Me acabo de enterar de que se nos fue el maestro Finzi. Todavía estaba llorando cuando me pidieron que escriba. No puedo escribir una noticia. Necesito la primera persona, porque no puedo tomar distancia, porque la muerte siempre duele, pero duele más cuando se lleva a alguien que te enseñó tanto.
Debo confesar: me sentí bastante indigna cuando me pidieron escribir estas líneas. Luego recapacité, porque aunque no tenga la mejor pluma, el maestro se merece todos los homenajes posibles, y por supuesto, estas líneas en La Izquierda Diario. Porque, como dijo otra profesora muy querida, Griselda Fanese: “Nadie mejor que vos para hacerla. Él te hubiera elegido. No has sido solo estudiante. Has sido, sos, una luchadora entregada a una causa”. Es que Finzi era así, no solo un profesor, sino un defensor de las causas justas.
La última vez que lo vi fue en un curso de posgrado, antes de que se jubile. Quise participar, porque para mí era un privilegio aprender del único, que yo sepa, que daba seminarios de posgrado gratuitos en la Facultad de Humanidades del Comahue. Me acuerdo que cuando me vio entrar se puso contento de verme, me preguntó qué era de mi vida. El gusto fue mío, siempre mío.
Numerosas son las anécdotas que se pueden contar de él. Que fue premio Konex, reconocido y traducido internacionalmente por sus obras teatrales y libros de teoría. Que, por otro lado, nunca dejó la Universidad pública, siempre la defendió, siempre elevó a sus estudiantes con la calidad y la calidez de sus clases. Por ahí era un poco mañoso, pero siempre tenía su costado de niño, su lado amoroso. Literalmente, lo recuerdo hablando de amor, amor en la literatura, los amores universitarios, amor por los libros. Como cuando nos contaba que él robaba libros en un saco enorme con bolsillos que tenía.
Pero sobre todo, por lo que yo lo llamo maestro, más que profesor, es por enseñarme cómo la literatura puede y debe estar del lado del pueblo. Finzi escribió obras como Tosco, Mascaró y Fuentealba: clase abierta. Supo defender las gestiones obreras, supo llevar a Shakespeare al anfiteatro que mandó a tapar el entonces intendente Pechi Quiroga en Neuquén.
Finzi, mi maestro pintoresco, el del maletín, el de jean, pipa y caminar particular. El amoroso y defensor de causas justas. El que me recibió en sus clases, en la cursada y en la recursada, y en la otra recursada, y leyó mis trabajos, y preparó clases para el recuerdo y dejó que lo grabara. El que me presentó a Guillermito Shakespeare y a Guillermito Tell hasta los sábados por la mañana y me hizo apasionar por el Romanticismo alemán. El que sabía que yo militaba, el que se ponía contento con eso. Al que le quedé debiendo una entrevista para este diario.
Quiero terminar este pequeño homenaje citando a Hamlet, un fragmento que Finzi utilizó como epígrafe de la obra Hamlet en el anfiteatro:
Si alguna vez hubo un lugar para mí en tu corazón,
renuncia a ese reposo que ahora ansías
y vive, vive, respirando la amargura del mundo alrededor
para que puedas contar mi historia.
Hamlet, Acto V, Escena 2, de William Shakespeare
Dale, maestro Finzi, acá nos quedamos viviendo para contar tu historia y para seguir escribiendo y defendiendo causas como vos nos enseñaste. |