Cuando AMLO, semanas antes, adelantó su posible decisión, la diplomacia estadounidense se activó e intentó convencerlo de asistir, abriendo múltiples canales de comunicación y optando por la moderación y la baja intensidad, aunque manteniendo su postura de no invitar a “gobiernos no electos democráticamente”. Y es que Biden requería una IX Cumbre de las Américas que le ayudara a recomponer su hegemonía en la región y fortalecer la influencia sobre su histórico “patio trasero”, en una situación internacional cruzada por la guerra en Ucrania y por las disputas económicas y geopolíticas con China, su principal competidor, que además pretende ampliar su influencia en América Latina.
Ante eso, era fundamental evitar que fracasara la Cumbre en los objetivos trazados por EE.UU., con nuevas deserciones por parte de otros gobernantes, así como garantizar la presencia del presidente López Obrador. La participación mexicana, al más alto nivel, era necesaria para fortalecer las propuestas estadounidenses en áreas como economía, migración y seguridad, entre otras, donde los acuerdos con México, tanto los existentes, como los que se tejan en la Cumbre, pudieran influir para ser aceptados por más gobiernos de la región.
Aunque los intentos de la Casa Blanca por disuadir a AMLO de oponerse a la exclusión de Cuba, Nicaragua y Venezuela fueron infructuosos, en los últimos días Washington ha buscado desterrar la imagen de una crisis en su relación con México. Los voceros de la administración de Biden han dicho que “comprenden” la decisión mexicana, y que se mantiene “una relación con México amplia y profunda”. También aseguraron que la delegación mexicana apoyará las iniciativas estadounidenses en materia migratoria. Ned Price, vocero del Departamento de Estado, por su parte, afirmó que esperaban “con ansia” intercambiar puntos de vista con el canciller enviado por AMLO, en tanto ya se habla de una reunión bilateral en el mes de julio, en Washington D.C. La Casa Blanca busca evitar una crisis mayor en la relación con su principal socio en la región.
A la búsqueda de una mayor autonomía
En los últimos años, el gobierno de López Obrador ha desplegado, en el terreno de la política internacional, una serie de actitudes y gestos con relación a Estados Unidos y los imperialismos europeos, que lo diferencian respecto a los gobiernos neoliberales previos.
Ejemplo de esto fue la simbólica invitación al presidente de Cuba, Díaz Canel, a asistir al acto del 15 de septiembre del 2021 y la reciente visita a la isla; así como el cruce diplomático con el Parlamento Europeo y la crisis en la relación con España a propósito de la Conquista.
Y, por supuesto, más recientemente, con la disputa establecida en torno a la Cumbre de las Américas, poniendo en cuestión el éxito de una reunión muy importante para las intenciones geopolíticas de Estados Unidos hacia América Latina y el Caribe.
De igual forma, con relación a Centroamérica ha impulsado una colaboración directa con varios gobiernos, y una extensión de sus programas sociales, llamando a Estados Unidos a colaborar en el istmo centroamericano.
Estos gestos tienen tanto causas internas -particularmente afianzar su apoyo social y electoral a partir de marcar la diferencia respecto a los gobiernos priistas y panistas- como externas. Tratándose de una administración que al inicio de su mandato tenía relegada a un lugar absolutamente secundario la política internacional, en los últimos dos años - en especial a partir de la asunción de Joe Biden- ha buscado conquistar un liderazgo regional, buscando cierta autonomía respecto a la Casa Blanca, particularmente en el área de la diplomacia internacional y marcando su distancia, sin que esto implique, en ningún momento, un choque y una crisis diplomática de proporciones; lejos de ello, AMLO aparece constantemente aconsejando a la administración estadounidense, a ser más democrática y a apoyar a los pueblos. López Obrador también aprovecha a su favor la relativa debilidad interna del gobierno de Biden, en su disputa con los republicanos; de ahí que se diga comprensivo de las presiones que enfrenta el presidente estadounidense, al que calificó como “buen hombre”.
AMLO ha pretendido aparecer como un progresismo moderado, ubicándose al centro en el panorama político regional y entre los distintos gobiernos latinoamericanos como se vio en la cumbre de CELAC -donde tuvo que arbitrar entre Cuba, Nicaragua y Venezuela y los gobiernos de derecha- y liderando en particular a los progresismos actuales. La administración mexicana busca, de esta manera, ser la interlocutora privilegiada de Estados Unidos. Para ocupar este lugar pretende apoyarse en dos cuestiones: por una parte, su relativa fortaleza interna -especialmente si lo comparamos con la crisis de gobiernos progresistas como el de Alberto Fernández en Argentina-, y la importancia que tiene el país para Estados Unidos, como se ve ante la Cumbre de las Américas. Y es que México históricamente ha jugado el rol de estado tapón, subordinado al imperialismo yanqui, apuntalando sus políticas centrales hacia la región, como es hoy la cuestión migratoria, la seguridad y la “cooperación económica” con Washington, partes fundamentales de la agenda de la Cumbre.
Subordinación y dependencia a los Estados Unidos
Este posicionamiento que pretende el gobierno de AMLO, para buscar una mayor autonomía respecto a la Casa Blanca en determinadas áreas, no implica poner en cuestión la subordinación económica y en estas áreas cruciales que mencionamos. En ese sentido, el de López Obrador no es distinto de otros progresismos en la región, bajo los cuales -más allá de roces y matices con Washington- se mantuvieron en pie los mecanismos de saqueo -como el pago de la deuda externa- y continuaron las trasnacionales expoliando a nuestros países.
Bajo el actual gobierno se terminó de negociar el Tratado México Estados Unidos Canadá (T-MEC), el mayor acuerdo de dependencia y semicolonización de un país latinoamericano respecto al poderoso vecino del norte. Las trasnacionales continúan explotando a millones en nuestro país, a cambio de salarios miserables, mientras que los llamados megaproyectos -muchos de los cuales son las obras estrellas de la Cuarta Transformación de AMLO- siguen beneficiando a un puñado de empresas imperialistas y sus socios nativos, y a costa de las comunidades y los pueblos originarios.
Por otra parte, en cuestiones que son claves como migración y seguridad nacional, el gobierno de AMLO, en continuidad con sus antecesores “neoliberales”, se alineó con Estados Unidos.
Aunque bajo la administración demócrata ha habido algunos roces -como la detención del general Cienfuegos en EEUU por nexos con el narcotráfico, cuya liberación fue exigida por AMLO- en lo esencial se llevan adelante las exigencias del vecino de norte: militarización y combate contra el narcotráfico. La noción de estado tapón que mencionamos antes se ve claramente con la Guardia Nacional. Creada por AMLO, es una verdadera border patrol al sur del Río Bravo, esto mientras se han aceptado las exigencias estadounidenses en materia migratoria, incluyendo el programa Quédate en México, por el cual se mantuvieron, de este lado de la frontera, a los migrantes que intentan llegar a Estados Unidos.
Mientras el gobierno de AMLO lleva adelante una política exterior que busca conquistar cierta autonomía y poner distancia con determinados aspectos de la “diplomacia” de la Casa Blanca, acepta y mantiene la subordinación y la dependencia del país a las transnacionales y las políticas centrales de Estados Unidos. La política exterior de López Obrador está muy lejos de pretender una ruptura con la Casa Blanca ni con el orden imperialista de dependencia y expoliación sobre México y la región.
Ante eso, se requiere de una estrategia política que enfrente la opresión imperialista, y busque la unidad con los trabajadores y los pueblos de América Latina, tras una perspectiva independiente de las burguesías locales y de sus gobiernos que, aún bajo un discurso “progresista”, sostienen la subordinación y la explotación que golpea a cientos de millones en toda la región. Y que vea en la clase obrera multiétnica estadounidense -donde hoy surgen nuevos sectores en lucha contra la precarización laboral y por la sindicalización- la verdadera aliada del movimiento obrero y los pueblos de México y el conjunto de Latinoamérica, para librar, más allá de las fronteras, una lucha común que nos libere de las cadenas de la dominación imperialista y de la explotación capitalista.
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