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La Izquierda Diario
7 de enero de 2022 Twitter Faceboock

The Great Resignation
Más de 4 millones de trabajadores renunciaron a sus puestos en EE. UU. durante noviembre
James Dennis Hoff

Los bajos salarios, la falta de guarderías y las peligrosas condiciones de trabajo están provocando que millones de personas abandonen sus empleos. Aunque esta renuncia masiva puede dar a los trabajadores cierta ventaja para luchar por unos salarios más altos y mejores prestaciones, también es una señal de las difíciles opciones a las que se siguen enfrentando a medida que avanza la pandemia.

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Las últimas cifras publicadas el lunes por la Oficina de Estadísticas Laborales (BLS) muestran un nuevo aumento del número de trabajadores estadounidenses que deciden dejar su empleo. En el marco de una tendencia que no deja de aumentar desde hace meses, la BLS informa de que más de 4,5 millones de personas dejaron su empleo en noviembre. Esta cifra, por sorprendente que sea, supera solamente en unos 100.000 el récord anterior establecido en septiembre, que fue a su vez el mayor número de renuncias desde que la BLS empezó a llevar registros.

Esta situación se registra en todos los sectores, pero la mayor parte se produce en los servicios de alimentación, el comercio minorista y la hostelería, donde los salarios y las prestaciones son los más bajos, y donde las condiciones de trabajo siguen siendo en muchos casos inseguras. Pero no son los únicos. Los camioneros y otros trabajadores del transporte de todo el país están renunciando en masa, amenazando las ya debilitadas cadenas de suministro. Y los trabajadores y trabajadoras de la salud también están batiendo récord. En total, casi el 20% de los trabajadores del sector, algunos de los cuales padecen estrés postraumático, han abandonado sus puestos de trabajo desde que comenzó la pandemia, en gran parte debido al agotamiento, la escasez de personal, el aumento de la carga de trabajo y las peligrosas condiciones laborales.

Aunque gran parte de los medios de comunicación burgueses interpretan la llamada Great Resignation (gran renuncia o gran ola de renuncias, NdelT) como un signo de una economía saludable, pintando un panorama de bonanza, con jubilaciones anticipadas y niveles crecientes emprendedurismo, la realidad es que para la mayoría de los trabajadores, renunciar a sus trabajos no es tanto un intento consciente de vivir una vida mejor, sino más bien un acto de supervivencia, frustración y desesperación. Sí, muchos trabajadores buscan un trabajo más gratificante, y sí, después de meses de trabajar desde casa, algunas personas no están dispuestas a volver a los largos viajes de ida y vuelta a sus trabajos y buscan la manera de seguir trabajando desde casa. Otros trabajadores más privilegiados están reevaluando sus opciones profesionales, jubilándose o tomándose un tiempo libre, pero la noción de que esta situación es un gran "replanteamiento" del trabajo, como dice el diario New York Times, ignora las realidades económicas a las que se enfrenta la mayoría de los trabajadores, muchos de los cuales no pueden permitirse perder ni siquiera un mes de sueldo, y han tenido que tomar decisiones imposibles durante la pandemia.

Y esto ha sido especialmente difícil para las familias con niños pequeños. Como explica Moira Donegan en el diario inglés The Guardian, esta ola de renuncias no la impulsa por una “reevaluación de las prioridades”, sino en gran parte por una abrumadora falta de opciones de cuidado de los niños para los padres en Estados Unidos. Como es lógico, esto afecta sobre todo a las mujeres trabajadoras. La tasa de participación laboral de las mujeres, por ejemplo, cayó dos por ciento desde que comenzó la pandemia. Este descenso es dos veces mayor que el registrado en los hombres, y es la tasa de participación femenina más baja desde 1987. En el caso de mujeres con hijos es aún más baja, y ha disminuido un cuatro por ciento. Las razones son claras. Cuando las escuelas cerraron, muchos padres de familia, especialmente las madres, se vieron obligados a quedarse en casa con sus hijos. Los que tenían que trabajar en persona renunciaron, mientras que muchos de los que trabajaban desde casa se encontraron con la imposibilidad de cuidar a los niños y trabajar al mismo tiempo. Muchas de estas mujeres han abandonado definitivamente la fuerza de trabajo, y no figuran en las cifras oficiales de desempleo, que siguen siendo artificialmente bajas.

Con la profundización de la pandemia también lo hizo la incertidumbre sobre nuevos cierres de escuelas, la posibilidad de contagiarse de Covid-19 (especialmente durante la oleada del Delta), la falta de licencias pagas por enfermeda, etc. Y para los padres que dependen de guarderías privadas para el cuidado de sus hijes, la situación es aún peor. Según una investigación publicada en la revista Socius editada por la American Sociological Association (Asociación Estadounidense de Sociología, es probable que un tercio de las guarderías estadounidenses hayan cerrado definitivamente debido a la pandemia; y encontrar guarderías asequibles nunca ha sido tan difícil. Dado que la mayoría de los estados no ofrecen ningún tipo de cuidado gratuita ni opciones públicas de preescolar, cada vez más mujeres se han visto obligadas a abandonar la población activa, especialmente las que ocupan puestos de trabajo poco remunerados en el comercio minorista, que a menudo apenas pagan lo suficiente para cubrir los costes de la mayoría de las guarderías, un problema que ha afectado a las familias trabajadoras durante décadas.

Mientras tanto, los trabajadores también se ven obligados a decidir entre su bienestar psicológico o físico y un salario. Muchos trabajadores de empleos mal pagados, sobre todo en el sector de los servicios, están optando voluntariamente por dejar sus trabajos por diversas razones, pero en la mayoría de los casos, están dejando trabajos que odian, que se han vuelto aún peores durante la pandemia. Si bien la reacción contra las terribles condiciones laborales viene de hace tiempo, la pandemia parece haber exacerbado y puesto en ebullición estas cuestiones. Dictadura patronal, horarios rígidos e inflexibles que no permiten disfrutar de la familia, atravesar una enfermedad o estudiar; los clientes enojados, el aumento de la carga de trabajo debido a la falta de personal y los salarios bajísimos han contribuido a las renuncias masivas que estamos presenciamos. Si a esto le añadimos la amenaza de una enfermedad grave o de la muerte a causa del covid, no es de extrañar que las masas de trabajadores renuncien en un intento de salvarse.

Los medios masivos de comunicación, a su vez, hablaron mucho sobre la "escasez de mano de obra" y el aumento de los salarios, pero en general no han seguido el ritmo de la inflación, e incluso en las industrias que han experimentado las mayores ganancias salariales este año, los salarios siguen siendo lamentablemente bajos. Además muchos trabajadores que renunciaron para encontrar un mejor salario están descubriendo, para su disgusto, que los salarios más altos no siempre significan más respeto o mejores condiciones de trabajo. Al mismo tiempo, aunque el número de nuevos puestos de trabajo está aumentando, sigue habiendo un 17% menos de empleos disponibles ahora que antes de que comenzara la pandemia. Esta es quizá la prueba más contundente de que muchos trabajadores han abandonado definitivamente la población activa.

Por supuesto, no todo es pesimismo, aunque pueda parecerlo. La rápida recuperación económica y el aumento de puestos de trabajo a cubrir le da a los trabajadores una gran ventaja. La oleada de grandes huelgas que presenciamos en octubre y noviembre es una prueba de que el movimiento obrero está aprovechando la situación para avanzar en viejas reivindicaciones como la anulación de las horas extras obligatorias y el salarial de dos niveles. Pero sin nuevos esfuerzos de organización sindical y movimientos de masas para luchar por mayores salarios y mejores condiciones de trabajo, estos logros serán transitorios.

Como demuestra la llamada Great Resignation, se está desarrollando una verdadera disputa entre los trabajadores hartos de décadas de neoliberalismo, y la clase capitalista, que hace todo lo posible para mantener la economía abierta, garantizar sus beneficios y aumentar la productividad, sin importar las consecuencias. Para ganar esta lucha, los trabajadores y sus sindicatos tendrán que sacarse de encima a sus direcciones burocráticas y al Partido Demócrata, y aprender de nuevo a utilizar el poder de la unidad para frenar la producción.

Uniendo a los sindicatos, a los no sindicalizados y a los desempleados, podemos luchar por un programa de emergencia que aborde las necesidades de todos los trabajadores. Exigiendo que todo el trabajo disponible se reparta entre todas las manos disponible sin pérdida de salario; la creación de un plan de obras públicas, una escala móvil de salarios atada a la inflación, preescolar universal gratuito y guarderías las 24 horas del día, la nacionalización del sistema de salud, la industria farmacéutica, la educación superior, el sector energético y otros sectores estratégicos podemos alterar radicalmente el equilibrio de fuerzas entre el pueblo trabajador y la clase explotadora.

 
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