante el argumento de que había que esperar a que surgieran los soviets para difundir la consigna de “control obrero”, les recordaba: “No solamente no tienen ustedes soviets, ni siquiera tienen un puente hacia ellos, ni siquiera una carretera hasta el puente, ni tan siquiera un camino a la carretera”. Y agregaba irónicamente: “‘Como somos impotentes frente a la muerte, como no podemos hacer nada en las fábricas, entonces... entonces, como recompensa por ello, nos elevamos a una altura tal que los soviets caen del cielo para ayudarnos’”.

Sin ir más lejos, Astarita escribía en 1999, que “En estas condiciones -que son las existentes en la mayoría de los países capitalistas, por lo menos desde comienzos de los ochenta- es ‘palpable’ el abismo que existe, por caso, entre la lucha por la defensa del salario y la pelea por el ‘control obrero de la producción’” [6]. Dos años después, frente a la enorme crisis que estalló en Argentina, surgiría uno de los movimientos de ocupación y puesta a producir de fábricas más importantes de las últimas décadas donde miles de obreros tomaban cientos de empresas. Según Astarita, este fenómeno no dijo nada sobre la pertinencia del Programa de Transición, ya que: “En términos generales, los obreros no quitaron las empresas a las patronales, sino que éstas fueron abandonadas por sus dueños. Esencialmente se trató de un movimiento que tenía como fin preservar los puestos de trabajo, esto es, sobrevivir”. Este tipo de concepción normativista que separa lo que sería un programa puramente ideológico y las necesidades que motorizan la acción de la clase trabajadora, sin dudas está en las antípodas del método transicional que justamente lo que intenta es establecer puentes entre ambas.

En uno de los ejemplos, de enorme trascendencia no solo nacional sino internacional como la fábrica Zanón, actual FaSinPat [7], la lucha contra los despidos que llevó a la ocupación se desarrolló en paralelo al proceso de recuperación del sindicato ceramista, que a su vez fue impulsor, por ejemplo, de la “Coordinadora del Alto Valle” junto con organizaciones de desocupados, comisiones internas, agrupaciones antiburocráticas docentes, estatales, de salud y de la construcción, a las que se sumaron organizaciones estudiantiles y de la izquierda. Luego impulsará nacionalmente los “Encuentros de Fábricas Ocupadas” junto con la textil Brukman y otras fábricas. Son ejemplos de cómo en determinadas situaciones aquellos “puentes” de los que habla el Programa de Transición se ponen en marcha. En 2003 finalmente sobrevendrá el repunte económico en Argentina, motorizado por el boom de las materias primas, que cambiará el signo de la situación. Pero todo aquel proceso ha sentado una tradición que sigue presente en la Argentina y que se reactualiza frente a la profunda crisis en curso en la actualidad.

Ilustración: Mar Ned/ Enfoque Rojo
Ilustración: Mar Ned/ Enfoque Rojo

Al contrario de lo que sostiene Astarita, que ve en las consignas transicionales como el “control obrero”, “propuestas al margen de la clase social que las puede efectivizar de manera revolucionaria”, el Programa de Transición tiene como preocupación clave la emergencia de la clase trabajadora como sujeto hegemónico. Tanto es así que Trotsky señala que “todo el programa de transición debe llenar los espacios entre las condiciones actuales y los soviets del futuro [8]. Cuando en el Programa de Transición habla de un puente que “partiendo de las condiciones actuales y de la conciencia actual de amplias capas de la clase obrera debe llevar a una sola y misma conclusión: la conquista del poder por el proletariado”, Trotsky no está diciendo que de repente la clase obrera llega a la conclusión de la toma del poder y lo conquista, sino que todo el programa está pensando para, a través de la experiencia, colaborar en generar las condiciones –“llenar los espacios”– para que eso sea posible.

En este sentido, la emancipación “del control burocrático-burgués (de los sindicatos, de las organizaciones sociales, de las representaciones políticas)” que Astarita pone como “condición” para la agitación de un programa transicional es justamente uno de sus objetivos. De allí la importancia que tienen en Programa de Transición las consignas que apuntan a la organización independiente de la clase obrera, comenzando por la pelea contra la burocracia al interior de los sindicatos, y el impulso, según las variadas circunstancias, de comités de fábrica, soviets, piquetes de huelga, milicias obreras.

En contraste con esto, la separación axiomática que propone Astarita entre el programa mínimo y las consignas transicionales, es la vía más corta para la adaptación a las burocracias sindicales o direcciones reformistas. Más aún, en un escenario como el actual marcado por la fragmentación del movimiento obrero y de masas, donde las burocracias sindicales ofician de garantes de la fractura de la clase trabajadora (formales, precarios, desocupados, etc.) y se han desarrollado ampliamente burocracias de los “movimientos sociales”. De la suma de programas mínimos no surge la hegemonía de la clase trabajadora.

Tampoco se trata de una agitación del programa “en el vacío” sino al interior de un entramado de fuerzas en pugna. De aquí que la articulación de consignas en la agitación está estrechamente ligada a la articulación de fuerzas materiales. Podemos ver estos diferentes niveles, por ejemplo, en la consigna transicional de “escala móvil de salarios y horas de trabajo” (es decir, que las horas de trabajo se distribuyan entre todos los trabajadores contra el desempleo de un lado y para reducir la jornada laboral del otro). Por un lado, en cuanto a la “conciencia”, el planteo parte de las luchas cotidianas por aumentos de salario o contra los despidos en cada lugar y busca mostrar que la clase trabajadora no está condenada a la tarea de Sísifo de conquistar aumentos salariales que constantemente son liquidados por la inflación o enfrentar los despidos puntuales sin dar cuenta del desempleo estructural. Aquella consigna permite explicar la irracionalidad de un capitalismo que combina extensas jornadas de trabajo con amplia desocupación, cuando podrían ser jornadas más cortas con todos trabajando, al tiempo que redirige el problema contra las ganancias capitalistas que deberían ser afectadas para lograr este reparto sin disminución salarial.

Por otro lado, entra la segunda dimensión fundamental (“material”) del problema: la necesidad de unir ocupados y desocupados. La competencia entre ambos sectores es utilizada por los capitalistas. La necesidad de trabajo de estos últimos, es utilizada por los capitalistas para bajar los salarios de los ocupados, y fomentar la idea de que los desocupados (identificados muchas veces en forma racista) son “vagos”. Complementariamente los sindicatos son presentados como la representación de los “privilegiados”. Así, opera la desmoralización y el reformismo en general. La unidad entre ocupados y desocupados es clave para cualquier lucha seria. De allí que limitarse al “programa mínimo” significa taparse los ojos frente a este tipo problemas estratégicos [9].

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Alrededor de estas peleas es que una organización revolucionaria puede avanzar en “educar”, organizar y agrupar a la vanguardia, sembrar ideas en sectores de masas, en forma más o menos “propagandística” o “para la acción” según la situación. A la inversa de lo que sostiene Astarita para quién “la metodología política [del Programa de Transición] se conforma según la idea de un ascenso progresivo”, la misma buscar contribuir a articular “fuerza material” para el combate, para quebrar la resistencia de las burocracias sindicales, sociales y políticas, y apuntalar la emergencia de la clases trabajadora como sujeto hegemónico.

Superar el “grado cero” de la estrategia

Algo que caracterizó los debates del marxismo en la primera mitad del siglo XX fue la profundidad en el abordaje de los problemas estratégicos, para la cual se valieron de la apropiación crítica de los clásicos de la estrategia militar. Sin embargo, en las discusiones posteriores fue –y es– común que conceptos estratégicos fundamentales sean tomados a la ligera como autoevidentes para la reflexión y el debate político. Astarita no es la excepción, cuando sostiene como uno de los cuestionamientos centrales al Programa de Transición, el ser supuestamente un programa para la ofensiva propuesto para situaciones donde solo cabe la posición defensiva. Pero la defensa sin ningún principio positivo es una autocontradicción, tanto en la estrategia como en la táctica [10]. Sin esta definición básica difícilmente pueda entenderse una palabra del Programa de Transición y de la obra de Trotsky en general.

El programa transicional trata, justamente, de responder a los problemas del pasaje de la defensiva a la ofensiva en situaciones políticas ambiguas, híbridas, que ya no son situaciones “normales” pero aún no son “la” revolución, o que combinan elementos de ambas en forma desigual, que evolucionan con tiempos discordantes entre sí. De aquí que, aunque cobre especial vigencia en situaciones pre-revolucionarias, contenga planteos transicionales de gran utilidad para la “agitación propagandística” (es decir, propaganda no solo para la vanguardia sino para sectores de masas) incluso en situaciones defensivas, en tanto entendamos a la defensa no como “defensa pasiva”. A su vez, si bien hay una preparación inmediata del pasaje de la defensiva a la ofensiva también hay una preparación más amplia que surge de “sembrar” determinadas ideas, instituir determinadas “tradiciones” de lucha y organización que pueden –y deberían– desarrollarse con antelación para la educación de la vanguardia y a través de ella a sectores de masas. En síntesis, el Programa de Transición está hecho para la preparación de la condiciones (en cuanto a los niveles de conciencia y articulación material de fuerzas) para poder pasar a la ofensiva.

Esta es la actualidad del debate. En los últimos años diversos países de varios continentes fueron y son atravesados por amplios procesos de movilización. La pregunta sobre las vías a través de las cuales todas aquellas fuerzas desplegadas por el movimiento de masas pueden evitar ser disipadas o canalizadas en los marcos de los Estados capitalistas y dar lugar a nuevas revoluciones es más que actual. Es la misma pregunta de la que parte el Programa de Transición. Muchas décadas han pasado desde su elaboración, por eso no se trata meramente de indagar sobre la letra sino sobre el método que lo orienta y dilucidar qué es lo que puede decirnos para pensar las luchas actuales. Pero un requisito para ello es volver a soldar la relación entre programa y estrategia, sin esto no hay programa ni mínimo, ni máximo, ni transicional que nos pueda ayudar.

 
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