Para nosotras, en cambio, la visibilización de las luchas en contra de la opresión machista y patriarcal fue resultado de una recomposición lenta y tortuosa que vino de la mano del movimiento estudiantil chileno y del hastío de los 30 años de capitalismo neoliberal, con la creación de secretarías de género y otros espacios de mujeres y disidencias sexuales, y una conmoción mundial en contra de los crímenes de odio y violencia machista. Lo vimos venir porque lo construimos a pulso con ojos siempre críticos al capitalismo rosa y las poleras grabadas de Girl Power promocionadas por las grandes tiendas comerciales.
Ahora, es cierto que el movimiento de mujeres, como todo movimiento, ha tenido curvas de desarrollo muy dinámicas dando lugar a enormes y masivos eventos así como, por ejemplo, a años que Julieta Kirkwood llamó de “silencio feminista”, el cual abarcó desde la conquista del voto femenino hasta las primeras respuestas de mujeres contra la dictadura. Por lo mismo, cabe preguntarse qué momento atravesamos hoy, en qué punto de la curva nos encontramos y cuáles son las posibles vías estratégicas y tácticas para evitar quedar nuevamente sin voz.
Un gobierno moderado y feminista
Desde el 2016 que el movimiento de mujeres se volvió a dibujar como tal, tomándose las calles con millones que reclaman hasta el día de hoy contra la violencia machista, la justicia patriarcal, la falta de educación sexual y el derecho al aborto. Miles de colectivas y coordinadoras proliferaron en todo el país, en lugares de estudio, de trabajo, en poblaciones y otras formas de organización social.
El gobierno de Boric salió electo con el voto de cientos de miles de mujeres, muchas de las cuales lejos de confiar a ojos cerrados en su proyecto y en el Frente Amplio, no estaban dispuestas a asumir un gobierno de extrema derecha con toda la amenaza que para las mujeres y disidencias significa.
Su gabinete y su programa ha sido definido por ellos mismos como “moderado” y “feminista”, palabras que parecerían contrapuestas, sin embargo para el feminismo ministerial del Frente Amplio y el Partido Comunista es toda una estrategia, sabemos además que no existe un solo feminismo. Cabe preguntarse entonces, ¿es el feminismo ministerial y el llamado gobierno feminista una nueva vía de cooptación y pasivizacion del movimiento de mujeres? De esta pregunta se derivarán otras de nuestro interés ¿se puede avanzar hacia la liberación de la mujer en los marcos de las instituciones del régimen? ¿Alcanzan las políticas impulsadas por el Frente Amplio y el Partido Comunista a cubrir las necesidades de las mujeres trabajadoras y pobres, es decir, a quienes se encuentran en los márgenes? ¿Deberíamos poner toda nuestra confianza y depositar en el nuevo gobierno la enorme fuerza que demostramos tener?
Desarrollaremos en la presente nota algunas claves para responder a estas preguntas tan importantes para el fortalecimiento del movimiento de mujeres y la vigencia de la lucha por la emancipación femenina.
Cuotas y paridad, la actualización de un viejo problema
Julieta Kirkwood en su libro “Ser política en Chile” anunciaba una “tendencia a la reducción del problema a datos cuantificados en cuotas de participación política, laboral, sindical, etcétera, desconectando sus significados del sistema global de relaciones sociales” (1986, p.26).
Es evidente que un análisis acabado respecto a la participación femenina en todos los ámbitos de la sociedad así como su activa promoción son datos necesarios para la elaboración de políticas asertivas y constituye además una necesidad en la lucha contra la discriminación por género. Sin embargo el problema no son los datos en sí mismos o las políticas de cuotas para el aumento de mujeres en cargos públicos y el mundo laboral, sino que la desconexión de “sus significados con el sistema global de relaciones sociales”.
Este problema no es nuevo y tiene relación con el alcance o impacto de un programa acotado a reformas parciales y cosméticas en el marco de todo un sistema capitalista y patriarcal que sobrevive gracias a mecanismos de sumisión y opresión.
Con esto queremos decir que las políticas de paridad no bastan, y que además de ser limitadas (en las elecciones constituyentes y parlamentarias, el Frente Amplio y el Partido Comunista optaron por ponerle techo a la participación femenina dejando afuera a mujeres que habían ganado la elección por no cumplir los criterios de paridad), son totalmente insuficientes para responder a las necesidades cotidianas de las mujeres trabajadoras y pobres.
Este punto es importante, Julieta Kirkwood habló muchas veces que la opresión derivó a lo largo de la historia de Chile en reacción, al no tener políticas y estrategias que respondiesen a las problemáticas de las mujeres ubicadas en los márgenes. Por tanto, un programa que tome el conjunto de las relaciones sociales para pensar la emancipación de la mujer será una de las grandes claves.
La primera dama, un espacio a la medida de las conservadoras
Una política ideada especialmente para resguardar la familia católica, la conservación del rol de la mujer como persona de segunda categoría, relegada al hogar y siempre dispuesta a los designios de un otro, fue la creación del cargo de primera dama el cual se ocupó activamente de la organización de centros de madre para el resguardo de los valores de la familia y la conquista de las mujeres trabajadoras y pobres como base social de los partidos de derecha. En los 90’ dicha institución fue reemplazada por la Fundación Promoción y Desarrollo de la Mujer (ProDeMU).
Con la creación de los CEMAS, Eduardo Frei Montalva buscó, a través de la primera dama María Ruiz - Tagle, desviar la organización de las mujeres en los barrios, quienes se encontraban en plena lucha por el derecho a la vivienda por medio de tomas en las grandes urbes. Con la dictadura, las políticas hacia la mujer encabezada por Lucia Hiriart con CEMA - Chile asentaron la visión ideológica, política y social conservadora.
“Luego de la obtención del voto político, surge una fuerte arremetida femenina con vertiente en el catolicismo y radicalismo. Se trata de una aglutinación de las mujeres provenientes de organizaciones católicas, de caridad, tradicionales, y de aquellas dirigidas e instituidas a partir de la presidencia de la república, liderizadas por la esposa del presidente. Surge así, por primera vez, el rol de primera dama; serán ellas quienes conducirán y controlarán posteriormente, vía la Presidencia conyugal, estos verdaderos y efectivos movimientos femeninos conservadores y de orden.” (Kirkwood, 1986, p.47)
Este aspecto de la historia de Chile coincide con el origen internacional del cargo de primera dama, el cual tiene relación con un título para nombrar a la esposa del presidente tomando como base la familia tradicional católica. Esta necesidad nace en Estados Unidos y su carácter era inicialmente protocolar, sin devengar salario ni responsabilidades más allá de obras sociales y de caridad. Sin embargo en Chile la Primera Dama cumple funciones regulares a través de la Dirección SocioCultural, la cual tiene por objetivo dirigir siete fundaciones asociadas: Fundación de la Familia, Fundación Orquestas Juveniles e Infantiles de Chile, Fundación Artesanías de Chile, Fundación Chilenter, Fundación Integra, Fundación ProDemu y Fundación Tiempos Nuevos.
Hoy el Frente Amplio no solo hace uso de este cargo reaccionario en su origen y en la función ideológica que le otorga a las mujeres (hacerse cargo de fundaciones dedicadas al cuidado, para, desde ahí, afirmar la imagen de la mujer en la sociedad y la imagen del gobierno), sino que lo hace sin política hacia las principales fundaciones que dirige, entre ellas la Fundación Integra, reconocida por mantener en la precariedad laboral a educadoras, técnicas y auxiliares que educan a los hijos e hijas de la clase trabajadora en Chile.
Irina Karamanos afirmó que: “hay que darle un giro diferente y más contemporáneo a este rol, despersonalizarlo”. En esta afirmación se identifican dos nudos errados: primero, que habría que actualizar el cómo se piensa y ejerce el cargo, como si el problema fuese generacional y no de relación de fuerzas entre las clases sociales y sus partidos. En segundo lugar, la personalización nunca ha sido una gran característica del cargo, mucho menos de las más preocupantes o, al menos, no más que la de ayudar a mantener la hegemonía de la derecha chilena entre las mujeres, entendiendo que estas cumplen un rol fundamental en cada familia.
La supremacía moral de las mujeres madres como estrategía hegemónica
En 1913, de la mano de las luchas salitreras y la llamada cuestión obrera, emergieron los centros de mujeres Belén de Zarraga, con Teresa Flores en su directorio y Luis Emilio Recabarren difundiendo la lucha por la emancipación femenina en todo el territorio nacional, también al interior del Partido Obrero Socialista (POS). Sin embargo en los 70’ y en corcondancia con la política estalinista que transformó el 8 de marzo en la reivindicación de la mujer en su rol de madre, el Partido Comunista y la izquierda en general adoptaron un discurso que poco se diferenciaba de la derecha: el fortalecimiento de la familia [1]
. Pero este terreno la derecha ya lo tenía ganado, Alessandri había sido apoyado por una amplia base femenina y la Democracia Cristiana golpista era activa creadora de centros de madre para la difusión de sus ideas religiosas y morales. La izquierda careció de visión y amplitud para continuar la lucha por la emancipación femenina.
A esto se refería Julieta Kirkwood cuando habló de “realización por invocación”. La izquierda setentera parecía estar convencida de que solo el hecho de nombrar la opresión de la mujer llevaría a la emancipación. Pero la lectura de esta definición no puede ser tan simplista, la realización por invocación se convierte en problema no porque militantes de todos los matices de rojo hayan creído que el lenguaje transforma realidades (de hecho el posmodernismo llegó décadas después con la caída del muro de Berlín y los llamados socialismos reales). Tampoco porque se esperara mesiánicamente el acto insurreccional para luego, en una nueva sociedad comunista, recién pensar en cómo transformar las relaciones sociales entre hombres y mujeres. La izquierda si buscó tácticas intermedias y tuvo una estrategia derrotada que debemos mirar con ojos críticos para sacar las lecciones pertinentes y avanzar. Kirkwood hace mención a un aspecto muy importante: la asimilación de discurso entre derecha e izquierda donde el vértice era la institución Familia. Este terreno, que la izquierda pretendió disputar, ni siquiera estaba en disputa, la derecha ya tenía gran trecho recorrido, contaba con el sentido común e instituciones para fortalecer su hegemonía entre las mujeres pobres. La táctica desarrollada por la izquierda chilena, a contrapelo de lo que había sido el tremendo desarrollo del feminismo marxista a principios del siglo XX, eligió subordinarse a la política conservadora del estalinismo, y perdió.
Analizar este problema es vital a la hora de pensar el feminismo en la actualidad y los últimos dichos de quien se transformó en la primera Ministra del Interior de la Historia de Chile, Izkia Siches.
“¿Y cuál es su gran desafío en temas de seguridad?”, pregunta Revista Ya a La ex presidenta del Colegio Médico. Responde: “Me gusta pensar el Ministerio del Interior como una madre que cuida a su país y tal como pasa con las madres que a veces te dicen: “ponte el chaleco”, porque lo hacen para cuidarte. Sé que habrá veces donde me va a tocar decirle al país: “no se pueden hacer este tipo de movilizaciones, no se pueden hacer este tipo de acciones porque atentan contra la convivencia ciudadana”. Serán momentos en los que me va a tocar asumir un rol de mucha rigidez, pero espero que gran parte de la ciudadanía también comprenda que es bajo ese rol de cuidado que queremos vivir en un país más próspero. Eso requiere tranquilidad, templanza, pero también requiere saber cuáles son los límites. Dejar muy claro a la ciudadanía, los manifestantes, a las primeras naciones, a los migrantes, que este tiene que ser un país ordenado”.
Así como el nombramiento de la Primera Dama no incluyó un discurso político que combatiera el rol de la mujer como cuidadora y madre limitándose a la necesidad de darle “un giro” sin definir muy bien qué significaba aquello, la Ministra del Interior tampoco lo cuestiona, por el contrario, lo utiliza como discurso de orden o, mejor dicho, como discurso del orden, es decir, como discurso de poder. Pero este no es un mecanismo nuevo en el ejercicio del poder de la burguesía chilena, Michelle Bachelet y la vieja Concertación ya habían hecho uso de él en su primer gobierno:
“En el discurso sobre la supremacía moral de las mujeres encontramos tanto elementos conservadores como progresistas, y esto lo vuelve un recurso para los arreglos políticos internos (la estabilidad de la alianza misma) y externos (los intercambios con la derecha, la elite económica y la iglesia católica) de los gobiernos de la Concertación. Sin posibilidad de ahondar aquí en el contenido y matices de ambos sustratos ideológicos, afirmaré que la fuente conservadora de tal discurso utiliza una conceptualización de la “diferencia mujer” en tanto que diferencia natural y biológica a partir de la cual se elabora la retórica halagadora de “la supremacía moral de las madres”. (Antonieta Vera, 2009)
Un discurso de “respetables damas mesuradas”
Hasta ahora algunos elementos que encienden las alarmas han sido expuestos para graficar la integración al régimen de un feminismo que sólo incorpora la calle como estrategia de presión para reformas cocinadas en la superestructura. Para el gobierno feminista y el feminismo ministerial, los límites son los impuestos por la garantía del orden y de la armonía política.
Ya hemos debatido en otros artículos la principal política de desvío y contención de las movilizaciones sociales: el acuerdo del 15 de noviembre que aseguró la impunidad y desplazó la fuerza social de las calles por un gobierno neo reformista de conciliación con sectores de la vieja Concertación y el empresariado. A este hecho que definió la hoja de ruta del actual gobierno se suman las políticas de paridad como principal política para autodefinirse “feministas”, el rol de la primera dama sin un programa en favor de los derechos más estructurales de las mujeres trabajadoras pertenecientes a las Fundaciones que dirige, y el discurso muy adecuado a la moral hegemónica por parte de la Ministra del Interior, anunciando que las políticas de coerción las presentaría ubicándose desde su rol de madre, cuidadora.
Ver: Rebelión en el Oasis.
Este lenguaje bien adecuado a la estrategia política de humanización del capital y ampliación del Estado de derecho, ya había sido caracterizada por Julieta Kirkwood: “Cuando S. Rowbotham se interna en la recuperación de las primeras manifestaciones del feminismo inglés y descubre en el siglo XVII algunos atisbos de presencia protestataria, nos habla de “mozas insolentes”. En nuestro similar recorrido esperábamos también encontrarnos con el grito y la denuncia, el dolor y la ira en los ojos y en la imagen del mundo de nuestras primeras feministas, puesto que, suponíamos, era ese un rasgo universal. Sin embargo, no hallamos en los comienzos de siglo en Chile insolentes mozas, sino respetables damas mesuradas. (...) Este rasgo que se nos hizo evidente como característico de la primera época del feminismo, se mantendrá, sin embargo, casi inalterable a través de todo el proceso, extendiéndose aún hasta nuestros días” (p. 70).
Estas palabras fueron escritas a mediados de los 80’, hoy podemos decir que mozas insolentes han aparecido, desde el mayo feminista, Las Tesis, y las luchas obreras en sectores feminizados y que han revestido un carácter poítico, han trasgredido las formas tibias y respetuosas del sindicalismo de la transición, incluyendo métodos históricos de lucha y organización como paros y barricadas. El periódo de mayor altivez y rebeldía se dió precisamente en los marcos de la Rebelión, como antesala y como desarrollo, sin embargo fue una movilización desviada por los mismos que hoy se declaran feministas, ¿una contradicción? tampoco, se trata de una diferencia de estrategias y de la clásica oposición entre revolucionarias y reformistas.
Marginadas y proletarias
La conciencia sobre el lugar de opresión fue durante muchos años una característica propia de sectores medios y acomodados, es decir, de aquellas mujeres que podían acceder a la educación. Hoy esa relación se ha diversificado, mujeres trabajadoras y pobres se hicieron parte integral del movimiento de mujeres aunque con nuevas variantes de cooptación y mecanismos de sumisión como el punitivismo (aspecto que no trataremos profundamente en esta nota pues no es su objetivo) y la paridad. Esta última política tiene la contradicción de no responder a las demandas más inmediatas de las trabajadoras y pobres, el gesto político y su simbolismo tendrá fecha de término y lo darán las mujeres organizadas por derechos tan básicos como lo es la igualdad salarial.
Volviendo a Julieta, “la opresión deviene en reacción” sin un programa que responda a las inquietudes más profundas de las mujeres trabajadoras con un plan de emergencia contra la violencia machista que incluya casas de acogida y planes permanentes de vivienda financiados en base al impuesto a las grandes inmobiliarias; la pelea por la igualdad salarial y salarios mínimos acorde al costo real de la vida, un plan nacional para paliar la cesantía acentuada en pandemia (y aquí no basta con volver a cifras pre pandémicas) con el reparto de horas de trabajo sin rebaja salarial, son puntos claves para transformar a las mujeres en sujetas políticas y dejar de pensarnos como sujetos pasivos limitadas a recibir pequeñas migajas que los empresarios estén dispuestos a conceder con el fin de resguardar las paz social y, con ello, sus privilegios.
La lucha por la emancipación de la mujer no se resuelve con la inclusión a las instituciones del régimen de quienes hemos sido por años relegadas de funciones masculinizadas por decisión de las clases y la cultura dominante, “la incorporación de las mujeres al mundo será para el movimiento feminista un proceso transformador del mundo. Se trata entonces de un mundo que está por hacerse y que no se construye sin destruir el antiguo” (Kirkwood, p.56). Esta tarea requiere de la fuerza organizada de las mujeres trabajadoras y pobres, migrantes y mapuche, de las mujeres ubicadas por imposición en los márgenes para conquistar cada una de estas demandas como estrategia de emancipación, sin confianza en los gobiernos de turno o en quienes se han dedicado a mantener la opresión como mecanismo para dinamitar nuestra moral y mantenernos en la sumisión.
Referencias bibliográficas
Brito, B. (2011). De temblores y huellas de revolución. Nomadías, (14). doi:10.5354/0719-0905.2011.17402
Brito, B. (2021). “El rol de la mujer trabajadora en un nuevo Chile convulsionado”. En: Ideas Socialistas. Recuperado de https://www.laizquierdadiario.cl/El-rol-de-la-mujer-trabajadora-en-un-nuevo-Chile-convulsionado-210074
D’ Atri, A. (2006) Marxismo y Familia. En: Rebelión. Recuperado de: https://rebelion.org/marxismo-y-familia/
Kirkwood, J. (1986). Ser política en Chile, Santiago de Chile, LOM.
Montecinos, S. (2002) Símbolo mariano y constitución de la identidad femenina. En: Cep Chile. Recuperado de: https://www.cepchile.cl/simbolo-mariano-y-constitucion-de-la-identidad-femenina-en-chile/cep/2016-03-03/184955.html
Vargas, P. (2022), Movimiento de mujeres en Chile: Las mujeres en los años sesenta y setenta. En: La Izquierda Diario. Recuperado de https://www.laizquierdadiario.cl/Movimiento-de-mujeres-en-Chile-Las-mujeres-en-los-anos-sesenta-y-setenta
Vera, A. (2009). Una crítica feminista a la Madre Pública Postdictatorial: los discursos de género en la campaña presidencial de Michelle Bachelet. Nomadías, (10). doi:10.5354/0719-0905.2009.15133 |