Hay un gran debate político en el país, producto de la crisis, la inflación, el nuevo fenómeno de trabajadoras y trabajadores pobres, incertidumbres que recorren las pantallas, las redes, las radios. Estamos ante el fracaso del gobierno del Frente de Todos, que prometió revertir la caída del salario y la estafa de la deuda que nos dejó el desastroso gobierno de Macri y Juntos por el Cambio. Nos está dejando atados al FMI y su ajuste eterno, mientras las grandes empresas se la siguen llevando en pala.
Queremos aportar una mirada y un horizonte que apunte más alto frente a tanta politiquería, circo mediático y discusiones de coyuntura, porque en ese ambiente las fuerzas políticas del régimen construyen la resignación. Queremos dialogar con quienes compartimos cada una de las luchas de ocupados, desocupados, mujeres y jóvenes contra los gobiernos y las patronales. Esas batallas las damos en las calles, en los lugares de trabajo y estudio y en las bancas que conquistamos en cada provincia, municipio y en el Congreso, con las y los diputados del Frente de Izquierda Unidad, defendiendo un programa que articula una respuesta de fondo para que la crisis la paguen los capitalistas. Aquí queremos referirnos a nuestros objetivos más generales, a nuestros fines socialistas.
1. La libertad la conquistaremos cuando terminemos con la dictadura que sufrimos en los lugares de trabajo
La extrema derecha (Milei) grita “viva la libertad” para los ganadores de siempre, el gran capital más concentrado. Macri y Bullrich le hacen de coro dentro de JXC. Pero su “libertad” significa reforzar la dictadura de la patronal en los lugares de trabajo, donde buscan sacarnos hasta el último segundo de tiempo para aumentar sus ganancias. La tecnología la usan para eso, con ritmos más acelerados y más control de todo lo que hacés. Lo contrario de la libertad. Y tal es así, que no podés ni siquiera expresar lo que pensás. Si hablás “de más” te rajan, porque la patronal en las fábricas te controla, no solo para exprimirte y explotarte sino para que lo hagas en silencio y con la cabeza gacha. Para eso tienen sus buchones, sus alcahuetes y a la propia burocracia sindical, en su gran mayoría peronista, que marca y apunta con el dedo a los “zurdos”, a los “rebeldes”, a los “troscos”. Junto con esto, buscan usar a las y los desocupados, a la juventud trabajadora ultra precarizada, como presión para disciplinar y bajar el nivel de vida del conjunto de nuestra clase. Quieren que compitamos y nos enfrentemos entre nosotros.
Las derechas, cuando hablan de libertad, en realidad quieren “libertad” absoluta para explotar, precarizar, contratar, despedir, discriminar a mujeres e inmigrantes. Reforzar la dictadura patronal en las empresas. Porque eso es el capitalismo: toda la sociedad organizada para garantizar la ganancia como prioridad absoluta. Y por eso son también fanáticos de la represión, de tratar los problemas sociales como problemas policiales. Su sistema, su ley, su orden: el de los ricos y poderosos. Y cuando hablamos de derechas también incluimos a sectores del peronismo, como Massa y los gobernadores, que piensan igual, aunque hagan alianzas diferentes, y por eso le votaron todas las leyes que necesitó el gobierno de Macri.
Si hablamos en serio de libertad, tenemos que decir la verdad: sólo puede conquistarse en una sociedad socialista donde los que producimos toda la riqueza y el conocimiento podamos decidir democráticamente qué y cómo se hace, para beneficio de toda la humanidad, y retomando una relación amigable con la naturaleza y el ambiente. “La liberación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos”, como dijeran los fundadores del socialismo científico. Pero no nos adelantemos…
2. La utopía que desmoviliza y construye la resignación: que el estado dirija al mercado para volverlo “progresista”
Del otro lado de la grieta, en el peronismo parecen asumir como propia la bandera “no hay alternativa” que instaló la ofensiva neoliberal para justificar el dominio del capital financiero y las multinacionales. CFK nos dice que "el capitalismo se ha demostrado como el sistema más eficiente y eficaz para la producción de bienes y servicios que necesita la humanidad" y nos pone como modelo exitoso a la China capitalista dirigida por el Partido Comunista. Ahí “el estado dirige al mercado”. Ese país tuvo un fuerte desarrollo gracias a haber garantizado mano de obra barata, unidad nacional heredada de la revolución del ‘49 y una dictadura férrea que reprimió cualquier movilización obrera y popular, como en la masacre de Plaza Tiananmen en 1989. El control “del estado sobre el mercado” que tanto gusta a CFK, estuvo al servicio de permitir que grandes empresas (imperialistas y de burócratas devenidos en capitalistas) invirtieran para producir mercancías baratas, con fabulosas ganancias, mientras profundizaban la ofensiva neoliberal en todo el mundo. Es decir, esa dirección del estado estuvo armada al servicio de fortalecer el poder del mercado.
En Argentina, sólo una enorme crisis como el 2001, con hiperdesocupación, un levantamiento nacional del pueblo trabajador que echó al gobierno de De La Rúa, una devaluación del 240% y un boom de las materias primas en el mundo, permitieron que los “mercados” (las patronales) aceptaran cierta regulación del estado. Esto luego de provocar una verdadera catástrofe social y económica con millones de desocupados, miles de fábricas cerradas, los salarios y derechos pulverizados. Lo aceptaron porque estuvieron a punto de perderlo todo frente a la movilización obrera y popular, y porque ellos pudieron aprovechar el ciclo económico internacional para seguir ganando.
Los gobiernos kirchneristas mantuvieron las privatizaciones, la extranjerización de la economía, lo esencial del agronegocio y la precarización laboral (reforzando las tercerizaciones), el extractivismo, mientras la pobreza sólo bajó al 23% recién entre 2011 y 2013 (en los ’70 había llegado al 4%) y con la devaluación de Kicillof y Cristina en 2014 volvió a subir. Con la desmovilización promovida por el kirchnerismo, la derecha volvió a la ofensiva y al poder. Y antes, cuando hizo falta “estado” para reprimir a los que se rebelaban, ahí estuvo el “estado presente” dando palos, como en Kraft (2009), Lear (2014), docentes y otras luchas en varias provincias.
No por casualidad, fue la propia CFK quien “puso” a Alberto Fernández en la presidencia después de 4 años política macrista y con un país endeudado por 100 años. Sabía que se venía la negociación con el FMI y la administración del país de los bajos salarios y la pobreza que dejó Macri. A nadie puede sorprender el desastre que están haciendo Alberto Fernández y Guzmán, los que pretenden que el capital financiero internacional, el FMI, los grandes empresarios del campo y de la industria, “sean buenos” a golpe de canciones de Litto Nebbia. Creo que nadie puede dar una respuesta, ni decir qué puerta hay que tocar…
Los mejores militantes de la resignación son los burócratas sindicales, sociales y estudiantiles que nos dijeron que teníamos que esperar al 2019 para recuperar lo perdido y hace dos años no mueven un pelo para defender ningún derecho. Por acción u omisión, son agentes del gran capital y “su” estado. Solo mantienen la verborragia “combativa y agresiva” contra la izquierda clasista.
3. El socialismo revolucionario es la única alternativa realista a la crisis e irracionalidad del capitalismo
No solo es posible sino necesario terminar con un régimen social que lleva a la irracionalidad de que hay un nuevo milmillonario y un millón de nuevos pobres cada 30 horas (según Oxfam), y que se tire a la basura el 30% de los alimentos que se producen en el mundo. Un sistema capitalista que produce guerras, hambrunas, golpes de mercado, golpes cívico militares y que avanza en forma dramática en la destrucción del medioambiente, provocando catástrofes que no tienen nada de naturales, como la mismas pandemias.
Hay una alternativa a toda esta barbarie capitalista que nace de la historia de lucha de las y los explotados y oprimidos del mundo: el socialismo. La organización de la sociedad en función de las necesidades de las grandes mayorías, mediante el gobierno de las y los trabajadores organizado democráticamente desde abajo. Hay que revolucionar en forma completa el modo de producción irracional dominante hasta hoy, y con ello todo el orden social actual, pasando de una producción anárquica y desquiciada, a la planificación de la economía y esto conlleva el cuidado de nuestros “bienes comunes” como el medioambiente.
Los regímenes políticos de diversos países no logran tener estabilidad en su dominio por el descontento creciente con una economía que acrecienta la desigualdad social, donde las nuevas generaciones están condenadas a vivir peor que sus padres o abuelos. Este descontento es muchas veces canalizado por derecha, por el odio al inmigrante o por la demagogia “antipolítica” que acusa a los payasos y protege a los dueños del circo.
Pero también están los pueblos que se rebelan y la juventud que en el mundo se moviliza en defensa del planeta y que en países como Estados Unidos muestra rechazo al capitalismo y simpatía por el socialismo, aunque se trata de un sentimiento difuso, no aún revolucionario. Una juventud que marca una impronta, que impacta a millones siendo parte del levantamiento del pueblo afroamericano contra la represión y el racismo en 2020 (Black Lives Matter). Allí surge la nueva generación “U” (por “unión”, sindicato) que pelea por organizar los lugares de trabajo en grandes y emblemáticas empresas como Amazon y Starbucks, y es consciente que enfrenta a los multimillonarios que se benefician de este sistema.
El movimiento de mujeres que recorre desde hace años los más diversos países, ha sido quizá el más poderoso cuestionador de los sentidos comunes reaccionarios de este sistema social capitalista profundamente patriarcal. Desde nuestro país emergió con fuerza el repudio a la violencia machista (Ni Una Menos) y el pañuelo verde como símbolo de la lucha por el derecho al aborto. Ya no es “normal” la discriminación de las mujeres y disidencias sexuales en los lugares de trabajo.
Así como surgen tendencias hacia la derecha y extrema derecha, hace años que surgen tendencias anticapitalistas, aunque espontáneas e inestables, en la juventud en muchos lugares del mundo, así como en los movimientos de mujeres, de la diversidad y socioambientales. Una juventud que comienza a cuestionar y cuestionarse. Que se propone terminar con el hambre, la destrucción del planeta y la precarización laboral cada vez más generalizada. Una juventud que aprende a respetar a nuestros pueblos originarios y levanta las banderas de sus derechos en Latinoamérica.
Con esa juventud tenemos el desafío opuesto a la resignación: levantar bien altas las banderas de lucha por una sociedad socialista, donde el desarrollo de la ciencia y la tecnología permitan organizar la producción en función de satisfacer las necesidades sociales. Una sociedad donde podamos terminar con la opresión a las mujeres, incluyendo una organización racional, comunitaria y no sexista del trabajo doméstico y de cuidados, y de las disidencias sexuales. Una sociedad que se proponga buscar en serio una relación armónica con la naturaleza, frente a las falsas promesas del capitalismo “verde” que reconoce la necesidad de reducir las emisiones contaminantes pero nunca lo hace.
Esta transformación revolucionaria podrá llevar también al replanteo de las propias necesidades y posibilidades de consumo. Cuestionar, por ejemplo, la “obsolescencia programada” por los fabricantes de teléfonos celulares, automóviles, electrodomésticos, etc., que generan la necesidad de comprar nuevos modelos en cada vez menos tiempo e infinidad de productos inútiles, inservibles o superfluos, incentivando el consumismo.
4. El deseo de reducir el tiempo de trabajo y no “vivir para trabajar” no se puede resolver bajo el capitalismo
La rebaja la jornada laboral y salarios que alcancen para vivir son reclamos que despiertan creciente simpatía en diversos países. En Argentina, la productividad del trabajo se duplicó en los últimos 50 años, la jornada legal de trabajo se mantuvo igual desde 1929 y el salario real cayó a la mitad desde su pico en 1974. Incluso hoy en muchas de las grandes fábricas se trabaja muchísimo más: para poder llegar a fin de mes, hay que matarse haciendo horas extras, o en el caso de las docentes y trabajadores de la salud, dobles turnos.
En el otro polo, la juventud trabaja precarizada, por salarios de hambre, contratada, tercerizada o como monotributista, cambiando de trabajo en trabajo, sin saber lo que son vacaciones pagas, obra social, aguinaldo.
Existe a su vez un movimiento piquetero, de organizaciones sociales que agrupan a desocupados, desocupadas y sectores de trabajadores precarios, masivo, que lucha por la asistencia social del estado pero también reclama trabajo genuino.
Se entiende así por qué la campaña del PTS en el FITU por la jornada laboral de 6 horas, 5 días a la semana, sin rebaja salarial, para generar puestos de trabajo para todos y todas, fue y es bien recibida por amplias franjas de jóvenes y trabajadores, junto a la lucha por un salario que parta de cubrir la canasta familiar y no pierda frente a la inflación.
Esta lucha la entendemos en la perspectiva socialista de la reducción del tiempo de trabajo al mínimo necesario, repartiendo las horas entre todas las personas disponibles, que no sólo permitiría más tiempo para la formación, la vida social y familiar, el ocio, el arte y la cultura, sino también para poder dedicar tiempo a la gestión democrática de los propios lugares de trabajo, de estudio y de administración de toda la sociedad.
5. La fábricas y empresas pueden funcionar sin patrones, no sin trabajadores. El trabajo colectivo tiene una enorme potencia liberadora que necesita romper las barreras que le impone la organización capitalista de la producción.
En varios países existen grupos de trabajadores que asumen la gestión de las fábricas y empresas que pretendieron cerrar sus antiguos patrones. En Argentina tenemos varios ejemplos en distintas ramas, con Zanon y Madygraf como dos casos emblemáticos, donde los propios trabajadores y trabajadoras, junto a profesionales y técnicos, hacen funcionar las fábricas sin patrones. Ahí se ve la falsedad del sentido común que pretenden imponernos de que son los patrones los que hacen funcionar las empresas y nos “dan trabajo”. Y se ve la potencialidad y creatividad del trabajo cooperativo, donde surgen nuevos proyectos, se estudia la forma de generar producción al servicio de la comunidad y de ahorrar energía para la preservación del medioambiente. Por supuesto que se les imponen las leyes del mercado en la medida que la economía la dirigen los monopolios y bancos capitalistas.
La transformación de las relaciones de producción no puede ser “empresa por empresa” sino de conjunto. Pero estos pequeños ejemplos permiten imaginar que una sociedad puede funcionar sin empresarios. Y no se trata de si hay empresarios buenos o malos. Se trata de la matriz: todos se ven forzados a buscar la ganancia capitalista máxima posible por la competencia despiadada entre ellos, o a quebrar. Por eso su sistema recrea los valores del individualismo, el desprecio y la indiferencia por el otro.
Por el contrario, la ocupación puesta en marcha y gestión obrera, con democracia de base para decidir cada paso, definir la producción, la administración, liberó una enorme creatividad, un enorme sentido de la solidaridad tanto al interior como hacia toda la comunidad trabajadora. Con elección directa de las autoridades de la cooperativa, con la rotación permanente en los puestos de conducción, donde se planifica la producción y se votan los planes en las asambleas. Por eso estos pequeños ejemplos fueron una gran fuente de inspiración de artistas, profesionales, de jóvenes que aportaron sus talentos, su tiempo su colaboración. En Zanon, esta práctica permitió incorporar a la fábrica a compañeras y compañeros de los movimientos de desocupados en lucha, y hermanó la lucha obrera con la lucha ancestral del pueblo mapuche, porque partía del respeto a los pueblos originarios y a la naturaleza. Imaginemos lo que sería si organizamos así todo el país, planificando democráticamente toda la producción.
6. La propiedad privada capitalista está abolida para la inmensa mayoría. Necesitamos socializar los medios de producción y de cambio, con gobiernos del pueblo trabajador organizados democráticamente, desde abajo, aprendiendo de la historia de las revoluciones
Por supuesto que el gran límite para conquistar una sociedad así es la propiedad privada de los medios de producción y de cambio, es decir, la propiedad de los medios que permiten a la clase capitalista enriquecerse no por su “trabajo” sino por la apropiación del trabajo de las personas que contratan como asalariadxs. No estamos hablando de una casa, un auto, electrodomésticos, ahorros u otros bienes personales. Nos referimos a las fábricas, los bancos, el capital de las empresas en bienes de producción o en grandes inversiones financieras.
Al decir de Marx: “Ustedes se horrorizan de que queramos abolir la propiedad privada. Pero, en su sociedad actual, la propiedad privada está abolida para las nueve décimas partes de sus miembros; precisamente porque no existe para esas nueve décimas partes. Nos reprochan, pues, el querer abolir una forma de propiedad que no puede existir sino a condición de que la inmensa mayoría de la sociedad sea privada de propiedad. En una palabra, nos acusan de querer abolir su propiedad. Efectivamente, eso es lo que queremos”.
Esa clase capitalista que tiene en sus manos el 90% de la propiedad tiene sus políticos, sus jueces, sus fuerzas armadas, en cada país, en cada estado.
La historia demuestra que el sistema capitalista tiende a crisis recurrentes y guerras que generan rebeliones de las y los explotados y oprimidos y revoluciones sociales. Las gestas de la clase trabajadora están plagadas de grandes combates, heroísmo, solidaridad, autoorganización democrática, creatividad revolucionaria, que las clases poseedoras quieren que olvidemos. Nos quieren quitar nuestra historia porque saben que ella muestra que este sistema, así como nació, puede morir.
Algunas revoluciones triunfaron, dando origen a gobiernos de trabajadores que concretaron la expropiación de los medios de producción y de cambio. Rusia, China, Yugoslavia, Cuba. En la Revolución Rusa el poder se organizó en torno a los concejos de obreros, soldados y campesinos (los soviets), surgidos al calor de la revolución, integrados por representantes elegidos por las y los explotados y oprimidos, revocables, que decidían la organización del gobierno y la producción. Pero en esos procesos surgieron burocracias que no eran comunistas internacionalistas sino castas que se aferraron de forma totalitaria al poder de cada país y buscaron coexistir con el capitalismo imperialista. No fracasó el comunismo sino las distintas variantes estalinistas (incluido el maoísmo) que eran su degeneración burocrática y nacionalista, conciliadora con el capitalismo.
Pese a esto, la potencialidad de la expropiación de los capitalistas y la planificación se puso en evidencia en la transformación de la URSS en una potencia mundial y en el hecho de haber logrado resistir y derrotar la invasión del ejército nazi en la Segunda Guerra Mundial.
El fracaso del socialismo en un solo país se puso de manifiesto de diversas maneras y colapsó, frente a la ofensiva capitalista, a fines de los ’80, con los burócratas convirtiéndose en directamente capitalistas.
Somos orgullosos herederos de una corriente política revolucionaria que no solo lucho en primera línea por la revolución socialista, sino que peleó siempre contra la burocratización de los estados obreros, defendiendo la democracia obrera (la tradición de los concejos) como base del poder revolucionario. Esta lucha le costó la vida a León Trotsky y la cárcel y persecución a miles de personas que lucharon junto a él en el mundo.
Es necesario aprender de la nefasta experiencia de la burocratización de los estados obreros donde se expropió a los capitalistas (URSS, China, etc.) bajo la utopía reaccionaria del “socialismo en un solo país”. La lucha por el socialismo (que usamos aquí como sinónimo de comunismo) es internacional y sólo puede concretarse con la derrota del imperialismo. Por esto hace falta un partido mundial de la revolución socialista, una internacional, y partidos revolucionarios nacionales. En la lucha por gobiernos de trabajadores en cada país, estará planteado apostar a la más amplia autoorganización de los explotados y oprimidos, donde los partidos que defiendan la revolución puedan exponer sus posiciones y pelear por ellas. Podríamos así darle una utilidad positiva a la multiplicación de los medios de comunicación que socializan la información, permitiendo la organización democrática de la planificación económica con la participación masiva de productores y consumidores, en el plano nacional e internacional.
Las propias tendencias de la internacionalización de capitales, de las cadenas de valor que abarcan diversos países y diversas regiones dentro de cada país, de una producción cada vez socializada y entrelazada con la distribución (logística) y el consumo, de la administración racional de los recursos naturales, plantean la necesidad de que toda organización democrática “desde abajo” sea a su vez parte de una planificación centralizada “desde arriba”, desde el plano nacional y buscando su extensión internacional.
7. La crisis de la ofensiva neoliberal y el socialismo como “movimiento real”
El neoliberalismo fue la respuesta a la crisis capitalista de los ’70 y a las enormes luchas que habían planteado la posibilidad de procesos revolucionarios socialistas en países centrales (Francia, Italia, Portugal, etc.), periféricos (Chile, Bolivia, etc.) e incluso en los mal llamados “países socialistas” (Polonia, antes Hungría, Checoslovaquia). Muchos de estos procesos fueron derrotados con golpes y masacres, otros desviados por una política conciliadora de las organizaciones que estaban a su frente. El neoliberalismo no se impuso “en paz”. Las burocracias estalinistas que dirigían la ex URSS, China y el este de Europa respondieron a los levantamientos democráticos pasándose en masa al capitalismo de mercado. Pero el capitalismo es un sistema tan históricamente decadente que recuperó impulso sólo por un período y a costa de precarizar más el trabajo, multiplicar la desigualdad, expoliar el planeta y montar una enorme bola de crédito para “alentar” el consumo que terminó estallando en 2008. Los últimos 14 años han sido de estancamiento de conjunto (pese al crecimiento relativo de China arrastrando a otros países por unos años), avances tecnológicos que se aplican sólo en determinadas ramas, baja inversión, continuidad de la montaña de deudas públicas y privadas. Vino la Pandemia con su secuela de muerte y negocios multimillonarios para los laboratorios. ¿Cuántas personas se hubiera evitado que murieran si se anulaban las patentes y se producía gratuitamente las vacunas? Ahora, Europa y el mundo se ven conmocionados por la guerra en Ucrania, donde Rusia invade y masacra a un país vecino, que a su vez viene siendo armado y alentado por Estados Unidos y la OTAN para “cercar” a Rusia. Eso multiplica la inflación mundial y preanuncia un mundo convulsionado.
Las rebeliones que recorrieron el mundo entre 2018 y 2020 (desde los “chalecos amarillos” en Francia hasta el movimiento Black Lives Matter en Estados Unidos, pasando por Chile, Colombia, Irán, Sudán, Líbano, Myanmar, etc.) serán el punto de apoyo para nuevas respuestas de la lucha de clases a la ofensiva capitalista de mayor precarización laboral y ataques a las jubilaciones y derechos sociales que se anuncian acá y en diversos países, y a las guerras.
De todo esto se desprende que el socialismo es, para nosotros, un fin, un proyecto, pero a su vez un movimiento real, que parte de las contradicciones de la propia realidad del capitalismo, sus crisis y la lucha de clases. Pero sigue siendo una intención, un proyecto que necesita ser construido con perseverancia. Se trata de una lucha difícil contra las poderosas fuerzas políticas y burocráticas que operan para dividir e integrar al régimen a las organizaciones de los trabajadores, de la juventud, del movimiento de mujeres y de todos los sectores oprimidos.
Para lograr la unidad de la clase trabajadora (ocupada, desocupada, precaria, formal e informal), a la vez que su alianza con los demás sectores oprimidos de la sociedad (pobres urbanos, movimiento de mujeres, estudiantes, pequeños comerciantes, profesionales y cuentapropistas), para que sus luchas no sean derrotadas, necesitamos crear instancias de coordinación de las luchas y grandes partidos revolucionarios para superar a los burócratas conciliadores.
8. Vamos por una poderosa corriente de luchadoras y luchadores socialistas, de la clase trabajadora, la juventud y la intelectualidad, para dar las batallas del presente con claros objetivos en el futuro
El Frente de Izquierda Unidad ha logrado un reconocimiento masivo por su compromiso activo con las luchas de la clase trabajadora, de las mujeres y de la juventud, así con el repudio al acuerdo con el FMI y al pago de la deuda externa. 1.250.000 personas nos apoyaron con su voto en las últimas elecciones, con altas votaciones en Jujuy, en el Gran Buenos Aires y en CABA. Nuestros diputados y diputadas son referentes reconocidos en la realidad política nacional. A su vez, varios miles de trabajadores, mujeres y jóvenes han sido parte activa de diversas luchas y campañas que hemos impulsado desde el PTS. El desafío que nos proponemos, y hacemos extensivo a todas las fuerzas que se reivindican de la clase obrera y socialistas, es generar una consciencia lo más clara posible del programa y los fines con los que encaramos cada una de las luchas que nos toca vivir.
Todas las fuerzas políticas del régimen apuestan a llegar “en orden” a las elecciones presidenciales del 2023 y que surja allí un gobierno más fuerte para aplicar el plan pactado con el FMI. Antes o después, de acuerdo con los saltos de la crisis y los ataques que quieran lanzar, veremos nuevas luchas y cambios políticos. Lo que ya está ocurriendo es el amplio cuestionamiento al régimen político. Ellos apuestan a que se canalice hacia la derecha, porque temen que se desarrollen las tendencias hacia la izquierda, hacia el cuestionamiento del poder y el orden de los grandes empresarios, banqueros y terratenientes. Ese es nuestro desafío.
Defendemos la unidad de los trabajadores y estudiantes en cada lucha, promovemos su organización democrática y su coordinación, pero asumimos la necesidad de articular las demandas del presente con nuestros objetivos socialistas del futuro. Cada pelea parcial, cada lucha por cada uno de nuestros derechos, por mínimos que sean, necesitamos pensarlas como parte de un puente hacia la sociedad que queremos construir. Si ponemos nuestras fuerzas, nuestros tiempos, nuestra energía en estas batallas, que sea por el objetivo de ganarlo todo. Estaremos formando así un partido revolucionario que sea poderoso, con militantes conscientes que sean verdaderos tribunos capaces de proponer, escuchar, articular y potenciar las demandas del pueblo trabajador en el camino de pasar del reino de la necesidad al reino de la libertad. |