Este fin de semana con la publicación de la campaña de Gabriel Boric y los resultados de las últimas encuestas públicas antes de la veda electoral, que prohíbe la circulación de estudios de opinión referente a las elecciones durante los días previos, comenzó la recta final de la campaña presidencial y parlamentaria. Este será el último hito electoral del cronograma institucional trazado por el acuerdo por la paz del 15 de noviembre, el que prontamente cumplirá dos años desde su vigencia.
The Economist publicó una columna en la cual advertía que uno de los principales factores de riesgo para la economía chilena es la polarización entre la dos candidaturas que lideran los sondeos de cara a los comicios, la alternativa que denominan “izquierda radical” de Gabriel Boric y la extrema derecha de José Antonio Kast.
En esta supuesta polarización, parecieran derrumbarse las candidaturas presidenciales de las coaliciones tradicionales que gobernaron durante las 3 últimas décadas desde el retorno a la democracia. La prensa oficial se lamenta de que el centro político se diluya. En palabras del dueño de la radio Bio Bio, Tomás Mosciatti, Chile avanza hacia un inevitable “choque de trenes” entre dos modelos diametralmente opuestos ¿Atravesamos efectivamente un escenario de polarización?
La prensa progresista se ha encargado de enumerar los mil y un males que caerán sobre Chile de ser electo presidente Kast. Su programa basado en la idea de recuperar el orden perdido mediante el fortalecimiento de la autoridad presidencial, a través de una serie de medidas que suspenden incluso el ejercicio de garantías constitucionales y derechos democráticos, ha sido el principal foco de las críticas de la centro izquierda desde que las encuestas oficiales lo ubican puntero en la carrera presidencial.
Desde el otro lado, la prensa de derecha y los sectores más reaccionarios, se han dedicado a atacar a Gabriel Boric por carecer de un programa claro, de experiencia y/o estar subordinado a la extrema izquierda del Partido Comunista. Ambos candidatos aparecen como dos proyectos en contradicción donde uno se presenta como defensor del legado pinochetista neoliberal y de la transición, el otro como la posibilidad de institucionalizar, y con ello materializar, las demandas de la rebelión.
El impulso que Gabriel Boric obtuvo tras imponerse en la primaria de Apruebo Dignidad, con más de un millón de votos, ha sido interpretado por su comando como un cheque en blanco para conducir a la izquierda sin espantar a los empresarios, aunque el costo sea perder tracción y entusiasmo en los sectores populares que se manifestaron durante la rebelión y que votaron por esa lista en la elección del 25 de octubre del 2020. Su programa, no logra salir del esquema trazado por el segundo gobierno de Bachelet tras las manifestaciones estudiantiles: un aumento de la carga tributaria a cambio de consagrar ciertos subsidios que, en teoría, irán cimentando las bases materiales de derechos sociales que luego consagrará la nueva constitución.
Una pensión solidaria apenas por sobre la línea de la pobreza, subsidio a empresarios para que contraten mujeres, un difuso seguro universal de salud, un aumento gradual del sueldo mínimo e incluso un retroceso en la supuesta participación paritaria de trabajadores en directorios de empresas, como originalmente había propuesto Boric, son los principales anuncios de su campaña.
El plazo impuesto es de dos periodos, para un programa que difícilmente podría definirse como antineoliberal. Como los ricos acostumbran a eludir impuestos, el financiamiento de dichas reformas ha sido puesta en tela de juicio por los economistas de derecha apelando demagógicamente a que finalmente los costos de dichos “excesos” los pagarán las capas medias y la clase trabajadora mediante el IVA, lo que redundará en un encarecimiento de la vida.
Para salir al paso de esta crítica, Apruebo Dignidad debiera plantear que la única vía de financiamiento viable es afectar las ganancias de los grandes empresarios, no convenciéndolos de buena voluntad para que paguen sus impuestos como si fuese un apoyo filantrópico. Por ejemplo nacionalizando los recursos naturales, única forma de garantizar además una transición productiva para evitar los efectos del cambio climático, uno de los temas destacado con pompa en su programa.
Pero no asustar a los empresarios ha sido el eje de la campaña de Boric, para mostrar una moderación que de poco sirve para que los propagandistas de la derecha dejen de acusarlo de "radical y extremista", forzando el clima de polarización con la derecha para obligarlo a arrodillarse aún más. Total la izquierda parlamentaria ya ha dado muestras de su disciplina con el modelo, como cuando permitieron que se pasase las medidas de precarización laboral durante la pandemia o la firma del "acuerdo por la paz" para darle una salida institucional a la crisis abirta por la rebelión de 2019.
En este escenario el ultraderechista Kast aparece como un actor clave para los grandes grupos económicos. Pero no por que sus posibilidades de ganar sean precisamente concretas. Sino porqué permite correr la agenda de la discusión a la derecha y de esta manera la “izquierda” amparada en el discurso de que busca evitar el triunfo del fascismo, nos puede llamar a optar por el mal menor, aunque su programa mantenga las bases estructurales del neoliberalismo, al cual Kast adscribe. Esta apelación al miedo de un viraje fascista, bastante sobredimensionado por lo demás, contradictoriamente a lo esperado por sus impulsores solo le ha servido a Kast para crecer en su presencia mediática y en la sociedad.
El programa de Kast es una utopía reaccionaria que sostiene que con mayor represión a la movilización y una liberalización excesiva de la carga tributaria a grandes empresarios, acompañado de un ajuste fiscal brutal a los pocos derechos que actualmente existen para los trabajadores, se generará un crecimiento económico automático. Un remake de la teoría del “derrame” de los chicago boys y la dictadura. Pero basta ver los resultados del gobierno de Bolsonaro, inspirado en estas mismas ideas y por funcionarios como el ministro de Economía brasileño, Paulo Guedes, que trabajó para Pinochet, para mostrar que ni la inflación, ni la pobreza, ni la cesantía desaparecieron, menos se generó crecimiento económico y sus ideas anticientíficas tienen a Brasil dentro de los países con más muertes por el coronavirus.
Pero el facilismo del miedo al fascismo, al punto de convertir la campaña en un cliché no ha permitido atacar de raíz esta contradicción, lo que permitiría desenmascarar a Kast y detener su crecimiento. Así la polarización en vez de generar un choque entre dos visiones de mundo diferente ha tendido a ser un enfrentamiento indirecto y superficial sobre características personales y no sobre programas precisamente para evitar hablar sobre temas de fondo para los cuales ningún proyecto presenta una alternativa directa para superar la crisis económica, social y política que atraviesa el país. Todo esto mientras los grandes empresarios continúan jugando las millonarias ganancias que el control absoluto que el régimen les garantiza sobre las riquezas del país.
Boric busca conservar su imagen de moderado, frente al extremo de Kast, para capitalizar el voto útil de centro que poco tiene que ganar con la candidatura de Provoste que no logra despegar. El costo de esta maniobra es que aumente la abstención por izquierda, generando un resultado más estrecho de lo esperado y que podría confirmar la proyección de las encuestas. Esta imagen de moderación es, sin embargo, consecuente con la actuación de Apruebo Dignidad en la Convención Constitucional donde se han aceptado todas las trabas impuestas por el "acuerdo por la paz" y con buscar generar un gran acuerdo para mantener la paz social con el gran capital.
El costo de esa paz social lo continuarán pagando los trabajadores y mayorías populares a los cuales se les dice todos los días que los recursos para ir en ayuda a la precaria situación económica de las familias se están agotando y que es necesario orientarlos en dar subsidios millonarios a los empresarios para que continúen invirtiendo y generando empleo. Por que claro, para los millonarios siempre hay subsidios del estado mientras que para el pueblo 170 mil pesos de una ayuda mensual del IFE es un exceso de populismo.
Con esto no queremos decir que la polarización que se vive en el debate público sea una ficción forzada por la agenda mediática y de los candidatos presidenciales. Las elecciones expresan distorsionadamente las relaciones de fuerza entre las clases y el estado de consciencia de las y los trabajadores respecto a sus intereses. El fuerte repudio que genera Kast es una expresión de que la fuerza de la rebelión continúa activa aunque en estado de latencia. De la misma manera que el giro a la extrema derecha de un sector del empresariado expresa que se preparar para un choque frontal para defender sus intereses si la expectativa de las masas avanzara a poner en juego sus intereses reales. Lo ficticio es el intento de la casta política por volver esta confrontación en una polarización superficial. |