Fue el último presidente blanco y quien dejó en libertad a Nelson Mandela (preso durante 27 años). En 1989 había asumido la presidencia de la Sudáfrica segregacionista, un régimen instaurado en 1948 por los afrikáner -de origen neerlandés-, la élite blanca del país africano a la que De Klerk pertenecía. Ese segregacionismo apuntó sobre las mayorías negras, indias y mestizas
Sudáfrica fue colonia británica legalmente hasta 1962, pero su declive imperial -sumado al hecho de que Estados Unidos emergió como potencia, que se fue consolidando como hegemónica, a la salida de la II Guerra Mundial, posibilitó que los supremacistas blancos, un par de años después, profundizaran el camino del colonialismo salvaje de los británicos.
A Frederik de Klerk le otorgan el Premio Nóbel de la Paz, junto a Nelson Mandela, en 1993 por iniciar el proceso que legalizaría al Congreso Nacional Africano (NR: ANC sus siglas en inglés) -partido dirigido por Mandela-, liberar al líder de la población que sufrió el racismo por larguísimo tiempo, primero por los británicos y luego por ese férreo régimen de apartheid y habilitar mediante un acuerdo con ese partido las elecciones de 1994 que dan un triunfo abrumador al ANC, donde Mandela es electo presidente y De Klerk ocupó la vicepresidencia hasta 1996, cuando el Partido Nacional se retira del Gobierno y pasa abiertamente a la oposición.
La rebelión interna contra ese racismo institucional, desatada sobre todo en la década de los 70 y 80, la simpatía y solidaridad internacional que despertó esa lucha por liberarse del yugo racial, terminó por convencer tanto a los líderes del Partido Nacional como a los países imperialistas con injerencia en la región, que había que buscar una salida negociada para que la lucha interna no escalara.
Así es que De Klerk, como líder del partido que aglutinaba a empresarios, élites culturales y población blanca en general, comienza el proceso de negociación levantando la proscripción a los partidos anti apartheid, liberando junto a Mandela a varios presos más.
El abogado afrikaner fue parte durante toda su vida política, de ese régimen brutal que separaba a la población mayoritaria negra de los blancos, hasta para subir unas simples escaleras. En 1972 fue diputado por su partido, luego fue parte de los gabinetes de varios gobiernos, presidiendo ministerios, como el de Minas y Energía -1979/1982- (cartera clave para facilitar la expoliación de recursos minerales por parte de las empresas imperialistas), ministro del Interior durante 1982 y 1985 y de relaciones Exteriores entre 1984 y 1989 -año en que ocupa la presidencia. Como se ve, décadas al servicio del sostenimiento del oprobio que significó ese régimen racial, puesto al servicio de la explotación de las mayorías y de la expoliación de su suelo.
Porque esa relación donde las élites blancas son las que mayoritariamente conservan el control de los medios de producción y las riquezas del país aún pervive, es que las bases materiales del apartheid no han terminado, pese a que ya no hay leyes escritas y a que los países imperialistas y sus instituciones hagan propaganda sobre esa falsa ilusión. La prueba es la gran desigualdad social que reina en ese país, donde la mitad de la población adulta, según datos oficiales, está por debajo de la línea de pobreza (49,2%) y en su inmensa mayoría se trata de la población negra. De ese porcentaje el 52% son mujeres.
Hace tan solo dos años, la revista Time publicó en su portada una foto ilustrativa de la realidad sudafricana, nombrándolo el país más desigual del mundo.
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