Este 4 de noviembre se conmemora un aniversario más del golpe de Estado de Barrientos Ortuño, que puso fin a lo que quedaba de la Revolución de 1952 e inauguró el sangriento régimen del Pacto Militar-Campesino.
Hace 67 años, el vicepresidente del gobierno de Víctor Paz Estensoro, el militar Barrientos Ortuño se hacía con todo el poder del Estado cerrando el ciclo político abierto por la revolución de abril de 1952 e inaugurando uno de los regímenes políticos más brutales de nuestra historia. Culminaba de esta manera un derrotero que comenzó prácticamente con el mismo triunfo obrero de abril del ‘52 y donde el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) con su política de contención de la revolución contribuyó a construir.
En los 12 años de gobiernos nacionales y populares encabezados por el MNR, luego de la gesta de Abril hasta el triunfo del golpe, podemos resumir en tres grandes momentos la evolución de la revolución. Un primer momento, con el fracaso del golpe palaciego que pretendía llevar adelante el MNR en abril, derrota que es revertida por la espontánea intervención de mineros y fabriles que destruyen al ejército, conforman milicias obreras y convierten la derrota movimientista en un gran triunfo revolucionario de los trabajadores. Este momento, durante el gobierno de Paz, se caracteriza desde el inicio por el intento de desarmar las milicias, reconstruir el ejército sobre nuevas bases y contener un eventual desarrollo socialista de la revolución sobre la base de importantes medidas como la nacionalización de las minas, la reforma agraria, el voto universal, la educación pública y otras demandas profundamente sentidas.
Este desvío de la revolución se va a prolongar hasta 1954-1955 cuando con el inicio del gobierno de Hernando Siles y la profundización de una política proimperialista y anti obrera, comienza el segundo momento de la revolución y el inicio de la ruptura de la clase obrera con el MNR. Por un lado, se produce una radicalización política de los trabajadores. Por el otro, un aumento de los rasgos cada vez más autoritarios y bonapartistas del régimen que, sobre la base de un protagonismo creciente de las nuevas FF. AA., buscaba imponer los planes imperialistas de la Alianza para el Progreso contra los trabajadores y contra la revolución. A partir de 1961, con el segundo gobierno de Víctor Paz y Juan Lechín como vicepresidente, se abre el tercer momento del proceso, la represión sobre los trabajadores pegó un salto, empujando al gobierno a recostarse cada vez más en el imperialismo como soporte externo y en las milicias campesinas como base social interna.
El profundo giro a derecha del gobierno “nacional y popular” fue creando las condiciones de una cerrada oposición, ya no solo de la derecha del MNR y otras organizaciones sino también de la izquierda de este partido y del conjunto de la clase obrera. En 1963 el congreso de la Federación Minera (FSTMB) aprueba las llamadas tesis de Colquiri que plantean, como ya había hecho la Tesis de Pulacayo 17 años atrás, la necesidad de las milicias obreras y campesinas para enfrentar al gobierno y al imperialismo.
Por su parte, la derechista Falange Socialista Boliviana (FSB) comenzó operaciones guerrilleras en Santa Cruz contra el gobierno mientras en las ciudades los choques con la policía por parte de maestros, fabriles o universitarios se saldaba regularmente con muertos y heridos. Los campos de concentración del tristemente célebre ministro San Román se llenaron de presos políticos y los afanes conspirativos empezaron a ser moneda corriente. Se preparaba así una salida de fuerza que se consumaría con el golpe de estado de Barrientos el 4 de noviembre, apenas suspendida la huelga general de la COB con motivo de las fiestas del día de los muertos.
El pacto militar campesino y el golpe de noviembre
Los meses previos al golpe el clima de guerra civil latente que se vivía llevó al gobierno del MNR a recostarse en las milicias campesinas y en las FF. AA., que recibían generosos incentivos del gobierno de Kennedy. El 9 de abril del ‘64, en el aniversario de la revolución, Barrientos como comandante de las FF. AA. y milicias campesinas de Cochabamba firman el Pacto Militar-Campesino. Aunque fue anunciado como una medida de carácter electoral frente a las elecciones de mayo, en la que el binomio Paz-Barrientos se adjudicará la victoria, se terminó convirtiendo en la verdadera base del gobierno contrarrevolucionario de Barrientos.
El conjunto de las organizaciones de izquierda como el recientemente fundado PRIN del líder de la Central Obrera Boliviana (COB) Juan Lechín (que agrupaba al ala izquierda y obrera del MNR), el Partido Comunista de Bolivia, las fracciones maoístas de este partido que luego fundarán el PCML y pequeños grupos se sumaron de manera entusiasta al movimiento golpista confundiéndolo con una “revolución dentro de la revolución”. Excepto el Partido Obrero Revolucionario (POR) de Guillermo Lora que denunció correctamente la maniobra contrarrevolucionaria, el resto de la izquierda perdió la brújula y acompañó el movimiento de tropas para que las FF. AA. se hicieran cargo del poder del Estado. Conformaron el Bloque Revolucionario del Pueblo y funcionaron por un par de meses en la misma Asamblea Legislativa, mientras Barrientos consolidaba su gobierno. Sin embargo, en mayo Barrientos decidió terminar con la fantochada de democracia y ordenó el encarcelamiento y exilio de Lechín y todos aquellos izquierdistas que lo habían ayudado en la asonada golpista.
Con la consolidación del golpe, los objetivos de la Alianza para el Progreso empezaron a implementarse en los centros mineros, con miles de despidos que buscaban lograr rentabilidad en las empresas mineras y terminar con la “agitación comunista en las minas”. Cesar Lora, Isaac Camacho y otros dirigentes emblemáticos de los trabajadores fueron asesinados. Durante este gobierno se produjo la masacre de San Juan en las minas de Siglo XX y Catavi con el pretexto de que mineros habrían declarado su disposición a sumarse a la lucha del Che Guevara que ya había comenzado operaciones en las sierras de Santa Cruz.
Noviembre de 1964 y de 2019: lecciones revolucionarias que es necesario extraer
Con el golpe se inauguró un período de 18 años de gobiernos militares, apenas interrumpidos por heroicas gestas obreras como la Asamblea Popular en 1971 y el breve periodo democrático a la caída de la dictadura de Hugo Banzer, luego interrumpido por diversas intentonas golpistas y el gobierno del general Luis García Mesa, hasta el 10 de octubre de 1982 en que los militares se repliegan.
Lo sucedido en noviembre de 1964, con el cierre del ciclo revolucionario abierto en abril del ‘52, deja valiosas lecciones a los trabajadores y al pueblo que lamentablemente no fueron asimiladas por las organizaciones de izquierda. Esto se evidenció durante el golpe de estado cívico-militar de noviembre de 2019 que derrocó a Evo Morales. El POR que, sin tener una política consecuentemente revolucionaria, tuvo el mérito de actuar correctamente bajo la dirección de Lora rechazando el golpismo en el ‘64, en 2019 ya sin su dirección histórica terminó convirtiéndose en furgón de cola del golpismo, poniéndose bajo las órdenes de los cívicos y del reaccionario y clerical Luis F. Camacho. Una trágica postura que desarma y confunde a la clase obrera para enfrentar de forma revolucionaria al reformismo del MAS, ahora nuevamente al frente del Estado con Arce Catacora.