Hace un año nos preguntábamos por el impacto que la pandemia (y la crisis que generó) estaba teniendo en la clase trabajadora. Para dar cuenta de eso abordamos tanto dimensiones internacionales como nacionales en sucesivos análisis que están disponibles acá o acá. Pasado otro año, en el que se mezclan signos del fin de la pandemia (siempre dependiendo de la agresividad de las nuevas variantes) y una nueva crisis provocada por la guerra en ucrania, las preguntas que se imponen son: ¿Qué cambios estructurales nos dejó esta crisis para la estructura del empleo?, y, ¿Qué dinámicas se prevén para este año?
Efectos estructurales de la crisis pandémica en la fuerza de trabajo internacional
Según la OIT las tendencias que se consoliden durante 2022 nos permitirán ver cuáles son los cambios provocados en la pandemia que tienen consecuencias de carácter más estructural. Si estos llegarán a afianzarse que tipo de tendencias se prevén para los mercados de trabajo.
En primer lugar, la OIT calcula que el total de horas trabajadas a escala mundial en 2022 se mantendrá casi un 2 por ciento por debajo de su nivel prepandémico. Esto es un déficit equivalente a 52 millones de puestos de trabajo a tiempo completo (tomando como referencia una semana laboral de 48 horas). Esta cifra sigue siendo extremadamente alta, pese a que supone una mejora considerable con respecto a 2021, cuando las horas trabajadas se mantuvieron en el equivalente a 125 millones de puestos de trabajo a tiempo completo, por debajo del nivel registrado en el cuarto trimestre de 2019. Para 2022 está previsto que la tasa de empleo se sitúe en el 55,9 por ciento, es decir, 1,4 puntos porcentuales por debajo del nivel de 2019.
Esto significa que el desempleo mundial abarcará 207.2 millones (ETC) en 2022, es decir, que superará su nivel de 2019 en unos 21 millones de personas. La tasa de desempleo mundial se mantendrá por encima del nivel alcanzado en 2019 (que era de 186 millones de desempleados) al menos hasta 2023 según el pronóstico de la OIT. Muchas de las personas que abandonaron la fuerza de trabajo no han vuelto a formar parte de ella, por lo que el nivel de desempleo no refleja del todo las repercusiones de la crisis sobre el empleo. Se prevé que la tasa de actividad, que registró un descenso cercano a los dos puntos porcentuales entre 2019 y 2020, se recupere parcialmente hasta situarse justo por debajo del 59,3 por ciento en 2022, es decir, cerca de 1 punto porcentual por debajo de su nivel de 2019.
Por otro lado, el número de trabajadores en situación de pobreza–trabajadores que no ganan lo suficiente para mantenerse a sí mismos y a sus familias por encima del umbral de pobreza– aumentó en 8 millones. La pandemia ha llevado a millones de niños a esta situación, y las recientes estimaciones sugieren que, en 2020, 30 millones de adultos más cayeron en la pobreza extrema (es decir, vivieron con menos de 1,90 dólares estadounidenses al día).
Aunque al principio de la pandemia fueron los trabajadores temporales quienes acusaron la pérdida de empleos en mayor medida que los trabajadores permanentes, desde entonces, la mayoría de las economías han experimentado un aumento en la creación de nuevos empleos temporales. No obstante, cabe destacar que, en los países para los que se dispone de datos, más de una cuarta parte de las personas que trabajaban en empleos temporales a principios de 2021 habían trabajado antes en empleos permanentes. Esta es una clara muestra de cómo la pandemia fue aprovechada por los empresarios para degradar las condiciones de contratación.
Estas tendencias tienen una importante incidencia en América Latina y El Caribe donde 4 millones de personas se han incorporado a las filas del desempleo. En total, algo más de 28 millones de personas buscan empleo sin encontrarlo. A finales de 2021 faltaba recuperar alrededor de 4,5 millones de empleos, incluyendo las personas desocupadas y quienes aún no retornan a la fuerza de trabajo. Si se comparan los tres primeros trimestres de 2021 con los tres primeros trimestres del 2019, podemos observar que este cuadro se compone por un descenso en la tasa de empleo (de 2,8%), un descenso en la tasa de actividad del 2,2% (es decir, una reducción de la fuerza de trabajo disponible) y un aumento de la tasa de desocupación del 1,3%.
De los 4,5 millones de puestos de trabajo que aún faltan recuperar para aproximarse a los niveles pre-pandemia, se calcula que 4,2 millones pertenecen a mujeres. La tasa de desocupación de las mujeres en los tres primeros trimestres de 2020 y de 2021 fue similar, del 12,4%, sin exhibir signos de mejoría (en el 2019 se encontraba en el 9,7%). Efectivamente, las mujeres sufrieron más la pérdida de empleo que los varones. Por un lado, fueron las más golpeadas en términos de pérdida de ocupaciones, pero también en ellas se observó una retirada mayor de fuerza de trabajo del mercado laboral. En un contexto de medidas de aislamiento que reducían la movilidad y en consecuencia las chances efectivas de realizar una búsqueda activa de empleo, y donde era poco probable conseguir un puesto de trabajo, se intensificó entre ellas el “efecto desaliento”. Se calcula que en ese momento el 80% de la caída del empleo correspondía a fuerza de trabajo femenina. Por otro lado, la mayor cantidad del empleo femenino se asocia a sectores que fueron fuertemente golpeados, que son mano de obra intensiva como el servicio doméstico, el turismo, los restaurantes, hoteles, o como el caso emblemático del trabajo en casas particulares, que tuvieron un impacto mayor en términos económicos y que amplificaron el efecto sobre el mercado de trabajo. También esta salida del mercado, se asocia con el cierre de las escuelas y de los espacios de cuidado, que hizo más difícil el retorno a la actividad.
Por su parte, y al igual que las mujeres, en esta etapa los jóvenes parecen estar regresando al empleo con mayor velocidad, pero aún así se enfrentan a una tasa de desocupación 3,4% más alta que en la pre pandemia (21,4% es el promedio de los tres primeros trimestres del 2021) que ya era considerada excesivamente alta. Es una tasa superior al 18% de 2019. Además, en el caso de los jóvenes la tasa de desocupación es solo uno de los elementos que muestra la situación de vulnerabilidad. A eso se le suma una mayor informalidad, intermitencia laboral, brechas digitales y el efecto desaliento que implica entrar al mercado de trabajo en un contexto económico muy complejo. En el caso de los jóvenes, se combinan al menos dos elementos: por un lado, experimentan con mayor intensidad formas tradicionales de informalidad laboral, pero también son partícipes importantes en las nuevas formas de empleo, como el denominado “de plataformas”. Que, en la mayoría de los países, se registra como "trabajo autónomo" encubriendo la relación laboral asalariada de estos trabajadores y rebajando sus condiciones mediante ausencia de derechos laborales, desprotección social y modalidades de informalidad.Como es evidente, la incidencia del empleo juvenil en el trabajo de plataformas, sobre todo el vinculado a delivery y transporte, es sumamente alta.
A su vez, la denominada “informalidad” tiene en la región una incidencia desproporcionadamente alta: en 2019, una de cada dos personas ocupadas estaba en condiciones de informalidad [1].Tradicionalmente en los países de América Latina cuando hay una crisis económica en que se pierde empleo formal, el empleo informal o no registrado juega un rol contra cíclico: funciona como refugio para los trabajadores que pierden sus trabajos formales. Eso no sucedió en esta crisis: por las medidas de contención del virus, no solo se perdió empleo formal sino con mucha más intensidad se perdió empleo informal. Y ambos segmentos contribuyeron a la caída de empleo total, amplificando el impacto. De hecho, en la primera mitad de 2020 alrededor del 80% de la caída total del empleo fueron puestos no registrados, lo cual constituyó un hecho inédito en la dinámica entre trabajo informal y formal. Ya que a diferencia de otras coyunturas en ésta el trabajo informal, el cuentapropismo y las diversas formas de empleo temporal descendieron en lugar de crecer (porque una parte directamente se fue del mercado de trabajo como parte del efecto desaliento), con la recuperación vuelve a notarse cómo, en contexto de bajo crecimiento, se reemplaza cada vez más el empleo asalariado por mayor cuentapropismo (como veremos en detalle en el caso de Argentina). Es decir que asistimos al inicio de una “recuperación” de puestos de trabajo, pero bajo otras condiciones de registro y en mayores niveles de caída salarial y precarización.
A modo de resumen, podemos dar cuenta de una dinámica específica para la fuerza de trabajo internacional:
1) las horas de trabajo se mantienen por debajo del nivel previo. Aunque no se mantuvo en sus altísimos niveles de la pandemia, el desempleo mundial creció en comparación con 2019.
2) La “calidad del empleo” se degradó y aumentaron las diferentes formas de empleo temporario y precario.
3) El salario real bajó notoriamente en la mayoría de los países (veremos el caso de Argentina en detalle) y aumentó la pobreza mundial y la desigualdad por ingresos.
4) Los sectores más vulnerables del mercado de trabajo se perjudicaron más en forma relativa. Las mujeres o bien fueron expulsadas del mercado de trabajo (en mayor proporción) o bien se reincorporaron en peores condiciones enfrentando mayores niveles de desempleo e “informalidad”. Los jóvenes a su vez tienen mayores niveles de desempleo que la pre-pandemia y ocupan los puestos de mayor precariedad laboral.
5) La desocupación no es el índice que mejor refleja estas tendencias degradantes de la estructura del empleo “post-pandemia”, sino que tenemos que observar el aumento de los niveles de subempleo, de informalidad y de asalarización encubierta a través del cuentapropismo. Tres formas en las que aparecen nítidamente consolidándose y que nos muestran que el estado de salud del capitalismo post pandemia continúa en una situación crítica.
Coyuntura inflacionaria y tendencias a nuevas luchas de les trabajadores
Estas configuraciones deberían ser vistas a la luz de la coyuntura económica. La recesión pandémica tuvo algunos efectos estructurales en la fuerza de trabajo que no desaparecieron con las perspectivas de rebote económico coyuntural al que asistimos de manera desigual durante fines de 2021 y comienzos de 2022 (con anterioridad a la guerra en Ucrania). La aceleración de la inflación como tendencia internacional, la guerra en Ucrania y la salida generalizada del aislamiento son algunos de los factores que actualmente impactan sobre la mayoría de los países y la economía mundial. De acuerdo con el informe de panorama económico de la OCDE, antes de la invasión rusa a Ucrania la tendencia 2022-2023 era hacia una normalización de los niveles pre-pandemia en los principales indicadores económicos: el ritmo de crecimiento a nivel global de 2023 se proyectaba que fuera similar al de pre-pandemia; se esperaba que la mayoría de los países de la OCDE recuperaran niveles de “pleno empleo” para 2023; y con respecto a la inflación se estimaba que fuese más alta de lo pronosticado aunque menor a las proyecciones actuales (OCDE, 3). Sin embargo, la guerra ha cambiado el panorama. De sostenerse los movimientos en los precios de los commodities y los mercados financieros, el crecimiento del PBI mundial podría caer 1 punto y empujar 2,5% la inflación de precios al consumidor. Según el mismo informe, la guerra en Ucrania supuso un nuevo shock de oferta en la economía mundial después del brutal shock que la pandemia y el aislamiento masivo supusieron para las cadenas globales de suministro. Es decir, se produce un desajuste o desequilibrio muy amplio entre oferta y demanda básicamente provocado porque las cadenas de suministro no están a la altura de una demanda elevada post-covid. Los efectos de la guerra pueden operar por diversos canales ya que ambos países beligerantes constituyen importantes proveedores de trigo, maíz, fertilizantes minerales, gas natural, combustible, paladio, níquel, gases inertes como el argón y el neón, etc.. Una cuestión muy relevante para la economía Argentina es que si bien la coyuntura puede beneficiar sus exportaciones de trigo, el aumento de los precios de la energía pueden dificultar la solvencia de su balanza de pagos al tener que importar, por ejemplo, grandes cantidades de gas de Bolivia.
El economista Michel Roberts considera que este shock de oferta, al igual que el de la pandemia, es el responsable principal de la aceleración de la inflación a nivel mundial. Además, el mismo es parte de un proceso de largo plazo, que comenzó con la Gran Depresión de 2008, de desaceleración de la producción industrial, del comercio internacional, la inversión y el crecimiento real del PBI. Por ejemplo, la producción industrial norteamericana es hoy apenas mayor que la producción industrial pre crisis de 2008. Para Roberts, la clave explicativa de esta situación es la rentabilidad decreciente que sufren las principales economías del mundo, que se acerca a niveles mínimos históricos. Según esta mirada la inflación es un fenómeno impulsado por los “cuellos de botella” de la oferta (y no por una “demanda excesiva”) lo que también significa ponderar el fallido efecto que podría tener, como muchos economistas del mainstream proponen, una política monetaria restrictiva (aumento de las tasas de interés). Si esta es la causa principal de la inflación, una política económica que ataque a la “demanda agregada” no va a lograr bajar la inflación, sino preservar la porción de ganancias apropiada por los capitalistas por medio de la generación de mayor desempleo y reducción del poder de negociación de la clase trabajadora. De hecho, en los Estados Unidos conforme se produce la recuperación post-pandemia la inflación no ha bajado y ha superado incluso los aumentos de salarios, deteriorando el salario real.
Este marco general a nivel mundial convive con coyunturas particulares en distintos países. Tal vez la más relevante en este momento sea la de los Estados Unidos porque nos está mostrando la perspectiva de un retorno a las luchas por parte de la clase trabajadora. Kim Moody pronostica que la combinación de la crisis en la cadena de suministro de 2021 con la mayor escasez de fuerza de trabajo que se registra desde los años 1970 han dado como resultado una coyuntura particularmente favorable a las luchas de trabajadores. El aumento considerable de la inflación se da al mismo tiempo que el “ejército industrial de reserva” se ha reducido. Esta modificación es relevante, más allá de que se mantiene una estructura del empleo signada por el subempleo como tendencia principal como consecuencia de la ofensiva neoliberal de las últimas décadas y del estancamiento de la economía posterior a la crisis del 2008 (lo que Roberts denomina la “Gran Depresión” del siglo XXI). Esta coyuntura está produciendo importantes movimientos en el plano de la acción obrera: ya en el 2021 hubo un número de huelgas récord, unas 250, cifra que supera la de todos los años previos desde 2008. Para completar este panorama favorable, Moody incluye el hecho de que entre el final de 2021 y el final de 2022 se vencen los contratos laborales de 1.3 millones de trabajadores (principalmente de supermercados, salud, educación y telecomunicaciones). Mientras que los empresarios han visto crecer sus ganancias enormemente en el 2021, la inflación ha reducido el salario real de les trabajadores norteamericanes. Esto abrió la oportunidad para que les trabajadores le devuelvan el golpe a los capitalistas. Si echamos un rápido vistazo a las luchas obreras en Estados Unidos, Moody podría estar en lo cierto. En estas semanas, cerca de 50.000 trabajadores de supermercados del sur de California -cuyos contratos vencieron- amenazan con ir al paro si las empresas no aceptan sus reclamos. El principal desacuerdo está en torno a los salarios, en el marco de una inflación que no cesa y de ganancias de empresas como Kroger que se duplicaron entre 2019 y 2021. En el caso de que decidan parar, se trataría de la huelga más grande desde aquella de les docentes de 2018 y 2019. Un verdadero hito tuvo lugar este mes cuando les trabajadores de Amazon de Staten Island, Nueva York, conquistaron la creación de un sindicato por primera vez en la historia de la compañía en lucha contra una millonaria campaña anti-sindicalización lanzada por la empresa. Esta significativa victoria ya está repercutiendo en más de 100 almacenes de Amazon en el resto del país y en otras grandes empresas como Starbucks donde sus trabajadores ya llevan casi una decena de tiendas con una nueva sindicalización en el último periodo. Ciertamente no será una tarea sencilla, en los cafés “industrializados” de Starbucks su dimensión es más pequeña, si 20 trabajadores votan por el sindicato comienza el proceso de sindicalización, pero en los almacenes de Amazon son necesarios más de 1000 votos en promedio. La pelea por sindicalizar la empresa que quiere ser el mayor empleador a nivel mundial recién comienza y el futuro del trabajo en los EE.UU. depende en parte de ella. |