La reflexión de una estudiante lo sintetiza claramente: toda ecología es política, dentro y fuera del aula. Una crónica con experiencias, reflexiones y desafíos en el aula con la educación ambiental durante el 2021.
El ciclo lectivo previo a la pandemia había estado atravesado por los incendios de gran repercusión mediática en Amazonas y Australia, así como también por las inmensas movilizaciones en Chile y Bolivia, precedidas por las de Ecuador y Colombia, solo por nombrar las más masivas y prolongadas. Latinoamérica abría una agenda que denunciaba la profundización del ajuste para las inmensas mayorías, la falta de horizonte para las juventudes, el saqueo continuo de los bienes naturales y la perpetrada deuda con los pueblos indígenas. La crisis social y ambiental entraba y circulaba por las aulas.
Luego, la pandemia
La crisis socioambiental que había dejado el 2019 escaló durante el 2020 con una magnitud inimaginable: la pandemia Covid-19. También escaló el negacionismo, de gobiernos y grupos económicos, con los proyectos de importar megafactorías de cerdos, la aprobación del trigo transgénico HB4 resistente a un nuevo agrotóxico y la ilusión-a esta altura perversión-, de que los dólares del extractivismo traerán desarrollo. Con un zigzagueo entre “no se sale de la crisis sin contaminación” y “nos encaminamos a un desarrollo en armonía con el ambiente”, como analiza Esteban Mercatante. Tampoco se aclara nunca el sentido del supuesto desarrollo, que como analizan y desarrollan con varios ejemplos regionales Svampa y Viale en su último libro, resultó un colapso ecológico [1] .
. En este escenario, y habiendo transitado un año de pandemia, con barbijo, medición de temperatura, burbujas y distanciamiento social, el 2021 nos reencontró nuevamente en las aulas.
Un ensayo sobre educación ambiental
Mis clases de Ecología en 4° año de una escuela pública secundaria del barrio de Flores, CABA, arrancaron con las palabras de Gudynas:
“(…) las actuales ciencias ambientales ya no pueden estar restringidas a sus aspectos biológicos, sino que cada vez deben incorporar mandatos éticos y sus vinculaciones con la gestión y la política. Esta transformación es indispensable para poder enfrentar la grave crisis ambiental en la que se está sumergiendo la humanidad” [2].
Arrancamos el año, a contracorriente, con los análisis de los pocos científicos que indagaron las causas de la pandemia [3] [4]. Si en Wuhan hace muchísimos años que comen “sopa de murciélago”, ¿qué ocurrió de diferente esta vez para que se desatara una pandemia?. Si esas condiciones continúan, ¿por qué hay quienes afirman que las pandemias ocurren cada 100 años?. No son accidentes: la gripe española, porcina y aviar tuvieron sus causas, como las tienen la epidemia del dengue y la pandemia Covid-19. La destrucción de ecosistemas reduce a los “controladores naturales” de animales zoonóticos, como murciélagos, mosquitos y roedores, mientras los convierte en animales más débiles quedando más expuestos a patógenos virales. Esto causa que la transmisión de patógenos ocurra a escalas mayores, aumentando sus tasas de mutación, como también ocurre en los criaderos industriales de animales, posibilitando los saltos interespecíficos (entre animales salvajes, domésticos y humanos). Los circuitos económicos que recorren el mundo marcan las vías de transmisión, atravesando centros urbanos con hacinamiento y pobreza, sistemas de salud desfinanciados, cuerpos mal alimentados y extenuados, con viviendas y trabajos insalubres.
Trigo transgénico HB4: dólares para el agro, hambre para el pueblo
En mayo, continuamos la educación ambiental con la aprobación del trigo transgénico HB4 resistente a sequía y al herbicida glufosinato. Un paquete tecnológico que usará un agrotóxico más potente que el glifosato, profundizando las prácticas que desertifican suelos y reemplazando especies y variedades adaptadas a zonas secas con monocultivo. ¿Por qué en un país con base de economía agropecuaria la mayoría de la población pasa hambre?, ¿por qué es tan costoso acceder a alimentos variados y sanos?, ¿por qué se promocionan productos comestibles que nos enferman?. Luego de leer la carta de las científicas y científicos del colectivo Trigo Limpio, de conocer los informes de la Red de Médicos de Pueblos Fumigados y los testimonios de las Madres de Ituzaingó de Córdoba [5] [6], se expresó la bronca e indignación: ¿Cómo puede ser que se sigan usando agrotóxicos si enferman y matan?
La situación actual de fumigación con agrotóxicos, sólo se explica a través de las lógicas de los grandes grupos económicos que producen ganancias en lugar de alimentos. Usan agrotóxicos para eliminar plagas y malezas, envenenando agua, aire, animales, personas. Modos de producción intensiva que provocan la desertificación de los suelos y una permanente expansión de la frontera agrícola, expulsando campesinos e indígenas de sus territorios, destruyendo ecosistemas, que junto a la emisión de gases de efecto invernadero provocan fenómenos climáticos extremos como sequías e inundaciones [7] [8] [9]. Un modelo de producción de dólares que arrasa con la diversidad biológica y cultural. Este tema nos dejó resonando la pregunta ¿cómo se hace para cambiar esto? y provocó la respuesta de varias estudiantes: “profe, eso ya es un problema político”. Así se abrió un debate sobre las formas de gobierno y participación, el respeto por los diferentes modos de recrear la vida, las organizaciones sociales y sus conquistas, los ejemplos de las movilizaciones por el agua en Mendoza o la resistencia a la minería en Chubut. Y también las derrotas como el avance del monocultivo de soja y la malnutrición de la población.
La agroecología: trabajo colectivo para alimentos sanos
En septiembre, conocimos la agroecología que reunió las categorías y explicaciones de la ecología como disciplina científica con las prácticas campesinas, su cultura, historia y actualidad. Recorrían el aula recuerdos familiares de los lugares de origen en campos de Bolivia, Venezuela y Paraguay, sabores de yuca, tuna, papaya, plátanos, chuño, papas de diversos colores, formas y sabores. Un campo lleno de vida, irregular, diverso y cambiante, con lazos solidarios, del que millones fueron expulsados a los márgenes de las ciudades. Con la agroecología, también entró al aula el feminismo en la voz de las productoras agroecológicas de la UTT. Delina nos decía en un video: “las mujeres también tenemos derecho a tomar decisiones en la producción, a capacitarnos y aprender”. Las productoras y productores agroecológicos de Guaminí nos contaron cómo superaron las inundaciones de forma colectiva y con lazos solidarios. [10] [11] [12].
Los diseños curriculares, ¿qué educación ambiental proponen?
Los diseños curriculares y manuales proponen como abordaje para el estudio de ecología varias páginas de conceptos disciplinares aplicados al estudio de ecosistemas, que existen solamente en nuestra imaginación. Sin intereses económicos, sin conflictos ambientales, sin extractivismo, sin contaminación, sin cambio climático, sin avance de la frontera agrícola y urbana, en resumen: sin capitalismo. Temas como contaminación y cambio climático se describen hacia el final cómo un destino ineludible humano. Por ejemplo, el manual de la editorial Kapelusz dictamina: “Todas las actividades que realizamos los seres humanos, como movilizarnos, alimentarnos, producir bienes de consumo, entre otras, necesitan de energía. Como consecuencia, las emisiones de los GEI [gases de efecto invernadero] aumentan” [13]. A la agricultura industrial se la llama "agroecosistemas", y se la estudia como un sistema de flujos de materia y energía en el que no hay grupos económicos tomando decisiones y obteniendo abultadas ganancias, ni gobiernos avalando y promocionando.
El último diseño curricular de la provincia de Buenos Aires para Biología de 4°año secundaria propone: “En este momento resultará interesante analizar los ecosistemas artificiales, principalmente los llamados agroecosistemas, y analizarlos con las herramientas que provee el modelo termodinámico” [14]. Puerto de Palos agrega un tema más: “El uso del agua en los ecosistemas artificiales” clasificando “huella hídrica azul” con igual relevancia de los consumos de agricultura, industrias y vivienda; y “huella hídrica gris”, la cual “indica el grado de contaminación del agua en un determinado proceso”. Por supuesto, sin mencionar que atrás de ese "proceso" están la Barrick Gold, Monsanto, La Alumbrera en Catamarca o Klaukol en la Matanza [15].
En este mismo sentido, la Ley Nacional de Educación Ambiental aprobada este año para su implementación, a la vez que habilita financiamiento de empresas privadas, enuncia objetivos como: “Favorecer el reconocimiento social de la complejidad de los conflictos ambientales, la comprensión de su multicausalidad y la interdependencia entre factores socioculturales y naturales que los constituyen, en las múltiples escalas que se desarrollan”. Esto recuerda las palabras de Eduardo Galeano en Úselo y tírelo (1994): “La salud del mundo está hecha un asco. ‘Somos todos responsables’, claman las voces de la alarma universal, y la generalización absuelve: si somos todos responsables, nadie es.”
No hay manera de entender la actual crisis socioambiental con esos abordajes. Es necesario y urgente que los conflictos socioambientales circulen por el aula desde sus múltiples dimensiones, indagando sus causas más profundas y por lo tanto, estructurales. Sumando los aportes de las disciplinas científicas biología y ecología, pero también la experiencia de los conflictos socioambientales. Como relata y analiza Gabriela Merlinsky en Toda Ecología es política estamos en un momento histórico en el que la cuestión ambiental ha ganado contenido social y político [16]
Nuestras aulas deben tejer lazos entre las luchas contra la precarización de la vida en las grandes urbes (falta de vivienda, hacinamiento, malnutrición, contaminación) con las luchas y resistencias territoriales de los pueblos indígenas y campesinos, sus conocimientos y valoraciones. Buscando en la razón mercantil y la acumulación ilimitada, propia del sistema capitalista, las respuestas a preguntas como: ¿por qué se usan agrotóxicos si provocan cáncer?, ¿por qué se producen comestibles ultraprocesados si nos enferman?, ¿por qué se contamina el agua para extraer minerales de exportación?, ¿por qué se expulsan campesinos que producen alimentos para implantar soja de exportación?. Quitándole el disfraz al “desarrollo sustentable” detrás del cual hay más extractivismo y colonialidad para Latinoamérica. Los mismos dueños para los mismos negocios pero con tecnologías más modernas y destructivas, mayor acumulación de ganancia y un nombre: green friendly, eco-friendly. En última instancia: greenwashing.
Las consignas en las calles son claras, profundas, urgentes, radicales: “El capitalismo mata el planeta”, “No hay planeta B”, “Cambiemos el sistema, no el clima”, “Que arda el capitalismo, no los humedales”. Hagamos de las aulas un puente cada vez más fuerte y comunicado con quienes nos muestran otros mundos posibles, quienes resisten el despojo, quienes cuidan los bienes comunes, quienes nos ayudan a comprender las causas profundas e históricas de la crisis socioambiental que estamos atravesando. Un puente con quienes nos muestran que este no es un destino inevitable sino los efectos de un sistema que mercantiliza naturaleza y personas, desarma lazos sociales y nos divorcia de la naturaleza, atomiza nuestro potencial creador, impone sus valores de consumo y competencia, nos roba nuestro tiempo; con la única finalidad de que unos pocos acumulen ganancias: algunas materiales otras ficticias [17], [18], [19]. Las nuevas generaciones ya lo anunciaron: “¡No nos robarán nuestro futuro!”.