¿A qué nos referimos cuando hablamos de extractivismo?
Cuando hablamos de extractivismo nos referimos a la apropiación de grandes volúmenes de recursos naturales, bajo procedimientos muy intensivos, donde la mitad o más son destinados a la exportación hacia los mercados globales. Ejemplos: la megaminería y fracking en búsqueda de hidrocarburos, extracción de Litio en Bolivia, Chile, y acá en Jujuy, Salta y Catamarca (que representan el 60% producción mundial del metal en todo el mundo), las plataformas petroleras en la Amazonía, el agronegocio y los monocultivos de soja o maíz, megagranjas porcinas, pesca, explotación forestal (pinos), etcétera. Se trata de una actividad que se remonta a los tiempos de la colonia y el saqueo de metales preciosos hacia las metrópolis europeas. La exportación de los recursos naturales ha acompañado la historia latinoamericana tanto en los momentos de mayor bonanza económica como en los de crisis. Los extractivismos se han diversificado y se convirtieron en los componentes centrales de las estrategias para el desarrollo que defienden gobiernos latinoamericanos de distintas opciones políticas. Estas prácticas se reproducen de manera similar en distintos sectores y rubros, en función de los precios altos de materias primas y demanda internacional. Es importante no confundir al extractivismo con la economía primario exportadora. Si bien un país volcado a las exportaciones albergará sectores extractivistas, la economía primario-exportadora es un concepto distinto. Hay países industrializados que no son primario-exportadores, pero que poseen enclaves extractivistas muy importantes, como es el caso de Australia y su minería.
¿Hay diferencias entre la derecha y el progresismo en relación al extractivismo?
Solemos decir que en relación al extractivismo no hay grieta, porque tanto los gobiernos de derecha (Macri, Bolsonaro, Piñera) como los progresistas, como el kirchnerismo, el albertismo en nuestro país han sostenido y subvencionado este modelo, lo que llaman la “matriz productiva” detrás del cual está el agropower (Bioceres: Sigman, Grobocopatel) y distintos capitales como ser: Barrick Gold, Shandong Gold, Equinor, Shell, YPF Equinor, Shell, etcétera.
Los desastres socioambientales están a la vista: 97% bosque nativo arrasado en Córdoba, megagranjas porcinas, expoliación de las comunidades, contaminación de los cursos de agua (por ejemplo, el derrame de 1.072.000 litros de agua cianurada en el río Jáchal, San Juan proveniente de la mina Veladero), utilización de 100 millones de litros de agua por día en actividades megamineras, erosión del suelo, fauna, flora, cambio climático por aumento de la emisión de gases de efecto invernadero, sismos por fracking en Neuquén, zonas de sacrificio, y todas dinámicas ecológicas que se rompen.
Para poder llevar adelante este plan, los argumentos desarrollistas apuntan hacia la generación de empleo y la obtención de divisas que en gran medida están dirigidas al pago de deuda . También se sostienen otras premisas dirigidas a lavarle la cara a todo el desastre, o como le dicen: greenwashing. Se apela a ideas como “buenas prácticas agrícolas”, desarrollo sostenible, canje ambiental y todas otras categorías dirigidas a justificar la posibilidad de un capitalismo “sustentable”, en contraposición con lo que han denominado cínicamente “ambientalismo bobo”. Tienen la posición de que para tomar medidas sustentables con el ambiente primero hay que “desarrollarse”. De esta manera, el momento de cambiar la matriz nunca llega, profundizando así el esquema extractivista. Dada la interdependencia dialéctica entre el fin y los medios, al estar el objetivo puesto en hacer cada vez más plata, los medios estarán ligados a este objetivo, no dejando mucho margen para “buenas prácticas agrícolas” ni “capitalismo sustentable” alguno. Es decir, estas premisas entran en contradicción con la lógica misma del sistema capitalista: hay que extraer lo más posible y al menor costo posible. En el caso de los desarrollistas el fin está puesto en el ingreso de divisas y la supuesta generación de empleo (que no es tal), a cualquier precio.
¿Es posible una transición ecológica?
Sí, siempre y cuando el fin no sea la acumulación de capital. Los ecosistemas son dinámicos, modificaciones significativas en él como los que devienen de las actividades extractivas, generan todo tipo de cambios en esas dinámicas que pueden ser catastróficos. Por ejemplo, en relación a la agricultura, la introducción de paquetes tecnológicos que incluyen fumigaciones con toneladas de herbicidas, indudablemente traen consecuencias socioambientales que están a la vista en cada lucha de las comunidades por frenar estos avances, pero también traen otras consecuencias, sobre los suelos (estrés hídrico), sobre los polinizadores, etc etc etc. Esta complejidad es pasible de ser estudiada y analizada desde un enfoque integral, dialéctico, superando la barrera por ejemplo de una idea de totalidad indiferenciable (holismo) sin ponderar tendencias contradictorias y las tensiones de cada proceso (léase naturaleza, Tierra, ecosistemas). En este sentido, la estrategia de la agricultura ecológica no consiste en inventar toda una batería de trucos adicionales que permitan más intervenciones en la producción, sino en crear sistemas que requieran una intervención mínima y para eso es necesario un abordaje de los procesos que afectan todas las variables relevantes de ese sistema: no es una postura opuesta a la tecnología, se trata de buscar formas de superar la etapa del uso intensivo de mano de obra y capital y en el uso intensivo del conocimiento y de la ciencia puesta al servicio de una agricultura basada en lo que la humanidad realmente necesita. No se trata de hallar las condiciones para que la producción agroecológica sea rentable, sino de producir en base a las necesidades de la humanidad y del planeta.
|