Joseph Ratzinger, mejor conocido como Benedicto XVI, fue el máximo representante de la iglesia católica de 2005 a 2013. En febrero de ese año renunció al cargo (convirtiéndose en el primer papa en renunciar en casi 600 años) argumentando su avanzada edad (tenía 85 años en ese momento) y problemas de salud que le impedían continuar con sus labores. Su renuncia se efectuó en medio del escándalo de Vatileaks, en donde se filtraron documentos confidenciales del vaticano en los que se mostraba la corrupción dentro de la institución y las acusaciones de encubrir a eclesiásticos pederastas. Doce años después las acusaciones resurgieron.
Durante 1977 y 1982 Joseph Ratzinger fue arzobispo en Múnich, periodo en que tuvo conocimiento de al menos 4 sacerdotes que habían cometido abuso sexual a menores. El 20 de enero de este año se publicó un informe por una firma de abogados alemana en donde se presentan que los abusos registrados datan desde 1945 hasta 2019 en la diócesis de Múnich, con un total de 497 víctimas y 235 abusadores. El informe vuelve a poner en el ojo de huracán al papa emérito por su participación en el encubrimiento de abusadores sexuales, pues en ese momento lo único que hizo fue trasladar a los acusados a otras regiones.
El nombre de Ratzinger ha estado ligado a otros escándalos de la iglesia, como su participación en encubrir a su hermano Georg Ratzinger, quien estaba al frente de la catedral de Ratisbona (famosa por su coro de niños cantores) de ocultar e inclusive participar en el abuso, físico, emocional y sexual de más de 500 menores que describieron su estancia en el lugar como haber vivido en un “campo de concentración”. O bien cuando en 2019 publicó un artículo en el que culpaba directamente al periodo conocido como Mayo francés, del incremento de los abusos sexuales dentro de la iglesia católica, ya que los religiosos no habían sabido cómo lidiar con esa nueva etapa.
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La vieja complicidad
El abuso sexual a menores de edad, es uno de los grandes e históricos escándalos de la iglesia católica. Durante muchos se han denunciado las aberraciones cometidas por sacerdotes contra infantes. En México uno de los casos más sonados fue el del padre Marcial Maciel, acusado de agredir sexualmente a decenas de menores, desde la década de los 40.
A inicios de febrero de este año, desde el vaticano se ordenó la expulsión de Salvador Valadez Fuentes, cuyas acusaciones de abusos sexuales contra religiosas y mujeres ajenas a la iglesia datan desde la década de los 90.
Ante la denuncia de estos casos, el proceder es prácticamente el mismo, se les intimida a las víctimas para que guarden silencio, o bien se les ofrece dinero para intentar comprar su silencio. Este fue el caso de los niños coristas a cargo del hermano de Benedicto XVI, en donde se ofrecieron desde 5 mil hasta 20 mil euros de compensación por los daños.
Cuando esto no funciona, simplemente se traslata a los acusados a otra región en donde impunemente pueden continuar abusando de menores, que fue lo que hizo el papa emérito en Alemania.
Las acusaciones realizadas a Benedicto XVI no son menores, pues si bien la pederastia religiosa es un secreto a voces, es la primera vez, al menos en la historia reciente de la iglesia católica, en la que directa y personalmente se le acusa a un papa de ocultar estos crímenes. El papa emérito ha salido ya a responder a las acusaciones y a diferencia de las veces anteriores en que fue señalado, no puedo seguir negando su participación en el proceso de encubrimiento. Matizándolo claro está, argumentando que fue un error, pues sí participó de la reunión en la que se habló sobre el traslado de uno de los sacerdotes pedófilos. Encuentro que había negado sistemáticamente durante años. Pero atribuyó esta omisión a un “desafortunado error” y reiteró la “vergüenza” y “profundo dolor” que le provoca ser acusado, así mismo pidió “disculpas” a las víctimas.
La mayoría de estos delitos, prescriben con el paso del tiempo o bien los perpetuadores fallecen de vejez, en la comodidad de su impunidad. Por lo que las víctimas nunca consiguen justicia. El papel de las figuras de autoridad dentro de las instituciones religiosas es claro, mantener la cadena internacional de pederastia en los centros religiosos. Mientras exista la institución católica continuarán no solo los abusos a menores, sino el encubrimiento masivo de los sacerdotes pederastas.
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