Arquero jugador es un excelente y recomendable blog. Una de sus entradas se titula: “¿Qué hacer con los errores?” y entre otras cosas dice estas: “En el futbol, al tratarse de un juego de conjunto, de contacto y oposición, no hay una sola manera de resolver una jugada y los criterios utilizados pueden ser disimiles, dependiendo en gran medida de las habilidades de los jugadores. Por otra parte los cambios reglamentarios, las evoluciones técnico tácticas han establecido cambios en los criterios, otrora lógicos, de resolver las jugadas. (…) Siempre es conveniente establecer si el error fue en la decisión tomada, en el concepto utilizado o en la ejecución. (…) Las acciones conceptuales y las tácticas en cambio son a mi juicio las que merecen más atención, aquí nos adentramos en un terreno de apreciación subjetiva, los conceptos utilizados en la defensa del arco no son para todos los arqueros iguales y las decisiones tácticas generalmente están supeditadas a la adaptación de cada arquero al sistema defensivo empleado por el equipo.” Hablar de los errores es una interesante puerta de entrada para opinar sobre lo que se ve en un partido de futbol. O sea que cosa es aquello que la mirada de cada uno percibe en eso que se llama partido de fútbol.
Recuerdo una declaración que alguna vez leí de Renato Cesarini, DT de Ríver, ante el planteo periodístico sobre por qué hizo retroceder a su equipo, respondió con simpleza y no menos profundidad: “Señor, le recuerdo que el contrario también juega.” Cesarini le estaba informando al periodista que frente a él había otros, que hacían sus cosas a su manera (“Racing es un gran equipo que nos llevó a jugar en nuestro campo” completaba) y que sus jugadores trataban, mediante su acción, de entender, neutralizar y someter al juego de ellos. Es decir que lo que intentaba era encontrar la manera de ganar. Encontrar la manera de ganar, y encontrarla en el encuentro con los otros, significa que no se puede ganar dogmáticamente, sabiendo de antemano lo que debería suceder en la cancha. Nunca sucede lo que debe suceder (es así en la cancha y fuera de ella), simplemente en la cancha ocurre lo que ocurre.
Y creo que al definir al fútbol como un espectáculo se crea la ilusión de que lo es. Es decir que aquellos que están adentro de la cancha (los 22 más el juez, más los del perímetro) están allí de acuerdo en brindar un placer estético visual. Esa es la opinión idealista, idealizada de un juego que, cómo bien define el entrenador de arqueros de la selección de Ecuador, es de conjunto, contacto y oposición. Es decir un juego en que dos grupos de sujetos intentan superar a otro grupo actuando coordinadamente con sus cuerpos. Y no un conjunto de personas que acuerdan y ensayan una performance en común en función de la contemplación ajena y del placer de la propia ejecución. Para decirlo sin ambages: lo único que importa en un juego es ganar, vencer la oposición material de los rivales. Para evitar tonterías vale aclarar que al decir en un juego queda excluido hacerlo de cualquier forma, ya que un juego es tal si tiene sus reglas aceptadas por los participantes.
Para ejemplificar la diferencia con un espectáculo liso y llano: Cuando dos pianistas interpretan juntos una obra, el máximo logro es que no se perciba la diferencia, que la coordinación y la exactitud lleguen al punto de la indiferenciación. Cuando dos equipos se enfrentan lo que sucede es que intentan llevar al máximo la diferencia, la oposición, los obstáculos causados al otro y las soluciones novedosas aportadas para sortearlos. Y todo eso, repito, dentro de unos estrictos límites que se denominan reglas de juego.
De allí que haya dos maneras de pensar el futbol. La idealista, fija, platónica y la materialista, fluida, dialéctica. La primera, a la que se llama lírica, sabe cómo se debe jugar aún antes de materializarse el encuentro. Hay un futbol ideal de la cual todos los partidos son una refracción fallida (cómo sombras en una caverna) del partido ideal. De esa imagen idealizada del juego surgen una serie de abstracciones concomitantes: las convicciones de los periodistas, de los comentaristas, las quejas de quienes “esperan” que las cosas sucedan de acuerdo un guion eterno y ubicuo.
Por otro lado está la comprensión del juego como una oposición de cuerpos particulares coordinados. El juego surge de las características de los cuerpos de mi equipo (no sólo de mis habilidades, sino de mis debilidades también) y de las del rival. Jugar entonces es conocer al rival y en ese mismo momento conocer mis posibilidades frente a él, y buscar los caminos posibles, materiales, para obtener el triunfo. Y a la vez minimizar las carencias de mi mente para pensar las opciones y las de mi cuerpo para realizarlas (decisión y ejecución tal como las define perfectamente Marcelo Álvarez)
Barcelona no demostró que el juego asociado, por abajo, de posesiones largas de balón y recuperaciones fulminantes es la mejor manera de jugar. Solamente probó que con jugadores (los mejores del mundo para desplegarlo) que combinan inteligencia para decidir y capacidad para ejecutar, ese juego fue demoledor. Pero el Inter de Mourinho supo encontrarle la vuelta y le ganó, jugando bien, pero de otra manera.
El idealismo provoca quejidos, siempre deja lamentos por aquello que debería ser pero no es. Periodistas que hablan de lo que los jugadores ofrecen a la vista, y no de la manera en que los jugadores de un equipo intentan resolver los obstáculos que los rivales le ofrecen a sus intentos de obtener la victoria.
Esto no significa que la búsqueda del triunfo anule cualquier posibilidad de belleza y coordinación. Todo lo contrario, la verdadera estética del juego, verdadera porque no se difumina en las nubes de las ideas, es verdaderamente sublime. Un acto de sublimación es un pasaje directo del estado sólido al gaseoso. Las elocuentes nubes de lo sublime tienen como origen la solidez de los cuerpos materiales.
Esto no significa que la estética queda expurgada del fútbol. Eso sería directamente una tontería, una negación de lo que todos sabemos que existe, la hermosura del juego. Pero esa hermosura no es una norma, no es un dogma. Es la que surge de improviso pero sólo cuando sabemos entender que cosas se están resolviendo en la cancha, que problemas, obstáculos, diferencias los jugadores han encontrado y cómo los intentan superar.
Cuando puedo ver eso, cuando no comienzo por ver lo que falta, sino lo que hay allí en movimiento, cuando interpreto los movimientos de los cuerpos y sus perspectivas de conjunto, recién allí podré percibir más que la belleza. Allí se percibe lo sublime, porque lo sublime es la generosidad.
Como Alemania es el vigente campeón del mundo recurriré a uno de sus hinchas, a un filósofo alemán, para situar la belleza en el fútbol. Se llamaba Kant y escribió, entre otras cosas: “En la representación de lo sublime de la naturaleza, el espíritu se siente movido, a diferencia del juicio estético sobre lo bello de ésta, en el cual es contemplación quieta” Sí, lo sublime nos mueve, no lo contemplamos simplemente, nos agarramos la cabeza, nos abrazamos o codeamos al de al lado, insultamos. Incluso, en su maravilla, lo sublime es eso que puede movernos hasta en contra de nuestro equipo amado, si surge del rival y rompe el equilibrio de manera inhumana, casi divina.
También dice Kant que: “Sublime es aquello comparado con lo cual resulta pequeño todo lo demás” Y es así, la ´prueba es el sublime partido contra Brasil en el 90. Es natural tener un poco de suerte, que a veces los rivales fallen, que no afinen la terminación de la jugada. Pero no que lo hagan durante todo un partido en el que por el contrario, nuestro equipo emboca la única, perfecta y generosa jugada que logra hilvanar con profundidad. Comparado con el trascurso de ese partido todo trámite normal resulta pequeño.
La belleza es generosidad porque sólo esporádicamente nos suceden estas irrupciones. La regla de un partido es que son dos conjuntos en un juego de contacto y oposición. Eso no es aburrido sino el transcurso normal, lógico e inevitable del cotejo. Porque otro atributo de los sublime es el temor. Le pido una última ayuda a Kant: “Para que podamos juzgar dinámicamente la naturaleza como sublime, necesita ser representada como inspirando temor (…) porque despierta en nosotros nuestra capacidad […] de considerar pequeño lo que nos preocupa (bienes, salud, vida)” Eso deben haber sentido los uruguayos cuándo el Loco Abreu picó el penal definitorio de los cuartos de final del Mundial 2010. Frente a la posibilidad de esa sutil definición, seguramente sintieron, con la pelota flotando lenta, lenta en el aire, que era pequeño todo lo que les preocupaba. Y por eso también vemos fútbol: vemos fútbol, sobretodo, para ver ganar a nuestro equipo. Y también para que, a veces, esporádicamente, todo lo que nos preocupa nos parezca menor frente a lo acaba de suceder.
La vida se parece mucho al fútbol. No se acerca ni se aleja de cómo debería ser, simplemente es, y hay que desentrañarla en sus atributos y contradicciones materiales, conocerla como un jugador conoce a sus rivales, como un jugador se conoce, conoce sus habilidades y su rendimiento muscular. Sólo sobre esa práctica consciente se montan a veces unos destellos sublimes que hacen parecer pequeño todo lo demás. Pero el gol de Caniggia a Brasil comienza con una pelota robada a los contrarios. |