En una habitación, una mujer balancea un pequeño bulto enfundado en una tela colgada en el techo. El movimiento es delicado y amoroso, como la canción que entona mientras lo hace. No es posible reconocer con seguridad el tipo de actividad que realiza ni la naturaleza del objeto que desplaza de un lado a otro. La escena que inaugura El empleado y el patrón (2021), tercera película de Manuel Nieto Zas (La perrera, 2006; El lugar del hijo, 2013) es un tanto extraña. Ofrece, en principio, un primer indicio acerca de la forma que elige el director uruguayo para contar la historia: no mostrar demasiado o mostrar sin apresuramiento. Aunque podría funcionar también como una secreta advertencia -una cifra involuntaria- que expresaría la condición problemática que subyace al film en su conjunto. Recién cuando la mujer termina de ejecutar el movimiento, el sentido aparece. Lo que balancea es un bebé y lo que hace es tratar de indagar, mediante un método alternativo, si la criatura en cuestión tiene alguna enfermedad neurológica. La conclusión que proporciona es incierta. Puede que sí como puede que no. Por lo tanto sugiere, ante la preocupación de los padres, realizar estudios médicos (convencionales).
En realidad, más preocupada pareciera estar la madre, en tanto que las preocupaciones del progenitor giran en torno a la administración del campo que tiene a su cargo, en una zona fronteriza entre Brasil y Uruguay. Porque Rodrigo (Nahuel Pérez Biscayart) es un joven patrón de estancia, hijo de un terrateniente dedicado al negocio de la exportación de soja. Así aparece entonces, en escena, el personaje interpretado por Biscayart: tratando de mantener el equilibrio -como si estuviese arriba de una tabla de surf en un mar tumultuoso- entre las demandas de su mujer y las que suponen el negocio que supervisa. A partir de la incertidumbre que ocasiona la salud de su hijo, Rodrigo intenta consolar a Federica (Justina Bustos), pero su esposa rechaza el consuelo, exige mayor compromiso. Más adelante, en una escena posterior, cuando Rodrigo tenga que sujetar el bracito del bebé para que una enfermera le pueda sacar sangre, el reclamo será el mismo: no puede -o no sabe cómo- hacerlo con la firmeza adecuada. Esa falta -la falta de determinación- define al protagonista. De esa manera se mueve (tanto él como la película de Nieto Zas): de un lado a otro, desdibujado, como en vaivén. Lo hace casi siempre arriba de su camioneta, mientras fuma porro para distenderse o, mejor dicho, para sostener sin sobresaltos la posición imprecisa que lo caracteriza.
Sin embargo, tarde o temprano, el sobresalto se desencadena. Rodrigo necesita con urgencia un nuevo peón que pueda encargarse de manejar la cosechadora. Sin perder el tiempo, busca a un viejo empleado de su padre, un tal Lacuesta. Cuando finalmente lo encuentra, luego de un camino serpenteante, el hombre rechaza el ofrecimiento por problemas de salud. Rodrigo acaba entonces por contratar a su hijo Carlos (Cristian Borges), un joven de dieciocho años obsesionado con un caballo y con ganar el próximo raid ecuestre que se va a desarrollar en la región donde vive, pero quien debe además mantener a su familia. Por ese motivo acepta. Durante un descanso en el trabajo, en un momento de distracción -y es el caballo lo que provoca el descuido-, se produce un accidente fatal.
Después de la tragedia, el conflicto de intereses comienza a desplegarse. Junto con el gremio, la familia de Carlos avanza con una denuncia penal (la zanja que produjo el accidente no estaba señalizada) y la familia de Rodrigo se pone en guardia para contrarrestarla. No obstante, el joven empleado y el joven patrón se sitúan, tanto como lo permite el equilibrio que ilusoriamente ambos procuran mantener, al margen. Así lo evidencia Carlos durante un encuentro nocturno en un bar-prostíbulo. “Para no pensar”, le comenta totalmente borracho a Rodrigo, antes de empinarse el último trago de la noche. Palabras más, palabras menos, el enunciado confirma una forma de proceder equivalente. Emborracharse o fumar marihuana, la reacción ante la realidad que deben afrontar pareciera ser la misma: no pensar, no intervenir, no tomar posición al respecto. O sí. En última instancia, la conducta elegida es no hacerse cargo y dejar que el conflicto les pase por el costado -lo que hacia el final de la película sucede casi literalmente-.
Por el contrario, son las mujeres las que exponen el enfrentamiento abiertamente. La mujer del patrón reclama una posición categórica, exige determinación en cuanto a la defensa de sus intereses de clase. No hay que permitir ni consentir con quien se atreve a denunciarlos. La mujer del empleado (Fátima Quintanilla), ni bien tenga oportunidad de cruzarse con Federica, expresará sin medias tintas su veredicto: “Mirá que si yo quiero te hundo”.
Estrenada en la Quincena de los Realizadores del Festival de Cannes, El empleado y el patrón es una película formalmente correcta, el movimiento de la cámara es distinguido, los encuadres son prolijos (tan prolijos como el trabajo que le exigen a Carlos en su primer día de trabajo. Así se lo ordenan: "cosechá prolijito”). De cualquier manera, el film de Nieto Zas arrastra el mismo dilema que sus protagonistas: nunca termina de asumir una posición respecto del conflicto planteado. Más bien se contenta con hacer lo mismo que los personajes: observarlo en silencio y de reojo, empecinado en sostener un balanceo más pueril que sugerente, presuntamente complejo, pero en definitiva eficiente para esquivar con prolijidad el bulto.
FICHA TÉCNICA
Dirección: Manuel Nieto Zas
Guion: Manuel Nieto Zas
Dirección de Fotografía: Arauco Hernández Holz
Dirección de Arte: Alejandro Castiglioni, Nicole Davieux
Dirección de Sonido: Catriel Vildosola
Diseño de Vestuario: Lucía Gasconi
Montaje: Pablo Riera
Música: Holocausto Vegetal y Buenos Muchachos
Duración: 110 minutos
Año: 2021
País: Uruguay, Argentina, Brasil y Francia