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La Izquierda Diario
3 de septiembre de 2021 Twitter Faceboock

El Círculo Rojo
Si Gilda viviera, ¿sería feminista?
Celeste Murillo | @rompe_teclas

Un nuevo aniversario de la muerte de Gilda es una oportunidad para pensar sus letras, su lugar y el de las mujeres en uno de los géneros musicales más populares. Columna de Cultura en El Círculo Rojo, programa de La Izquierda Diario los jueves de 22 a 24 por Radio Con Vos FM 89.9.

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El 7 de septiembre de 1996, después de un show en vivo, Gilda se subió a un micro rumbo a Chajarí (Entre Ríos) y murió en un choque en la ruta.

Gilda ya era conocida y tenía fans, pero no era tan famosa como otras cantantes de cumbia. Ya había firmado un contrato con una compañía discográfica importante y salía en la televisión.

Un año después de su muerte, los noticieros mostraron imágenes de un homenaje de sus fans en Plaza Once (el primero registrado), se hablaba de sus poderes curativos, de que era Santa, Gilda había muerto pero nacía el mito.

A Gilda la conocemos sobre todo por las narrativas que existen sobre su vida. Hay libros, documentales, papers académicos, películas.

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Muchos sectores políticos tienen lecturas sobre Gilda (así como sobre la cumbia en general), intentan capitalizarlo, como una forma de llegar a “lo popular” o se lo apropian de forma burlona, como Cambiemos bailando y cantando “No me arrepiento de este amor” en la Casa Rosada.

Miriam y Gilda

Cuando nació el 11 de octubre de 1961 se llamaba Miriam Bianchi, le decían “Shyll” con SH, el nombre que querían ponerle sus papás pero no aceptó el registro civil. Creció entre Lugano y Villa Devoto y se recibió de maestra jardinera para ayudar en su casa, su sueño era ser pediatra.

Siempre le gustó la música, pero la abandonó cuando se casó y se dedicó a su familia. Sobre ese momento, el escritor Martín Kohan sugiere un paralelismo en su reseña sobre la película Gilda. Gilda es como Madame Bovary (el libro de Gustave Flaubert): una mujer casada no especialmente infeliz pero sin pasión y, así como Madame Bovary encuentra pasión en el romance, ella la encuentra en la música. Dice: “Miriam hace renacer a la artista que soñó ser en el pasado”. Así se escapa de la vida que parecía perfecta pero que no la satisfacía y nace Gilda.

Sobre su “descubrimiento” hay varias versiones pero muchas coinciden en el encuentro con el productor Toti Giménez, que la iba a acompañar toda su carrera. Cuando tiene que mostrar su voz elige “Solo Dios sabe” de Charly García y "Paisaje" de Franco Simone (dos referencias que parecen lejanas a la cumbia).

Gilda no se parecía a las cantantes de cumbia en ese momento, estamos a comienzos de los ‘90. La cumbia había explotado en los ‘80 como un género popular, casi todos los cantantes eran de origen popular y la mayoría eran varones.

Gilda tiene dos características no elegidas que la distinguen: viene de la clase media y es mujer. Además no es una chica que pueda consumirse como objeto sexual. No la enaltece pero no tenía lugar en una industria que ya tenía una imagen de las mujeres (Lía Crucet o Gladys son las artistas que están triunfando).

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Canta como Gilda

A esto se suma un elemento clave: su música sonaba diferente. Más cerca de la canción romántica, la balada, no era fiesta, no era sexy. Toti Gimenez decía que “sonaba latinoamericana”. El productor de cumbia Cholo Laya graba el primer disco De corazón a corazón en 1992. Laya la bautizó Gilda porque el nombre que ella usaba (Shyll) no lo entendía nadie.

Le decían “canta bien” pero no vende porque no es tan linda, ni tan tetona ni particularmente sexy. Encuentra un lugar con sus canciones (las propias y los cover), como “La puerta” que la ubica entre las canciones más escuchadas.

Gilda canta sobre el amor y atrae a las mujeres desde otro lugar, que no es “seguir al cantante lindo”, muchas chicas se identifican y son gran parte de su primer público. La escuchan cantar: “Quién te dijo que mi puerta tiene que estar siempre abierta”.

El historiador de música popular argentina Sergio Pujol dice: “La de Gilda es una voz femenina más o menos autónoma en un mercado donde reina el insulto sexista”. Son los ‘90, no hay movimiento ni debate feminista en Argentina y Gilda canta sobre el amor, que muchas veces es el desamor, la ruptura, pero no elige el desgarro ni el drama de “la pobre mujer”.

Está cantando sobre el amor, que muchas veces es cantar sobre el desamor, la ruptura, no elige el desgarro ni el drama o sí, pero coexiste con seguir viviendo.

El amor de Gilda

Cómo hubiéramos escuchado a Gilda hoy, una mujer cantando sobre el desamor, dolida pero decidida. Y pensaba en las reversiones “feministas” que hace la cantante mexicana Julieta Venegas de las canciones que llaman “despechadas” (clásico música popular mexicana). Le agrega una convicción, que no borra el dolor, lo acompaña.

Ella canta “Sé muy bien la belleza que fuimos. Pero tú no supiste quererme así que yo me voy a querer”. Suena parecido a “Fuiste mi vida, fuiste mi pasión, fuiste mi sueño, mi mejor canción, todo eso fuiste pero perdiste”. Duele, pero no es el fin del mundo, sufrimos pero no es para quedarnos sentadas y llorar. Le vuelvo a tomar prestado a Pujol, que dice que Gilda canta desde un “yo lleno de dignidad”, que sobresale entre la cosificación de lo femenino.

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La última canción que escribió Gilda fue “No es mi despedida”, que alimenta el mito alrededor de su muerte y la devoción de su público. Sergio Pujol, historiador de la música popular argentina, dijo que “Gilda empezó grande y murió joven”, y que aunque se transformó en un mito, “el lugar se lo ganó con creces y lo sostuvo con sus canciones”.

 
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