Editorial |
Desarrollo y medioambiente: las falacias de un debate
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La falsa dicotomía entre el “desarrollo”, el crecimiento y el cuidado del medioambiente. Editorial de El Círculo Rojo, programa de La Izquierda Diario que se emite los jueves de 22 a 24 h por Radio Con Vos, 89.9. |
Link: https://www.laizquierdadiario.com/Desarrollo-y-medioambiente-las-falacias-de-un-debate
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En el último tiempo tuvo y tiene lugar un debate sobre las vías para lograr el crecimiento o el desarrollo en nuestro país y el impacto ambiental que provocan determinadas actividades productivas.
Existen múltiples movimientos o comunidades que se oponen a la megaminería contaminante, al fracking en la industria petrolera o a otras formas de depredación ambiental. Y recientemente la discusión se recalentó por una ley aprobada en la legislatura de Tierra del Fuego que prohibió la salmonicultura en las aguas jurisdiccionales de la provincia. Esto es la industrialización del salmón y sus derivados.
El debate es muy complejo y aunque se intensificó en los últimos tiempos por los graves (y en algunos casos irreversibles daños ambientales que está generando una forma de producción completamente irracional), en realidad, tiene larga data.
Frente a las voces de cierto funcionariado medio del Gobierno que esencialmente dice que lo que necesitamos es que crezca el PBI, que consigamos dólares y todo lo demás es secundario, me pareció interesante la intervención del historiador Ezequiel Adamovsky en un artículo publicado en ElDiarioAr y titulado “Desarrollismo bobo”.
El título es un poco irónico y es en respuesta a varias intervenciones que del otro lado habían hablado de “ambientalismo bobo” para juzgar a quienes se oponen a algunas actividades o a quienes trabajan estos temas desde el punto de vista teórico. Preferiría llamarle “desarrollismo necio”.
Pero, más allá del título me parecieron sugerentes, tanto el ángulo para encarar el debate y algunos argumentos. Dice Adamovsky: “Hace más de cincuenta años que los científicos vienen advirtiendo sobre el calentamiento global y sus efectos y haciendo un cálculo obvio: el mundo no puede continuar por mucho tiempo más a este ritmo de contaminación y de consumo de recursos. Incluso si fuera deseable, es físicamente imposible.”
Contra el argumento que afirma que permitir y desarrollar estas actividades “es necesario para acabar con la pobreza”, recuerda que “los datos muestran otra cosa: como viene sucediendo desde hace décadas, la riqueza se sigue concentrando cada vez más, lo que significa que el crecimiento no está puesto en función de los que menos tienen sino de los que más.”
Pero, el argumento que me pareció más contundente es el que afirma que “hay un modo propiamente capitalista de relacionarse con el medio ambiente que es insostenible: el que permite la apropiación privada de los recursos naturales que pertenecen a todos –sea directamente para comercializarlos o indirectamente al no pagar ningún costo por deteriorarlos– y transfiere a los sectores más bajos las peores consecuencias. Los más ricos utilizan los bienes comunes para su propio enriquecimiento, mientras que los más pobres sufren la estela de contaminación y depredación que dejan a su paso. Hay una relación directa entre la concentración del capital y el deterioro ambiental.”
- El artículo se refiere a un ejemplo de la historia económica argentina (el modo en que se deforestó toda una región para desarrollar las vías del ferrocarril, especialmente los durmientes), pero se pueden encontrar decenas de ejemplos en un país que tuvo muy pocos o casi ningún impedimento para el sobrecultivo, la deforestación, la perforación indiscriminada de los suelos, el uso de agrotóxicos, la megaminería contaminante, el fracking etc. etc. Y sin embargo, ni se avanzó en el desarrollo ni se logró bajar la pobreza sustancialmente.
¿Y esto por qué es así? Por algunas razones muy simples: porque a los monopolios u oligopolios no les interesa ni el medioambiente ni la pobreza; porque los gobiernos han impulsado o han permitido estas prácticas casi sin regulaciones; porque los dólares que eventualmente se van a sus casas matrices o a la fuga (o sus casas matrices vía la fuga); porque los que rescata el Estado fundamentalmente van para pagar la deuda eterna.
Precisamente por esto, crecimiento o expansión no es sinónimo de desarrollo si por desarrollo entendemos un incremento armónico, orgánico de las capacidades productivas en función de las necesidades del país y de las mayorías. Y también teniendo en cuenta la solidaridad intergeneracional: es decir, preocuparse por al planeta que se deja para los que vienen. Claro, acá ya no estamos en el terreno del debate ambiental, estamos en el terreno del debate político-económico que contiene y debe contener la cuestión ambiental. Y además, transformar esto implicaría un cambio radical o revolucionario en el conjunto de la orientación social con una perspectiva anticapitalista.
Ahora, algunas cuestiones básicas se pueden plantear: el derecho a decidir a qué ritmo queremos crecer, qué rubros son prioritarios. Como se pregunta Adamovsky: “¿Es buena idea producir muchos celulares berretas que haya que cambiar al año? Quizás sea mejor producir menos, más durables”. ¿Son necesarias más viviendas?, evidentemente. Y también es un derecho conocer los costos ambientales y decidir en función de ello.
En síntesis: la antinomia crecimiento versus ambiente es falaz. Hoy las decisiones sobre estas cuestiones las toman enteramente los empresarios y los resultados son los que vemos. Tenemos que pelear por el derecho a rediscutir qué destino tendrá el fruto de nuestro trabajo y con los recursos naturales escasos. La cuestión no es si desarrollo o no desarrollo, la cuestión es de quién, a qué costos y, sobre todo, quién decide el presente y el curso del futuro. |
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