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La Izquierda Diario
11 de septiembre de 2021 Twitter Faceboock

Entrevista: Juan Luis Hernández
La guerra del Chaco fue el conflicto bélico más importante en Sudamérica durante el siglo XX
Liliana O. Calo | @LilianaOgCa
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Presentación

Este mes se cumplen 89 años del inicio de la guerra del Chaco entre Paraguay y Bolivia, cuando el ejército paraguayo tomó la decisión de recuperar el fortín Boquerón, dando comienzo a la fase abierta del conflicto que marcaría a fuego estos dos Estados nacionales.

Juan Luis Hernández es Doctor en Historia, docente en las cátedras de Problemas Latinoamericanos contemporáneos e Historia Social General en la Facultad de Filosofía y Letras (UBA). Integra el Taller de Problemas de América Latina (UBA) y el colectivo editorial de la revista Ni Calco Ni Copia. En su reciente publicación La oposición a la guerra del Chaco (1928/1935), Editorial Newen Mapu, aborda una mirada renovada de este conflicto, recuperando la intervención de los actores que se opusieron a la guerra desde distintas perspectivas, rescatando aspectos que la historiografía clásica ha omitido, centrada básicamente en lo político, militar y diplomático. Lejos de una historia de los acontecimientos, Hernández recupera desde una perspectiva marxista el contexto más amplio en el que se desarrolló la contienda, la oposición popular que despertó, problematizando la experiencia profunda que toda guerra pone en juego. El tratamiento del conflicto en la prensa de la época, la profusión de obras, la narrativa y ensayos históricos a ambos lados de la frontera y aspectos del campo estrictamente militar, que funcionó como una especie de experimentación de armamentos, logística, tácticas y estrategias que serían utilizados en la Segunda Guerra Mundial, son algunos de los temas retratados en la investigación. Incorpora la trayectoria de relevantes activistas opositores a la guerra, Tristán Marof e Iván Keswar (Alipio Valencia Vega) y José Aguirre Gainsborg, quienes articularon la condena de la guerra con la impugnación de la sociedad oligárquica, abriendo el camino a las incipientes organizaciones trotskistas bolivianas. Bolivia fue el único país del subcontinente americano en el que los trotskistas formaron su partido antes que los comunistas, fenómeno que para el autor se encuentra ligado a esta experiencia. Hernández accedió a conversar sobre su libro, que compartimos en esta entrevista. Los invitamos a leerla.

Para ubicarnos en el largo plazo, cómo se inscribe la Guerra del Chaco en la serie de conflictos bélicos de finales del siglo XIX, pensemos en la Guerra de la Triple Alianza o la Guerra del Pacífico. ¿Cuál es su significación, su singularidad histórica y política?

La guerra del Chaco, librada por Bolivia y Paraguay entre 1932 y 1935, fue el conflicto bélico más importante que tuvo lugar en Sudamérica durante el siglo XX. Ambos países fueron los más perjudicados en los procesos de conformación territorial de los Estados nacionales en Sudamérica, en las últimas décadas del siglo XIX. Bolivia, tras la guerra del Pacífico con Chile (1879-1880), perdió todo su litoral marítimo. Paraguay, tras la guerra contra la Triple Alianza (1865-1870), sufrió una debacle demográfica, y gran parte de su territorio fue repartido entre Brasil y Argentina. Crisis de legitimidad de las elites dominantes, crónica inestabilidad política, pérdida del control de los recursos económicos a manos del capital extranjero, fueron algunas de las consecuencias posteriores. Es por ello que Bolivia y Paraguay tienen en común haber atravesado en su historia un largo período de entreguerras, abierto por el estallido de los grandes conflictos bélicos de fines del siglo XIX, y cerrado por la guerra del Chaco, en cuyo transcurso las elites intentaron construir un Estado oligárquico, de rasgos “modernos”. El enfrentamiento chaqueño sacó a la luz las profundas contradicciones de este proceso, el agotamiento de esos regímenes políticos oligárquicos asentados en economías monoproductoras de materias primas, dependientes del mercado mundial. Nuevamente los Estados nacionales construidos después de las terribles derrotas bélicas del siglo anterior, demostraron su fragilidad e inconsistencia, consecuencia de la escasa legitimidad de las elites dominantes, y su incapacidad para incluir a las mayorías populares en el sistema político. En la posguerra chaqueña, el régimen oligárquico de ambos países entró en su crisis terminal, planteándose un nuevo concepto de nación. En el caso paraguayo la forja del mismo comenzó en los años de la preguerra, con la impugnación del orden liberal por parte de fuerzas políticas renovadoras, de modo que la ruptura se produjo en forma inmediata, una vez concluida la conflagración (la Revolución de febrero de 1936). En Bolivia, como acertadamente resumió Céspedes, “Del Chaco no surgió una conciencia, sino el desorden propicio para incubarla”, proceso que demandó largos años de dura gestación hasta el triunfo del ideario transformador en 1952.

En relación a las causas de la guerra, relativizas cierto reduccionismo que la explica como resultado de las rivalidades interimperialistas, vinculadas a las grandes petroleras como la Standard Oil Co. y la angloholandesa Royal Dutch Shell. ¿Cuál es tu lectura en este debate?

Para muchos contemporáneos, el conflicto chaqueño fue una guerra por el petróleo, como parte de la disputa que en todas las latitudes mantenían los dos grandes monopolios de la época: la Standard Oil Co, estadounidense, titular de los yacimientos bolivianos, y la Royal Dutch Shell, inglesa, que procuraba impedir la expansión de su rival sobre los territorios chaqueños y la cuenca del Plata. Hoy, sin embargo, la mayoría de los investigadores cuestiona esta hipótesis explicativa del conflicto. En el caso de la Standard Oil Co., no existen pruebas de haber incentivado o promovido las hostilidades, ni en sus inicios ni en su desarrollo posterior. Por el contrario, apenas desencadenadas las operaciones en gran escala la Standard Oil Co. proclamó su “neutralidad”, no contribuyendo al esfuerzo bélico boliviano, como quedó ampliamente demostrado en el juicio que se le siguió en Bolivia en la posguerra chaqueña, previo a su nacionalización. Con respecto a la Royal Dutch Shell, los argumentos de los historiadores paraguayos son mucho más concluyentes: sostienen que esta compañía nunca operó en el territorio paraguayo, ni antes ni durante el conflicto, y efectivamente, no hay registro de actividades de la misma en Paraguay. Conviene además aclarar que en el área en disputa no había yacimientos petrolíferos. En definitiva, si bien la rivalidad anglo-estadounidense operó como telón de fondo del conflicto, la trama que desembocó en el drama bélico era mucho más compleja.

La disputa entre Bolivia y Paraguay por el Chaco boreal era un viejo litigio territorial sobre el cual se superpuso, ya en la tercera década del siglo pasado, nuevos factores económicos y políticos. Entre ellos, el inicio de la explotación petrolífera en el sudoeste de Bolivia, los efectos de la crisis de 1929, y los acontecimientos diplomáticos y políticos de ese año en América del Sur. La crisis de 1929 golpeó duramente la economía de Bolivia y Paraguay: cayeron los precios y los volúmenes de las exportaciones, aumentaron la desocupación y la miseria de amplios sectores populares, disminuyeron los ingresos fiscales, obligando a Bolivia a declarar la moratoria del pago de la deuda externa en 1931. Urgido de nuevos ingresos, el gobierno boliviano creyó encontrar una solución alentando la exportación del petróleo. Pero ese mismo año 1929 recibió dos infaustas noticias: el gobierno argentino rechazó el proyecto de construir un oleoducto por su territorio, que permitiera el transporte de los hidrocarburos desde el sudoeste de Bolivia hasta la refinería que la Standard Oil Co. tenía en Campana, sobre el río Paraná. Y en paralelo, Perú y Chile suscribieron, con auspicio de Estados Unidos, el Tratado de Lima, que decidió la situación de los territorios en disputa desde la guerra del Pacífico: Tacna quedó para Perú y Arica para Chile, con una “cláusula candado”, según la cual ambos países se comprometían a no ceder a terceros ninguno de esos territorios sin consentimiento del otro. La posibilidad de una negociación directa de Bolivia con Chile para obtener un puerto propio sobre el Pacífico quedaba cancelada. Para los propósitos de la elite boliviana, sólo quedaba una única vía posible para la exportación del petróleo: un puerto de aguas profundas sobre el río Paraguay, que permitiese la salida de los hidrocarburos hacia la cuenca del Plata y el Atlántico.

Hoy resulta claro que en esa crítica coyuntura el gobierno boliviano tenía más urgencia que la Standard Oil Co., en el trazado de un oleoducto que atravesando la planicie chaqueña alcanzara el río Paraguay. Y también resulta evidente que en las filas de quienes se oponían a este objetivo no estaba solamente la Royal Dutch Shell sino también el complejo forestal-ganadero-taninero instalado en la margen derecha del río Paraguay, sobre los territorios en disputa. El oleoducto tenía sentido si desembocaba en un puerto de aguas profundas, que estuviera operativo durante todo el año y permitiera el acceso de buques tanque de gran calado al río, a la altura, como mínimo, de Puerto Casado o Puerto Pinasco, es decir, en el corazón mismo de las grandes fábricas, estancias y obrajes que explotaban la madera, el tanino y la ganadería. Un objetivo absolutamente inaceptable para el gobierno paraguayo, y para los intereses anglo-argentinos. Es así como la crisis económica mundial de 1929, los acontecimientos diplomáticos de ese año, y fundamentalmente, los contornos que asumían a los ojos de las elites gobernantes las manifestaciones populares desencadenadas por los efectos de la crisis, aceleraron los tiempos en ambos países, que ya desde años anteriores venían preparándose para una conflagración.

En definitiva, la búsqueda de una salida atlántica a través del río Paraguay para el petróleo boliviano, mediante la construcción de un oleoducto que atravesara el área en disputa, contribuyó decisivamente al estallido de la guerra, en el contexto de la crisis económica-social de principios de los años 30. El oleoducto debía emplazarse en las tierras ocupadas por el complejo forestal-taninero-ganadero, cuyos dueños, particularmente la familia Casado Sastre, estaban íntimamente vinculadas, por lazos económicos y familiares, con las elites de Paraguay y Argentina. Si el negocio petrolero empujó al gobierno boliviano a la hoguera bélica, fueron los intereses de los grupos económicos instalados en el Chaco los que primaron detrás de la obstinada posición paraguaya.

Analizás las múltiples formas de resistencia desarrolladas en el frente de combate, como un cierto derrotismo en el campo de batalla, y otros actos de confraternización, que se han subvalorado en la reconstrucción histórica de la guerra. Contanos de qué se trataron.

Para comprender las diversas manifestaciones de impugnación y/u oposición a la guerra del Chaco, es necesario precisar uno de los antecedentes más importantes, que operó como verdadero “ensayo general” de la conflagración: el incidente de Fortín Vanguardia, en diciembre de 1928, cuando un destacamento paraguayo atacó y destruyó un fortín boliviano, ubicado en el confín noreste del territorio en disputa. En las semanas y meses siguientes, Bolivia ocupó en represalia varios fortines paraguayos en el centro del Chaco, entre ellos Boquerón. En esta oportunidad ambos países aceptaron una mediación internacional para evitar la guerra, entre otras cosas porque ninguno de los dos estaba suficientemente preparado para encarar operaciones bélicas en gran escala en el inhóspito territorio chaqueño. Pero fueron muchos los que comprendieron que el incidente de Fortín Vanguardia abría la cuenta regresiva para el estallido del conflicto bélico. Entre ellos estaba el movimiento obrero, que en ambos países alertó sobre la tragedia que se avecinaba.

Por razones que trato de explicar en el libro, la campaña obrera contra la guerra tuvo mayor repercusión en Bolivia, siendo su epicentro la conmemoración del 1° de mayo de 1932. Pero con anterioridad a esa fecha, numerosos congresos y conferencias sindicales se pronunciaron contra la guerra, repudiada en actos y manifestaciones antiguerreras. En esas condiciones se llegó al histórico 1º de mayo de 1932, fecha en que se organizaron masivos actos en La Paz, Oruro, Potosí, Cochabamba y otros lugares, en los cuales los trabajadores se pronunciaron contra el capitalismo, el militarismo y la guerra que se estaba preparando. Unos días antes, la Federación Obrera del Trabajo de Oruro, publicó “Al pueblo de Bolivia amenazado por la guerra”, un vibrante manifiesto antiguerrero, convocando a la lucha de todo el pueblo contra el estallido bélico. El Manifiesto, uno de los más extraordinarios documentos del movimiento obrero boliviano, expone las razones por las cuales los trabajadores repudiaban la guerra y el militarismo, proclamando la unidad y la fraternidad con los trabajadores paraguayos.

La campaña del movimiento obrero boliviano contra la guerra no alcanzó el objetivo de evitar la conflagración, pero el esfuerzo no fue en vano: en La Paz y Oruro los dirigentes sindicales se negaron a colaborar con el alistamiento. En tanto, se sucedían las dificultades para el reclutamiento de la población indígena en el ámbito rural. La presión gubernamental convocando a las filas y al trabajo vial, así como el incremento de los atropellos de los hacendados a las comunidades y a los colonos, desembocaron en rebeliones abiertas en los valles y el altiplano. Estas insurrecciones rurales en plena guerra constituyen una expresión del extrañamiento de gran parte de la población originaria respecto del conflicto internacional en el que Bolivia estaba involucrada.

El rechazo a la guerra se expresó también en el frente, mediante actos de insubordinación, negativas a combatir, deserciones individuales y fugas colectivas, que tuvieron incidencia en la campaña del Chaco. Corresponde señalar también algo que llamó la atención de numerosos autores: la enorme cantidad de prisioneros en poder del ejército paraguayo, muchos de los cuales fueron capturados sin combatir, como surge de múltiples testimonios. No fueron actos de cobardía, sino la actitud de hombres que no tenían interés alguno en participar de una guerra que entendían no era la suya.

¿Cuáles fueron las causas de las deserciones e insubordinaciones?

Obviamente, existen múltiples factores explicativos: los problemas de logística, la ineptitud del comando militar, la heterogeneidad étnica, cultural y social del ejército boliviano, la sed y el cansancio, como parte de un listado más amplio, pero también debe incluirse la propaganda derrotista y su circulación en el frente. Es difícil medir la influencia del derrotismo en las filas del ejército boliviano, sí podemos decir que fue un factor que incidió, de modo que, por lo menos una parte de esos hombres que prefirieron desertar, insubordinarse y/o negarse a combatir lo hicieron por convicciones ideológicas.

En Paraguay las actividades antiguerreras más importantes parecieran haber tenido lugar en la retaguardia. Hubo también deserciones y actos de “cuatrereaje” -relacionados con el suministro de agua- en el frente, pero se destacan los Comités Antiguerreros y las montoneras. De acuerdo a la documentación relevada, los comités, impulsados desde el principio de la guerra por los comunistas paraguayos, renacieron con más vigor en la segunda mitad de la conflagración, con el cansancio generado por la prolongada campaña. Las montoneras -recurso habitual de la población rural para escapar de las levas forzosas, militares o laborales-, fueron otro fenómeno muy interesante. De contornos difusos, estaban formadas por hombres que se negaban a enrolarse o que habían desertado, a las que en algunos casos se sumaban desertores bolivianos e indígenas.

¿Y por qué estas acciones quedaron en el olvido?

La razón fundamental reside en el proceso de resignificación del conflicto operado en la posguerra, que lo convirtió en piedra angular en la formación de un nuevo concepto de Nación, vinculado a la modernización y a la extensión de la ciudadanía a los sectores subalternos. Es al influjo de este proceso que las experiencias oposicionistas a la guerra quedaron ocluidas en la memoria colectiva por un relato nacionalista, que por momentos acepta la inutilidad de la contienda, y hasta adopta un tono crítico hacia los regímenes oligárquicos y los centros imperialistas que la precipitaron, pero que, en definitiva, justifica la participación en defensa de la nacionalidad agredida. Esto se puede apreciar en los testimonios de los excombatientes de ambos bandos, en los que predominan los hechos heroicos, los sacrificios patriotas, por sobre todos los demás problemas y calamidades que debieron enfrentar.

No es mi intención negar los actos de actos de heroísmo protagonizados tanto por bolivianos como paraguayos, que pueden ser constatados en la mayor parte de la bibliografía sobre el tema. Lo que sostengo es la existencia de otro caudal de hombres, que no tenían ningún interés en la contienda, que se negaron a participar, que no aceptaron el enrolamiento en las filas del ejército, que no colaboraron con las prestaciones viales o el trabajo semi-compulsivo en la retaguardia, que en definitiva desertaron, se insubordinaron o llegado el caso, se rindieron sin combatir. Algunos lo hicieron porque no tenían interés en una guerra que les resultaba ajena, otros, seguramente los menos, por convicciones ideológicas profundas, que mantuvieron en alto a pesar de circunstancias adversas. Es sobre estos hombres, olvidados y marginados, donde trato de colocar el lente de observación para poder estudiarlos y comprender sus motivaciones e intereses.

Ilustración: @rompts.comic
Ilustración: @rompts.comic

En el libro trabajas el campo heterogéneo de actores que se oponen a la guerra, especialmente al movimiento anarquista y el Partido Comunista. ¿Qué política adoptaron frente a la guerra?

Anarquistas y comunistas, las dos corrientes políticas que competían por la hegemonía del movimiento obrero de la época, manifestaron claramente su oposición a la guerra, con distintos argumentos y desde diferentes estrategias. El anarcosindicalismo, con mayor peso en el movimiento obrero boliviano, el comunismo, dando sus primeros pasos en Paraguay, en ambos casos con el apoyo y la participación de organizaciones, publicaciones y redes regionales e internacionales, constituyeron un primer marco referencial del amplio arco refractario al conflicto bélico, que se ampliaba con militantes pertenecientes a otros agrupamientos políticos, intelectuales y expresiones diversas en el arte y la literatura.

Los anarquistas llevaron adelante una intensa campaña bajo las consignas centrales “Guerra a la guerra” y “Abajo las armas”. Se oponían a todo tipo de guerra y a todo tipo de ejército centralizado, condenando el nacionalismo, el patriotismo, la exaltación nacional en todas sus formas, como caldo de cultivo del militarismo y el belicismo que preparaba el terreno para el estallido de las guerras, cuyo origen verdadero eran las necesidades monstruosas del capitalismo. Su posición fundamental era no participar en la guerra, oponerse individual o masivamente al enrolamiento, no alistarse, desertar, no colaborar en ninguna actividad que supusiese fabricación o transporte de armas, pertrechos o víveres a los ejércitos en combate, utilizando medidas de acción directa para concretar estos fines.

En Bolivia el anarquismo mantuvo hasta último momento una conducta coherente con sus principios. Sus militantes se negaron a alistarse y a colaborar de manera alguna en los preparativos militares, consecuentemente fueron encarcelados, confinados en regiones remotas, u obligados a abandonar el país. En Paraguay su intervención fue considerablemente menor, como lo revelan las comunicaciones enviadas a los periódicos libertarios de Buenos Aires, donde admiten su impotencia ante el desarrollo de los acontecimientos. Un aspecto relevante de la agitación anarquista es la insistencia en la realización de acciones concretas contra la guerra, hay una crítica persistente a quienes, como los socialistas, creían que con congresos, declaraciones y pronunciamientos era posible frenar la escalada bélica. Es posible que hayan participado en actos de sabotaje y de boicot al esfuerzo de guerra, sobre los cuales es difícil obtener información por su obvio carácter ilegal y clandestino, pero pareciera que, una vez lanzadas las operaciones militares en gran escala, una orientación centrada en el boicot al enrolamiento y al esfuerzo bélico no fue suficiente para incidir en el curso de los acontecimientos.

Los comunistas se opusieron a la guerra por su carácter interimperialista, sosteniendo que se trataba de una contienda entre países semicoloniales que guerreaban entre sí a cuenta de sus verdaderos mandantes, los países imperialistas. Definieron como eje central de su política el derrotismo revolucionario, procurando el derrocamiento del enemigo interno. Llamaban a los soldados de ambos bandos a confraternizar en el frente, rompiendo la cadena de mando, desconociendo a oficiales y jefes y transformando la guerra entre países sometidos y empobrecidos por los monopolios imperialistas en una guerra contra las clases opresoras, en una revolución social. Durante la mayor parte del período que abarca mi investigación –1928 a 1935– los comunistas se encontraron en precarias condiciones organizativas, tanto en Bolivia como en Paraguay, de modo que gran parte de su actividad contra la guerra fue canalizada a través de los organismos de la Internacional Comunista (IC) y de la Central Sindical Latino Americana (CSLA). El recorte temporal queda inscripto entre el VI Congreso de la IC, realizado en 1928, que inauguró el llamado tercer período, caracterizado por la línea “clase contra clase”, que implicaba la negativa a hacer alianzas o acuerdos de frente único con otras organizaciones políticas, y el VII Congreso, de 1935, en que se plantea una política de alianzas con la burguesía liberal a través del Frente Popular. En términos generales podemos decir que la caracterización general del período y el extremo sectarismo en relación al frente único esterilizó los esfuerzos antiguerreristas del movimiento comunista. El Congreso Antiguerrero de Montevideo (marzo de 1933), notable esfuerzo organizativo impulsado por los comunistas, fue más un punto de culminación de la agitación antiguerrera de esta corriente, que un momento de relanzamiento de su lucha contra la guerra.

En Bolivia los comunistas carecían de una instancia partidaria orgánica, por lo cual su intervención careció de incidencia. En Paraguay la orientación derrotista de los comunistas se topó con la tradicional influencia del nacionalismo y el patriotismo en las masas populares. Orgánicamente se dio la línea de ir al frente y promover la fraternización con los soldados bolivianos, pero es muy dudoso que todos los militantes comunistas hayan cumplido con estos objetivos. También es compleja la posición con respecto a las montoneras: no las impulsaban, pero participaban si se constituían. El Partido Comunista Paraguayo (PCP), fundado o refundado en 1928, fue rápidamente intervenido por el Secretariado Sudamericano de la IC, debido a las dificultades de su dirección para implementar la línea antiguerrera, por lo que, en las vísperas de la guerra, su militancia se hallaba muy dispersa. Sin embargo, a partir de 1934 su actividad comenzó a repuntar, al sumarse a la organización dos dirigentes muy importantes, Oscar Creydt y Obdulio Barthe, y con ellos una nutrida camada de dirigentes sindicales. El PCP se terminó de reorganizar en un congreso realizado en Argentina, a fines de 1934, emergiendo fortalecido en la posguerra chaqueño.

Señalás que Bolivia es el único país en el subcontinente latinoamericano en el que los trotskistas emergen como partido antes que el Partido Comunista, asociados a la actuación de un sector activo de militantes e intelectuales de izquierda que se forjan en el clima de debates e intervenciones que genera la guerra. ¿En qué consistió esa militancia, qué discusiones y posicionamientos sostuvieron? ¿Cómo se vincularon con otros grupos trotskistas?

En Bolivia surgió un heterogéneo grupo de actores, que tenían en común la oposición a la guerra del Chaco y el no reconocerse encuadrados en los principales agrupamientos de izquierda de la época. El más influyente en esos años fue el Grupo Tupac Amaru (GTA), encabezado por Tristan Marof (Gustavo Adolfo Navarro) e Iván Keswar (Alipio Valencia Vega). Marof era un reconocido intelectual, que desde muy joven se dedicó a escribir obras literarias y políticas. Adoptó su pseudónimo en Europa, donde se desempeñó durante varios años en el servicio diplomático de Bolivia, relacionándose con intelectuales y políticos de la época. En 1926 publicó el ensayo La justicia del inca, donde planteó por primera vez la consigna “Tierras al pueblo, minas al Estado”, que después sería adoptada por el movimiento obrero boliviano. En 1935 publicó en Buenos Aires su obra más importante y conocida, La tragedia del Altiplano. En los años anteriores, había escrito decenas de artículos, folletos y “cartas abiertas” contra la guerra, convirtiéndose en un prolífico propagandista antibélico, así como la figura más prominente de la izquierda boliviana, hasta 1935.

El gran mérito de Marof fue comprender que en la guerra del Chaco estaba contenida la gran oportunidad de transformar radicalmente la sociedad boliviana. El GTA intervino en los actos del 1º de mayo de 1932 en La Paz, en el cual distribuyó un Manifiesto, que contenía una radical oposición a la guerra en el Chaco, convocando a formar un partido obrero y a luchar por un gobierno obrero y campesino. Se convirtió en el grupo que organizó la mayor agitación en el frente de guerra, difundiendo propaganda revolucionaria entre los soldados. Radicados en el norte argentino durante la guerra, Marof y sus compañeros ayudaron a los soldados bolivianos desertores que cruzaban la frontera y se internaban en Argentina.

José Aguirre Gainsborg fue otro importante referente de esos años. Al momento del estallido de la guerra era un dirigente estudiantil universitario de Cochabamba, participando activamente en la agitación antiguerrera, por lo cual debió exiliarse en Chile. En este país ingresó en el Partido Comunista Chileno (PCCH), adhiriendo a la Oposición de Izquierda, que luego se transformaría en la Izquierda Comunista (IC-Chile), dirigida por Manuel Hidalgo. Aguirre Gainsborg escribió numerosos textos contra la guerra del Chaco, y junto con otros exiliados bolivianos fundó la agrupación Izquierda Boliviana (IB). En diciembre de 1934 se concretó un pacto de frente único entre el GTA y la IB, en base a un programa de diez puntos, de los cuales cinco se referían a la guerra del Chaco. Sobre esta base se convocó, en junio de 1935, el Congreso de Córdoba, en el cual se fundó el Partido Obrero Revolucionario (POR), la primera organización partidaria fundada en la posguerra chaqueña. Sin embargo, los acuerdos programáticos iniciales eran muy generales, quedando pendiente la definición relativa a los debates existentes en el movimiento comunista. Sobre esta cuestión, Marof y Keswar tenían una posición oscilante entre la IC y la Oposición de Izquierda. Y como se vio más adelante, también tenían diferentes concepciones sobre la construcción del partido, si se trataba de una organización de cuadros o de masas. Esta primera etapa del POR se cerró en 1938, cuando Marof y sus partidarios se retiraron, y Aguirre Gainsborg murió en un accidente en La Paz. Pero antes de esto, el POR publicó dos manifiestos, uno dirigido al pueblo de Bolivia y otro a los “camaradas prisioneros en Paraguay” (abril de 1936), en los que llamaba a luchar por la repatriación de los prisioneros, la amnistía para los perseguidos y desterrados, la nacionalización de las minas y el petróleo y la expropiación de los latifundios. Sobre estos primeros años de la vida del POR boliviano quedan abiertas muchas líneas de investigación, pero no hay dudas que sus raíces históricas se hunden en la lucha de los trabajadores y la izquierda contra la guerra del Chaco.

En síntesis, esta investigación se centra en la búsqueda de indicios que muestren expresiones de rechazo a la guerra, y en particular, los esfuerzos de quienes se negaron a admitir como gesta heroica lo que no era sino una guerra cruel e injusta. Un conjunto de experiencias que quedaron fuera de contexto al término de la contienda, y cuya recuperación supone una tarea ardua y difícil, pero la historia de los oposicionistas merece ser rescatada del olvido por tratarse de una de las tradiciones más nobles de la historia de América Latina.

 
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