Eran las 9 de la mañana del 20 de Diciembre y en una de las pocas metalúrgicas en marcha en La Matanza sonaban los balancines, fresas y tornos. Pagaban tarde las quincenas con un sueldo de $1.64 la hora. El día anterior a la misma hora se iban yendo muchos a sus casas porque la familia de cada uno telefoneaba a la oficina para avisarles que en los barrios se extendían los saqueos.
Pero aquel 20/12, en las radios en la fábrica, ya se oía también lo que pasaba en “la Plaza”. La gente que se había quedado toda la noche gritando “Que se vayan todos”. En la fábrica se hablaba de lo mismo: “Ayer el barrio estaba caldeado”, “La policía entró desde la asfaltada y tiró corchazos a todo lo que veía”, “Había familias enteras corriendo para todos lados”. Era lo que se escuchaba en las charlas tensas de preocupación de maquina en maquina.
El locutor de la FM transmitía con bronca y el mate de la mañana caía mal. La tortilla santiagueña parecía un chicle viejo. Se anunció la llegada de las Madres a la Plaza. Esas señoras luchadoras que hasta aquel entonces, no se vendían a ningún gobierno. Pero poco después la policía comenzaba la golpiza feroz, imperdonable, a esas abuelas. “Desde la dictadura que esto no pasaba”, decía el de la radio. El oído de este oyente se aturdió y un calor de furia subió hasta el cuello. Y, la noticia del primer muerto por la represión, se oyó. ¿Qué podía ser peor? Ya no hubo más lugar en el estómago ni para un almuerzo. Pero había que esperar hasta el horario de salida de las 15hs. Porque el movimiento obrero no fue convocado a parar por los sindicatos. A esa hora todos salieron en bicicleta. Con mi amigo de la fábrica, fuimos a dejar las nuestras a casa y salimos a la plaza. En el bondi, la cadena nacional. Habla el presidente reafirmando el “estado de sitio” y en los pasajeros que viajaban se sentía la tensión.
Ya en Once, el viento hacía llegar a los rostros, un leve ardor por los gases en la Plaza. Y en Congreso vimos las primeras barricadas. Bancos y carteles de cemento arrancados de raíz no sé cómo. Escombros que alfombraban el asfalto. Brasas que seguían humeando. Por las calles laterales y esquinas, corrían grupos de gente, en su mayoría jóvenes. Seguíamos buscando la columna del partido. Desde los teléfonos públicos que no se habían tirado a las calles, intentábamos en vano comunicarnos. Las líneas no respondían.
Pisamos la calle Corrientes ya casi pensando en volvernos. Miramos hacia el obelisco y observamos una imagen imborrable. Una multitud de miles de personas agitadas, congregadas. Tantas como las que no se veían desde que Argentina salió campeón en el ´86. Pero esta vez con rabia, fuego y una gran nube de humo que cubría todo. Detrás de ella, observamos las banderas rojas del PTS. Esquivando mareas de gente que retrocedían y volvían, grupos de policías a pie, caballo y motos, llegamos a la columna del partido. Los rostros transpirados, agitados de los compañeros y compañeras. Pero con los ojos bien abiertos. Las partes de sus caras que no tapaba el pañuelo, dejaban entrever el odio, pero repleto de una absoluta confianza y seguridad de lo que allí estaban haciendo. Habían estado combatiendo en primera fila por recuperar la Plaza, desde muy temprano. Formados en escuadras, los camaradas de la juventud, obreros, las compañeras, docentes, militantes más viejos, se iban preparando para llegar a su turno de entrar a la escuadra más avanzada.
Con el limón apretado entre los dientes, el pañuelo hasta la nariz, y las manos llenas de todo lo que entre en el puño cerrado, avanzábamos para descargar tantos años de derrota. Con el brazo en alto, pero con la conciencia de que esto no era más que una batalla para ir revirtiendo la historia.
Pasadas las 7 de la tarde en el único bar abierto la televisión en Crónica anunció en cartel rojo “Renunció De la Rúa”. La alegría explotó al instante entre la multitud. Y por un momento se transformó en fiesta. Pero la vuelta al barrio esa noche fue imposible. En todas las esquinas una barricada, fuego y vecinos. Todos inmersos en la paranoia provocada por los punteros y la bonaerense que anunciaban la llegada de supuestas personas que llegaban a saquear, desde otros barrios. “Ahí vienen, ahí vienen”, se la pasaron diciendo para que nadie más vaya a sumarse a la Batalla de Plaza de Mayo.
La generación que vivimos el 20 de diciembre, fuimos marcados por estos acontecimientos. Una juventud que rompió con el “no te metas” y el individualismo.
Veinte años después seguimos viviendo el saqueo del FMI y la predisposición del peronismo y cambiemos para pagar hasta el último dólar con el hambre del pueblo trabajador. Pero en estas dos décadas la izquierda trotskista no solo creció numéricamente sino también cualitativamente, siendo una experiencia única en el mundo, metida hasta el hueso en todos los procesos de lucha y organización. El “que se vayan todos” fracasó, porque después vino el kirchnerismo para apagar el fuego iniciado el 20. Nosotros queremos reavivarlo pero esta vez para vencer definitivamente y terminar con este sistema de explotación y opresión.
Al decir de León Trotsky “Cuando la vida se permite agravios tan grandes hay que combatirla incluso hasta con los puños”. |