José Ignacio de Mendiguren es, desde hace décadas, un importante vocero de sectores de las clases dominantes en Argentina. Fue presidente de la Unión Industrial Argentina (UIA), ministro de Producción durante la presidencia de Eduardo Duhalde y hoy es titular del Banco de Inversión y Comercio Exterior (BICE). También fue diputado nacional, elegido por las listas del massismo, espacio del cual sigue siendo parte.
Por estos días, es una de las tantas voces que se ha sumado a discutir la larga crisis argentina y sus posibles salidas. Con un cierto pesimismo coyuntural y un moderado optimismo estratégico, está entre los que buscan ilusionarse con ver una oportunidad para el país en los cambios que atraviesa el mundo, especialmente a partir de la guerra en Ucrania. Su palabra tiene importancia no solo por ser él, sino porque no es el único: detectar nuevas oportunidades de conseguir dólares en este contexto mundial convulsionado por la guerra y una grave crisis económica es una consigna de moda en los pasillos del poder. ¿Es una salida realista a la crisis? ¿En beneficio de quién?
Entrevistado por el periodista Alejandro Rebossio en elDiarioAr, De Mendiguren admitió que en lo inmediato el contexto internacional “nos da un golpe muy fuerte” por la inflación, pero que “a mediano y largo plazo la Argentina volvió a estar en el radar del mundo. No por nuestra capacidad sino porque esos activos que la Argentina tiene parecen mandados a hacer para esta crisis internacional de la energía y el alimento. Tenés el segundo yacimiento de gas (no convencional) del mundo. Tenés petróleo. Tenés el litio, clave para la energía. Tenés todos los sectores de la energía para la transición: eólica, solar, hidrógeno verde, con las mejores condiciones del mundo. La agroindustria ni qué hablar. El tema minero tenemos también”.
Párrafos más abajo, sin embargo, es el mismo De Mendiguren quien matiza ese escenario tan optimista: “Ahora los activos ya los tenés: campo y energía. El mundo los conoce. El tema es cómo se va a apropiar de ellos. Vos podés tratar de negociar si estás fuerte como propietario. Si no, lo vas a hacer como inquilino (...) Ahora, si uno va a una crisis, te van a mostrar un dólar de Martín García y vas a entregar hasta el Obelisco. Ya la Argentina vivió esto. El tratado Roca-Runciman, las privatizaciones…”.
Dichas al pasar, esas referencias remiten a una historia de saqueo y dependencia de nuestro país que es necesario traer al presente en momentos tan agudos de crisis y pacto con el FMI, en los cuales se discuten los caminos de salida que implican decisiones estratégicas. Volquemos entonces un poco la mirada hacia ahí, para pensar en base a las lecciones del pasado, los dilemas que hoy nos venden con promesas de futuro.
El tratado Roca-Runciman (en el marco de un mundo convulsionado tras el crack de 1929) fue el convenio firmado por el entonces vicepresidente Julio Argentino Roca (hijo) el 1° de mayo de 1933 con el encargado de negocios de Gran Bretaña, Walter Runciman. A cambio de sostener las exportaciones de carne, la oligarquía argentina daba enormes concesiones a los capitales ingleses. Podríamos extendernos en desarrollar el carácter de coloniaje del acuerdo, pero es más sintético en esta ocasión citar las palabras del propio Roca: “La Argentina, por su interdependencia recíproca es, desde el punto de vista económico, una parte integrante del Imperio Británico”. Arturo Jauretche denunciaría aquel pacto como la firma del “estatuto legal del coloniaje”. Suficiente por hoy para ilustrar la idea.
La segunda referencia es más cercana en el tiempo: las privatizaciones menemistas. En el marco del llamado “Consenso de Washington” (recetas neoliberales impulsadas en gran parte del mundo), en los años 90 se llevaron adelante políticas económicas que pasaron a la historia como uno de los períodos de mayor entrega y saqueo del país. Bajo los argumentos de reducir el gasto público y liberalizar los mercados tras la crisis del fin del alfonsinismo, se llevaron adelante esos planes que terminaron con una mucho mayor injerencia del capital extranjero en el país, peso de la deuda externa, altos índices de pobreza y desocupación. Finalmente, la crisis de 2001 fue el estallido de aquellas recetas, aunque sus pilares estructurales no fueron revertidos hasta el día de hoy. En ese marco de los 90, serían rematadas las “joyas de la abuela”: más de 60 empresas estatales estratégicas fueron adquiridas por empresarios a precio de remate.
Estos ejemplos no son traídos caprichosamente al presente. Desde la óptica de empresarios y referentes políticos como De Mendiguren, lo que podría hacernos repetir esos fracasos de la historia es el “ruido interno de la política argentina”, ya que, según su mirada, “las bases de la economía no están en crisis”. La queja tiene que ver con la crisis del régimen político argentino, desprestigiado y con sus dos principales coaliciones debilitadas después de los fracasos de sus sucesivos gobiernos. Sin embargo, detrás de ese pedido se trasluce la búsqueda de un consenso nacional en pos de negociar con el capital extranjero mayores márgenes de autonomía para el desarrollo nacional, objetivo que desde nuestro punto de vista es utópico sin cuestionar la reprimarización y carácter extractivista de la economía, cortar lazos con la estrangulación del FMI, el peso de la deuda y la fuga de capitales, así como con la propiedad privada de los recursos estratégicos de la economía. El otro factor es que la crisis mundial puede tener, con sus posibles escenarios de estanflación, severas consecuencias sobre la economía nacional. Según el propio FMI, el mundo se enfrenta a "una confluencia potencial de calamidades” por la crisis alimentaria, las perspectivas de recesión con inflación, la guerra y el desastre ambiental. Sería demasiado optimista ver solamente "oportunidades" en este escenario.
Como vemos, no se trata solamente del fantasma de la derecha opositora, libertaria o cambiemita, halcona o paloma, que huele la posibilidad de llegar al poder en 2023 con sus planes de reformas pro mercado. Un interesante artículo publicado por Marcos Rebasa en El cohete a la luna describe también cómo en el actual oficialismo “toda política para obtener divisas se ha convertido en prioridad absoluta. Los esfuerzos para obtener inversiones que permitan la extracción de recursos naturales de rápida transformación en exportaciones es hoy la constante de despachos oficiales y del empresariado”.
En su artículo, Rebasa denuncia que aquel intento de obtener dólares se encamina a profundizarse bajo lo que él denomina “modo factoría”. De acuerdo al autor, en el pasado “la factoría representaba un modo de producción que centraba el esfuerzo en un solo producto al que se le extraía el máximo beneficio, hasta que finalizaba esa posibilidad. Quedaba entonces casi siempre tierra arrasada, es decir pobreza en la población y a menudo la depredación del territorio explotado”. La reedición de este modelo, actualizado, “impondría mucho daño a una sociedad harto perjudicada por diversos motivos. Podría ocurrir que se repitiera el modelo menemista por ejemplo, en el sentido de constituir una estructura con permanencia en el tiempo como la que nos dejó la privatización de los servicios públicos e industrias estratégicas, aún vigente”.
En la siempre vertiginosa coyuntura argentina, esta semana ese apuro y ese nerviosismo por conseguir dólares a cualquier precio se vieron reflejados en las inquietudes que despertó la renuncia de Antonio Pronsato, funcionario que estaba al frente de la unidad ejecutora de la construcción del gasoducto Néstor Kirchner, proyectado para transportar el gas producido en los yacimientos de Vaca Muerta. Las alarmas se encendieron porque en un país estructuralmente saqueado por la deuda pública y la fuga de capitales, aquella obra concentra esperanzas e ilusiones de negociados para algunos privados y de poner en positivo a mediano plazo el saldo de la balanza energética argentina. Dicho de otro modo: conseguir al menos una parte de los dólares que al país le faltarán en los próximos años bajo el régimen del FMI.
En estos planes estratégicos, si hay algo que decir es que no se observa grieta alguna en las clases dominantes locales. La decisión de convalidar la deuda pública ilegal ubica en el mismo plano de los urgidos por conseguir dólares como sea a oficialistas a ultranza, oficialistas críticos y opositores de derecha.
La crisis de este esquema es entonces multidimensional: de pérdida de la soberanía nacional por hacer aún más concesiones al capital extranjero para conseguir inversiones; de consolidación de altos niveles de pobreza y precarización de la vida por poner las riquezas del país en función de negociados de unos pocos y no de necesidades sociales; y de destrucción ambiental, como denuncian múltiples organizaciones por las características del modelo extractivista energético, minero o sojero.
Si como muestra basta un botón, hagamos referencia a la actividad hidrocarburífera y en especial a Vaca Muerta, la esperanza de muchos que hoy está en el centro de la escena: por estos días, la actividad gasífera y petrolera no solo recibió nuevos beneficios para su actividad (en un anuncio celebrado presencialmente por altos empresarios como Paolo Rocca, Eurnekián o Bulgheroni, entre otros), sino que también saltó a la luz un récord del que pocos hablan: desde 2015 y hasta marzo de 2022 se registraron 9242 incidentes ambientales en la industria del petróleo y el gas de Neuquén.
Y en esto no hay relato que valga: el discurso del kirchnerismo respecto de regular al capitalismo con mayor intervención del Estado, no se estaría verificando en este caso emblemático. Vale recordar que fue bajo la segunda presidencia de Cristina Kirchner cuando se firmó un vergonzoso acuerdo en “modo factoría”: el pacto con Chrevron para la explotación de una de las mayores reservas de gas y petróleo de nuestro país, con cláusulas secretas que aún hoy desconocemos. También la Barrick Gold logró decisiones favorables por parte de Cristina Kirchner, como cuando en el año 2008 consiguió que la ex presidenta vetara la "Ley de Glaciares" a tan solo tres semanas de aprobada en el Congreso Nacional.
Frente a tanta historia de saqueo y entrega, es necesario cambiar el rumbo: junto a las peleas urgentes del presente ante los golpes de la crisis, es cada vez más necesario poner en discusión que las riquezas naturales, las capacidades humanas y los grandes avances tecnológicos nunca podrán estar puestos en beneficio de las mayorías bajo este sistema social, y menos aún en un país como Argentina, donde las cadenas del imperialismo se han redoblado por el pacto entreguista con el FMI. La historia de coloniaje y saqueo se repite y profundiza la tragedia. Es necesario cortar de raíz el sometimiento al imperialismo, cuestionar la propiedad privada de los recursos estratégicos de la economía, y pelear por la planificación de la economía dirigida democráticamente por el pueblo trabajador (incluyendo su comercio exterior), en la perspectiva de un Gobierno de los trabajadores y de transición al socialismo, bajo una estrategia internacionalista. Por una sociedad no solo sin explotación ni opresión, sino también que establezca una relación armónica con la naturaleza, antes de que el capitalismo destruya el planeta. |