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3 de junio de 2022 Twitter Faceboock

Análisis
Unidos por Vaca Muerta y el extractivismo: Alberto y CFK se mostraron juntos tras 3 meses
Eduardo Castilla | X: @castillaeduardo

¿La interna baja un cambio? Los precios de las commodities y la guerra. El proyecto de una economía aún más primarizada que solo puede traer mayor dependencia de la Argentina en relación a la economía mundial.

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“El milagro de Vaca Muerta”. La frase, de tanto uso, ya tiene una cuota importante de desgaste. Sin embargo, este viernes por la tarde, pareció volver a funcionar: Alberto Fernández y Cristina Kirchner se vieron nuevamente tras largos tres meses de intensa interna. Los unió la esperanza que dan los precios internacionales del petróleo. La Argentina del fracking y el extractivismo volvió a marcar la agenda del Frente de Todos.

Autoconvocados para celebrar los 100 años de la petrolera YPF, presidente y vicepresidenta oficiaron de defensores de un modelo productivo esencialmente primarizado, basado en la extracción de petróleo y gas. Desplegando un discurso de tipo soberanista, aplaudieron las posibilidades que abre la guerra en Ucrania, con la suba desmesurada de los precios de ciertas commodities.

Esa mirada tiene consensos tanto dentro como fuera del Frente de Todos. El extractivismo es agenda para todas las coaliciones políticas capitalistas. Juntos por el Cambio o la derecha de Milei y Espert comparten esa perspectiva y la proponen de manera aún más radicalizada. El objetivo, en todos los casos, es atender a la obtención de dólares para tener al día la cuota en el Virreinato del FMI.

Sin embargo, la realidad tiene su cuota de hostilidad. En un mundo completamente volátil -marcado por la guerra y la crisis- las promesas de hoy pueden ser las decepciones del mañana. Añadamos que, en el plano doméstico, los pasos hacia ese sueño de una "Argentina saudita" están más verdes que el hidrógeno. Sirve de ejemplo el estado del gasoducto Néstor Kirchner, cuya construcción aún equivale a cero.

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De memorias y relatos

Mirando hacia el pasado en función de construir el presente, en su discurso CFK ensayó una fina distinción entre “privatización” y “desnacionalización”, recordando que en los años 90, con la venta de YPF, las provincias petroleras pasaron a tener injerencia sobre el total accionario de la empresa.

Sin embargo, es imposible no ver como un paso condujo al otro. En su conjunto las privatizaciones significaron una subordinación creciente del país al gran capital imperialista. La avanzada extranjera sobre sectores estratégicos de la producción y la economía se hizo mediante asociaciones entre el gran capital imperialista y grandes grupos empresarios locales. Ese proceso, que dejó decenas de miles de trabajadores desocupados, implicó una pérdida creciente de control estatal sobre vastas áreas de la economía nacional.

¿Cómo separar privatización de desnacionalización en aquellos años 90 en los que el menemismo -al cuál Néstor y Cristina Kirchner apoyaron- profundizaba la entrega nacional?

En aquel entonces, demostrando la defensa explícita de esa política, era Oscar Parrilli -figura central del kirchnerismo si las hay- quien decía “no venimos a esta sesión arrepentidos de lo que fuimos, no sentimos vergüenza de lo que somos y tampoco venimos a pedir disculpas por lo que estamos haciendo. Esto va a oxigenar a nuestro gobierno y va a representar una bocanada de aire puro que fortalecerá al presidente Menem”. En los discursos de este viernes nadie se animó a recordar aquel pasado del ahora senador.

Este viernes la interna peronista pareció bajar un cambio. Esto no quiere decir que se haya cerrado. El calendario todavía tiene la fecha de 2023 como punto de llegada y el trasfondo es una fuerte crisis social que, con la inflación como motor, golpea la vida de las grandes mayorías. Ninguna de las alas del Frente de Todos quiere que su nombre quede asociado a esa situación.

Esas tensiones encontraron, como no podía ser de otra forma, expresión en los discursos. CFK eligió, entre otras cosas, pedirle a Alberto que "use la lapicera con los que tienen que darle cosas al país". El presidente tuvo su derecho al retruco y eligió, por ejemplo, hablar contra "el pasado", ese recurso eterno de la retórica kirchnerista.

El cruce también se evidenció al momento de referirse, elípticamente, a quien sería parte de la construcción del gasoducto Néstor Kirchner: Paolo Rocca. La vicepresidencia eligió el tono de la crítica, hablando de "pedirle más" a esos grandes empresarios que "han ganado fortunas en la Argentina". Paradójicamente -o no tanto- celebró que esa obra vaya a financiarse con el Aporte Extraordinario que se le cobró a las grandes fortunas: extraño criterio "distribucionista". Diferenciándose, a su turno, el presidente eligió la moderación y celebró a quienes "que ganan plata", en obvia referencia al empresario que encabeza al Grupo Techint, una de las personas más ricas del país.

Pragmatismo y saqueo nacional

En su discurso Cristina Kirchner recordó el progresivo vaciamiento que se operó sobre YPF en la primera década de este siglo. La vicepresidenta indicó que, entre 2003 y 2011, YPF-Repsol llegó a enviar hasta el 50% de los dólares que se giraban al exterior por dividendos y utilidades. Sin embargo, aquella significativa rentabilidad no se habían traducido en inversión: "Con nosotros habían triplicado la rentabilidad, triplicado las ventas pero, habían caído (…) las reservas, los pozos de petróleo, la exploración, la producción". En ese marco, sentenció que la semi-estatización realizada en 2012 “no fue una decisión ideológica, no fue una decisión dogmática, fue una decisión realista”.

Sin embargo, ese “realismo” equivale a una suerte de confesión. Lejos de todo discurso o relato, el kirchnerismo solo decidió avanzar en adquirir una parte de YPF luego del vaciamiento sideral realizado por la multinacional española. En esa decisión pesó la creciente restricción externa a la que llevaban las, cada vez mayores, importaciones de combustibles. En casi una década de gestión, el kirchnerismo fue incapaz de revertir aquella “desnacionalización” a la que, presuntamente, se oponía en el discurso.

No está de más recordar, ya que hablamos de aquel período, como el ahora presidente Alberto Fernández recorría los canales de la corporación mediática opositora atacando la semi-nacionalización de la petrolera. Oficiaba, en ese entonces, de lobista pago al servicio de los intereses del gran capital extranjero.

Señalemos que aquella decisión estuvo, en los hechos, muy lejos de la épica con la que cargaba. La compra del 51 % de las acciones equivalía, en aquel entonces, a adquirir cerca del 17 % del total del mercado de hidrocarburos, dado que YPF controlaba alrededor del 34 %. Agreguemos que aquella nacionalización se pagó con creces y la española Repsol se quedó con cerca de USD 10 mil millones en concepto de indemnización, incluyendo intereses. Al vaciamiento ejecutado, la multinacional le agregó esa enorme cifra. Hoy la empresa vale muchísimo menos. Indiquemos, por último, que esa decisión precedió al acuerdo -con múltiples cláusulas secretas- con la norteamericana Chevron. La “patriada” terminó en negociaciones que incluían la creación de empresas semi-fantasmas en el Estado de Delaware, uno de los paraísos fiscales más importantes del mundo.

Ni la recompra parcial de YPF ni el "milagro" de Vaca Muerta -prometido ya allá por 2013- garantizaron nada parecido a la soberanía energética. Hoy, a casi una década, Argentina sigue utilizando dólares para la compra de gas en el extranjero.

Un modelo de atraso y dependencia

Más allá de la retórica y los discursos, el “modelo” defendido por Alberto Fernández y Cristina Kirchner está lejos de representar un camino hacia la soberanía nacional. Por el contrario, administrados por el Estado capitalista o los grandes empresarios, los enormes recursos de Vaca Muerta solo pueden traer aparejados una mayor primarización de la economía nacional; un nuevo salto en la dependencia de Argentina con el mundo, como exportadora de gas y petróleo. Esto, agreguemos, ligado a una mayor degradación ambiental que repercute, también, sobre la vida de las familias que habitan la región.

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El trasfondo de esa “oportunidad” es la guerra. Por más que Alberto Fernández la condene de palabra, el horizonte general de la administración peronista es aprovechar ese escenario. La muerte como fuente de negocios: para el Estado capitalista y para las grandes petroleras.

Esta perspectiva no aportada novedades. El esquema general productivo que propone la actual gestión frentetodista está ligado al extractivismo, que aparece en el top 5 de las preferencias económicas oficiales. Los últimos meses testificaron un interés cada vez más abierto por la producción minera, la exploración petrolera offshore o la explotación del litio. Su objetivo esencial es la obtención de dólares con el nada progresista fin de entregarlos al FMI, para pagar la deuda ilegal contraída en tiempos macristas. Se mire por donde se mire, no hay nada “nacional y popular” en el planteo del Frente de Todos. Y aquí las diferencias internas se esfuman.

Los discursos políticos sobre la soberanía -formulados por el albertismo o el kirchnerismo- nadan en el vacío. Los años que van desde 2003 a 2015 no alteraron la enorme extranjerización de la economía. Haber revertido las privatizaciones menemistas hubiera sido un paso en ese camino. Pero ese paso nunca se dio o -como admitió este viernes Cristina Kirchner- solo se dio parcialmente ante vaciamientos y crisis agudas.

De fondo, más allá de las palabras, lo que está en discusión son eventuales programas y salidas a la crisis persistente que atraviesa el país hace más de una década. Ya hemos debatido sobre estas cuestiones. A esa crisis casi permanente, la derecha de Juntos por el Cambio y Milei -en sus diversos matices- le opone un salto en la decadencia nacional; una mayor entrega en brazos del capital imperialista; una desregulación aun más notoria de las relaciones laborales en interés de la mayor ganancia empresarial. Frente a ese discurso, kirchnerismo y peronismo -con sus propias especificidades- oponen una cierta regulación del Estado sobre el llamado “mercado”. Eso que la vicepresidenta ilustró este vienes como “sentarse no como amigos” sino pidiendo -a las grandes empresas- que “devuelvan algo de lo mucho que recibieron”.

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Sin embargo, el largo y sinuoso camino recorrido en las últimas décadas confirma lo inútil de esa vía. Culpar a los años macristas del poder de las grandes empresas y “el mercado” puede ser útil como recurso de oratoria para la tribuna. Pero resulta demasiado pobre argumentativamente a la hora de explicar lo que ocurre realmente en el país.

Solo avanzando en cuestionar el poder social y político de los grandes capitalistas se puede empezar a enfrentar la decadencia a la que someten al país. Solo con una amplia movilización revolucionaria que abra el camino a un Gobierno de los trabajadores y el pueblo -una sociedad socialista democráticamente construida desde abajo por el pueblo trabajador- se podrá avanzar en una verdadera soberanía nacional. Una soberanía donde los recursos, administrados por el conjunto de la población, se orienten a satisfacer las necesidades sociales. En un régimen social de ese tipo, los inmensos recursos del país no serán fuente de lucro para unos pocos, sino base para la satisfacción de necesidades entre las grandes mayorías. Esta perspectiva, agreguemos, solo puede plantearse a escala internacional. Una sociedad socialista plena solo podrá abrirse camino enfrentando y derrotando a los grandes poderes del capitalismo mundial.

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