“Planteamos el problema de la libertad de cada persona para disponer de su cuerpo como mejor le parezca; nuestra lucha es, por tanto, política y proclamar en voz alta y clara nuestro derecho a la homosexualidad es revolucionario”.
Folleto distribuido por el FHAR, 30 de abril de 1971
La fecha del panfleto no es casual, titulado “somos trabajadores homosexuales” había sido elaborado en la víspera del día internacional de las trabajadoras y los trabajadores. “El otro día, un amigo fue despedido porque su jefe descubrió que era homosexual” comenzaban su denuncia un grupo de lesbianas y maricas que no esperaban generar tanto revuelo tan solo los próximos días. Habían pasado tan solo dos años de la revuelta de Stonewall en Estados Unidos que dio origen al movimiento de liberación sexual.
Foto: Cartier-Bresson, Movilización del FHAR del 1º de mayo de 1971.
La realidad del país no escapaba a las democracias capitalistas que en esa época penaban la homosexualidad: “En Francia, ‘país de la libertad’, la ley petainista-fascista de 1942, corregida y agravada por De Gaulle en 1960, nos considera una "lacra social" (junto al alcoholismo y la prostitución)”. Tres años antes obreros y estudiantes habían protagonizado el Mayo Francés, marcando un antes y un después de una generación que puso en tela de juicio el capitalismo y las distintas desigualdades que reproduce.
Ese proceso no solo fue la punta de lanza para el surgimiento del Frente Homosexual de Acción Revolucionaria (FHAR), también marcó los debates que lo atravesaron. Según una estadística de la justicia que publicaron, en 1964 de 331 condenados por estas leyes persecutorias 136 eran obreros y empleados y ni un solo director de empresa. En su camino el activismo francés se preguntó sobre la relación entre la represión a la sexualidad y la realidad de la clase obrera.
Ese 1º de mayo decidieron marchar agitando distintos cantitos como ¡Maricas en la calle! ¡Todos somos una lacra social! o ¡Abajo los falócratas! Habiéndose organizado en menos de dos meses su participación no pasó desapercibida. Al día siguiente el Partido Comunista Francés criticó su intervención en su periódico, tildándola de "mascarada". El PCF aún sostenía que la homosexualidad era una desviación pequeñoburguesa [1], su candidato presidencial ese año les llegó a responder a miembros del FHAR en un mitín "¡Id a curaros, pederastas, el PCF está sano!".
Para ese entonces, en el movimiento obrero francés tenía una gran influencia el estalinismo desde los sindicatos. Por eso, ante las críticas que recibieron desde distintos sectores de la izquierda el FHAR comenzó a difundir sus posturas y generando polémicas: "La clase obrera no pertenece a la dirección del PCF, ni tampoco el marxismo. Por eso nos negamos a tener complejos con ella: denunciaremos y combatiremos sistemáticamente la ortodoxia sexual que nos quiere imponer. Decimos que se jodan los heterócratas falócratas del aparato del PCF como decimos que se jodan todos los heterócratas falócratas. Lo que sí sabemos es que hay bolleras y maricones en el PCF, como en todas partes, y nos solidarizamos con ellos".
En esa respuesta publicada en el primer número de L’Antinorm, el periódico del FHAR, así como en la denuncia por el despido discriminatorio, sobrevuela el intento de mostrar esa realidad compleja de un capitalismo que mientras explota, aprovecha de las opresiones en su propio beneficio. “Para nosotras, la lucha de clases también pasa por el cuerpo” afirmaban, agregando que la “represión sexual, trabajo alienado y opresión económica lo han encarcelado sistemáticamente’. No es cuestión de separar nuestra lucha sexual y nuestra lucha diaria por la realización de nuestros deseos de nuestra lucha anticapitalista, de nuestra lucha por una sociedad sin clases, sin amo ni esclavo”.
Foto: Ejemplar de la revista L’Antinorm
Aún habiendo transcurrido medio siglo, la reflexión del FHAR da en la tecla sobre un problema que persiste, se amplifica y aún hoy en día está invisibilizado a gran escala. El neoliberalismo llevó adelante una política de tolerancia hacia las personas LGBT, limitada a conquistar algunos derechos básicos, que tuvo gran llegada fundamentalmente en el mundo occidental. También buscó explotar las identidades gay y lésbica como un nicho de mercado, creando productos y servicios específicos, forjando estereotipos ligados a la capacidad de consumir.
Sin embargo, al mismo tiempo profundizó como nunca la desigualdad social y económica, con la precarización laboral, la pérdida de poder adquisitivo y de derechos sociales como el acceso a la salud o educación. Los números de la pobreza crecen, mientras los más ricos acrecientan sus fortunas de manera desenfrenada. Una realidad que deja como saldo una minoría LGBTIQ+ con capacidad para consumir y disfrutar plenamente los derechos conquistados, y a una mayoría que trabaja para subsistir y cuya vida, atravesada por la discriminación, es cada vez más complicada. Trabajar jornadas eternas, con cuerpos cansados por el esfuerzo físico o la cabeza quemada por no saber si se llega a fin de mes, se vuelven un boomerang contra los discursos que apelan a un disfrute pleno de la sexualidad sin contemplar esta realidad.
Una contradicción que comienza a expresarse en sectores de jóvenes que, tal como planteaba el FHAR desde una perspectiva anticapitalista, no ven contraposiciones artificiales entre opresión y explotación, se trata de lo que pasa con sus vidas en el día a día. |