Desde 1999 el 23 de septiembre se celebra internacionalmente el Día de la bisexualidad, también llamado día de la visibilidad bisexual. Se reclama la visibilidad porque históricamente esta orientación sexual ha sido olvidada e incluso rechazada tanto desde posturas conservadoras como desde otras supuestamente defensoras de la liberación de todas ellas.
El problema que supone la categorización binaria y polarizada del género y la orientación sexual ha supuesto un problema para todas aquellas personas que no se encuadraban en ellas. Género masculino y femenino, heterosexualidad u homosexualidad aparecen como categorías cerradas y confrontadas que obvian a todas aquellas personas que comprenden su identidad fuera de estos límites socialmente establecidos y asumidos.
Ese cuestionamiento de la propia sexualidad que suele darse durante la adolescencia pero que puede acompañarnos toda la vida, en el caso de las personas bisexuales se encuentra constantemente con una gran traba que es la falta de representación. Muchas veces por considerarse un mero lugar de tránsito y no un lugar desde el que vivir y sentir las relaciones afectivo-sexuales de forma permanente.
Se suele definir la bisexualidad simplemente a través de su práctica, es decir, a través de la identificación del género de las personas con las que se mantienen vínculos sexuales, siendo en su origen estos identificados de forma binaria para pasar a entenderse en la actualidad como la atracción hacia personas del mismo género y de otros.
Pero querer relacionar la atracción y el deseo simplemente a una práctica sexual reduce en gran medida el potencial subversivo de esta orientación y la variedad de realidades que en ella se encuentran. A menudo podemos escuchar desde que “todas somos un poco bisexuales” hasta que “no lo sabes hasta que no lo pruebas”.
Ambas afirmaciones generalizan las vivencias de aquellas personas que se identifican bajo este nombre, pues al igual que en el resto de orientaciones, cada cual elige poner en práctica su sexualidad de formas muy distintas. Además, la identificación de la orientación con las experiencias vividas no siempre se corresponde con lo que se siente, ya que no se trata de cumplir con un cálculo exacto sino de identificar cómo y cuándo se produce un deseo o atracción.
Las personas bisexuales tienen que lidiar con el cuestionamiento de su vida desde dos esferas supuestamente enfrentadas como son la entendida heteronorma atravesada profundamente por ideas patriarcales y machistas, pero también por parte de ciertos sectores del movimiento LGTBI. En el primer caso a través de la hipersexualización y cosificiación junto con la presunción de realizar prácticas sexuales insanas o “inmorales”. En el segundo por ser vista como una indeterminación, un punto medio entre la heterosexualidad y la homosexualidad que supondría una amenaza para el resto de orientaciones disidentes que se suponen estables y certeramente asentadas y definidas.
Por ello la bifobia no aparece únicamente desde la heteronorma sino también a partir de otras orientaciones disidentes que no consideran la bisexualidad como una orientación relevante o merecedora de la misma seriedad que el resto. Esta invisibilidad suele dar lugar a una violencia a menudo difícil de identificar como es la autorrepresión o lo que podemos nombrar como “bifobia interiorizada” que lleva en la gran mayoría de casos a dificultar el proceso de comprensión de la propia identidad.
Los prejuicios y las ideas preconcebidas sobre la identidad y la vida sexual de las personas bisexuales les encuadran en estereotipos comprendidos de forma negativa como son la promiscuidad o la indecisión. Como si la promiscuidad o la indecisión fueran algo negativo.
Lejos de las respuestas conservadoras que pretenden demostrar como también es posible para estas orientaciones no normativas acomodarse a las reglas de siempre, es necesario comprender como las disidencias sexuales, las orientaciones que se salen de la norma, es decir, aquellas que se “desvían”, suponen a menudo poner en cuestión el sistema patriarcal basado en la familia nuclear heterosexual y el amor romántico.
Es por ello que se señala esa moral represiva basada en el amor único y la fidelidad, que hipócritamente ha permitido al hombre romper de forma sistemática sin mayores consecuencias, mientras mantenía a la mujer en una situación de subordinación, haciendo reposar sobre sus hombros el mantenimiento de la reproducción de la vida, imprescindible para el desarrollo de la producción capitalista.
Por otro lado, entender las relaciones sexuales como un espacio de experimentación y libertad entre iguales en el que no todo está siempre definido pero que no por ello deja de importar o es menos serio, es una lucha en la que las personas bisexuales se encuentran en primera línea.
No se trata de entender la orientación sexual en sí misma como revolucionaria o liberadora ya que en ella se siguen conjugando dinámicas de poder y desigualdad sino como un lugar potencialmente subversivo del orden establecido por no encajar con sus reglas. Por ello, la idea clave de la bisexualidad como identidad combativa es que no pretende copiar y repetir los cánones cisheteropatriarcales opresivos, sino cuestionarlos y transformarlos.
La clase trabajadora es diversa y por ello cada vez más se señalan con insistencia todas las opresiones que la atraviesan sin perder al mismo tiempo el foco en la importancia de la lucha de clases. La búsqueda de la mejora de las condiciones materiales de la clase trabajadora no está reñida con la lucha por el fin de las opresiones que limitan otras esferas de la vida tan importantes como son el género, la sexualidad o la raza. Un feminismo de clase es aquel capaz de de comprender todas ellas sin caer en el identitarismo vacío ni en el obrerismo inútil, tejiendo alianzas con los grupos oprimidos y movilizados que señalan la responsabilidad que tiene el sistema capitalista en la deterioración de sus vidas. |