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27 de agosto de 2021 Twitter Faceboock

Aniversario
Titanes en el ring de la vida: 30 años sin Martín Karadagián
Augusto Dorado | @AugustoDorado

Falleció un 27 de agosto de 1991. Creador de un universo de personajes inolvidables que marcó a generaciones de chicos y chicas entre las décadas del 60 y de los 80.

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Este viernes se están cumpliendo 30 años de la muerte de Martín Karadagián, un nombre que para quienes fuimos chicos entre las décadas de los 60 y los ´80 dice muchísimo: porque fue el creador de un mundo de fantasía del que fuimos parte como público. El mundo de Titanes en el Ring, un show de una especie de lucha libre que se caracterizaba por sus personajes y las historias detrás de cada uno de ellos.

Escuchá el homenaje a Titanes y Karadagián en El Círculo Rojo (el programa radial de La Izquierda Diario que se emite los jueves de 22 a 24 hs por Radio Con Vos, FM 89.9)

Karadagián nació un 30 de abril de 1922. De padre armenio y madre española, vivía en San Telmo y trabajaba desde muy chico. Era bastante petiso (medía 1,65) y desarrolló su físico macizo cargando reses en una carnicería del barrio de Constitución. Era un tipo aventurero, de espíritu comerciante o de pequeño empresario y por eso no se sabe hasta qué punto sus orígenes como luchador eran o no fantasía. Karadagián contaba que a los 12 años había ganado un campeonato mundial juvenil en Inglaterra y que “la reina Isabel le entregó la medalla”, pero las cuentas no cierran: en 1934 no solamente Isabel II no era reina, sino que apenas tenía 8 años. Algunos biógrafos y personas que lo conocieron desde niño aseguran que Karadagián se hizo aficionado a la lucha grecorromana, que practicaba en la Asociación Cristiana de Jóvenes, y que ganó varios certámenes en Paraguay y Brasil siendo muy joven, trayectoria que sí resulta más verídica.

En los años ´40 estaba de moda en Buenos Aires un estilo de lucha conocido como cachacascán, que era la porteñización de “Catch as Catch can”, (algo así como “agarralo como puedas” en inglés), un estilo que practicaban muchos inmigrantes de Europa Oriental en la capital de Argentina. Era tanto furor que el Luna Park agotaba entradas 3 veces por semana para este tipo de luchas y la gran figura de estos eventos era un ucraniano gigante conocido como “El Hombre Montaña”.

Un comerciante albanés que siempre andaba por la carnicería de Constitución le vio condiciones a Martín Karadagián, quien además soñaba con participar de aquellas luchas. El albanés lo llevó a visitar al famoso Hombre Montaña. Al principio no le cerraba incorporarlo porque Karadagián era muy bajito de estatura. Pero compensaba con histrionismo ese déficit y Montaña aceptó.

Karadagián se fue perfilando como un luchador “malo”: peleaba sucio, provocaba a sus rivales, molestaba al público (recuerdan que tiraba sillas a un sector de público que estaba preparado para la agresión ficticia, pero todo el público “compraba” la escena y se lo creía). Cuenta la leyenda que en una lucha en que lo molestaba una polilla, Martín Karadagián escupió para sacársela de encima, con tal mala suerte que escupió sin querer a Tita Merello, la más famosa actriz y cantante de la época: en aquellas peleas estaban presentes en primera fila todas las estrellas del momento. Quienes recuerdan aseguran que Tita Merello pensó que el luchador lo hizo a propósito y dijo “¡Este turco maldito amaestró una polilla!”. Acá podemos señalar otra cuestión muy importante de la figura de Karadagián: en la Buenos Aires de los años ´40 así como a los españoles se les “gallegos” y “tanos” a los italianos, a la colectividad armenia se le decía “los turcos”. Era algo muy doloroso porque el pueblo armenio sufrió un genocidio brutal por parte del Imperio Otomano y el ejército turco en 1915. Cuando Karadagián comenzó a ser paulatinamente cada vez más famoso, logró a visibilizar al pueblo armenio en Argentina.

¿Cómo se hizo famoso? En 1961 el ídolo de chicos y chicas en la recién nacida televisión era el Capitán Piluso, personaje interpretado por Alberto Olmedo, a quien se le ocurrió organizar una pelea en el Luna Park y eligió al malísimo Martín Karadagián. Se paralizó el país, fue un furor total. De esa experiencia, el armenio vio la necesidad de montar su propia “troupe”, su grupo. Y al año siguiente convenció a las autoridades de Canal 9 para emitir el famoso Titanes en el Ring. Durante 25 años fue uno de los programas más vistos de la televisión argentina, desfilando en horarios centrales por las pantallas del 9, el 11 y el 13, en épocas en que solamente existían 4 canales abiertos de aire.

Para fines de los años 60 y principios de los 70, llovían las quejas de la gente mayor: los chicos imitaban las peleas en el colegio, se daban porrazos, rompían los elásticos de las camas en sus casas y por eso fue que, por sugerencia del relator de las peleas, el locutor Rodolfo Di Sarli, se empezó a incorporar personajes históricos en Titanes (Genghis Kahn, Julio César, el pastor David) para convencer de que el programa también tenía un “componente educativo”. También por eso quedó patentada la famosa frase de Di Sarli, en su esfuerzo por evitar que los padres les prohíban el programa a sus hijos: “Chicos, no hagan esto en sus casas”.

En 1973 nació Paulina, la única hija de Karadagián, momento en que decidió transformarse en personaje bueno porque no quería dejarle mala imagen a su primogénita. En la vida real, al frente de su troupe de Titanes, no era ni tan bueno ni tan malo. O era ambas cosas de a ratos. Había grises, lógicamente. Contradictorio, podía pasar de organizar luchas para recaudar fondos para ayudar al Patronato de la Infancia (un famoso orfanato de su barrio de San Telmo) a retacearle ganancias a sus luchadores, que se dividen entre quienes lo defienden incondicionalmente y quienes critican este aspecto del titán. Pero hay unanimidad en reivindicar su olfato para sostener el show y su ingenio para renovarse.

Patentó su famosa toma, el cortito, y personajes inolvidables, empezando por la Momia, el Caballero Rojo, Rubén Peucelle (el inchequeable “campeón argentino” que nadie se animaría a cuestionar) y el árbitro malísimo William Boo. En sus primeras épocas también Joe Galera (su “secretario personal”), Tufic Memet o Pepino el Payaso (uno de los más queridos); en las últimas versiones los novedosos Androides (el primero luego secundado por el de plata y el de oro), el Hombre Vegetal (inclasificable ser surgido de los pantanos de los lagos de… ¡Palermo!), el Diábolo y el Ejecutivo (precursor del uso de telefonía celular y de la precarización laboral, a juzgar por cómo emitía órdenes a su secretaria). Karadagián era una máquina de inventar personajes, muchas veces de sucesos fortuitos como ver del lado del revés el disfraz de la Momia blanca que colgaba tendido luego de ser lavado: como del lado de adentro era negro, se le ocurrió usarlo al revés para darle vida a la Momia negra, que encima “llegó desde Egipto al Puerto de Buenos Aires” ante la mirada absorta de cientos de miles de niños y niñas que seguimos ese evento por la tele. Aún más de casualidad nació otro personaje cuando pasó un tipo con hielo para asistir a un luchador golpeado: Karadagián vio la reacción de intriga y sorpresa del público y le pidió al hombre que volviera a pasar; cuando corroboró que el efecto era el mismo, en todos los programas estuvo presente el misterioso El hombre de la barra de hielo, que no hacía otra que pasar, para que todo el público piense “Es un misterio”.

Otros misterios se desarrollaban como mitos alrededor de la vida de los hombres que interpretaban a los personajes enmascarados: durante muchos años se creyó que el Caballero Rojo era Norberto Imbelloni, un dirigente peronista de extracción sindical (metalúrgico de la fábrica SIAM) que estuvo implicado en el asesinato de militantes obreros de base que Rodolfo Walsh denunció en forma de novela en el magistral ¿Quién Mató a Rosendo?. Pero desde la troupe siempre se encargaron de desmentir que esto fuera cierto. También un tal Oscar Demeli tuvo sus 15 minutos de fama en el programa de Mauro Viale asegurando que él era la Momia Blanca y que hasta creó el personaje, versión algo dudosa. Y según el libro Monte Chingolo: La mayor batalla de la guerrilla argentina de Gustavo Plis-Sterenberg, hubo luchadores como el Superpibe y Pepino el Payaso que simpatizaban con el ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo) y colaboraban en asistencia a chicos en las villas junto a aquella organización.

El universo de Titanes en el Ring incluía figuritas, muñequitos, golosinas (el insólito gofio de Titanes, menores de 50 años por favor googlear el término) y de esa hiperdesarrollada y pionera veta comercial también surgían personajes-marca con sponsors, como el astronauta Yolanka (marca de Yogur) o el simpático e indefinible Dink C (marca de jugos en polvo).

Un 27 de agosto de 1991 falleció Martín Karadagián. En 1984 había tenido un pico de diabetes y sufrió la amputación de una pierna, lo que le impidió continuar su carrera como luchador. Pero hasta su último día siguió sobre el ring con su mundo de fantasía, ese que actualmente su hija Paulina está relanzando en versión modernizada: para este siglo XXI busca pantalla con luchadoras mujeres y personajes LGTB. Es probable que pronto tenga aire en algún canal abierto.

Nunca sabremos si realmente Karadagián fue campeón del mundo. Pero en algo fue campeón indiscutido: en vendernos una ilusión que todavía 30 años después recordamos con cariño.

 
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