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La Izquierda Diario
27 de septiembre de 2021 Twitter Faceboock

Iberoamérica
Extrema derecha y paleolibertarios: ¿hacia una internacional reaccionaria?
Roberto Bordón | @RobertoBordon13

Radiografía de varios movimientos que conforman la extrema derecha iberoamericana. Desde Vox en el Estado Español hasta Javier Milei en Argentina.

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La visita reciente de Vox a México para establecer relaciones con senadores y congresistas del Partido de Acción Nacional (PAN) y la firma por parte de estos últimos de la llamada Carta de Madrid, ha puesto sobre la mesa la intención de sectores de la ultraderecha de organizarse a nivel internacional. El objetivo que anuncian con esta alianza es “combatir el comunismo”, una figura construida como blanco de sus ataques, en la que incluyen a los partidos de la centroizquierda institucional o populista, muchos de ellos gestores directos de las instituciones capitalistas, a los que acusan de infiltrarse ideológicamente en los centros de poder de Latinoamérica para extender “regímenes comunistas”.

Como el lector puede apreciar, se trata de un bulo estratosférico, pero que, replicado en los medios y redes sociales con formas provocadoras, logra impactar por derecha en algunos sectores descontentos con los gobiernos de turno, con la crisis social o con la casta política.

Vox lanzó en octubre de 2020 la Carta de Madrid, un documento firmado por diversos intelectuales y referentes políticos de la extrema derecha en el Estado Español y en Latinoamérica en los que se recogen los principios a defender y se expone a los enemigos a batir. También se introduce el término de “Iberoesfera”, un concepto introducido por la formación de Abascal. [1] Más de 700 millones de personas formarían parte de dicho espacio geopolítico. El concepto trata de englobar al Estado Español junto con Latinoamérica como una misma unidad política.

Pero el documento no es una simple declaración de principios en abstracto, sino que, como ha anunciado la propia ultraderecha española, es un primer paso para intentar constituir una estructura permanente, una especie de “internacional reaccionaria”. Así pues, Vox ha anunciado tras su visita a México, la intención de que la Carta de Madrid de paso al Foro Madrid, nombre del aparato internacional que pretenden constituir en ambos continentes.

En vista de la fuerza que están ganando estos nuevos elementos reaccionarios, esta nota haremos un primer análisis introductorio a qué es la Carta de Madrid, cuáles son sus objetivos y qué plantea este “nuevo” proyecto de la ultraderecha de habla hispana.

La Carta de Madrid: ¿un anticomunismo sin fronteras?

La iniciativa impulsada por Vox se propone un enemigo discursivo: combatir el comunismo y salvaguardar los pilares del sistema capitalista.

Así pues, el documento inicial describe entre sus objetivos: la defensa del Estado de Derecho; el imperio de la ley; la separación de poderes; la libertad de expresión; y la propiedad privada como elementos esenciales que garantizan el funcionamiento de las sociedades capitalistas. Entienden además que dicha tarea no se reduce únicamente al ámbito político-institucional, sino que incluye realizar acciones en la sociedad civil, los medios de comunicación y la academia, entre otros espacios.

Para ello consideran necesario combatir el avance de lo que consideran son “regímenes totalitarios de inspiración comunista, apoyados por el narcotráfico y terceros países. Todo ellos, bajo el paraguas del régimen cubano e iniciativas como Foro de São Paulo y el Grupo de Puebla”. Una cuestión que no solo estaría incluyendo a países como Cuba o Venezuela, donde de forma recurrente focalizan sus ataques y propaganda, sino que plantean que enfrentan una estrategia de avance en el mismo sentido de parte del resto de los Estados de la región e incluso en otros continentes. La meta final de esta serie de fuerzas políticas, a las que supuestamente se enfrentan, sería desestabilizar las democracias liberales en el mundo.

¿Pero, por qué tildan de comunistas a gobiernos progres o de centroizquierda que han gestionado, y bastante cómodamente, las instituciones capitalistas? ¿Qué tiene de comunista un gobierno como el del PSOE-UP que administra los intereses de un Estado imperialista como es el Estado Español? ¿Y Alberto Fernández en Argentina que sigue pagando fielmente la deuda al FMI mientras ajusta al pueblo trabajador?. ¿Cómo se puede plantear que quienes precisamente han jugado un rol en contener el estallido social y asegurar la perdurabilidad de las instituciones burguesas son el enemigo interno de estas?

Como es fácil de observar, hay una retórica reciclada de la Guerra Fría por parte de estos grupos y que busca construir un muñeco de paja en el que incluir a toda opción a su izquierda. Un discurso compartido por distintos actores políticos, desde Isabel Díaz Ayuso hablando de “comunismo o libertad” en las pasadas elecciones autonómicas de Madrid, Keiko Fujimori alertando del riesgo de una llegada al comunismo en caso de que ganase Pedro Castillo durante su campaña en las elecciones peruanas o Javier Milei afirmando que el Frente de Todos son “socialistas” durante las recientes elecciones primarias en Argentina.

En todas estas ocasiones, los discursos ultraderechistas buscaban disputar en el marco de la llamada “guerra cultural” una serie de espacios políticos con los que arrinconar a sus oponentes. El objeto de esta guerra cultural no es más que golpear al neoliberalismo progresista o a los gobiernos de centroizquierda en sus contradicciones, de forma que así los derechistas intentan presentarse como la única alternativa dejando por fuera cualquier discusión que ponga en duda los pilares del sistema capitalista. Por eso es clave en su discurso la dicotomía “comunismo o libertad”, en la que la ultraderecha se presenta falsamente como defensora de la libertad y en la que pretende englobar como “comunismo” a toda opción que no acepte sus tesis reaccionarias.

Antifeministas y liberfachos: la coalición anticomunista

Dos puntos de vista dentro de la extrema derecha actual nos pueden dar pista de por qué la Carta de Madrid afirma la existencia de regímenes de “inspiración comunista” en Latinoamérica y el Estado Español, e incluso nos permite comprender cómo ese discurso surgió también en Estados Unidos con el trumpismo. Por un lado, el antifeminismo militante que tiene diversas vertientes, entre ellas la incel de la que ya escribimos aquí, pero que se despliega de forma más global entorno al concepto de “ideología de género”. Con este, se convierte a cualquier mujer en una potencial enemiga de estas corrientes políticas. Por otro lado, vamos a apuntar algunas cuestiones sobre los discursos de los llamados “libertarios”, más bien paleolibertarios, que ven en cualquier intervención del Estado la sombra de un “totalitarismo comunista”.

Comenzaremos por estudiar su antifeminismo militante a través de la obra de Agustín Laje y Nicolás Márquez, dos referentes de la extrema derecha argentina. En El libro negro de la Nueva Izquierda, definen y exponen sus tesis sobre la “ideología de género” y de ahí derivan la existencia en la actualidad de “regímenes comunistas” y la influencia del Grupo de Puebla.

El texto se concentra en analizar lo que denominan “ideología de género”, un constructo en el que introducen sin muchos matices a los movimientos feministas, LGTBI y a las teorías queer como un todo producido como sucesor de una única fuente ideológica: el comunismo soviético. La idea central de estos autores es que los distintos movimientos mencionados anteriormente surgen como una respuesta a la crisis del marxismo tras la caída de la Unión Soviética, siendo su contenido una fachada para ocultar su objetivo principal: abolir la propiedad privada. Afirmando que se trata de continuar la misma lucha por otros medios, el libro hace una periodización de las distintas oleadas feministas en las que trata de presentar dicho movimiento (a excepción de las sufragistas, que por su condición limitada al terreno de las libertades formales aceptan) como un enemigo interior que ha ido evolucionando en Occidente a medida que el estalinismo fue perdiendo fuerza en la segunda mitad del siglo XX.

La lucha de clases habría sido reemplazada por la lucha contra el heteropatriarcado, según estos autores, que tratan de responder a los argumentos de los distintos movimientos sociales desde la defensa de una supuesta naturaleza humana inalienable, cuyos valores coinciden casualmente con los del capitalismo actual. El ser social de esta forma se vuelve ahistórico, independiente de la sociedad en la que se constituye y del modo de producción en el que el individuo se encuentra. Un ejercicio ideológico que no es nuevo ni mucho menos original, sino que se podría rastrear desde el siglo XIX, en el que se busca eternizar los valores de la sociedad capitalistas para de esta forma cerrar la posibilidad a cualquier horizonte de emancipación. Además, estos autores achacan a sus compañeros intelectuales burgueses el haberse creído que el ciclo de revoluciones socialistas se habría acabado realmente y no haría falta más lucha ideológica con el comunismo.

Para los impulsores de esta nueva derecha, la pelea no habría terminado, sino que habría cambiado de formas y no de contenido. Simplemente el sujeto revolucionario habría pasado de ser el proletariado, al que, según Laje, el capitalismo habría convencido de las virtudes del consumo, para centrarse en las mujeres. Laje se propone convencer a las mujeres de las virtudes del capital al igual que ya se habría convencido al proletario.

Esto propicia un análisis en el que se explica cómo el capitalismo habría emancipado a la mujer a través de los avances tecnológicos que la pondrían en igualdad con el hombre (a lo largo del texto se alude varias veces a una supuesta inferioridad biológica de las mujeres en términos de fuerza física como factor clave para explicar el patriarcado); y al hecho de que, al haber accedido como ciudadanas burguesas a los mismos derechos que el hombre y a que una minoría de ellas adquiera la propiedad privada de los medios de producción no quedaría nada que conquistar en adelante.

De esta forma tan burda, Laje y Márquez tratan de presentar, en especial, a los defensores de las teorías queer como víctimas de su propia ideología, condenadas al fracaso debido a la imposibilidad de superar los límites que impone lo que ellos denominan “naturaleza humana”. Una criminal argumentación que termina avalando la transfobia, la homofobia y la misoginia como valores que tan solo responden al “orden natural” que permite al ser humano vivir en sociedad. Esto se complementa con el planteamiento de que el surgimiento de estos movimientos, a los que denominan “ideología de género” (término que se repite en discursos de Vox, por ejemplo, en el Estado Español) es el resultado de una conspiración comunista orquestada en el marco de la Guerra Fría.

Este tono de teoría de la conspiración con el que se inicia el libro, hablando del Foro de São Paulo como “iniciativa comunista”, se acentúa después cuando se cita a un exagente del KGB que afirma haber participado en una estrategia por parte de la Unión Soviética entorno a los años 60 (mayo del 68 y sus intelectuales son el archienemigo para estos autores) para infiltrarse ideológicamente en las estructuras académicas y centros de poder estadounidenses a partir de los movimientos estudiantiles radicales de la época. El lector estará sorprendido, pero eso no es todo. Aunque parece una anécdota conspirativa más de las decenas que se citan para desacreditar a los movimientos sociales analizados, va cobrando importancia según avanza el texto, por ejemplo, cuando posteriormente se habla de la extensión de las teorías críticas con el género en las universidades norteamericanas y en Argentina. Dando a entender que la extensión de las teorías queer sería un resultado de dicha infiltración ideológica. Un delirante planteamiento en el que el enemigo externo a Occidente (Unión Soviética) habría generado un enemigo interno (lo queer o el feminismo) que estaría desestabilizando de forma violenta la sociedad burguesa.

Contra esta supuesta infiltración oponen la defensa expresa de la familia tradicional, no sólo porque no conciben otro modelo debido a su homofobia y misoginia, sino porque admiten que es una formación social que en su núcleo de valores reside la defensa de la propiedad privada.

Siguiendo la lógica de este libro, se puede entender cómo se explica la existencia de “comunistas por todos sitios”, a pesar de que la mayoría de las corrientes y gobiernos a los que hacen referencia son en realidad, grandes gestores del capitalismo. Simplemente se señala como “comunista” toda una serie de opciones de carácter más o menos “progresistas” o posneoliberales que han aparecido a lo largo de la segunda mitad del siglo XX.

Aunque pueda parecer extraña, en realidad, es una operación ideológica que lleva siendo practicada año y medio por una parte de la ultraderecha al respecto de la crisis del Covid-19 con referentes como Jair Bolsonaro, presidente de Brasil, avalando a los antivacunas y aireando el fantasma del “comunismo” local para construir sus apoyos. La clave no es tanto la lógica interna de la teoría, sino que permita seguir cohesionando a sus bases entorno a un enemigo construido. Como explica el periodista Cullen Hoback en su documental sobre la teoría conspiranoica QAnon [2], la fuerza de esta lógica reside en que es capaz de incorporar continuamente nuevos elementos a lo ya construido. Un seguidor de VOX puede pensar que toda mujer feminista es una malvada comunista y ponerse de acuerdo con un libertario que considera que toda intervención del Estado, más allá de asegurar la propiedad privada, es una opresión totalitaria comunista.

Lo que nos lleva a otra de las corrientes de esta extrema derecha que ve “comunismo” en cada gobierno burgués: los “libertarios”.

El paleolibertario ya llegó

Los llamados libertarios se han convertido en uno de los fenómenos políticos de los últimos años. Amplificados por los medios de comunicación, como se vio en Argentina durante la campaña de las PASO con Javier Milei, quien se reivindica de esta corriente política. Inspirados en la tradición de la Escuela Austríaca de economía de la que surgieron autores como Ludwig Von Mises, Friederich A. Hayek, esta corriente se basa en un fuerte antiestatismo entorno a la idea de que no hay nada que el Estado pueda hacer que el mercado no haga mejor, como expresaba uno de sus referentes, Lew Rockwell en una entrevista sobre el movimiento.

Desde la tradición austriaca, el odio al Estado se basa en la idea de que la sociedad es un orden espontáneo, un proceso competitivo donde no hay equilibrio ni puede ser controlado por nadie de forma centralizada. Hay que dejar que los recursos se redistribuyan de forma “natural”, por lo que cualquier intervención estatal no vendría sino a desestabilizar lo que en teoría se autorregula por sí mismo, distorsionando el funcionamiento normal de la sociedad. Esto no significa que el mercado sea perfecto ni que transmita a todos los actores la información necesaria para operar en él; manejar dicha información depende de los actores. Esto pone a los libertarios en contra de cualquier institución que trate de gestionar la economía, incluyendo bancos centrales a los que visualizan como organismo de “planificación socialista” (¡sic!).

Por tanto, los libertarios desean que el mercado regule la sociedad sin ningún tipo de contrapeso, aun cuando ello implica reconocer una situación de desigualdad entre los individuos que lleva a que tan solo una minoría se enriquezca mientras los demás trabajan para ellos. Algo que no supone un problema a los autores de la Escuela Austríaca, que defienden abiertamente este dominio de los más ricos, a los que atribuyen, siguiendo a Hayek, incluso el derecho de legislar sobre nuevos valores. Ya que como menciona el autor los ricos “ociosos”, es decir, aquellos que son ricos normalmente por herencia, son quienes se han liberado del trabajo y de la competencia feroz, pudiendo dedicarse a objetivos no materiales como patrocinar las artes, fundar entidades filantrópicas o culturales o apoyar causas justas. Los ricos por nacimiento formarían una mejor élite para Hayek en tanto que acumularían un capital cultural y unos valores transmitidos a lo largo de generaciones. Como explica Corey Robin en La Mente Reaccionaria, para los libertarios los capitalistas cumplen un rol más allá de lo económico:

"Los hombres de capital, en otras palabras, deben verse no tanto como magnates económicos, sino como legisladores culturales: Por importante que sea el dueño independiente de propiedad para el orden económico de una sociedad libre, su trascendencia quizá sea mayor en los campos de pensamiento y la opinión, de los gustos y las creencias."

Esto lleva por supuesto a que Hayek desconfíe de las capacidades intelectuales de los obreros, a los que el trabajo asalariado les “genera unos horizontes limitados” que les impiden ser líderes e intelectuales capaces para la sociedad. ¿Significa esto que Hayek reconocía los efectos de la alienación capitalista y las consecuencias de la explotación de la clase obrera? Evidentemente no, de hecho, el autor exime a los capitalistas de cualquier condición de explotadores, cuando habla de “democracia de mercado”, un concepto según el cual serían los consumidores los responsables del salario de los trabajadores, en tanto que al elegir qué comprar, están pagando o no los sueldos de los obreros. Las empresas, por tanto, estarían al servicio de las masas. Y estas últimas deciden la suerte de las empresas y del funcionamiento del sistema económico.

Sobre la condición de los obreros, Hayek afirma que la mayor parte de la gente vive cómoda en sus trabajos, alegrándose de que sea el emprendedor el que tome las decisiones y piense por ellos. Esta conceptualización de las diferencias sobre lo que aportan las mayorías y lo que aportan las élites del sistema, lleva en parte a que el movimiento desconfíe de la democracia y de las masas.

En resumen, esta serie de pensadores tratan de justificar la racionalidad capitalista, colocándola como una parte de la naturaleza humana y tratando de demostrar que no existen modelos alternativos de sociedad. Cualquier intento de planificar la economía iría en contra del orden natural de las cosas debido a que la desaparición de la propiedad privada elimina tanto la figura del emprendedor cuya posición en el sistema económico le permite prever lo que un planificador no puede, como al hecho de que desaparecerían los precios de mercado, sin los cuales una persona no podría pensar escenarios de producción complejos. Por eso, el socialismo impediría el desarrollo económico. Toda una visión apologista del mercado libre y de la clase capitalista como la única capaz de dirigir el destino del ser humano.

Pero hasta aquí, podríamos estar describiendo a muchos grupos neoliberales que se han nutrido del corpus teórico de la Escuela Austríaca, cuyos planteamientos se podrían desgranar más extensamente en diversas notas. ¿Cuál es la clave para que investigadores como Pablo Stefanoni, autor de ¿La rebeldía se volvió de derechas?, piensen que hay algo propio en el fenómeno libertario? La respuesta que encuentra este autor argentino reside en la figura de Murray Rothbard, discípulo de Von Mises e ideólogo del movimiento libertario estadounidense.

Rothbard, quien se reivindicaba anarcocapitalista, aparece como una figura inicialmente marginal dentro de la derecha estadounidense durante la Guerra Fría por su postura antibélica. Pero que habría ganado peso a partir de 1989, debido a que habría servido de puente para unir el movimiento libertario y un sector del conservadurismo estadounidense. Tomando en ese momento el nombre de “paleolibertarios”, ese autor realiza una dura crítica a su propio movimiento en un artículo llamado “¿Por qué paleo?”. Publicado en 1990, desgrana sus diferencias con un tipo de militante libertario al que achaca un infantilismo ligado al pensamiento de Ayn Rand, filósofa “objetivista” y figura popular dentro del movimiento a la que Rothbard inicialmente se había ligado.

El problema para él radica en que un sector del movimiento, al que apela el libertario modal, en referencia a su peso numérico en aquel momento dentro de la corriente, no está en contra del Estado porque lo vea como “único instrumento social de agresión organizada contra personas y propiedades” sino porque es una autoridad más, una institución burguesa más contra la que rebelarse, como pueda ser la familia, la religión o su propia clase social. Esto que puede verse como una crítica al libertarismo de izquierdas, con alusiones a que “el movimiento está lleno de hippies”, tiene como objetivo delimitar hacia qué instituciones sociales dirigir la crítica para poder de forma estratégica aliarse con lo que Rothbard llama el “paleoconservadurismo”. Lo contrario para este autor sería dejar que lo libertario se vuelva “libertario-comunista”.

Los objetivos declarados de Rothbard en el artículo y sus movimientos posteriores permiten responder a la pregunta: ¿cómo viró a la extrema derecha el pensamiento libertario? Sucedió a través de las tesis de autores como el citado, quien buscó que la defensa de la racionalidad capitalista y del antiestatismo heredados de la Escuela Austriaca tomase fuerza y dejase la situación de marginalidad del libertarismo tras la Guerra Fría. La alianza con sectores del conservadurismo se propone como la estrategia fundamental para lograr este cambio. Como expone Stefanoni, la propuesta paleolibertaria quedaría condensada de la siguiente forma:

“La meta de acabar con el Estado se mantiene, pero ello va ahora de la mano del fortalecimiento de instituciones sociales tradicionales. La libertad es una condición necesaria pero no suficiente: se precisa de instituciones sociales que animen la virtud pública y, sobre todo, protejan a los individuos del Estado. Esas instituciones son la familia, las iglesias y las empresas. Si bien se tratan de instituciones jerárquicas, que pueden reproducir formas “estatales”, su pertenencia es voluntaria a diferencia de con el Estado”.

Por tanto, para esta corriente, la autoridad es algo necesario para vivir en sociedad, pero es necesario distinguir entre la autoridad “natural”, que deriva de las estructuras sociales voluntarias, y la “antinatural”, impuesta por el Estado. Stefanoni añade posteriormente:

“El paleolibertarismo puede resumirse en algunas ideas fuerza: El Estado es la fuente institucional del mal a lo largo de la historia; el mercado libre es un imperativo moral y práctico; el Estado de bienestar es un robo organizado; la ética igualitaria es moralmente condenable por ser destructiva de la propiedad y la autoridad social; la autoridad social es el contrapeso a la autoridad estatal; los valores judeocristianos son esenciales para un orden libre y civilizado”

Como señala Rockwell, otros de los autores de esta corriente, se trataba de reconciliar a conservadores y libertarios, para que estos últimos llegasen al pueblo estadounidense. Lo que lleva a que Rothbard apueste por el populismo de derechas. El objetivo es desactivar la influencia de los medios de comunicación dominantes y de las élites intelectuales del sistema, logrando movilizar a las masas contra dichas élites. Esto le lleva a proponer un programa simple donde se defienden la bajada drástica de impuestos, el desmantelamiento del Estado de Bienestar, abolir privilegios raciales y de grupo, acabar con criminales y vagos para “recuperar las calles”, abolir la Reserva Federal y poner por delante a los Estados Unidos y los valores familiares.

Esta fusión propuesta por Rothbard es básicamente lo que ha supuesto el trumpismo en Estados Unidos y tal como explica Stefanoni, representa el punto en el que los libertarios se unieron tanto a lo reaccionario que son indistinguibles a efectos prácticos. Algo que se ve fácilmente con su discurso antinmigración y su visión de la igualdad racial como una amenaza a los pilares de la sociedad norteamericana. Ya que, si bien los paleolibertarios afirman no ser racistas per se, critican que el Estado “fuerce” al hombre blanco estadounidense a integrarse con otras etnias, “degradando” la cultura que permitió originalmente un gobierno pequeño al remontarse al pasado mítico de la fundación de los Estados Unidos. Este tema de la degradación o decadencia de Occidente que por culpa de las políticas progresistas estaría dinamitando los valores que permiten el desarrollo del capitalismo como debiera ser, sin la existencia del Estado, es un claro punto de conexión con otras corrientes de la extrema derecha, que usan dicha bandera para sus políticas xenófobas.

Puntos de confluencia

De la misma forma que Laje y Márquez afirmaban que el feminismo era un caballo de Troya comunista que iba encaminado a disolver los valores que defienden la propiedad privada; para el paleolibertarismo los movimientos progresistas estarían diluyendo la cultura política necesaria para avanzar en su proyecto de privatización total de la sociedad. Puntos como la defensa de los valores familiares, en tanto que son guardianes de la propiedad privada, aparecen como nexos de unión que hacen que las distintas corrientes de la alt right o la extrema derecha actual confluyan en proyectos que van más allá de sus propios espacios.

Siguiendo esta lógica se explica eso de que los miembros de estas corrientes vean comunistas por todos lados. Ya que las distintas iniciativas de carácter liberal progresista tienden a apoyarse, justamente, en la defensa discursiva de valores “multiculturales”, llevando adelante sus propias “guerras culturales” para ganar base social, aun cuando esto no implique grandes transformaciones materiales para la población o incluso cuando apliquen ajustes neoliberales.

Unidos por su odio hacia esta serie de movimientos y más importante, su odio y miedo a la posibilidad de la intervención independiente de las masas en arena social, se forman en la actualidad coaliciones de intereses compartidos entre las corrientes de extrema derecha.

La importancia de la Carta de Madrid y del proyecto que se pretende lanzar a nivel internacional reside en que parecen estar buscando la forma de estabilizar lo que distintos investigadores han señalado que hasta ahora sigue siendo el Talón de Aquiles de la alt right: el hecho de que se trata de una corriente o coalición inestable que se mantiene más por la construcción por un enemigo común que por sus coincidencias políticas generales. Unidos por una serie de puntos a través de un imaginario anticomunista, racista y antifeminista, estarían dando pasos hacia una estructura un poco más integrada a nivel internacional. De consolidarse, habría ido más allá de los intentos frustrados por parte de actores como Steve Bannon, quien durante la primera parte de la presidencia de Donald Trump prometió algo parecido.

NOTAS:

[1] La “Iberoesfera” es definida por la propia formación ultraderechista como: “una comunidad de naciones libres y soberanas que comparten una arraigada herencia cultural y cuentan con un gran potencial económico y geopolítico para abordar el futuro.”

[2] Teoría de la conspiración surgida en 4chan y posteriormente trasladada a 8chan, en la que un supuesto funcionario anónimo del gobierno daba pistas sobre sucesos de la política estadounidense y presentaba al expresidente Donald Trump como un héroe que durante su mandato luchaba contra una secta satánica-comunista come bebés que controlaba las palancas del Estado norteamericano y el Partido Demócrata para instaurar una dictadura comunista internacional.

 
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