Corría el año 1982. La dictadura genocida estaba muy desprestigiada en su ya sexto año y en la presidencia estaba Leopoldo Fortunato Galtieri. La crisis económica, el desempleo y el malestar de la clase trabajadora y sectores medias minaban su legitimidad. Madres y abuelas ya marchaban pidiendo por sus familiares desaparecidos. Como parte de una serie de protestas en aumento, el 30 de marzo una masiva marcha de la CGT es reprimida brutalmente, mostrando una enorme crisis.
Tres días más tarde, la junta militar anuncia el desembarco de las tropas argentinas en el archipiélago. “Si quieren venir, que vengan, les presentaremos batalla”
¿Acaso en su desesperación a los milicos les brotó un costado antiimperialista? Nada de eso. La dictadura que se había embriagado de negocios y entregas a los capitales de las potencias arma un plan poco serio: desplegar tropas en las islas, no con la intención de ir a una guerra, sino sólo para “negociar” con Inglaterra. Flasharon que por haber sido obedientes con EEUU en materia de entrega, tortura, y capacitación de otros genocidas en la región, EEUU les saldría de árbitro a favor, y que Inglaterra no querría iniciar una guerra así. Y se ganarían el apoyo de la población. Estos genocidas decadentes no eran muy brillantes como estrategas y estadistas.
Se equivocaron con respecto a Inglaterra. Margaret Tatcher, primera ministra en ese entonces dirigía un gobierno en crisis. Encontró en Malvinas la jugada perfecta para intentar cerrar filas dentro de Inglaterra, y también para posicionarse a nivel global como potencia.
También se equivocaron respecto de EEUU. La afinidad ideológica y los “favores” realizados nunca iban a pesar más que los intereses como potencias imperialistas. No podían permitir que una un país como el nuestro se atreviera a pararse de manos.
Partiendo de todo esto, el plan fue un desastre. De los aproximadamente 10000 soldados desplegados el 75% eran pibes de entre 18 y 20 años que hacían el servicio militar obligatorio. Fueron expuestos sin un plan, mal pertrechados, e incluso torturados por los oficiales a cargo, valiente para las torturas a los desaparecidos pero cobarde en batalla. Se cometieron infinidad de errores tácticos, como no acondicionar las pistas para los aviones en las islas, dejandoles solo minutos para combatir antes de quedarse sin combustible; tener pocos y malos misiles, submarinos mal preparados y embarcaciones de combate que
no se mandaron. Tenían que aprovisionarse desde el continente.
Sin embargo, los soldados y pilotos pusieron en problemas al ejército imperial, y hasta dice Margaret Tatcher en sus memorias que si no fueron derrotados en parte fue: por los misiles que no estallaron al dar contra los buques de guerra ingleses, el tiempo que les dejaron para prepararse y la defensa de las islas, sólo sostenida por el heroísmo de unos pibes más que valientes en tierra.
¿Apoyar esta causa era hacerle el juego a la derecha y a la dictadura? No.
En principio porque la causa Malvinas, la soberanía nacional sobre las islas y la pelea contra un imperio era más que justa. El problema era que estaba dirigida por la dictadura.
No estaba destinado a perderse si se tomaban otras medidas.
Era necesario desarrollar con todo el armamento y entrenamiento popular, exigiendo a los sindicatos que lo organizaran; toda la población estaba dispuesta a colaborar, desde los niños de jardín juntando provisiones y mandando cartas de apoyo hasta los ancianos. Se podía impulsar la solidaridad creciente en todo el continente, como por ejemplo aceptar la ayuda militar que Perú y Cuba ofrecieron, y llamar a la huelga de todos los laburantes de América. ¿Exagerado? Sólo por dar un ejemplo la comunidad Boliviana en el norte argentino ofreció a 25000 de sus miembros para ir a pelear a las islas. Malvinas era algo muy sentido, así como la bronca contra los opresores de todo el continente.
E incluso se podía llamar al boicot a la clase obrera británica, quién también estaba en pie de guerra contra sus gobernantes y su plan neoliberal.
Hoy vemos medidas económicas y financieras que se toman contra la agresión rusa a Ucrania. Ese también pudo haber sido un camino importante: desde expropiar los capitales ingleses y dejar de suministrarles materias primas, llamando al cese de relaciones comerciales a otros países, todo presionado desde una movilización independiente de la dictadura.
En la dinámica política, todas estas medidas no sólo hubieran fortalecido a la organización obrera y popular, y por ende debilitado a la propia dictadura, sino que de triunfar, hubiera sido un espaldarazo a todo el movimiento obrero internacional.
Una guerra contra potencias imperialistas de parte de una nación oprimida, es progresivo en función de los intereses de la clase obrera mundial: debilita a los opresores mundiales, y moraliza a la organización obrera ya que demuestra que es posible pelear, y hasta ganar.
Pero sucedió todo lo contrario. La guerra duró en total 78 días y terminó con la rendición de Argentina.
Esto trajo consecuencias en el mundo. La capitulación de los genocidas argentinos permitió al régimen de Tatcher, y de Ronald Reagan en EEUU levantar cabeza. En las islas británicas los trabajadores mineros son duramente derrotados por la “Dama de Hierro”. El imperialismo que venía de capa caída tras la derrota de Vietnam saca cabeza y consigue fuerza para avanzar con el giro neoliberal en las colonias y semicolonias.
En Argentina la derrota terminó con un número de víctimas aún incierto: unos 650 en combate pero el número de suicidios es aún mayor y continúa creciendo.
Peronistas y radicales sostienen a la dictadura para garantizar una “transición ordenada”, fomentando la desmoralización y la idea de que “al imperialismo no se lo puede derrotar”. Tal vez te suene, cuando hoy en día después de cuatro décadas dan por hecho que hay que pagar la deuda entera y someterse sin resistencia.
Desde los gobiernos más abiertamente colaboracionistas con el imperialismo como el de Menem o Macri, hasta el de Nestor Kirchnerl que boqueaba pero hasta hasta llegó a aportar tropas argentinas para la invasión “pacífica” a Haití a pedido de Norteamérica o votar la “ley antiterrorista”, pasando por el actual, sólo creció el entreguismo a las grandes multinacionales: con la minería como Barrick, el extractivismo como Chevron, los grandes pulpos del campo como Monsanto, los terratenientes como Benetton o Lewis, etc, y el sometimiento vía deuda como vemos hoy día.
Solo con una fuerte organización y movilización de los trabajadores, las mujeres y les pibes, acá y más allá de las fronteras, podemos pararles la mano y pelear por lo que es nuestro. Para eso hay que superar a las conducciones actuales, que claramente no van a pelear.
Se le puede ganar al imperialismo, como lo demuestran siglos de luchas, desde los esclavos insurrectos de Haití que vencieron a Inglaterra, la mayor potencia en ese entonces, o la Rusia revolucionaria que le ganó a 14 ejercitos imperialistas, Vietnam, Cuba que derrotaron a los yanquis en el último siglo. |