*La foto es de www.sopitas.com
Sobre la tempestad, el acuerdo
Detrás de la frase “se acabó la cómoda distancia entre el PRI y Los Pinos”, está el pacto entre un presidente disminuido en su poder y un sector poderoso del tricolor que al inicio del sexenio estaba alejado de su “primer círculo”.
Para entender esto, conviene remontarnos un poco y tomar en cuenta el difundido malestar de sectores cupulares del PRI, con la conducción peñanietista y con el desastroso accionar de sus alfiles, en particular Osorio Chong y Luis Videgaray.
Aunque poco se ha filtrado sobre quiénes cuestionarían la alianza concertada entre el grupo “Atlacomulco” del Estado de México y el grupo encabezado por Osorio del estado de Hidalgo, es evidente que dicho malestar respondía al cambio de aire que ha debilitado al gobierno nacional.
En 2013, todos los priistas estaban más que conformes y alineados con Enrique Peña Nieto (EPN): las reformas estructurales avanzaban –Beltrones fue fundamental para operar la aprobación de las mismas–, el Pacto por México gozaba de buena salud, había confianza en el despegue de la economía y el PRI se sentía invencible.
Sin embargo, como sabemos, vino Ayotzinapa y la marea humana que señaló como responsable de las desapariciones al Estado, a los partidos del pacto y al mismo huésped de Los Pinos. Y luego de ello, las elecciones que resultaron un trago amargo para el presidente, con una importante caída de los votos de su partido -convirtiéndose en “el presidente del 29%”- y la pérdida de plazas no desdeñables, como Nuevo León y Guadalajara.
Esto, mientras miles de maestros protestaban contra la evaluación docente, la economía nacional era sacudida por los vientos internacionales y, sobre llovido mojado, el escándalo de la huida del narcotraficante número 1 del planeta que causó evidente molestia en Washington. Si no se puede decir que el “gran escape” fue bajo las narices de Peña Nieto es porque éste y el mismo Osorio Chong habían hecho las maletas y estaban volando a Francia.
En síntesis, un gobierno que ya no gozaba de la fortaleza y legitimidad de los años previos y un régimen político sumido en el descrédito de sus instituciones y de sus principales partidos, en el cual la principal oposición -el PRD- era cada vez más identificada con el PRI. Una crisis política que meses antes ni se imaginaban en Washington.
En ese contexto, Peña Nieto asumía el viejo principio de que la mejor forma de superar la debilidad es golpear primero y buscaba dar una lección al magisterio y, por extensión, a todo movimiento de protesta obrera y social. Congruente con esto, le exigía a la dirigencia del PRI que nadie se apresurara a lanzarse como candidato. Como en ese momento dijimos, faltando 3 años para la sucesión presidencial, una estampida de precandidatos priistas y el adelantamiento de la carrera del 2018 le quitaría al gobierno aún más autoridad y más legitimidad política.
Sin embargo, esto no era suficiente para recomponer y garantizar el apoyo de su partido. La idea de poner al frente del mismo a un político de su círculo cercano naufragó en este panorama tormentoso. Los nubarrones en el horizonte lo obligaron a un acuerdo con el sector encabezado por Beltrones. Éste, quien fuera subsecretario de Gobernación y gobernador de Sonora, presidente de la bancada de diputados priistas, aliado del otro “hombre fuerte” del PRI Joaquín Gamboa Patrón, quienes son la mancuerna que manejan la mayoría priista en las dos Cámaras del Congreso de la Unión. La fórmula común de Beltrones con Carolina Monroy del Mazo –ex regidora de Metepec en el Estado de México y prima de EPN– es una muestra de este matrimonio por conveniencia de las dos facciones fundamentales del PRI, las cuales, por supuesto, tienen acuerdo central en la política contra los trabajadores y la juventud.
Una operación política para recomponer al PRI
No son pocos quienes señalan que detrás de Beltrones está Carlos Salinas de Gortari y su círculo de allegados. Beltrones –quien en el 2012 se enfrentó a Peña Nieto pero luego fue atraído por éste– buscará fortalecer el poder presidencial y preparar al PRI para recuperar parte de su capital político perdido en las elecciones de este año.
La manera en que ha sido designado –el clásico dedazo sin ninguna competencia siquiera formal–, su aclamación por el sector “popular” de la Confederación Nacional de Organizaciones Populares (CNOP) que él mismo dirigió en años previos, y su anunciada alineación absoluta con EPN, deja atrás cualquier maquillaje de la “renovación del PRI”. Es la subordinación del PRI al Ejecutivo, una práctica que nunca se fue.
El anuncio del fin de la distancia es una confesión de que, para implementar los planes contra los trabajadores y el pueblo, Peña Nieto requiere que el PRI y sus aliados cierren filas y le den en fuerza institucional a lo que ha perdido en legitimidad social. La designación de Beltrones no puede escindirse del endurecimiento de la política gubernamental hacia los movimientos de protesta, así como el recrudecimiento de los ataques a las libertades democráticas y el asesinato de activistas y periodistas.
La futura y nueva presidencia priista garantizará en primer lugar el cierre de filas interno, evitando nuevos éxodos como los del Bronco en Nuevo León y destapes anticipados. No es casual tampoco que Beltrones, así como tiene el poder en San Lázaro, controla el estado de Sonora e influencia en el PRI norteño, donde muchos identifican malestar con algunas de las políticas gubernamentales.
Tampoco será casual en este entramado político el que el futuro presidente del PRI haya sido denunciado en medios periodísticos estadounidenses por sus nexos con el “crimen organizado”, cuando EPN requiere, para recuperar estabilidad, contener la irrupción violenta de los carteles.
Asimismo, Beltrones buscará aliados y apoyo en las Cámaras para defender el programa de gobierno de EPN y las reformas estructurales. Intentará volcar a su favor el mayor debilitamiento sufrido por el PAN y el PRD y aprovechar la mayoría simple que el PRI junto al Verde y el PANAL tiene en el Congreso. Ya salió, repitiendo el discurso peñanietista, a atacar al “populismo”. Sin duda, una misión muy importante para el sonorense será garantizar el triunfo priista en las 13 elecciones del próximo año.
Pero, como decíamos arriba, Beltrones no será un títere de Peña Nieto. El acuerdo logrado y el poder que concentrará Beltrones, representa un trampolín político y su llegada es todo un indicador del declive relativo de la alianza del grupo Atlacomulco-Hidalgo.
¿El objetivo? Preparar el terreno para el 2018, no sólo para el PRI, sino para él mismo y su facción. Falta mucho, es verdad. Pero ese tiempo y los reacomodos internos en el PRI, bien pueden hacer que los dichos de hoy donde afirma que su lugar es ser “árbitro” y no “postulante” queden en un pasado lejano.
Serán los trabajadores y el pueblo quienes tengan planteado, con su lucha y movilización, enfrentar a las distintas alas del régimen político y la política antiobrera y entreguista impulsadas por el PRI y Peña Nieto. |