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La Izquierda Diario
18 de enero de 2025 Twitter Faceboock

Contrapunto
Antisocial: Cómo la extrema derecha se apropia de la “libertad de expresión” en redes sociales
Roberto Bordón | @RobertoBordon13

Reseña del libro de Andrew Marantz, "Antisocial. La extrema derecha y la “libertad de expresión” en Internet" (Capitan Swing, 2021).

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¿Cómo consigue la extrema derecha colocar sus ideas en la opinión pública? ¿No se aburren los trols de Twitter de que los insulten por sus barbaridades reaccionarias? ¿Por qué los youtubers rancios acaban en la televisión e incluso presentándose en elecciones en distintos países? Son preguntas que cualquiera podría hacerse, visto el panorama político en los últimos años, y que Antisocial. La extrema derecha y la “libertad de expresión” en Internet trata de responder.

Este libro es el intento de Andrew Marantz, periodista de The New Yorker y votante demócrata, de comprender el ascenso del trumpismo en Estados Unidos y qué rol jugaron las redes sociales en aquellos años. No se trata de un texto programático, sino uno que busca mostrar al lector el funcionamiento interno del imaginario de estos sectores y el porqué de ciertas acciones que podrían resultar ilógicas si no se atiende a los motivos de quienes las llevan a cabo. El autor señala que la extrema derecha ha utilizado y asimilado determinados mecanismos de Internet y de las redes sociales de una forma tan efectiva que consiguen instalar su programa político en el debate público antes incluso de llegar a las instituciones. De forma tangencial, el libro también muestra el rol que tienen empresas como Facebook, Twitter o Reddit en la aparición y extensión de estas corrientes políticas. Y aunque el autor no saque muchas conclusiones políticas de esto, señala la razón fundamental de que no hayan hecho nada para detenerlas: aumentan el beneficio privado de las empresas.

Cambios en las reglas del juego

Marantz comienza su investigación en torno a 2016 con el surgimiento de la alt right en Estados Unidos, esta nueva derecha radical trumpista. El motivo inicial de la investigación reside en comprender este nuevo fenómeno político –que ganó cuando nadie lo esperaba–y también, desplegar una intuición al respecto de cómo había ocurrido dicha victoria.

El autor nos señala una obviedad, que en las redes sociales se comparte mucha más información, más rápidamente y con menos controles que en un periódico físico o en un programa de televisión. Esto le hace pensar en la cantidad de fake news que la derecha estadounidense había utilizado en la campaña electoral y que de algún modo habían calado en gran parte de la población, consiguiendo que Donald Trump, el candidato que “debía” perder frente a Hillary Clinton, se proclamase presidente de los Estados Unidos. Marantz, votante demócrata, confiesa que la victoria, aunque fue una sorpresa para él como para otros muchos votantes de su partido, en realidad podía percibirse en el ambiente si se veía cómo Trump era capaz de dominar la agenda pública a través de sus redes de trols y de influencers. Este “ejército digital” como el propio dirigente republicano afirmaría posteriormente, logró introducir una serie de ideas en el debate de forma que, como explica Marantz, Hillary Clinton no podía controlar de qué se hablaba a pesar de tener a todo el establishment mediático de su parte.

Esto lleva al periodista a preguntarse de dónde salen estos nuevos actores políticos, muchas veces desconocidos hasta aquel año, que son capaces de competir con toda una serie de aparatos ideológicos de comunicación con décadas de existencia. Si bien, cabría aclarar que no todos los medios de comunicación estaban en contra de Trump, el autor prefiere expresarlo así para introducirnos a una serie de ideas bastante interesantes.

La primera de ellas, sobre quién ha sido capaz de confrontar a los medios tradicionales para promocionar a un candidato “outsider” y una serie de ideas reaccionarias que en teoría no deberían ser aceptadas. Marantz se encuentra con lo que reconoce como un nuevo sujeto de la comunicación, el influencer de extrema derecha, alguien que no sigue las reglas clásicas que debe seguir el periodista y que quizás, debido a esto, les está ganando la partida en términos políticos:

“Algunos de ellos exhibían grandes conocimientos sobre política; otros no tenían ni idea del tema. Pero todos compartían la misma habilidad: un talento para identificar imágenes y temas de conversación relevantes y para impulsarlos desde los márgenes de Internet a la corriente principal. Los antiguos guardianes de la comunicación de Nueva York y Washington D.C todavía albergaban dudas acerca de la importancia de esta habilidad, pero su escepticismo solo beneficiaba a los propagandistas de Internet, porque permitían que se los subestimara. Ellos eran conscientes de que una serie de pequeñas victorias a base de memes les ayudaría a ganar terreno en una guerra de información más amplia. En el fondo eran insurgentes metamedia. Hablaban el lenguaje de la política, en parte porque la política era el programa de telerrealidad que obtenía mayores índices de audiencia. No obstante, su objetivo no era ayudar a que Estados Unidos se convirtiera en una unión más perfecta, sino catalizar el conflicto cultural” [1]

Estos influencers no destacan por sus conocimientos teóricos ni por su experiencia política, factores que Marantz cita como elementos que normalmente legitiman a la persona para actuar como comunicador de prestigio. Su fuerza proviene de que han comprendido antes que sus oponentes el funcionamiento de Internet. Para ilustrarnos sobre esta idea, el autor expone una serie de ejemplos en el libro de cómo el troleo y la ironía son armas efectivas usadas por estos individuos para provocar a sus oponentes, deslizar ideas en el debate público y en última instancia, legitimar sus posiciones a través de que se naturalice la presencia de determinados términos en redes sociales. Esto último implicará a la larga, según Marantz, que esos mismos conceptos sean válidos en el debate público y que, por tanto, mayores capas de la población vean legítimamente dicho pensamiento reaccionario.

¿Pero cómo lo hacen? Y más importante aún, ¿por qué se ven capaces de introducir esas ideas en el debate público? Aquí Marantz introduce otra idea interesante de las que fue aprendiendo en sus aventuras con la alt right, la hipótesis de la Ventana de Overton:

“Una metáfora inventada en los años 90 por un laboratorio de ideas libertario que explica cómo fluctúan los vocabularios culturales conforme avanza el tiempo. Las ideas centrales que se encuentran en el interior de la ventana de Overton son universalmente aceptadas y tan convencionales que se dan por descontado. Los cristales exteriores de la ventana representan las opiniones más controvertidas; las opiniones radicales están junto al borde de la ventana; por fuera de ella hay ideas que no solo carecen de popularidad, sino que son impensables. La importancia de la metáfora reside en que lo que resulta impensable tiene una condición temporal, porque la ventana siempre puede desplazarse.” [2]

Este concepto del que partiría la alt right para elaborar su estrategia para la guerra cultural, es presentado por Mike Cernovich, uno de los influencers reaccionarios con los que Marantz trata extensamente en el libro, como el talón de Aquiles de del arco “progresista”. Básicamente porque estos estarían rompiendo una de las normas más antiguas de Internet: no alimentes al trol. Reaccionar a los mensajes lanzados por individuos como Cernovich con condenas morales, pero sin más acciones, no sería más que otra forma de publicidad, que estos nuevos actores políticos aceptarían entre otros motivos porque es publicidad gratuita y que de alguna forma legitima que el concepto lanzado esté presente en el debate.

El libro nos da varios ejemplos de esto, pero bastaría con que pensemos cómo cada semana Vox y sus influencer afines lanzan continuos mensajes sobre supuestas noticias (en realidad falsas) sobre menores de edad de origen inmigrante cometiendo infinidad de crímenes por todo el territorio, a veces estas “denuncias” se producen de forma coordinada entre cuentas de distintas ciudades, justo antes de convocar manifestaciones contra esta “problemática” que solo ellos denuncian. El éxito de su estrategia es visible teniendo en cuenta que han conseguido criminalizar un colectivo que hasta ahora no recibía en general mucha atención mediática y que ahora sirve como enemigo imaginario que solo podría ser combatido si el ciudadano vota a Vox.

Libertad de expresión y las nuevas empresas de comunicación

Otra idea fundamental que el periodista explica es la instrumentalización que hace la extrema derecha de la “libertad de expresión”. Esta corriente que se presenta como una alternativa a las élites políticas y en especial al neoliberalismo progresista, busca también colocar a los medios de comunicación tradicionales como cómplices y por tanto enemigos. Esto que en el caso estadounidense se refleja en la vieja idea de que Hollywood sería un nido de “comunistas” y de aliados del Partido Demócrata, llevaría a la necesidad de construir altavoces alternativos para combatir su supuesta hegemonía cultural.

Los influencers de la alt right aparecen de esta forma, no sólo como críticos con los aparatos de comunicación clásicos como la televisión o el periódico, sino que buscan convertirse en una alternativa de futuro. Para ello tratan de restarle público y legitimidad a sus enemigos, por ejemplo, el propio Marantz contará como fue rechazado y denigrado múltiples veces por estos personajes mediáticos de la derecha simplemente por ser periodista, no porque fuese votante demócrata. Una visión que, sin embargo, no casa con lo ocurrido en el caso español o el argentino, donde continuamente periodistas afines y figuras de la ultraderecha aparecen en grandes medios de comunicación extendiendo el discurso reaccionario.

Toda esta competición tiene de fondo una lucha por recursos, que tan solo se sostiene a través de las redes sociales; un nuevo espacio de comunicación donde distintos perfiles descentralizados pero unidos ideológicamente son capaces de, gracias a sus habilidades, ganar más peso en la opinión pública que los periódicos, quienes según Marantz en 2016 aún no habían comprendido que su formato físico estaba obsoleto.

Internet permite a los individuos generar contenido sin muchas normas y llegar a los espectadores de forma más directa, lo que además genera una financiación que da más posibilidades a estos nuevos comunicadores de seguir creciendo. No sólo supieron verlo antes que el periódico o las cadenas de televisión, sino que cuando estas respondieron con ataques para deslegitimarles aprovechando el prestigio de su tradición de décadas, estos aprovecharon dichos ataques para reivindicar y tratar de apropiarse de la libertad de expresión. Una simple competición en el mercado de las audiencias se convierte en una cruzada por la libertad y se acusa al establishment mediático burgués de ser una estructura de dominación “comunista”.

Las redes sociales a las que Marantz adjudica la responsabilidad del crecimiento de nueva derecha, van apareciendo en el libro; al principio a sus dueños se les presenta como ingenuos, como si no se dieran cuenta qué producen los propios algoritmos que están diseñando. Es todo un error que nadie les está contando y, quizás si asumieran su “responsabilidad” como nuevos guardianes de la información, todo este problema desaparecería rápidamente. Aquí el autor expone correctamente que los dueños de Facebook, Reddit o Twitter tienen un mayor control de la información que periódicos o televisiones en la actualidad, y que en general tienen en sus manos la llave del control mediático, pero termina lavándoles la cara como si fuesen adolescentes despistados que no conocen el fondo de sus creaciones.

Solamente hacia el final del libro, tras años de investigación, el periodista se da cuenta de que más allá de ciertos incidentes y problemas morales, los dueños de estos gigantes del mundo digital no tienen intención alguna de cambiar un modelo de negocio que les reporta enormes beneficios y que se basa en tener conectada constantemente a la gente, aún a riesgo de que caigan en polarizaciones políticas o en teorías de la conspiración.

La realidad es que no sólo les han permitido estar en sus espacios, sino que precisamente el funcionamiento de estos ha creado una base de usuarios entrenados en cómo ser mediáticos y en cómo despertar las emociones de los individuos para conseguir likes y reproducciones. Son estos espacios los que permiten a la alt right instrumentalizar la libertad de expresión, puesto que, al ser legitimados por las propias redes sociales como fuentes de información válidas, algo que ni Facebook ni Twitter negaron hasta la derrota de Trump en 2020, les ha generado a estas figuras un prestigio entre sus bases que hace posible verlas como censuradas por los medios de comunicación.

Desde esta posición, en la cual se sitúan como una supuesta minoría ante la hegemonía cultural de los “progresistas” y en base a que la libertad de expresión es, supuestamente, un derecho sagrado de la democracia burguesa estadounidense, la alt right activa su propia hipótesis de la Ventana de Overton. Como expone Marantz, consiguen hacer circular la idea de que si los medios de comunicación tradicionales les impiden ir a sus espacios es porque no respetan su libertad de expresión lo que significa que las ideas que defienden son las correctas. Y si, consiguen ir a dichos espacios mediáticos, pueden presentarse como interlocutores legítimos al aparecer en los lugares donde el espectador espera encontrar individuos cuyas ideas son respetables.

Aquí residiría uno de los mayores éxitos según Marantz de esta nueva derecha, que sus ideas han quedado ligadas a una defensa de la libertad y que cualquier intento de expulsarlas de la opinión pública aparece como el espectro del autoritarismo que vendría a censurarlo todo.

Una problemática que el autor se reconoce incapaz de resolver y que deja en manos de una supuesta infalibilidad de la democracia burguesa estadounidense, que siempre consigue corregirse. Ya que poco más le queda a un autor que cree en las estructuras de la democracia liberal como instituciones que van a asegurar las libertades y el bienestar de los individuos frente a una oleada reaccionaria. Puede entenderse esto último como el estado de ánimo de un sector del Partido Demócrata a principios de 2020, ya que el libro fue publicado antes de la derrota de Trump en las elecciones presidenciales.

A pesar del punto de vista del autor, atrapado en los límites del neoliberalismo progresista, su libro sigue siendo muy interesante para comprender cómo ha funcionado de forma interna la ofensiva de la alt right y su éxito en el asalto a las instituciones en diversos países. Si bien se centra en el caso estadounidense, muchas de sus lecciones son extrapolables, en parte porque la propia extrema derecha estadounidense ha exportado sus métodos a otros lugares de la mano de figuras como Steve Bannon.

Finalmente, cabe señalar que, a diferencia de las tesis de este libro, el fenómeno de la alt right va más allá de una desigual utilización de habilidades técnicas que puedan poseer las corrientes políticas. Si bien es cierto que la extrema derecha ha sido hábil en su uso de las redes sociales y de los mecanismos sociales de Internet, no se puede entender su surgimiento como una mera cuestión técnica. Trump, Vox, Bolsonaro o Milei comparten un origen político común, el ser una respuesta por derecha a un clima de descrédito de los partidos tradicionales de las democracias burguesas, así como al malestar generado en muchos sectores por las políticas del neoliberalismo progresista. El fracaso de este neoliberalismo de apariencia amable, que ha instrumentalizado luchas como el feminismo para pintar las mismas medidas de miseria y explotación que nos tratan de imponer siempre, ha sido el catalizador tanto de fenómenos por izquierda, como de expresiones por derecha que buscan una salida reaccionaria a la crisis actual.

 
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