Es muy conocida la lectura que hacían Marx y Engels sobre la importancia de la circunnavegación de la tierra y la colonización de América, cuando las actividades comerciales y la extracción de metales preciosos fortalecieron a la joven burguesía europea, una clase social que estaba echando por tierra al viejo régimen feudal.
Sin embargo, la independencia de las 13 colonias norteamericanas en 1776 y la revolución francesa de 1789, condujeron a un cambio de época en la relación de fuerzas entre la burguesía liberal y el aparato político absolutista de la nobleza. En el caso de España, éste se encontraba en crisis como consecuencia de la guerra de los siete años (1756-1763), a partir de la cual los nobles españoles perdieron estrepitosamente su hegemonía sobre los mares y territorios, mientras sus homólogos ingleses se coronaban como potencia marítima e industrial.
Los costos de las guerras y las crisis económicas que sucedieron a finales del siglo XVIII fueron descargados sobre las colonias en la América española a través de las reformas borbónicas. La respuesta no se hizo esperar. Además, la revolución francesa y su modelo de división de poderes y democracia republicana (burguesa) atrajo a las “clases medias” ilustradas americanas. Desde Miguel Hidalgo hasta Simón Bolívar y San Martín, la lucha por una América libre estaba por comenzar.
Independencia de México, lucha de clases y guerra civil
Las revueltas, el descontento y enorme desigualdad social entre españoles, mestizos, negros e indígenas fue una constante durante todo el período colonial; no obstante, la implementación en la década de 1780 de reformas económicas y políticas profundizaron esa tendencia. Los clubes, círculos de discusión y conspiración clandestinos se multiplicaron, no sólo en la Nueva España sino en todas las colonias españolas del continente.
Las ideas de la Ilustración jugaron un rol fundamental, pues el ejemplo vivo de la revolución francesa y la implementación de este modelo en EE. UU. con un fuerte componente popular y un sector jacobino que se puso al frente de conducir ejércitos insurgentes en toda Hispanoamérica; fuerzas armadas de indígenas y mestizos oprimidos en todo el continente por un régimen colonialista que había hecho pagar a las naciones americanas el costo de la guerra entre países colonialistas.
La guerra de Independencia en México duró más de 10 años, las fuerzas enfrentadas - insurgentes y realistas- parecieron en un momento dado estar “empatadas” aunque con los ejércitos insurgentes a la defensiva, formando guerrillas que se mantenían por el fuerte apoyo popular a la causa independentista.
Esta balanza cambió cuando la propia expansión de las ideas liberales, representadas en la Constitución de Cádiz, cobraron fuerza y en 1820 la burguesía revolucionaria impuso su dominio al absolutismo de Fernando VII, como parte de una “segunda oleada” de revoluciones burguesas que recorrieron Europa.
Este “giro de timón” obligó a la iglesia novohispana y a las fuerzas reaccionarias (terratenientes y gobernadores realistas) a aceptar un cese al fuego, para posteriormente firmar un acuerdo de independencia con los insurgentes, llamado Plan de Iguala. Así, el 27 de septiembre de 1821, se dio a conocer la declaración de Independencia de México y por ende la expulsión de los españoles del país, aunque sin solucionar las contradicciones sociales que motorizaron la lucha por la independencia.
La 4T y el nuevo ciclo de la “Historia de Bronce”
El historiador Luis González y González, definió el concepto de Historia de Bronce así: “recoge los acontecimientos que suelen celebrarse en fiestas patrias, en el culto religioso y en el seno de instituciones; se ocupa de hombres de estatura extraordinaria (gobernantes, santos, sabios y caudillos); presenta los hechos desligados de causas, como simples monumentos dignos de imitación”.
Gobiernos como el de Porfirio Díaz o los que surgieron del PRI a mediados del siglo XX construyeron su “versión oficial” de la Historia con estas características. La 4T no es la excepción, haciendo uso de una fraseología “progresista” ha reconstruido esta tendencia de traer de entre las cenizas el pasado “glorioso” y a los próceres como Miguel Hidalgo y José María Morelos, que ahora son logotipos de la “primera transformación” la cual dice este gobierno continuar con la Cuarta Transformación.
Sin embargo, cabe preguntarse: ¿Qué independencia puede tener un gobierno que reprime migrantes centroamericanos, por órdenes del imperialismo yanqui? ¿Podemos decirnos independientes cuando nuestro gobierno acata sin chistar la disposición de vuelta a clases dictada por organismos financieros internacionales, como la OCDE o el Banco Mundial? ¿Es independiente un país cuyo gobierno “transformador” sigue pagando religiosamente la fraudulenta deuda externa? Estos elementos fundamentales no pueden ser ocultados por la retórica y algunos gestos “progresistas” del presidente y su canciller.
Conocer y aprender de nuestro pasado no es un quehacer enciclopédico o elitista. Para las y los trabajadores que deseamos construir una sociedad sin explotación ni opresión, es una tarea fundamental que consiste en recuperar los hilos de continuidad de los distintos escenarios de la lucha de clases en México y el mundo. |