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24 de agosto de 2021 Twitter Faceboock

Aniversario
El Brasil de Getúlio Vargas
Liliana O. Calo | @LilianaOgCa

El 24 de agosto de 1954 ponía fin a su vida el presidente Getúlio Vargas en el Palacio de Catete, en Río de Janeiro, una de las figuras más influyentes en la historia política de Brasil.

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El salto al primer plano de la política lo dio al frente de la llamada Revolución del ‘30, un quiebre político entre lo “viejo y lo nuevo” en la historia del capitalismo brasilero. Su éxito fue un puente hacia su primer gobierno entre 1930 y 1945, años en los que el conflicto bélico mundial concentraba los esfuerzos de las potencias imperialistas y Estados Unidos se preparaba para ocupar el lugar de la declinante Inglaterra en el que siempre consideró su “patio trasero”. Los fenómenos políticos nacionalistas como el cardenismo mexicano, el peronismo y el varguismo en los tres grandes países latinoamericanos no pueden entenderse por fuera de ese escenario internacional.
Todo cambiaría con el fin de la contienda, cuando Estados Unidos victorioso en una dinámica intervencionista retorna al continente iniciando la cuenta regresiva de los nacionalismos latinoamericanos, que en el caso de Vargas adoptó la forma de un trágico final. Sin agotar las posibilidades de su análisis histórico, ¿cuál fue el significado político de la era Vargas, clave en la historia brasilera reciente?

Algo más que un golpe, algo menos que una revolución

El que iba a ser presidente del Brasil nació en São Borja, un pequeño pueblo del Estado de Rio Grande do Sul, donde inició su carrera militar y dio sus primeros pasos en política en el Partido Republicano, siendo electo diputado estadual en 1909 y 1921. Dos años después fue diputado federal y completó su ascenso en 1926 al ser designado Ministro de Hacienda del gobierno de Washington Luis y en 1928 gobernador de su estado natal.

El crack del ‘29 afectó duramente a las economías latinoamericanas, conmoviendo los regímenes políticos en la enorme mayoría de estos países. En Brasil golpeó a los sectores exportadores (el café representaba casi el 70%), en un momento en el que se habían sentado las bases de un crecimiento industrial inicial, dependiente del capital extranjero, acompañado por la emergencia de nuevos actores urbanos (sectores medios y el proletariado) que junto al agravamiento de las disputas entre un sector de militares, el llamado movimiento tenentista, [1] aliado a las emergentes oligarquías estaduales erosionaban la legitimidad de la llamada República Velha (1889/1930). ¿En qué consistía la República Velha? Fue el régimen impuesto por la burguesía cafetera de San Pablo sobre el resto de los estados en acuerdo con las elites locales, [2] por el cual el gobierno federal estaba a cargo de un representante del sector exportador dominante (núcleo paulista) y de Minas Gerais (cafetero y ganadero), en un juego de alternancia conocido como la política del café com leite, instaurado en el Pacto de Ouro Fino en 1913.

El detonante del golpe fue el intento del entonces presidente Washington Luis de alterar dicho acuerdo para mantener a San Pablo en el poder y asegurar una política económica y financiera favorable a la caficultura. Para enfrentar la maniobra se constituyó la llamada Alianza Liberal encabezada por Getúlio Vargas, con base política en las oligarquías del norte, del centro y del sur y sectores disidentes de San Pablo. Las elecciones se llevaron a cabo con resultados sospechados de fraude y ante la derrota electoral de la fórmula Vargas-Pessoa, se puso en marcha el golpe en Minas, Rio Grande do Sul y Paraiba, que triunfó embanderado en la defensa de la autonomía estadual, los derechos políticos y aspiraciones de sectores medios y aspectos de la llamada “cuestión social”, en alusión a las demandas de un proletariado urbano con fuerte tradición de lucha desde las primeras décadas del siglo.

Getúlio Vargas con líderes de la "Revolución de 1930", luego de la destitución de Washington Luís.

El golpe pasó a la historia como la “Revolución de 1930”, un movimiento político militar que, como definiera Ricardo Antunes, fue “algo más que un golpe y algo menos que una revolución (burguesa)”, un reordenamiento realizado “por lo alto”, sin participación de las clases populares, que llevó a Vargas al poder al frente de una coalición de las burguesías no exportadoras, que disputaban a la fracción de la burguesía paulista el ejercicio y control excluyente del Estado nacional, imponiendo un régimen a mitad de camino entre la tendencia a la centralización del gobierno, necesaria para una política de modernización capitalista, y la forma federativa hasta entonces garantía de la unidad política del país. Una solución provisoria ante la incapacidad de la burguesía de promover un verdadero proceso de industrialización y democratización del poder político, pues como analizaban los trotskistas de la época “el imperialismo no le concede tiempo para respirar y el fantasma de la lucha de clase proletaria le saca el placer de una digestión calma y feliz”, [3] resolviendo esta debilidad “subordinando la sociedad al poder ejecutivo”, a un gobierno fuerte y con mayor protagonismo de las Fuerzas Armadas en la escena política. Vargas avanzó en ese sentido al frente del llamado Gobierno Provisorio, al dejar sin efecto el Congreso nacional y la Constitución y la intervención a los estados (a través de muchos ex tenentistas). Serían los primeros pasos del fenómeno varguista.

El Estado Novo

Solo dos años más tarde, en 1932, estallaba la llamada “revolución constitucionalista” encabezada por la burguesía paulista que no se resignaba a entregar el gobierno, exigía una nueva constitución con un programa restauracionista del viejo régimen, radicalizando su enfrentamiento hasta el alzamiento militar, en un esbozo de guerra civil en todo el país. Después de casi cuatro meses de conflicto Vargas logró derrotar militar y políticamente al núcleo de la clase dominante del país, y emprendió un camino que le permitiera asentar su gobierno. La constitución promulgada en 1934 apuntaba en ese sentido y fue la misma constituyente la que lo nombró nuevo presidente.

A fines de 1935 en un contexto de ascenso de la lucha de clases y caos financiero del país, el aplastamiento del levantamiento militar de la Alianza Nacional Libertadora (ANL), impulsada por el Partido Comunista Brasilero (PCB), [4] contra el gobierno fue utilizado por Vargas para declarar el estado de sitio y desencadenar una feroz represión contra el movimiento obrero, con miles de detenciones y persecución de sus organizaciones políticas, agitando el fantasma del comunismo.

La burguesía reconoce en Vargas al hombre capaz de imponer el orden para la normalización del país burgués y se arroja a los brazos de su “Bonaparte”. Poco meses después, a finales de 1937, se dio un nuevo golpe, ahora contra las emergentes fuerzas semi-fascistas locales, los Integralistas, [5] pero incorporando sus ideas y manteniendo importante influencia alemana e italiana sobre el gobierno de Vargas. Se establece una nueva constitución, bajo un modelo político corporativista y de férrea persecución política y sindical a la izquierda. Es la hora del llamado Estado Novo, un régimen de carácter bonapartista sui generis, como los define Trotsky para los países coloniales y semicoloniales, [6] de derecha respaldado en el imperialismo norteamericano. Adopta una orientación de intervención directa del Estado en el terreno económico, creando las condiciones para un proceso de industrialización relativa, sin alterar la estructura agraria del país, buscando imponer un mayor equilibrio entre la burguesía y los terratenientes y el proletariado.

Para afianzar este proyecto burgués Vargas buscó por todos los medios abortar cualquier posibilidad de organización independiente del proletariado. Mientras mantuvo un régimen represivo contra la vanguardia obrera, le otorgó “ciudadanía política” reconociendo parte de las demandas de la clase obrera movilizada desde mitad del siglo XX. El gobierno desde 1931 ya había dado forma a un sindicalismo de carácter oficial por el que se habilitaban solo aquellos sindicatos reconocidos por el Ministerio de Trabajo y estableció la unicidad sindical, transformando los sindicatos de organizaciones militantes en organizaciones atadas al control directo del Estado; se reconocían derechos elementales como el salario mínimo y la jornada de ocho horas, jubilación, protección al trabajo de las mujeres; medidas de “amparo” al trabajador brasilero que obligaba a las empresas a dotar de personal nativo (evitando la influencia de ideas anarquistas y socialistas).

Vargas declara la guerra a Alemania

Así como se había transformado desde la década del ‘30 en el mejor “intérprete de los grupos en pugna”, al calor de la Segunda Guerra Mundial Vargas se proyectó como defensor de los intereses nacionales utilizando las disputas entre las potencias para posicionar al país en el mercado mundial. Aprovechando a su favor la rivalidad entre Estados Unidos y Alemania, el gobierno realizó un viraje adoptando gestos de corte nacionalista en el que el apoyo de la clase obrera era crucial. Basta ver la consagración de la Consolidación de las Leyes del Trabajo (CLT, 1943), como su momento de síntesis, la institucionalización de las leyes laborales del Estado Novo de corte autoritario, por las que “concede” una serie de medidas de carácter social. Es el momentum del “padre de los pobres”. En estas medidas, explicaba Vargas “no hay ningún indicio de hostilidad al capital”, por el contrario, “el mejor medio de garantizar está, justamente, en transformar al proletariado en una fuerza orgánica de cooperación con el Estado, y no dejarlo, por abandono de la ley, a la acción disolvente de elementos perturbadores.”

Ante cierto juego ambiguo con el Eje, Estados Unidos presionaba a Vargas por el alineamiento con los Aliados. No era la primera vez ya que el gobierno de Vargas no encontró en los funcionarios norteamericanos la misma avenencia que supo recibir la presidencia de Washington Luis en 1930. Son los objetivos geopolíticos del imperialismo los que hacen posible que acceda en 1941 al financiamiento de la empresa estatal Companhia Siderúrgica Nacional, en Volta Redonda, convertida en el mayor complejo de América Latina a cambio del establecimiento de bases militares y otorgando apoyo logístico y equipamiento militar. Finalmente en agosto de 1942 Vargas declaraba la guerra a Alemania.

Enero de 1943, Franklin Roosevelt, presidente de EEUU, y Vargas en Brasil.

Alentados por el desenlace que anunciaba el fin de la guerra, gana terreno la oposición de liberales, sectores de la tradicional oligarquía y el PCB exigiendo la normalización democrática del país. Para comienzos de 1945, anticipándose al agotamiento del Estado Novo, Vargas convocó a elecciones, decretaba una amnistía, la liberación de los presos políticos y la legalización de los partidos. Se constituyó la conservadora Unión Democrática Nacional (UDN), el Partido Social Democrático (PSD) y el Partido Trabalhista Brasileiro (PTB), estos últimos artilugios varguistas que ante el fracaso de constituir un solo partido, como se dio bajo el peronismo, da forma a dos partidos pro-getulistas: el PSD agrupando a interventores, gobernadores, burgueses y funcionarios del Estado Novo y el segundo, integrado por sindicalistas y funcionarios del Ministerio de Trabajo, contra la influencia en aumento del PCB [7] en el movimiento obrero.

Comenzaba la llamada Guerra Fría y Estados Unidos intentaba reordenar su hegemonía en el continente con una política agresiva contra cualquier asalto de sus rivales o tentativa nacionalista. Una serie de medidas oficiales (como la llamada ley antitrust “Ley Malaia”) y la enorme simpatía y respaldo popular que ganaba el movimiento queremista (Queremos a Getúlio), fueron suficientes para empujar a los sectores de la burguesía y los liberales vinculados al capital norteamericano por su derrocamiento, amenazando con un golpe que colocaría a la UDN en el poder. Por su parte, la cúpula militar del Estado Novo encabezada por el General Dutra (PSD), antes ungido por el propio Getúlio, exige su renuncia. Ante la amenaza de golpe y la intervención militar, en octubre de 1945 sin convocar a la movilización en su defensa ni oponer resistencia, Vargas era depuesto por un movimiento militar interno de su gobierno.

Su autoexilio forzado no duraría mucho tiempo, cinco años después (1950) volvió a la presidencia, esta vez en “brazos del pueblo”, por el voto popular. La política exterior respetó en lo estrictamente político-militar los compromisos con Estados Unidos mientras que en el ámbito económico presentó algunas disputas: la creación del Banco Nacional de Desarrollo y especialmente el intento de imponer límites a la remisión de lucros de las grandes corporaciones extranjeras y la creación de Petrobras, lanzando una campaña movilizadora (“El petróleo es nuestro”), que instituía el monopolio estatal de este recurso estratégico.

Getúlio Vargas con una de las manos sucias de petróleo durante una visita presidencial a uno de los pozos en Candeias (Bahía). La foto se convirtió en uno de los símbolos de la campaña “El petróleo es nuestro”.

Por ese rumbo, los días del varguismo estaban contados. Los días de “negociaciones” con el imperialismo yanqui eran definitivamente cosa del pasado. Al aumento de las tensiones políticas y sociales que el gobierno parecía no controlar, se sumó la oposición del Ejército y del establishment brasilero, inclinando la balanza de todo el régimen a favor de su renuncia. La campaña contra el presidente tomó definitivamente la forma de una conspiración, dando lugar a una crisis que conduciría al que había sido “el padre de los pobres” al suicidio. Un final trágico que postergó la agenda golpista y dio a la liturgia de quien fuera un gran constructor de la dominación burguesa en Brasil larga sobrevida.

 
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