Para ir al fondo de la crisis que atraviesa por estas horas el país, en una disputa pública entre el presidente Alberto Fernández y la vicepresidenta Cristina Kirchner, no está de más retroceder un poco en el tiempo.
Cuando en el año 2019 se constituyó el Frente de Todos, diversas incógnitas atravesaban el debate político.
Al poco tiempo, una de ellas fue saldada rápidamente: como maquinaria electoral, la unidad del peronismo resultó eficiente para desalojar al macrismo del poder. La tarea no era compleja, dado el gran descontento popular frente a un Gobierno que ajustaba sin pausa y solo beneficiaba a los sectores más poderosos.
Sin embargo, las incógnitas más de fondo, que hoy emergen en toda su dimensión frente a la derrota electoral y las internas a cielo abierto, tenían que ver en ese entonces con una mirada más de largo plazo, y estaban relacionadas con la capacidad de mantener la unidad de la coalición y la llamada “gobernabilidad” una vez en el poder, sobre el trasfondo de una enorme crisis económica y social y una hipoteca de deuda pública impagable con el FMI y los acreedores privados.
La izquierda lo dijo desde el principio: pagar la deuda y cumplir las promesas electorales era imposible, y tarde o temprano esa contradicción sería fuente de crisis.
De forma relativamente temprana, las internas de la coalición se fueron manifestando y desarrollando (desde el “affaire Zaiat” hasta la disputa por el nivel de aumento de las tarifas de los servicios públicos), pero fueron dirimidas y controladas, aunque no sin dejar heridas en el camino. La pandemia y la “herencia recibida” aun actuaban como amortiguadores.
Sin embargo, hoy la crisis es más grave. El resultado electoral de este domingo, precedido ya de antes por múltiples muestras de descontento, dejó en claro que el crédito popular hacia el oficialismo está lejísimos de ser el de antes, y está fuertemente golpeado por la aplicación de políticas de ajuste. El mandato electoral de 2019 de “poner plata en el bolsillo de la gente” fue claramente incumplido. No solo eso: escándalos como el de la Quinta de Olivos no hicieron más que irritar el humor hacia el poder.
En ese marco, reemergió con más fuerza una crisis interna del oficialismo, cuya dinámica está en curso y no se conoce aún su final. Lo que es indudable, es que profundiza la crisis de un Gobierno debilitado. Al momento de cerrar esta nota, diversos medios de comunicación informaban la continuidad de reuniones entre distintos actores del Frente de Todos. Del lado de quienes responden a la vicepresidenta Cristina Kirchner se “vació” el gabinete, del otro salieron declaraciones para pedir la unidad y sostener a Alberto.
La población en general asiste por estas horas a un espectáculo de crisis palaciega que empezó por “qué medidas tomar” para intentar revertir la derrota electoral, pero rápidamente escaló a una crisis de gabinete, que deja en evidencia que los que hicieron campaña juntos hasta hace pocos días hoy dirimen sus internas, se pasan facturas y discuten un rumbo en el cual sin embargo todos tienen un acuerdo de fondo: negociar con el FMI, lo cual inevitablemente trae aparejados años de penurias para las grandes mayorías.
Con ese organismo, no viene “la vida que queremos”. Más aún: si llegamos hasta acá, es porque, de una forma u otra, todas las alas del Gobierno sostuvieron un rumbo de ajuste: por ejemplo, votando el presupuesto 2021 que, entre otras cosas, eliminó el IFE.
En diversos sectores de la clase trabajadora, un comentario comienza a extenderse: es un Gobierno tibio con los poderosos. Es una forma popular que va en el sentido de denunciar una realidad en la que se legitimó la herencia de Macri y se siguió pagando la deuda, siguieron ganando los bancos, los grandes empresarios y los terratenientes, mientras la pobreza siguió aumentando y los salarios, jubilaciones y subsidios sociales perdiendo frente a la inflación.
Esas políticas de ajuste, la desmovilización impuesta por los sindicatos y movimientos sociales oficialistas, y el aire dado a personajes como Sergio Berni o campañas de derecha como la que pide Taser y baja de edad de imputabilidad, fueron las que le dieron paso a la derecha, que terminó triunfando en las elecciones del pasado domingo.
En este sentido, los posibles cambios de gabinete que se anuncien, o medidas parciales tomadas de apuro para intentar mejorar el humor social hacia noviembre, no deben dejar lugar a engaño: buscan vender la ilusión de que es posible que el Gobierno tome una orientación que dé respuesta a los padecimientos populares, sin romper con el FMI.
Con ese discurso, intentan contener a los descontentos e incluso recuperar algún voto. Pero la realidad es que no hay ningún “cambio de rumbo” que dé respuesta a los problemas del salario, la desocupación, la precarización o las jubilaciones, sin un desconocimiento soberano de la deuda, romper con el FMI, nacionalizar la banca y el comercio exterior, entre otras medidas fundamentales que ningún ala del actual Gobierno está dispuesto a tomar, ni de cerca. Muchas de ellas las planteó el Frente de Izquierda en la reciente campaña electoral, como así también la jornada laboral de seis horas, cinco días a la semana con un salario como mínimo equivalente a la canasta familiar, para enfrentar la desocupación y la precarización laboral.
Ese planteo consecuente, así como la participación y el apoyo a las cientos de luchas que recorrieron el país desde 2020 (muchas de ellas "autoconvocadas"), fue lo que abrió paso al más de un millón de votos que sacó el Frente de Izquierda el pasado domingo, y que le permitió ser tercera fuerza y demostrar que no hay solo giro a la derecha como quieren ver algunos, sino tendencias a la polarización.
Las organizaciones sindicales (este miércoles la CGT salió a “bancar” al Gobierno) y sociales, deben romper con su subordinación al oficialismo, dejar de sostener con su complicidad o pasividad el ajuste y permitir así el avance de la derecha. Es necesario impulsar asambleas en todos los lugares de trabajo y salir a luchar por las necesidades urgentes de las grandes mayorías, por sus demandas inmediatas y un programa de fondo como el que plantea el Frente de Izquierda. Esta es nuestra perspectiva y al servicio de esta lucha estará puesta también la segunda etapa de nuestra campaña electoral, así como el apoyo a cada pelea que dan los trabajadores, las mujeres y la juventud. No hay tiempo que perder.
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