Cómo se pensó, creó y ejecutó el disco debut de Virus, quiebre fundamental de un rock argentino que todavía sigue escuchándolo para saber hacia dónde ir.
Hay discos que marcan la historia de un artista, otros que mojonean una época y están aquellos que ocupan esa especie de Olimpo codiciado: los que provocan un quiebre, un antes y un después a partir del cual ya nada será igual, sino algo distinto, acaso mejor. Wadu Wadu probablemente no sea el disco favorito de los fanáticos de Virus, quizás ni siquiera el de los propios Virus, pero ya por ser el primero goza de un status privilegiado. Y no solo porque fue el primero: fue, en aquel diciembre de 1981, la punta de lanza de toda una batería de discos que en los dos años posteriores renovaron generacionalmente al rock argentino, ampliando sus horizontes artísticos.
Después del regreso de Federico Moura, a quienes sus hermanos Julio y Marcelo fueron a buscar a Río de Janeiro, Virus se tomó todo 1981 para terminar de darle entidad propia a un proyecto que ya venía del año anterior con el nombre de Duro. Parte de las canciones de Wadu Wadu provenían de aquella experiencia previa en la que Julio Moura timoneaba el rumbo sonoro y poético. El diferencial entre ese demo de cuatro canciones con Laura Gallegos en voz y el disco debut de Virus lo marcaron la aparición de Federico y, junto a la de él, la del sociólogo y artista Roberto Jacoby, ambos presentados por el ilustrador Daniel Melgarejo, autor de la inolvidable tapa de Locura.
“Fue alguien que primero comprendió lo que buscábamos y a partir de eso comenzó a desgranar su genialidad y su capacidad como autor”, explicó Marcelo Moura en Virus, el libro que publicó en 2014. “La riqueza de su vocabulario, combinada con el enorme sentido del humor y su espíritu transgresor, ocupan un lugar enorme en la historia de la banda”. El primer encuentro fue en la casa que entonces Jacoby habitaba en el barrio porteño de Balvanera. Ahí, Roberto comenzó a trabajar junto a Federico en canciones que ya existían (como “Soy moderno, no fumo”), a la vez que el sociólogo aportaba creaciones propias como “Loco coco”, una letra que el propio Moura definió como “antológica” en la entrevista para la revista Expreso Imaginario que su grupo compartió con Los Violadores en mayo de 1982.
Wadu Wadu tiene quince canciones, pero no supera los cuarenta minutos. Salvo “Amor o acuerdo”, ese reggae hipnótico que incluye apacibles líneas de saxo y violín, todo lo demás se enhebra en un mismo hilo hiperquinético de guitarras filosas, letras urticantes (entre el sarcasmo y las denuncias explícitas de “Todo este tiempo perdido” o “Densa realidad”) y duraciones breves. Algo a la vista sencillo, pero aún difícil de clasificar para los periodistas de la época: “El cantante tiene cierto aire a Bowie y la música que realizan es ágil, rockera”, definía la revista Pan Caliente en un informe sobre nuevas bandas, mientras que Pelo agregaba que “la música también es punk, marcadamente influenciados por los Clash y Dr. Feelgood”.
“Hay cosas del punk, pero son solo cosas”, aclaraba Federico Moura. “La imagen de Virus tiene algo de punk, aunque se mezcla con la nueva ola. La música es rock latino. Pero no nos gusta definirnos. La música es cada vez más internacional. El rock ya no es sólo de Inglaterra”, decía quien antes de Wadu Wadu había estado dos veces en Londres, pero también en Francia, España y Brasil.
“El tiempo del relax y el pastoreo ya pasó. Ahora es tiempo de energía. A mí me gusta la gente agresiva, pero no agresiva que venga y me pegue una trompada, sino la gente que va al frente con todo, pero bien”, explicaba Federico Moura en esos tiempos, casi que preanunciando no solo lo que sería Wadu Wadu, sino todo el resto de la obra de Virus en la década del 80’. “Evidentemente, a todo lo que ha estado pasando, de repente la gente se siente reprimida, entonces sale un día de sol y a veces no sabe cómo manejarse. Hay una necesidad de protestar que por un lado es muy saludable. De repente, para lograr la paz tenés que sacar algunas cosas y hay que pinchar un poco a la gente. Lo que ocurre es muy conflictivo”.
Además de los Virus, su mirada y sus ideas, también fue importante para Wadu Wadu una persona que anotó su apellido común en historias únicas del rock doméstico: Horacio Martínez les consiguió contrato para grabar en la CBS, la misma discográfica para la cual fichó a Los Gatos en tiempos de La Balsa. Así fue como a fines de septiembre entraron a grabar en unos estudios del centro porteño que para la época ya estaban vetustos. “Volvimos absolutamente loco al ingeniero de sonido, al que le pedíamos cosas que nunca antes ningún otro músico le había planteado. Lo descolocábamos aún más cuando cada dos o tres horas parábamos para hacer un fulbito, algo que fue una constante a lo largo de nuestra carrera”, recordó Marcelo Moura.
Un mes y medio le alcanzó a Virus para registrar un disco que saldría a la venta a fines de diciembre de 1981 y comenzaría a circular por las bateas en el verano del ’82. En su momento el álbum vendió mucho menos de lo que hoy imaginaríamos (“unas tres mil copias”, aseguró el guitarrista Ricardo Serra). “Si bien causó una sensación muy fuerte por lo diferente que era a todo lo que se escuchaba, no dejó de ser un disco destinado a una elite”, define Marcelo. “De cualquier forma, la difusión radial multiplicó la cantidad de actuaciones en discotecas del Gran Buenos Aires, lugares medio pelo que se abarrotaban de gente que quería saber quiénes eran estos marcianos”.
Wadu Wadu inicia con “Soy moderno, no fumo”, un juego de palabras con más de diez marcas de cigarrillos, avanza con canciones de crítica explícita desde sus propios títulos (“Hombre plástico”, el irónico “El rock es mi forma de ser”, “Cantante farsante” o “Tontos de lenta evolución”), escala en el clásico principal que da nombre al disco y acaba con “Densa realidad”. “No quiero ver mi ciudad con esa onda determinada, negros, grises y azules dominan calles, no valen nada”, comienza punzando Federico, con metáforas que no son difíciles de entender en su contexto (desde la desaparición de su hermano Jorge a manos de un Grupo de Tareas en la casa familiar de City Bell, casco norte de una La Plata sometida por los “negros, grises y azules” de los uniformes represivos, hasta las constantes detenciones que los músicos padecían cada noche que salían del estudio de grabación) hasta concluir de manera propositiva: “Para juntos practicar nuevas formas de encarar esta densa realidad”.
Ese rescate de la época de Duro (que en el demo de la banda pre-Virus fue grabado como “Mi ciudad”) no parece colocado al cierre de Wadu Wadu de manera casual. Más bien, funge como una especie de advertencia después de catorce canciones movedizas y bailables: ante la consulta acerca de que “hay quienes piensan que las letras de ustedes no están hechas para pensar”, Federico Moura despabila al periodista sin piedad. “¡Pero no es tan complicado! Nuestras letras son simples. El que no las pesca, es porque no piensa”.