Presentamos a continuación el prólogo de un nuevo volumen de las Obras Escogidas de León Trotsky publicadas por Ediciones IPS, Problemas de la vida cotidiana y otros escritos sobre la cultura en la transición socialista, con textos pocos conocidos o traducidos especialmente para esta edición.
La mayoría de los escritos de León Trotsky reunidos en este volumen datan de 1923, que puede considerarse un momento de inflexión en el proceso de la Revolución Rusa iniciado con la insurrección triunfante de 1917. ¿Qué sucedió ese año?
Desde enero, tropas de Francia y Bélgica ocupaban la cuenca minera del Ruhr, en Alemania, con el pretexto de un retraso en el pago de las reparaciones de guerra que dictaba el tratado de Versalles [1]. El gobierno alemán promovió la “huelga patriótica” de los trabajadores de la región, pero la parálisis de la industria aumentó la desocupación y se desató un proceso hiperinflacionario que llevó a la catástrofe a las amplias masas. Se organizaron comités de fábrica y milicias obreras, comités de control de precios y de distribución de los alimentos; la oleada de huelgas y movilizaciones hizo caer al gobierno, llevando al poder a una coalición de la que formaba parte el Partido Socialdemócrata. León Trotsky, desde el Comité Ejecutivo de la III Internacional, alentó al Partido Comunista alemán a seguir la táctica del frente único de las organizaciones proletarias para luchar por un gobierno obrero y preparar la insurrección [2]. Incluso pidió trasladarse a Alemania para colaborar personalmente, pero la mayoría de la dirección compartió la denegación del flamante Secretario General del partido, José Stalin. Finalmente, las vacilaciones de los dirigentes comunistas alemanes y su sometimiento al ala izquierda de la socialdemocracia hacen naufragar el plan insurreccional. El Partido Comunista alemán no alcanza a dar aviso de la retirada a los revolucionarios de Hamburgo que se levantan y son brutalmente reprimidos. El proceso revolucionario alemán en el que Lenin y Trotsky cifraban sus esperanzas para la supervivencia de la Revolución rusa, finalmente fue derrotado en octubre, profundizando el aislamiento de la joven Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Pero estos últimos acontecimientos aun no estaban definidos cuando se escribieron la mayoría de los artículos que aquí presentamos.
Mientras tanto, en la recientemente denominada Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, desde 1921, la Nueva Política Económica (NEP) reemplazaba al comunismo de guerra, introduciendo elementos de mercado con el objetivo de recomponer las relaciones económicas entre el campo y la ciudad. Esta nueva orientación posibilitó que, junto al sector nacionalizado de la economía, se desarrollara un importante sector privado, tanto en el comercio como en la agricultura. En 1923, “gracias al primer impulso venido del campo, la industria se reanimó y dio pruebas enseguida de una intensa actividad. Basta indicar que la producción se duplicó en 1922 y 1923”, recuerda Trotsky una década más tarde [3]. Pero con el retorno de la propiedad privada, se reconstruyó el sector social de los campesinos ricos (kulaks) y, para 1923, Trotsky advertía el efecto de la crisis de las “tijeras” entre los altos precios de los productos industriales y los bajos precios agrícolas. Esto y el atraso de la industria provocaron grandes pérdidas para el campesinado, haciendo que los campesinos ricos buscaran mejores precios de los productos industriales en el mercado mundial, a espaldas de la planificación de la economía del Estado obrero; la que, para Trotsky, estaba íntimamente ligada al desarrollo de la autoorganización obrera. La defensa de la autoorganización y la iniciativa de las masas fue acompañada, durante todo este año, de la batalla decidida por la necesidad de aumentar su nivel cultural, combatir el atraso en todos los aspectos concernientes a los problemas de la vida cotidiana, corriendo a contrarreloj mientras el proletariado alemán libraba combates decisivos para el devenir de la revolución socialista internacional.
En diciembre de 1923, cuando la revolución alemana es finalmente derrotada, Trotsky escribe:
Evidentemente, el partido no puede prescindir de las condiciones sociales y culturales del país. Pero, como organización voluntaria de vanguardia de los mejores elementos, los más activos, los más conscientes de la clase obrera, puede, en mucha mayor medida que el aparato del Estado, prevenirse contra las tendencias del burocratismo. Para ello, debe ver claramente el peligro y combatirlo sin descanso [4].
El limitado desarrollo industrial de la atrasada Rusia y el bajo nivel cultural de las masas –impulsadas, por su triunfo sobre el viejo régimen, a tomar en sus manos la administración del aparato de su propio estado–, junto con el creciente aislamiento internacional que provocará la derrota en Alemania, abonaron las tendencias a la burocratización. Lenin y Trotsky combatían contra la degeneración del partido, último reservorio de fuerzas revolucionarias capaces de oponer una resistencia consciente a este proceso que, más tarde, se volvería inevitable; pero que, mientras tanto, era una batalla que debía librarse.
Pero el año 1923 no había comenzado solo con la invasión de la cuenca del Ruhr. El 4 de enero, Lenin –desde su obligado reposo por el segundo accidente cerebro vascular que sufriera el 13 de diciembre anterior–, dictó una posdata a su Carta al Congreso del partido, conocida como su Testamento [5]. En este anexo recomienda expresamente desplazar a Stalin de la secretaría general: es su última intervención política antes de su muerte, que ocurrirá el 21 de enero de 1924.
Entre el 17 y el 25 de abril de 1923, transcurrió el XII Congreso del partido, el primero sin la presencia de Lenin y sin que pudiera constituir el bloque político que le había propuesto a Trotsky, para combatir contra las tendencias burocráticas. Años más tarde escribe en su autobiografía:
Corrían las primeras semanas de 1923. Se aproximaba el XII Congreso del partido. No había esperanzas de que Lenin pudiese participar en él. Esto planteaba con carácter apremiante quién haría el informe de la situación política. En la sesión del Buró Político, Stalin dijo: “Trotsky, naturalmente.” Inmediatamente, esta opinión fue sostenida por Kalinin, Rikov y Kamenev aunque visiblemente, de mala gana. Yo me opuse. Al partido no podía producirle buena impresión que ninguno de nosotros intentara sustituir a Lenin [6].
En esos días de abril, Adolf Hitler da su célebre discurso “Derrotaremos a los enemigos de Alemania” con el que empieza a ganar cierta influencia. En setiembre, el general Primo de Rivera disuelve el parlamento del Estado español, suspende la vigencia de la constitución e instaura un régimen dictatorial en la península ibérica. En noviembre, fracasa el putsch que intentan en Múnich algunos miembros del partido nazi, liderados por Hitler. Mientras tanto, Stalin, Zinoviev y Kamenev inician una campaña de desprestigio, por lo bajo, contra el fundador del Ejército Rojo.
El 8 de octubre, Trotsky manifiesta a la dirección del partido su preocupación por las decisiones arbitrarias del aparato liderado por Stalin. Pronto, en una salida de pesca en el otoño boreal, se engripa, a lo que le sucede un cuadro de paludismo que lo mantiene en reposo hasta finales del invierno. “Es decir que mientras se desarrollaba toda la discusión en torno al ‘trotskismo’ durante 1923 yo estaba enfermo” [7], relata. El 15 de octubre, cuarenta y seis destacados dirigentes soviéticos envían una carta a la máxima dirección del partido que, sin la firma de Trotsky, pero partiendo de sus principales ideas, analiza la situación política y económica, cuestiona el liderazgo que Stalin se arrogó aprovechando la convalecencia de Lenin y convoca a una reunión de emergencia del Comité Central, ampliada a otros camaradas que no acuerden con el punto de vista de la mayoría del organismo. Años más tarde, se comprobará que ninguno de los firmantes sobrevivió a las posteriores purgas del régimen estalinista.
Claro que no estaba escrito este final aún y el combate contra esa deriva estaba en marcha. Pero en 1926 se liquidó la huelga general de 9 días que protagonizó el proletariado inglés, en 1927 la dirección nacionalista china expulsa y aplasta a los comunistas que integraban la alianza. Como escribirá Trotsky en 1931,
(…) la estabilización del capitalismo relacionada con todas estas catástrofes conforma el cuadro internacional de la lucha de los centristas contra los bolcheviques leninistas. Los ataques contra la revolución “permanente”, en esencia contra la revolución internacional, el rechazo a adoptar una política audaz de industrialización y colectivización, la confianza en el kulak, la alianza con la burguesía ‘nacional’ en las colonias y con los social-imperialistas en las metrópolis: tal es el contenido político del bloque de la burocracia centrista con las fuerzas termidorianas. Apoyándose en la pequeña burguesía fortalecida y en la burocracia burguesa, explotando la pasividad del proletariado cansado y desorientado y las derrotas de la revolución en todo el mundo, el aparato centrista aplastó a la izquierda revolucionaria del partido en el trascurso de unos pocos años [8].
A simple vista, podría pensarse a quién se le podría ocurrir escribir sobre la cultura, los clubes obreros, la emancipación de las mujeres, las transformaciones de la familia, la importancia de la educación, el alcoholismo, la necesidad de difundir el cine y desterrar las palabras soeces del lenguaje, en un año tan convulsivo como ese de 1923.
En algunas lecturas maniqueas de este período que se empecinan en contar la Historia como un combate personalista por el poder entre dos figuras supuestamente gemelas y antagónicas, es difícil integrar esta prolífica obra de Trotsky sobre los problemas de la vida cotidiana y la cultura en la transición al socialismo. Estaba en juego la sucesión de Lenin y, a quien junto con él brilló al frente del proceso revolucionario más grande del siglo XX, se lo puede presentar distraído, ocupándose de minucias y cuestiones intrascendentes. Quizás en esa visión malintencionada radique, probablemente, la menor importancia que se le adjudica a estos textos en los análisis sobre su pensamiento y en la mayoría de las ediciones de sus obras fundamentales.
Sin embargo, la obra que aquí presentamos con el título de Problemas de la vida cotidiana y otros artículos sobre la cultura en la transición al socialismo –que reúne artículos mayormente publicados en el periódico Pravda, entre abril y noviembre de 1923, como otros artículos que permanecían inéditos en castellano– marcan el inicio, solo aparentemente tangencial, de un combate político de Trotsky contra la burocracia, que, muy pronto, se convertiría en una lucha abierta que continuó hasta el final de su vida.
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Como el mismo Trotsky relata en la introducción de Problemas de la vida cotidiana, le había parecido que
(…) en la biblioteca del partido faltaba un pequeño folleto que, en forma sumamente popular, mostrase al obrero y al campesino medios el vínculo que une algunos hechos y ciertos fenómenos de nuestro período de transición y que, al indicar una perspectiva adecuada, serviría como arma para la educación comunista [9].
Para intercambiar opiniones al respecto, organizó una asamblea de propagandistas del partido en Moscú, repartió un cuestionario y abrió debates. Así advirtió que “los problemas relativos a la familia y al modo de vida apasionaron a todos los participantes” [45]; por eso, aunque aborda muchísimos temas relativos a la cultura –entendida ésta en un sentido amplio– las reflexiones sobre la emancipación femenina de las ataduras patriarcales ocupan un lugar privilegiado.
Y, sin embargo, parece que tuviera que pedir permiso o disculparse ante el aparato partidario –donde, recordemos, avanzaba el proceso de burocratización–, por dedicarse a estos temas. Tan es así que, en una carta, escribe:
Tengo que rechazar con indignación todas las insinuaciones sobre mi trabajo relacionado con el estudio de la vida cotidiana. Para emprender esta investigación, que, por supuesto, es muy útil, no le robé ni un minuto de mi tiempo al trabajo, sino que lo hice durante mi descanso en Kislovodsk que me fue dado para curarme [10].
Las cuestiones relativas a la transformación de la vida cotidiana, de la opresión de las mujeres y de la elevación del nivel cultural de las masas no parecían ser asuntos de importancia para el aparato del Kremlin. Quizás porque era evidente que, de lo que se trataba era –como ya lo señalamos– de una lucha contra la burocratización del partido y del Estado, apelando a una mayor autoactividad de las masas en la construcción de su destino y en el combate contra el atraso cultural. Esta obra que aquí se presenta, por primera vez, completa en castellano, fue un debate político sobre cómo construir el socialismo en condiciones de paz, cuando ya había terminado la guerra civil y mientras la revolución en Europa estaba aún desarrollándose. ¿De qué manera la actividad de las bases podría reformar el régimen interno que se hacía cada vez más burocrático? Si el legendario fundador del Ejército Rojo tenía sus ideas al respecto, era menester que las convirtiera en armas de la crítica, apelando a la vanguardia del partido, a esos socialistas conscientes que sentían un genuino y justificado respeto por su dirigente, que se habían templado en la revolución y en la guerra civil y que aún no habían sucumbido a la desmoralización que sobrevendrá años más tarde. Todavía eran una generación presente y activa, a pesar de los grandes cambios que había experimentado la composición social del Partido Bolchevique que, como señala Isaac Deutscher,
(…) a principios de 1917 no tenía más de 23.000 miembros en toda Rusia. (…). Entre 1919 y 1922, la militancia se triplicó una vez más, aumentando de 250.000 a 700.000 miembros. La mayor parte de este crecimiento, sin embargo, ya era espurio. Los oportunistas se volcaban en alud sobre el campo de los vencedores. El partido tenía que llenar innumerables puestos en el gobierno, la industria, los sindicatos, etc., y era ventajoso llenarlos con personas que aceptasen la disciplina partidaria. En esta masa de recién llegados, los bolcheviques auténticos quedaron reducidos a una pequeña minoría [11].
Esos auténticos bolcheviques serán los principales destinatarios de estas reflexiones. Trotsky espera que estas palabras, en las voces de agitadores y propagandistas inflamen los corazones de las nuevas generaciones de jóvenes que han despertado a la vida bajo un nuevo régimen social y político parido por la revolución. Lo mismo espera de las mujeres, en donde encuentra un reservorio de energía y constancia para luchar por lo nuevo, por haber sido quienes más padecieron en la vieja sociedad.
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Este particular enfoque de Trotsky sobre la vida cotidiana y todos los temas relativos a la cultura que se expresa en estos artículos, está profundamente vinculado con su reflexión, alejada de todo dogmatismo y economicismo, sobre el carácter permanentista de la revolución. Una elaboración que inicia en 1906, pero que se expresa cabalmente en la generalización que culmina en 1928 en la llamada Teoría de la Revolución Permanente.
Polemizando con la teoría estalinista de la construcción del socialismo en un solo país, allí abordará tres aspectos de los procesos revolucionarios. El primero, sobre la relación entre la revolución democrática y la transformación socialista de la sociedad, en los países atrasados; en oposición a la concepción de la “revolución por etapas” que sostenía el estalinismo, según la cual los países menos desarrollados estarían inmaduros para la revolución socialista, justificando así la subordinación de la clase trabajadora en alianzas con sectores de la burguesía nacional “democrática” o “antiimperialista”. En segundo lugar, el de las transformaciones del conjunto de las relaciones sociales, en la revolución socialista como tal, es decir, cuando el proletariado toma el poder y se abre un proceso de lucha interna constante en las costumbres, la cultura, el desarrollo técnico, etc., en oposición a la idea promovida por Stalin, de que la misma toma del poder ya constituía “nueve décimas partes” de la tarea de construcción de una sociedad socialista. Y, por último, sobre el carácter internacional de la revolución socialista, basado en la mundialización de la economía propia del capitalismo que lleva a que la revolución socialista no pueda contenerse en las fronteras nacionales más que como un régimen transitorio; también en oposición a la concepción estalinista adoptada en el XIV Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética de 1925, que auguraba la posibilidad de edificar una sociedad socialista “en un solo país”.
Pero para comprender la concepción de Trotsky sobre la dinámica revolucionaria en la que se enmarcan sus textos de 1923, veamos cómo formulará, más adelante, este segundo aspecto permanentista de la revolución:
La sociedad sufre un proceso de metamorfosis. Y en este proceso de transformación cada nueva etapa es consecuencia directa de la anterior. (…). Las revoluciones de la economía, de la técnica, de la ciencia, de la familia, de las costumbres, se desenvuelven en una compleja acción recíproca que no permite a la sociedad alcanzar el equilibrio [12].
Se trata de una buena descripción, expresada como ley de la dinámica de la revolución, de la intensa actividad transformadora que se vivió durante los primeros años que siguieron a la conquista del poder en Rusia. Una concepción dialéctica que le permite comprender de qué manera el relativo atraso del capitalismo en Rusia contribuyó a abrir paso a la revolución socialista y la toma del poder, pero cómo, al mismo tiempo, ese atraso –que también se expresa como atraso cultural– se convirtió en un obstáculo para la construcción socialista.
Ya en un discurso pronunciado en junio de 1924, publicado en esta compilación, lo expresaba de esta manera:
La clase obrera tuvo que tomar el poder en sus propias manos para que no hubiera obstáculos políticos en la construcción de la nueva sociedad. Pero cuando conquistó el poder, se encontró con otro obstáculo: la pobreza y la falta de cultura. Aquí está la diferencia entre nuestra situación y la situación del proletariado en los países capitalistas avanzados. En su camino se alza un obstáculo directo: el Estado burgués, que solo permite un área definida de actividad proletaria, el área que la clase dominante considera permisible. La primera tarea en Occidente es derrocar el dominio de clase, el Estado burgués. Allí es más difícil resolver este problema que aquí, porque el Estado burgués es más fuerte allí que aquí. Pero cuando sea derrocado el dominio de clase, el proletariado occidental se encontrará en una posición más favorable que la nuestra con respecto a la creación cultural [129].
Más aún, la visión de Trotsky nada tiene que ver con la tosca posición etapista según la cual la revolución debía atravesar un período de desarrollo económico y tecnológico centrándose únicamente en el aumento de la productividad, para arribar, más tarde y automáticamente, a las transformaciones en la vida cotidiana de las masas. Escribe en el artículo “De lo grande y lo pequeño”, de octubre de 1923:
¿Qué es más importante?: ¿la batalla o la limpieza y engrase del rifle, o cuidar un caballo de carga, o explicarle a una campesina para qué sirve el Ejército Rojo, o aprender la geografía y la historia de Alemania, o la fabricación de mantas para caballos, etc., etc.? Es ridículo y francamente absurdo plantear la cuestión de esta manera. Precisamente porque hay grandes pruebas por delante, es necesario fabricar arados, tejidos de mantas para caballos, estudiar con diligencia la geografía y la historia de Alemania y de todos los demás países, llamar la atención de los obreros y obreras más atrasados sobre las condiciones de su vida cotidiana, abriéndoles así la puerta al amplio camino revolucionario. Cada nuevo comedor público es un excelente argumento material en favor de la revolución internacional [273].
Ese mismo ángulo en el análisis va a ser fundamental, años más tarde, para trazar su crítica al retroceso en derechos y cultural, impuesto por Stalin a las masas femeninas, las familias trabajadoras y la juventud que describe, con sobrados ejemplos, en su obra La Revolución Traicionada, de 1936.
La posición de la mujer es el indicador más gráfico y elocuente para valorar un régimen social y la política del Estado. La Revolución de Octubre inscribió en su bandera la emancipación de la mujer y produjo la legislación más progresiva en la historia sobre el matrimonio y la familia. (…). Mientras tanto, guiada por su instinto de conservación, la burocracia se ha sobresaltado por la “desintegración” de la familia. (…). En completa contradicción con el ABC del comunismo, la casta dominante ha restablecido de este modo el núcleo más reaccionario y oscurantista del régimen clasista, es decir, la familia pequeñoburguesa [13].
No hay una continuidad entre los primeros decretos alborozados del naciente Estado obrero de 1917 –cuando las leyes también se imaginaban tan transitorias y episódicas como el Estado mismo, como toda la sociedad revolucionada– y esas prescripciones solemnes del orden estatuido por la burocracia para el progreso creciente de la nación. En el medio, fueron necesarios muchas deportaciones, campos de trabajo forzoso, miles de torturados y presos, miles de asesinados. A la revolución, fue necesario oponerle una contrarrevolución. La revolución no degeneraba por alguna maliciosa tendencia congénita: si para la realización del socialismo se necesitaba de una vanguardia consciente, para consolidar la reacción también se requería de la liquidación de esa generación educada en la clandestinidad de la lucha contra el zarismo, galvanizada en la guerra imperialista y macerada en la guerra civil. En este sentido, Wendy Goldman sentencia que
(…) aunque las condiciones materiales jugaron un rol crucial en socavar la visión de los años veinte, no fueron en última instancia, responsables por su desaparición. (…). La reversión ideológica de la década de 1930 fue esencialmente política, no de naturaleza económica ni material, y llevaba la impronta de la política estalinista en otras áreas. La ley de 1936 tenía sus raíces en las críticas populares y oficiales de la década de 1920, pero sus medios y sus fines constituían un marcado quiebre con las primeras corrientes del pensamiento, de hecho con una tradición de siglos de ideas y prácticas revolucionarias [14].
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En esta metamorfosis sin pausa y corriendo contra el tiempo, las tareas de la revolución se concentraban en la cultura. Los clubes obreros que habían aparecido, tempranamente, en 1905 y habían sido clausurados por el régimen zarista, reabrieron sus puertas en los albores de la revolución de 1917. Financiados por los sindicatos, las fábricas y empresas tenían sus clubes obreros, con biblioteca, comedor, sala de conferencias: verdaderos “palacios de la cultura”, donde el pueblo trabajador debatió de política y economía, votó decisiones sobre la producción, pero también avanzó en su conocimiento, acrecentó su cultura y enalteció su espíritu en la más amplia libertad. Escribe Trotsky que
(…) el Estado obrero tiene el derecho y el deber de usar la coerción contra los enemigos de la clase obrera, una aplicación despiadada de la fuerza. Pero en lo que respecta a la educación de la clase trabajadora, el método de “¡Esta es la verdad, arrodíllense ante ella!”, como método de trabajo cultural contradice la esencia misma del marxismo [136].
En los artículos dedicados a los clubes obreros, la educación y la prensa –muchos de los cuales se publican aquí por primera vez en castellano–, Trotsky demuestra una profunda comprensión dialéctica de las tareas culturales del período de transición al socialismo. Allí explica que las tareas de alfabetización y elevación del nivel cultural de las masas son apenas una cuestión elemental. Pero eso es apenas el comienzo, para alcanzar a igualar a las masas trabajadoras de los países capitalistas, partiendo del profundo atraso de un país sumido bajo el régimen autocrático y los patriarcas de la iglesia ortodoxa. Porque en la transición al socialismo, la culturización tiene un doble aspecto:
(…) al mismo tiempo que el curso fundamental de nuestro trabajo cultural es hacia el socialismo y el comunismo, debemos trabajar simultáneamente para hacer avanzar a grandes sectores de nuestro frente cultural, aunque solo sea al nivel de cultura alcanzado en los Estados burgueses avanzados. Este carácter dual de nuestro trabajo, totalmente determinado por las circunstancias de nuestro pasado histórico, debe entenderse adecuadamente para que no cometamos errores sobre el sentido y la sustancia de nuestra labor [189].
Desprecia que a la lucha contra el analfabetismo, el alcoholismo, los malos tratos, la superchería y todos los males endémicos del atraso se los bautice con el pomposo nombre de “ética comunista”. Se niega a denominar a todo aquello “cultura proletaria”, porque permanentemente insiste en el carácter transitorio que tienen las tareas que lleva a cabo esta generación parida por el atrasado régimen zarista que templó su espíritu insurrecto y que, aún, tiene pendiente completar y extender las tareas de la revolución proletaria antes de parir una generación socialista, que carezca de la necesidad de ser “revolucionaria”. Y explica, de qué manera la educación de la clase trabajadora bajo el látigo de la explotación es diametralmente opuesta a la de las masas que han conquistado el poder y empiezan a construir su Estado obrero, con carácter transitorio, en la perspectiva del socialismo internacional. Porque si el obrero explotado encontraba en las definiciones y conceptos del abecé marxista un eco de sus experiencias de clase, ahora la situación es diferente. “El explotador se nos presenta ahora solo en gran escala, en la forma del gigante capitalista mundial, que utiliza guerras, bloqueos y exigencias extorsivas basadas en la vieja deuda externa para impedir nuestro desarrollo”, es decir, desaparece de la fábrica, su presencia ya no es una experiencia tangible para los obreros de la Rusia soviética. Mientras que, por otro lado, “el trabajador debe llegar a conocerse a sí mismo en su posición social, es decir, pensar en todas las consecuencias que emanan del hecho de que él es la clase dominante” [137].
Nunca en la Historia había ocurrido algo semejante ¿cómo elevar el nivel cultural de las masas trabajadoras en un Estado obrero, donde fue suprimida la propiedad privada de los medios de producción y el trabajo humano está cimentando las bases materiales que permitirán avanzar en la transición a una sociedad socialista? Si en el capitalismo, es necesario generalizar las experiencias cotidianas de la explotación para arribar a las leyes generales de funcionamiento de la sociedad, en el Estado obrero, solo una visión amplia y profunda del curso de la revolución internacional, del papel del Estado obrero en la lucha de clases mundial serán las llaves para que el trabajador comprenda su específica tarea en la fábrica estatizada, para que aprehenda y asimile cabalmente cuál es su rol en el decurso de la Historia.
No crean todo lo que oyen; no vivan de rumores; confirmen las cifras, confirmen los hechos; estudien, critiquen, esfuércense; luchen contra la arbitrariedad y la sensación de que no hay defensa contra la injusticia; perseveren, impongan sus puntos de vista, amplíen su campo de comprensión ideológica; avancen y empujen a otros hacia adelante (…) [199].
Solo este espíritu audaz, libre y consciente puede guiar la edificación socialista, empezando por la tarea de elevar el nivel cultural del conjunto de la sociedad.
Aquí, cuando se refiere al papel de la prensa en esta tarea de culturización, incluye los temas familiares y de la vida cotidiana, resaltando que están muy equivocados aquellos camaradas que piensan que no tienen importancia. Y destaca el papel que las mujeres están llamadas a jugar en esta inmensa tarea educativa.
Si la vieja generación, de la que cada vez queda menos, aprendió el comunismo a partir de hechos decisivos de la lucha de clases, las nuevas generaciones están llamadas a aprender de los elementos constitutivos de la vida cotidiana. (…). Así como tenemos nuestros agitadores de las masas, nuestros agitadores de las industrias, nuestros propagandistas antirreligiosos, debemos formar a nuestros propagandistas y agitadores en cuestiones de costumbres. Y puesto que las facetas más despiadadas de nuestra vida actual hieren los hombros y las espaldas de las mujeres, debemos suponer que los mejores agitadores de la vida cotidiana saldrán del medio femenino [211].
Ellas están convocadas a esta tarea, porque poseen esa atención creativa a todos los detalles de lo cotidiano “imperceptibles para el ojo superficial” [211]. ¿Cómo no van a ocupar un puesto de vanguardia, en la construcción de lo nuevo, aquellas que más sufrieron con la vieja sociedad?
Y una vez más, la autoactividad de las masas es insustituible en la eliminación de todos los vestigios de la atrasada sociedad feudal y la construcción de nuevas formas de la vida cotidiana.
No podemos darnos el lujo de esperar que todo nos venga de arriba como producto de una iniciativa del Estado. (…) El Estado obrero es un andamio; no es un edificio sino apenas un andamio. La importancia del Estado revolucionario en un período de transición es inconmensurable (…). Pero esto no significa que todo el trabajo de construcción sea realizado por el Estado. El fetichismo del estatismo, aunque sea obrero, es algo que no se lleva bien con los marxistas [212].
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Aunque algunos de los textos que integran esta compilación hayan sido publicados en inglés y castellano bajo el título de La mujer y la familia, lo cierto es que Trotsky nunca dedicó una obra íntegra y exclusivamente a la cuestión de la opresión y la emancipación femenina, como lo hicieron Augusto Bebel, hacia finales del siglo XIX o Alexandra Kollontai, en este mismo período. Así y todo, las agudas observaciones sobre la materia, que encontramos en estas páginas compartidas con otros diversos asuntos, alcanzan para reconocer que su pensamiento supera con creces a las ideas más avanzadas de su época; un período de guerras y revoluciones que, como sabemos, suelen trastocarlo todo, incluso los estereotipos de los géneros, las estructuras familiares y las relaciones interpersonales y sexoafectivas.
En ese clima revolucionario era habitual que transcurrieran intensas discusiones en el seno del Partido Bolchevique, entre adherentes a diversas teorías y posiciones vanguardistas sobre el Código Civil, la protección de la maternidad y las reformas legales y materiales que iniciarían el curso de la emancipación femenina. Para dimensionar lo avanzado de estos debates, es menester advertir que Rusia, había heredado del régimen zarista, casi un 90 % de mujeres analfabetas; la guerra mundial y la guerra civil las habían empujado al trabajo en las fábricas, pero la revolución debía trabajar intensamente por eliminar las diferencias descomunales que existían entre ellas y sus camaradas varones.
Como Lenin, Trotsky considera apenas elementales los derechos civiles conquistados por la revolución para las mujeres, aun cuando fueran impensados en las democracias capitalistas contemporáneas más avanzadas de Europa: derecho a votar y ser votadas, al divorcio, al aborto, derecho a tener un documento y a trabajar a cambio de un salario sin pedir permiso al padre o al esposo. La revolución también despenalizó la homosexualidad y alfabetizó a gran escala. Pero, más importante que estos pasos agigantados en lo que actualmente denominaríamos “ampliación de derechos”, era que la revolución socialista creara las condiciones materiales necesarias para la liquidación del trabajo en el hogar, porque como Lenin, Kollontai y otros líderes bolcheviques, Trotsky consideraba que ese trabajo convertía a las mujeres en “esclavas domésticas” y, en los hechos, les impedía ejercer aquellos nuevos derechos civiles. Para conseguir esa participación de las mujeres en la vida política, social y cultural, era necesario avanzar denodadamente en la socialización del trabajo doméstico y de cuidados. Escribe en el artículo “De la vieja a la nueva familia”:
Uno de los problemas, el más simple, fue el de instituir en el Estado soviético la igualdad política de hombres y mujeres. (...) Pero lograr una verdadera igualdad entre hombres y mujeres en el seno de la familia es un problema infinitamente más arduo (...) Pues si la mujer está atada a la familia, a la cocina, a la limpieza y a la costura, sus posibilidades de participación en la vida política y social estarán reducidas al extremo [83].
Solo con la incorporación creciente de las mujeres en la vida social –y no solo en la producción– podía combatirse, aceleradamente, contra los siglos de atraso y oscurantismo impuestos por el orden patriarcal bajo la influencia de la iglesia ortodoxa.
Pero lo más agudo de estos escritos de 1923 es que, en un período que los revolucionarios marxistas concebían como de transición al socialismo, su autor reflexiona que ni siquiera las más radicales transformaciones materiales resuelven, en sí mismas y definitivamente, la opresión patriarcal; que es necesario “un deseo íntimo e individual de auge cultural” [82], para embestir conscientemente contra las ataduras del pasado, contra esa subordinación que, de tan milenaria, se ha hecho imperceptible, se ha naturalizado y se ha convertido en hábitos y costumbres. Es decir, Trotsky señala el elemento fundamental del trastocamiento de las bases materiales de la opresión, como también la necesaria conquista de derechos civiles que igualan jurídicamente a las mujeres con los varones; pero destaca con especial énfasis, el necesario esfuerzo, consciente y deliberado, que se requiere para transformar de raíz los vínculos, los roles, los preconceptos, toda una cultura que naturaliza la jerarquización de los sexos y la discriminación [15].
En la primavera boreal de 1923, hubo un debate sobre la vida cotidiana en el Secretariado de la Mujer del partido. En esa ocasión, una dirigente del Comité Central cuestionó al aparato partidario por los escasos logros obtenidos, diciendo que la inercia no existe tanto en las masas, como entre los dirigentes. “Todo el problema es que ‘nosotros’ sabemos perfectamente qué hacer, pero no hacemos nada debido a la inercia de los órganos soviéticos y sus dirigentes” [116], dice la camarada Vinogradskaya. Trotsky aprovecha este episodio para profundizar en su reflexión sobre la autoactividad de las masas: “El burócrata espera (me pregunto si tiene en manos algún brillante plan financiero) que cuando seamos ricos, y sin necesidad de más palabras, obsequiaremos al proletariado condiciones de vida más civilizadas, como si se tratara de un regalo de cumpleaños” [115]. Y cuestiona, a su vez, el ángulo de la crítica de Vinogradskaya que supone que los comunistas “sabemos perfectamente qué hacer, pero no hacemos nada debido a la inercia de los órganos soviéticos y sus dirigentes” [116]. Le responde:
La opinión de que todo el problema es simplemente la estupidez de las altas esferas soviéticas es una visión burocrática, aunque de signo contrario. El poder, incluso el más activo y proactivo, no puede reconstruir la vida cotidiana sin la mayor iniciativa de las masas [118].
Cierra su artículo con estas palabras que concentran, casi de manera aforística, la verdadera naturaleza del proceso social de transformación de la vieja sociedad patriarcal:
Los problemas de la vida cotidiana deben pasar por las piedras del molino de la conciencia proletaria colectiva. El molino es fuerte, y dominará todo lo que se le dé para moler. (…) Es bastante cierto que en la esfera de la vida cotidiana el egoísmo de los hombres no tiene límites. Si en realidad queremos trasformar las condiciones de vida, debemos aprender a mirarlas a través de los ojos de las mujeres [122].
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Lejos de la visión caricaturesca de la emancipación que, años más tarde, brindó al mundo el llamado “socialismo real”, donde el Estado se presentaba como un proveedor de servicios y derechos para las masas convertidas en meras receptoras pasivas de las bondadosas concesiones del líder, Trotsky plantea que se avanza mediante un amplio y dialéctico proceso democrático, donde la iniciativa de las masas cobra un valor fundamental. El aparato del Estado apenas debe limitarse a asesorar y asistir para que los propósitos de las masas lleguen a buen término. En este sentido, escribe:
Para la transformación de la vida cotidiana se abren dos vías: una, desde abajo y otra, desde arriba. Desde abajo, o sea que combina los recursos y esfuerzos de las familias individuales, creando casas de familias comunitarias, dotadas de cocinas y lavanderías colectivas, etc. Desde arriba, es decir, a través de la iniciativa estatal o de los soviets locales para la construcción de departamentos comunitarios de trabajadores, comedores públicos, lavanderías y guarderías, etc. En un Estado obrero y campesino no puede haber contradicción entre estas dos vías: una debe complementar a la otra. Los esfuerzos del Estado no llevarían a ningún lado sin la lucha independiente de las familias obreras por una nueva forma de vida. Pero sin el asesoramiento y la asistencia de los soviets locales y las autoridades estatales ni siquiera las iniciativas más enérgicas de las familias obreras podrían dar lugar a logros importantes [113].
¡Opuesto por el vértice a la actitud de la burocracia que repele la participación activa de las masas en la administración del Estado obrero y su autogobierno!
(…) el camino hacia la nueva familia es doble: a) la elevación del nivel de cultura y educación de la clase trabajadora y de los individuos que la componen; b) un mejoramiento de las condiciones materiales de la clase que forma el Estado. Ambos procesos se hallan íntimamente conectados entre sí [86].
Y también escribe:
(…) no debe existir ningún tipo de compulsión que venga de arriba, es decir, debemos evitar la burocratización de los nuevos modos de vida. Sólo mediante la creatividad de las grandes masas del pueblo, asistidas por la iniciativa artística y la imaginación creadora, puede gradualmente, en el curso de años y tal vez de décadas, llevarnos por el camino para el logro de formas de vida nuevas, espiritualizadas y ennoblecidas (...) [91].
El dirigente revolucionario penetra en la psicología de las masas, agotadas por los esfuerzos de la insurrección, la guerra civil, las hambrunas y enfermedades. Analiza las profundas contradicciones de un período creativo y transformador que choca, permanentemente, contra las fuerzas contrarias del pasado, las costumbres arraigadas y los límites materiales. Examina que esos cambios no serán auténticos, si no parten del deseo de las masas de elevar su nivel cultural para abandonar las embrutecedoras costumbres del pasado, que el incipiente curso de burocratización reproduce, en su intento de acallar las iniciativas más audaces. Considera que una reforma radical de todo el orden de la vida familiar “presupone la existencia en la clase misma de una poderosa fuerza molecular proveniente de un deseo íntimo e individual de auge cultural”. [82] Sin esto, le resulta imposible imaginar la transformación radical de las costumbres ancestrales, de la institución familiar y de la situación de las mujeres.
No exime a todos los militantes conscientes de trabajar para la transformación de la vida familiar; pero espera que las mujeres revolucionarias sean las que encabecen esta batalla. Escribe que “desafortunadamente, la inercia y las costumbres son fuerzas poderosas. En ningún ámbito la costumbre aburrida y ciega es más fuerte que en una vida familiar cerrada y oscura. ¿Y quién es la primera en ser llamada contra la bárbara situación de la familia si no es la mujer revolucionaria?” [114]. La transformación radical de la vida cotidiana no es automática; la toma del poder por la clase obrera no demuele en un acto las costumbres que, durante siglos, se han ido asentando imperceptiblemente como sólidas e inamovibles capas geológicas. Las reformas legales tampoco son garantía, ¡ni siquiera la socialización de los medios de producción y las grandes transformaciones de la economía! Si bien todo ello es necesario, no es suficiente.
Por eso, aun en medio de una situación económica y política difícil para el Estado obrero, Trotsky se atreve a convocar a las mujeres a luchar por concretar la mayor socialización del trabajo doméstico que fuera posible. Las emplaza a combatir, conscientemente, contra la inercia y los hábitos ciegos y –como escribe en “Carta a una asamblea de trabajadoras de Moscú”– las invita a presionar con “la opinión pública colectiva de las trabajadoras”, para que “haga todo lo posible para lograrlo, considerando nuestras fuerzas y nuestros recursos actuales” [114]. Está convencido de que “la primera tarea, la más cercana, la más urgente, la más profunda, es hacer que la vida cotidiana salga del silencio” [213].
Siguiendo la tradición de los socialistas utópicos del siglo XIX, parafraseados por Marx y Lenin, Trotsky también considera que el desarrollo de una sociedad se mide por el grado de progreso hacia la libertad de las mujeres. Liquidar la milenaria opresión femenina es avanzar en la construcción de una sociedad socialista y el socialismo no es un fin predestinado para la Humanidad, no es la consecuencia inexorable, automática o espontánea de la revolución proletaria y la conquista del poder por parte de las masas. El posterior devenir de la Unión Soviética es un ejemplo de ello: la revolución fue traicionada y, con ello, caducaron los derechos de las mujeres que habían sido conquistados en los albores de la insurrección. Se consolidó la familia patriarcal, mientras la liberación femenina pasó a ser representada, exclusivamente, como la participación masiva de las mujeres en todos los ámbitos de la producción. Pero lo más pernicioso que hizo el estalinismo, en este terreno, fue presentarse como el heredero genuino de la visión socialista original y que las generaciones siguientes aprendieran a llamar a las experiencias deformadas por la burocratización, “socialismo real”.
Para 1923, este futuro era aún incierto o más bien, era menester combatir con todas las fuerzas disponibles para disminuir su probabilidad. No eran pocos los que aún creían que
A medida que la humanidad comience a erigir palacios en la cima del Mont Blanc y en el fondo del Atlántico, a regular el amor, la nutrición y la educación, elevando el tipo humano promedio al nivel de un Aristóteles, de un Goethe y de un Marx, conferirá a su modo de vida no solo riqueza, intensidad, sino también el más alto dinamismo. Apenas conformado, el caparazón de la vida cotidiana estallará bajo la presión de nuevos inventos técnicos, culturales y logros biopsíquicos [316].
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Derechos que ninguna democracia capitalista de la época podía siquiera imaginar; transformaciones económicas y sociales gigantescas que sentarían las bases para la edificación de una sociedad liberada de todas sus cadenas; y autoorganización, libertad de iniciativa, audacia y consciencia para dirigir esas acciones en la perspectiva de un futuro comunista. Lo mismo vale para la transformación de la familia, de las relaciones entre los géneros, la creciente socialización del trabajo doméstico, los desafíos de los corresponsales obreros de la prensa, la educación de la juventud o el quehacer de los clubes proletarios. Estas son las claves del período de transición al socialismo, expresadas por Trotsky en los artículos reunidos en este volumen y condensadas en la gran empresa colectiva de elevación del nivel cultural de las masas en todo aquello concerniente a la vida cotidiana.
No cabe duda de que el ser humano del futuro, el ciudadano de la comuna, será una criatura muy interesante y atractiva, pero tendrá una psicología... pido disculpas a los camaradas futuristas: creo que el hombre del futuro seguirá teniendo una psicología (risas)... tendrá, digo, una psicología profundamente diferente a la nuestra. Pero nuestra tarea hoy no es todavía –lamentablemente, si se quiere– educar a ese ser humano del futuro. No creemos en el punto de vista utópico, humanista y psicológico, que dice que primero hay que educar a un hombre nuevo y luego se crearán las nuevas condiciones. Sabemos que el ser humano es un producto de las condiciones sociales y que no puede escapar de ellas. Pero sabemos algo más, y es que entre las condiciones y las personas existe una relación compleja y activa: el propio ser humano es un instrumento de la acción histórica, y no el menos importante. Dentro de este complejo entramado histórico del medio ambiente y los seres humanos activos estamos creando ahora, también a través de la Universidad Sverdlov, no el ciudadano abstracto, armonioso y perfecto de la comuna. No, estamos formando los seres humanos concretos de nuestro tiempo que aún deben luchar para crear las condiciones capaces de hacer surgir al ciudadano armonioso de la comuna. Esto es muy distinto, por el mero hecho de que, francamente, nuestro bisnieto, ciudadano de la comuna, no será un revolucionario [254].
Era 1923. En Alemania se jugaba el destino de la revolución internacional; en Rusia, el desarrollo antagónico del campo y la ciudad trazaban unas tijeras que podían hacer peligrar la economía del Estado obrero; Lenin era abatido por la enfermedad y se encontraba al borde de la muerte; amplios sectores del partido manifestaban su desacuerdo y su malestar por el rumbo que estaba tomando la dirección bajo la tutela de Stalin. Y Trotsky, el creador del Ejército Rojo que enfrentó la invasión de catorce ejércitos imperialistas, retomaba una vez más las armas de la crítica para poner bajo la mira las cuestiones “incuestionables” de la vida cotidiana. Estaba convencido, como Lenin, de que la elevación del nivel cultural de las masas era una tarea crucial en esta etapa en la que había que combatir todas las tendencias a la burocratización del partido y del Estado, favorecidas tanto por las circunstancias del atraso nacional como por la perspectiva de una posible derrota de la lucha de clases internacional. Trazó un plan de guerra, con sus artículos compilados en esta obra, brindó las armas a un ejército de agitadores y propagandistas para fortalecer esa batalla. Una que se dio en medio de lo que algunos historiadores y analistas políticos reaccionarios quisieron ver como la lucha por el poder y que, sin embargo, fue una lucha revolucionaria –dentro de la revolución– por transformar radicalmente la vida sin ceder ni un ápice a las tendencias que presionaban en el sentido de la burocratización.
Problemas de la vida cotidiana y otros escritos sobre la cultura en la transición al socialismo despliega nuevas dimensiones del conflicto histórico al que hacía frente la revolución proletaria, con una profundidad, sensibilidad y agudeza excepcionales. Que una vez más, la pluma del escritor que no fue literato, convertida en arma por el jefe del ejército que no fue militar, permita limpiar las banderas revolucionarias profanadas por la casta burocrática que edificó un “socialismo real” que no fue socialismo. Las jóvenes generaciones que padecen la explotación, la opresión y la depredación de la naturaleza de un capitalismo que, casi cien años después de que fuera escrita esta obra, atrasa un siglo, sabrán extraer las lecciones de este monumental y minucioso trabajo para la edificación del futuro socialista mundial.