Hace un año, apenas dos semanas después de que el mundo viera con horror cómo una turba de extrema derecha irrumpía en el Capitolio para impedir la certificación de los resultados electorales, después de que el mismo Trump se los pidiera, Joe Biden juró su cargo presidencial en un Capitolio acordonado.
En un Estados Unidos polarizado, Biden asumió el cargo con una agenda clara: devolver la legitimidad a las instituciones de la democracia estadounidense dañadas tras cuatro años de trumpismo.
Poco después de asumir, Biden lanzó un mensaje claro: "América ha vuelto", "La diplomacia vuelve a ser el centro de nuestra política exterior". Esta enfática declaración es importante, especialmente en el marco del declive de la hegemonía de Estados Unidos durante décadas y los cuatro años de la administración Trump y su política aislacionista en el escenario mundial que debilitaron aún más el liderazgo estadounidense a nivel global. A medida que Trump se retiraba de las instituciones diplomáticas mundiales, con su agenda de "América primero", disminuía la fe en la capacidad de Estados Unidos para liderar eficazmente. Para Biden y el Partido Demócrata, un proyecto central es restablecer a Estados Unidos como un líder mundial capaz de dirigir a sus aliados para hacer frente a las crisis geopolíticas. Sin embargo, un año más tarde, mientras el índice de aprobación de Biden sigue cayendo en medio de la pandemia, la inestabilidad económica y la profundización de la polarización política en el país, a Estados Unidos le resulta más difícil resolver sus retos de política exterior en el escenario mundial.
La escalada de la confrontación con China
Poco después de asumir el cargo, Biden trató de retomar la senda de la diplomacia que habían marcado los demócratas las décadas anteriores al mandato de Trump. Para empezar, Biden volvió a comprometerse con las instituciones diplomáticas mundiales. No solo se reincorporó a la Organización Mundial de la Salud, sino que también se sumó al Acuerdo Climático de París, tendió la mano para tranquilizar a sus aliados de la OTAN y recomponer las relaciones tras la política de confrontación de Trump, y aumentó el compromiso de Estados Unidos con las Naciones Unidas. Sin embargo, aunque dividido en cuanto a la estrategia, Biden está al servicio de los mismos objetivos que perseguía Trump, que es hacer frente a la creciente influencia de China. De hecho, ésta es la mayor confrontación geopolítica para el capitalismo mundial durante las últimas décadas.
Desde la Segunda Guerra Mundial, cuando Estados Unidos arrebató el mando a Inglaterra, la cuestión del hegemón mundial no se había planteado con tanta agudeza. En los últimos veinte años, el extraordinario crecimiento del PBI chino, combinado con el aumento de su poder manufacturero, ha transformado a China en un actor importante en el tablero geopolítico. Mientras que Estados Unidos y Europa se llevaron la peor parte de la crisis financiera de 2008, China se encontró con una crisis en el comercio, con la caída de las exportaciones -principal motor de su economía- en más de un tercio y la pérdida de decenas de millones de puestos de trabajado, especialmente en la producción. Esto, como escribe Esteban Mercatante, llevó a la burocracia del Partido Comunista a "reequilibrar" la economía y encontrar nuevos motores para apoyarse más en la demanda interna, en base a enormes inversiones en infraestructura. Pero, como el consumo sigue siendo débil, China se ve obligada a ampliar sus mercados. Esto ha impulsado el desarrollo de proyectos como la nueva Iniciativa del Cinturón y la Ruta (BRI) en un intento de crear un mercado internacional para sus inversiones y productos chinos, y por tanto, en curso de colisión con los intereses de EE. UU.
La Gran Recesión sacó a la luz este conflicto, con EE. UU. y China posicionándose claramente como competidores en la búsqueda de la hegemonía mundial. En 2011, el gobierno de Obama anunció su "pivote hacia Asia" e intentó apuntalar el apoyo al capital estadounidense con tratados como la Asociación Transpacífica, cuyo objetivo era excluir a China y ampliar la influencia de Estados Unidos en Asia. En su primer día en el cargo, Trump se retiró de la Asociación y, en los años siguientes, lanzó una guerra comercial con China. Pero, como China sigue siendo el principal exportador del mundo, y Estados Unidos el gran comprador del mundo, la interdependencia mutua complica este conflicto y no pudieron "desvincular" esta relación.
En medio de estos desafíos a la hegemonía estadounidense, el enfoque "America first" de Trump debilitó aún más la capacidad de Estados Unidos para imponer su voluntad. Desde que asumió el cargo, Biden ha recurrido a las viejas herramientas de la asociación global, liderando al resto del mundo en la creación de un frente diplomático contra la fuerza que considera su mayor amenaza.
La administración Biden dejó en claro que considera a China su principal prioridad en política exterior. El Secretario de Estado Anthony Blinken dijo en marzo del año pasado que veían a China "como el único país con el poder económico, diplomático, militar y tecnológico para desafiar seriamente el sistema internacional estable y abierto, es decir, todas las reglas, valores y relaciones que hacen que el mundo funcione como queremos". Aunque lo hacen bajo el viejo adagio de llevar la democracia al resto del mundo, es la amenaza percibida al orden mundial capitalista sobre el que se asienta actualmente Estados Unidos, lo que impulsa gran parte de este conflicto geopolítico.
Un aspecto importante de esta continuidad es, en particular, la política exterior de repliegue, que supuso la retirada de las tropas estadounidenses de Afganistán y el llamado fin de la "Guerra contra el Terror". Al mismo tiempo, EE. UU. se preparaba para maniobrar en torno a alianzas más grandes, tediosas y lentas como la OTAN de 30 países o incluso la Asociación de Naciones Asiáticas de 10 países, Estados Unidos también se apoyó en gran medida en alianzas más pequeñas como el Diálogo Cuadrilateral de Seguridad de cuatro países, o Quad, que incluye a Australia, India y Japón, así como el bloque con Australia y Reino Unido, AUKUS, forjando acuerdos defensivos diplomáticos y pivotando su poder militar para enfrentarse a China. Biden terminó el año pasado con la llamada "Cumbre por la Democracia", que supuestamente tenía como objetivo luchar contra el autoritarismo y promover los derechos humanos. Esta cumbre fue especialmente criticada en todo el mundo por sus invitados, que esencialmente eran todos los aliados de Estados Unidos contra China, independientemente de sus propios historiales de derechos humanos, y por la hipocresía de que Estados Unidos liderara ese llamado, especialmente cuando los derechos democráticos están siendo atacados en el país y las instituciones de la democracia estadounidense se encuentran deslegitimadas. Estados Unidos también anunció un boicot diplomático a los Juegos Olímpicos de invierno de Pekín, que se celebrarán en febrero, alegando violaciones de los derechos humanos, medida que fue seguida por Canadá, Australia y Gran Bretaña poco después. Es llamativo viniendo de un país con una fuerza policial que asesina impunemente a afroamericanos y latinos, cuyo ejército arrasa países, y cuyo gobierno sigue manteniendo a las familias migrantes en jaulas en campos de detención de la frontera sur.
La política hacia Rusia e Irán
Pero China no es el único problema al que se enfrenta el imperialismo estadounidense, la confrontación con Rusia se hace cada vez más presente, sobre todo a la luz del creciente enfrentamiento en Ucrania y la influencia de la OTAN. Durante mucho tiempo, Ucrania ha sido un componente esencial de la estrategia de defensa de Rusia, especialmente dada su proximidad a Moscú. Aunque parece poco probable que Rusia quiera anexarse Ucrania, dados los costes políticos y económicos que conlleva una guerra abierta, sí quiere garantizar que Ucrania no entre en la OTAN y mantenga su neutralidad. A lo largo de varias semanas, Rusia movilizó decenas de miles de soldados y enormes cantidades de equipamiento militar en la frontera entre Rusia y Ucrania, mientras las relaciones entre ambos países siguen deteriorándose. Ante esta provocación, el gobierno de Biden extendió su pleno apoyo a Ucrania. En la última semana, Biden también apoyó la imposición de sanciones a dirigentes, bancos y empresas rusas si Rusia intensifica las hostilidades en Ucrania. Esto ocurrió luego de que se estancaran varias rondas de conversaciones entre los dos países para resolver las tensiones.
El gobierno de Biden también está en medio de la renegociación del acuerdo nuclear con Irán, del que Trump se retiró. Aprobado en 2015, el acuerdo nuclear -conocido como Plan de Acción Integral Conjunto (JCPOA, por sus siglas en inglés)- fue firmado por Irán con Estados Unidos, China, Francia, Rusia, Alemania y el Reino Unido. Citando que el acuerdo no era lo suficientemente fuerte, la administración Trump se retiró del acuerdo e impuso duras sanciones que profundizaron las penurias de las masas iraníes. Desde entonces, Irán aumentó sus reservas de uranio y siguió adelante con sus avances nucleares. El país además experimentó un cambio de liderazgo político, con un nuevo liderazgo de línea dura menos dispuesto a negociar que el anterior que era más maleable a las presiones del imperialismo. Las conversaciones para un nuevo acuerdo se prolongaron durante meses, ya que Irán quiere que Estados Unidos levante primero las sanciones y le permita acceder a miles de millones de dólares en fondos congelados, mientras que Washington es reacio a levantar las sanciones hasta que Irán revierta los avances que hizo. En este momento, mientras el plazo para restablecer el acuerdo se acorta y las tensiones en las negociaciones siguen aumentando, ninguna de las partes está dispuesta a dar marcha atrás.
Ambas relaciones se ven además cruzadas por el espectro de China. A medida que aumenta la confrontación con este último, Estados Unidos se enfrenta a una inmensa presión para desescalar el conflicto con Rusia e Irán. Tras la "Cumbre para la Democracia", Xi Jingping y Vladimir Putin mantuvieron una reunión virtual en una muestra de unidad. En las negociaciones para un nuevo JCPOA, China también ha pedido a Estados Unidos que elimine todas las sanciones incompatibles con el acuerdo de 2015. La semana pasada China, Rusia e Irán acordaron realizar ejercicios navales conjuntos. A medida que las naciones entran en conflicto con los intereses de Estados Unidos, China se convierte en un polo de atracción para nuevas alianzas estratégicas. Ante esto, no es ningún secreto en que Washington está intentando por todos los medios frenar la creciente influencia de China, y con ello llega la necesidad de construir mejores relaciones con Rusia e Irán.
La inestabilidad interna es un problema para la agenda de Biden
Tras la debacle de la salida de Afganistán, hay mucha presión sobre su gobierno para que lidere y resuelva eficazmente las principales disputas geopolíticas con Rusia, China e Irán a fin de mantener la credibilidad, tanto en el Capitolio como entre sus socios globales, especialmente cuando las tres naciones negocian nuevos acuerdos económicos y geopolíticos.
Aunque Biden sigue intentando (y lo ha hecho hasta cierto punto) liderar a sus aliados en esta confrontación global y restaurar la legitimidad de Estados Unidos en la escena mundial, postulándose como un negociador más competente que Trump, el grado de éxito sigue siendo una incógnita al entrar en su segundo año de mandato. Aunque le hubiera gustado mucho decir que "América ha vuelto", parece más difícil, sobre todo a la luz de la crisis social, política y económica interna que afronta.
Las alianzas geopolíticas son sólo una parte del juego. A medida que China amplía su influencia en el mundo con la Iniciativa del Cinturón y la Ruta y se intensifica la "carrera hacia la cima", Estados Unidos tiene que ampliar sus propias esferas de influencia y liderar a sus socios en ese proyecto. Es, de hecho, este ímpetu el que alimentó la pieza clave de la agenda de Biden. Durante su toma de posesión, Biden propuso un plan integral de infraestructura que abordara los aspectos sociales, económicós y humanos de principio a fin. Aunque lleno de beneficios para las grandes corporaciones, este plan incluía importantes reformas, como la gratuidad de los colegios comunitarios, las licencias familiares remuneradas y otras. Con un monto de 1.75 billones de dólares, la nueva versión del proyecto de ley incluía miles de millones para el desarrollo de las energías renovables y para impulsar la competitividad de las industrias existentes, como la del acero, el cemento y el aluminio. El proyecto de ley no sólo estaba orientado a abordar un gasto social largamente esperado que ayudara a estimular una recuperación post-pandémica, sino también a reforzar su posición en la competencia contra China.
Hace varios meses, Biden también lanzó la asociación "Build Back Better World" con el resto de los países del G7 para los mismos fines. Con un presupuesto de 40.000 millones de dólares, la iniciativa se proponía "ayudar a satisfacer las enormes necesidades de infraestructuras en los países de renta baja y media", especialmente en América Latina, el Caribe, África y el Indo-Pacífico, y pretendía impulsar proyectos en áreas clave como el clima, la seguridad sanitaria, la tecnología digital y la igualdad de género. En esencia, la iniciativa era un mecanismo del imperialismo para reforzar sus propias esferas de influencia para frenar el crecimiento de China.
Sin embargo, a un año de su mandato, estos esfuerzos yacen debilitados, si no muertos. En el terreno doméstico, la luna de miel concedida a Biden tras la toma del Capitolio del 6 de enero se agotó rápidamente, con votaciones en el Congreso forzadas por líneas partidistas y con el demócrata conservador Joe Manchin quedando con un voto decisivo en el Senado. En diciembre, Manchin acabó esencialmente con el proyecto de ley presupuestaria de Biden, al negarse a votar por ella. Aunque algunos demócratas todavía esperan resucitar este proyecto de ley y llevarlo a votación este año, no sólo tendrá que ceder mucho más, sino que también se enfrenta a un reto para ser aprobado. En el escenario mundial, hay menos consenso entre el G7 sobre cuán fuerte debe ser la presión sobre China. Como señaló Nicolás Daneri, Italia -que se unió a la nueva Ruta de la Seda en 2019- está dispuesta a ser más suave con China, sobre todo después de haber recibido varios envíos de ayuda médica de Pekín durante la pandemia, mientras que sus aliados occidentales tardaron en ayudar.
El poder del imperialismo estadounidense también disminuyó incluso en su llamado patio trasero: América Latina. Importantes movilizaciones de masas han sacudido la región en los últimos años, en particular contra el FMI y los planes de ajuste impuestos para satisfacer la deuda, sobre todo en Ecuador en 2019, pero también en Chile contra la herencia neoliberal o en Colombia contra la brutalidad policial y las políticas de ajuste. Todo esto, mientras la orientación de Biden sigue siendo tan derechista como la de Trump: apoyando a Juan Guaidó en Venezuela, imponiendo deudas exorbitantes a los países latinoamericanos, continuando con las políticas migratorias de la era Trump a través de un nefasto acuerdo migratorio con México para impedir la migración en la frontera sur proveniente de Centroamérica, manteniendo a niños y familias en jaulas, y continuando con las violentas deportaciones masivas de haitianos.
Los acontecimientos del 6 de enero del año pasado marcaron una enorme crisis para el régimen estadounidense, tanto dentro como fuera del país. Biden asumió el cargo no en un período de estabilidad capitalista, sino en medio de una profunda crisis social, económica y sanitaria.
Acosado por la incapacidad de aprobar su agenda, Biden fue incapaz de anunciar una era de estabilidad social. La crisis abierta por el trumpismo continúa, y la falta de soluciones significativas fomenta el enojo y una desilusión cada vez mayor entre las grandes masas con su gobierno. Al entrar en su segundo año, se encuentra en el peor momento desde que asumió el cargo, ya que algunas encuestas le dan solo un 33% de aprobación. Sin "victorias", Biden se vio obligado a estar totalmente a la defensiva, y pudo hacer poco para defenderse de los ataques de la extrema derecha. Desde la ley del derecho al voto [que incluye una serie de reformas para facilitar la afluencia, en particular de las minorías excluidas, empezando por declarar feriado el día de votación] hasta los derechos de las personas trans, pasando por el derecho al aborto y la teoría crítica de la raza, el trumpismo, del brazo del Partido Republicano que está desesperado por ganárselo, se apoyó en la incapacidad de Biden para aprobar su programa para avanzar en sus ataques a los derechos democráticos.
Poco después del asalto al Capitolio, planteamos la hipótesis de que la tensión entre la situación nacional y la internacional sería clave en los siguientes meses para el imperialismo estadounidense. De hecho, esa sigue siendo la cuestión del día. ¿Cómo puede Estados Unidos liderar al resto del mundo en la lucha por la "democracia" cuando es incapaz de resolver sus conflictos internos? El intento de Biden de reclutar a sus aliados en la búsqueda de preservar el actual orden mundial y restaurar la supremacía geopolítica de Estados Unidos se enfrenta a la constante amenaza del trumpismo y la deslegitimación de las propias instituciones estadounidenses. A medida que Biden entra en su segundo año, una cosa es clara: la crisis de la hegemonía de Estados Unidos en el orden capitalista mundial ya no puede resolverse con las viejas herramientas del imperialismo.
El presente artículo es una traducción del original publicado en el sitio Left Voice, parte de la Red Internacional La Izquierda Diario.
Traducción: Ana Seni |