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7 de agosto de 2021 Twitter Faceboock

Perfil
La palabra conquistada: Nicole Salvatierra, precandidata a legisladora en CABA.
Rodolfo Amenábar

Formó parte de uno de los episodios de lucha más álgidos del año pasado: la toma de Guernica. Luchó por organizarse, por obtener un lugar donde vivir, por conseguir un trabajo con salario digno. Y sigue luchando, al lado de sus compañerxs, no sólo por su causa sino en todos los conflictos que surgen día a día en la Argentina del Fondo Monetario Internacional.

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Con 15 años dejó atrás su Jujuy natal, a su familia y conocidos, para ir a Buenos Aires buscando un futuro más auspicioso. Ya sabía que allí no había posibilidad de progreso: el trabajo escasea y las oportunidades de estudiar son mínimas. Se instaló junto a tres tías en Lanús, en la zona sur del Conurbano bonaerense, y se dedicó a terminar el secundario. Vivían apretujadas en una casa muy pequeña, por lo que, cuando cumplió 18, buscó alquilar por su cuenta. Sus tías también se fueron, quedaron repartidas en destinos diferentes.

Nicole Salvatierra se enfrentó a la adultez y todos los pormenores que le deparan a quien poco tiene: trabajos en negro, mal pagos, con horarios extenuantes, alquileres a precios altísimos y el costo mismo de la propia supervivencia. Primero se anotó para estudiar una carrera en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, pero no logró cursar siquiera el CBC a causa de las 12 horas que le demandaba su empleo en un cotillón.

A los 20 años fue madre y, junto a su pareja, intentaron sentar cabeza para darle lo mejor a su hija. Él se las rebuscaba como técnico, reparaba celulares, computadoras y electrodomésticos. Ella comenzó a trabajar como empleada doméstica en distintas casas. Sin embargo, el sueño universitario seguía en pie. Un tiempo después se inscribió en enfermería, en la Facultad de Medicina. Y así, como podían, fueron recorriendo ese camino.

Entonces llegó el 2020. En marzo se decretó una cuarentena en todo el país a causa del Covid-19. El gobierno nacional dispuso un decreto que prohibía los despidos y suspensiones, pero fue tan sólo un paliativo para una realidad que ahora se mostraba, más que nunca, en toda su brutalidad. No hubo decreto para los trabajadorxs informales, para quienes el “sueldo” se compone de todo lo que puedan juntar en los numerosos trabajos que realizan. También se prohibieron los desalojos y se congelaron los precios de los alquileres, pero no pagar significaba acumular una deuda que en cualquier momento terminaría por estallar.

Nicole, su pareja y su hija quedaron a la deriva: sin trabajo, sin dinero, por más que la dueña del sitio donde vivían se había comprometido en bajarles un poco el alquiler. Había que tomar una decisión y la más sencilla, pero dolorosa, vino por parte de su madre: volver a Jujuy, a vivir con ella, pero de vuelta apretados en un pequeño hogar alquilado. Ya tenía prácticamente el pasaje en la mano cuando el llamado de una tía lo cambió todo. Ella estaba en Guernica, en una toma de tierras, junto a muchas otras familias. De repente, se encontraron en un terreno descampado con sólo el pasto bajo las suelas y el cielo por encima.

Nunca había estado en una situación parecida, pero inmediatamente se dio cuenta de que todxs quienes estaban allí tenían casi la misma historia que ella. Se trataba de madres solteras, familias sin trabajo, sin techo, nada. Sorprendida, vio que le compartieron materiales para armar su casita, comida y apoyo para instalarse en ese lugar. Eran muy solidarixs entre ellxs y así encontró contención.

No pasó mucho tiempo hasta que apareció la policía a rodear el predio. Se tenían que ir, ordenaban. También comenzaron a acercarse muchas agrupaciones sociales y políticas. Lentamente se iba gestando un tira y afloje. Pero lxs vecinxs no participaban de esas negociaciones. O, más bien, las conducciones de algunas organizaciones -con cercanía al gobierno o con dinámicas un tanto burocráticas- no les dejaban participar. Nicole y su incertidumbre intentaron acercarse a las asambleas, participar de las decisiones que se iban tomando. En ese momento, se percató de cómo funcionaban las cosas. “Vos no podés participar porque no sabés, sos nueva”, le dijeron algunos. Se habían nombrado delegados que ningún vecinx había elegido, que llegaban y les anunciaban lo que pasaría y qué debían hacer. No sería la primera vez en que su voz fuese negada.

Primero fueron cinco, luego reunieron a muchas más. Fue el primer brote de lo que se convertiría en la Comisión de Mujeres de Guernica. Como había situaciones de violencia de género, dictaminaron que allí “nadie le levantaría la mano a nadie”; como había niñxs que habían perdido el contacto con la escuela, al llegar maestras que ya los conocían buscando darles una mano, pusieron en pie la “Escuelita de la Toma”; como había vecinos con enfermedades, levantaron una posta sanitaria; como veían que casi todos les daban la espalda, se erigieron como sujetos políticos.

Más allá de ciertas organizaciones, sí hubo movimientos, partidos y mucha gente que se acercó desinteresadamente a ayudar. Pero eso también fue resultado de la organización: enviaron cartas a los ministerios de Desarrollo Social, de la Mujer -Estela Díaz-, a los gobiernos provincial -Axel Kicillof- y nacional -Alberto Fernández-, y al público en general. Eligieron a sus propios delegadxs, exigieron su derecho a intervenir. Quizás la imagen que resuma parte de sus logros haya sido la de ese pasillo larguísimo de manos que se pasaban, bajo un día de nubes pesadas, los cientos de kilos de donaciones -juntadas en colectas organizadas- que les había llegado por parte de la militancia del PTS en facultades, lugares de trabajo y movilizaciones.

Una vez más, el Estado “se hizo presente”. Pero no de la forma en que esperaban. La policía seguía rodeando el predio, amedrentaba a quienes se acercaban a ayudar, los detenían en comisarías de la zona, les quitaban y rompían las donaciones que llevaban. El Estado provincial realizó un censo. Relevó el número de personas estaban allí, el Ministerio de la Mujer, Género y Diversidad tomó nota de los casos de violencia de género que varias cargaban encima. Fue una puesta en escena: días después cayeron como una balacera las denuncias por usurpación de terreno con los nombres y apellidos que fueron anotados en las planillas.

Nicole recuerda perfectamente el momento en que pudo finalmente tener “voz”. El PTS, junto a varios partidos que integran el FIT-U, hizo un corte en el Obelisco y llamó a lxs vecinxs de Guernica. Ella y una compañera fueron invitadas a tomar el micrófono. Su compañera fue tímida, al igual que Nicole jamás había hablado en público de esa manera. Nicole se animó y contó la lucha que estaban llevando a cabo. Entre aplausos y vitoreos, allí entendió que había encontrado en quienes podía confiar.

Desarrollo Social volvió al predio junto a dos camionetas con comida. Unos días antes había diluviado, el terreno se inundó y muchas cosas se perdieron. Pero el panorama era otro. Lxs vecinxs ya estaban organizadxs y confiados de su propia fuerza. Querían realizar otro censo, pero lxs vecinxs dijeron que no: mucha gente se había ido a trabajar, no se puede hacer un censo así de repente y sin avisar, además de la amarga experiencia pasada con las denuncias. Traían donaciones, pidieron entrar al predio para entregarlas. Lxs vecinxs dijeron que no: que se las dieran a ellxs y ellxs mismxs se encargarían de repartirlas según quien más las necesitase. El Estado tampoco lxs consideraba un interlocutor válido. Se subieron a sus camionetas y, a unos metros, justo para que lo vieran con toda claridad, arrojaron la comida al barro.

Trataban de asfixiarles. La policía no les permitía ir a buscar agua al pueblo que estaba justo al lado, no les dejaba comprar en sus negocios. Esxs vecinxs no les hicieron caso y les llevaron de todas formas su ayuda. Estaban contentos con que por fin hubiese un poblado en ese descampado que juntó yuyales durante años y sólo era escenario para actividades delictivas.

Nada de esto se dijo en los grandes medios de comunicación. Los periodistas llenaron el espacio de las transmisiones televisivas, radiales, de los portales web y periódicos con una narración casi monolítica: Guernica estaba lleno de punteros políticos, lxs vecinxs estaban como rehenes por intereses oscuros que se aprovechaban de su necesidad, organizaciones de izquierda impedían ingresar al Estado. Andrés “el Cuervo” Larroque, Ministro de Desarrollo Social bonaerense y uno de los principales dirigentes de La Cámpora, era entrevistado y contaba con pena que, a pesar de todos sus esfuerzos, los intereses mezquinos de ciertos partidos minoritarios impedían que se resolviese el conflicto. Lxs vecinxs, otra vez, no podían, no debían ser capaces de esbozar la más mínima palabra.

Mientras tanto ellxs, ya organizados en Asamblea, encontraron un medio que sí les tendía una mano: La Izquierda Diario. Les reporteaban, mostraban su situación y también la presencia de esas instituciones estatales que acechaban jugando a tener un rostro amable que podía volverse temible. Tal fue la relación que entablaron con el medio que se terminó instalando una posta permanente con transmisiones en vivo.

El reclamo era muy claro. “Tierra por tierra”, la garantía de que se les otorgase un terreno que estaban dispuestxs a pagar en el que pudieran construir sus propias viviendas. Con el paso de los días y las semanas, el clima se volvía más hostil. La campaña mediática, las acciones estatales, la policía merodeando, las amenazas de desalojo que se encarnaban en el nombre mismísimo del diablo que podía desencadenarse si no cedían: Sergio Berni.
Los días anteriores al desalojo fueron intensos. Las noches, en especial. Un helicóptero de la policía aparecía alrededor de las cuatro de la mañana, todas las madrugadas, con un foco enceguecedor que apuntaba hacia las casillas y un vuelo rasante que levantaba avalanchas de polvo. Nicole vio cómo lxs niñxs se despertaban en llanto y hasta una vecina terminó teniendo ataques de pánico recurrentes. “Si no se van, Larroque se corre y entra Berni”, amenazaban.

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El desalojo estaba ya dictado desde hace mucho por el juez de Garantías de Cañuelas, Martín Rizzo. Entre idas y vueltas, se dictaminó una fecha: el 30 de agosto. Fue otra mentira más. El 29 por la mañana, dirigidos por un castrense Sergio Berni, más de cuatro mil policías ingresaron al predio. Dispararon a mansalva, quemaron casillas con comida, arrancaron a la gente del lugar como a la maleza de un jardín. Con esa escena casi cinematográfica de fondo, el fiscal de la causa, Juan Cruz Condomí Alcorta, se sacó una selfie sonriendo satisfecho.
Los terrenos, por lo tanto, fueron “recuperados” por la policía para la empresa El Bellaco S.A., que los había adquirido de manera sospechosa durante los últimos años de la dictadura y planeaba construir un country de lujo en ese lugar. Lxs vecinxs de Guernica, por su parte, fueron abandonados a su suerte. Muchxs quedaron en la calle. Nicole, su hija y su pareja volvieron a la casa alquilada en Lanús.

De todas formas, la experiencia vivida no había sido en vano. Con mucho esfuerzo, lograron mantenerse organizados luego del desalojo y la represión. Se reunían todas las semanas en la plaza frente a la Municipalidad de Presidente Perón. Aún así, desde el Ministerio de Desarrollo Social, frente a sus demandas, sólo respondían “no hay nada para ustedes”.

Fueron más allá y cortaron el Puente Pueyrredón, rodeados de la militancia que ya les venía apoyando y la policía que ya les venía apuntando con las escopetas. Tras horas de tensión, bajó el mensaje esperado: “Larroque los quiere recibir”. Así, por fin, se armó una mesa de trabajo y consiguieron que se firmara un acta por vecinx, en la que consta que en el término de 180 días debería entregársele un lote -a pagar- donde contruir su vivienda. El plazo ya se cumplió y los lotes no fueron entregados, pero las discusiones semanales en la mesa de trabajo se siguen realizando.

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La crisis económica, la pandemia, la voluntad de lucro infinito de los empresarios y sus representantes ponen de relieve, más que nunca, las desigualdades estructurales de un capitalismo en decadencia que no duda en devorar espíritus para seguir con vida. Nicole aclara que su reclamo ya no es solamente por “tierra para vivir”, sino que también pelean por un trabajo con salario digno: “sin salario no hay vivienda, sin vivienda no hay ni salud ni educación”, es una de las frases que suele reiterar. Por eso la Asamblea se moviliza al lado de todas las luchas que se van encendiendo en el Área Metropolitana de Buenos Aires, ya sean los tercerizados del ferrocarril, los de Edesur, la Red de Trabajadorxs Precarizadxs u otras tomas, como la de Rafael Castillo y la de La Containera en la Villa 31.

Y ahora, de cara a las elecciones legislativas, Nicole Salvatierra fue elegida por sus compañerxs para formar parte de la lista de precandidatxs a legisladorxs por la Ciudad Autónoma de Buenos Aires por la lista del Frente de Izquierda Unidad. “Nos dimos cuenta que sí podemos tener voz. Y creo que todxs quienes se encuentran en lucha en este momento debemos unirnos, porque somos de una misma clase social, porque el enemigo es uno solo y tiene nombre y apellido. Ningún gobierno va a defendernos, somos nosotros y nosotras quienes tenemos que luchar por nuestros derechos”.

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