El hecho repicó en los medios, por la obscenidad con que se burlan los ricos de los problemas populares. Fue en el evento de la Asociación Empresaria Argentina (AEA). Le preguntaron a Federico Braun "¿Qué hace La Anónima con la inflación?", y respondió, entre risas: "Remarcar precios todos los días".
Ese fue un capítulo del empresario, que además cuenta con un prontuario que deja su “chiste de patrón” como algo anecdótico. El otro capítulo fue su pretendida “clase magistral” sobre capitalismo y socialismo. Allí mostró la ignorancia de un patrón de estancia que ni se toma el trabajo de leer Wikipedia, pero también cómo la derecha se vale del contrabando y la confusión ideológica para rechazar todo tipo de controles sobre sus negocios.
Braun presentó una filmina con la leyenda "Ser un país normal: capitalismo, NO comunismo". Hasta ahí resume de la ideología que defiende, problema de él. El tema es cuando intentó explicar los conceptos. Primero dijo que “si hay un país que no tiene un rumbo claro es la Argentina, que a pesar de tener una Constitución liberal, vamos fluctuando entre un sistema capitalista débil o un sistema socialista. Esto se mezcla". 0 en historia, 0 en economía señor. Argentina es un país capitalista basado en la propiedad privada de los medios de producción, la explotación del trabajo asalariado, un Estado (y una constitución como dice Braun), que garantizan ese régimen social. La historia de su propia familia, desde las masacres de la Patagonia al apoyo a la dictadura, pasando por sus negociados con todos los gobiernos y su fortuna millonaria, son un ejemplo cabal. ¿Cuál sería la parte “socialista” de la Argentina, pasada y presente?
Y ahí viene el otro gesto de contrabando ideológico. En su “ponencia” asegura que "comunismo lo defino como que el Estado es el dueño de los medios de producción, según la definición que dio Marx hace muchos años".
Su objetivo es claro: asociar comunismo a cualquier forma de estatismo. Como decíamos, es parte de una campaña de los grandes empresarios y la derecha de evitar una mínima regulación estatal. En el caso de la familia Braun, seguramente le moleste hasta el fracasado plan de Precios (des) cuidados, las retenciones a sus campos e inversiones. A pesar de que el Estado Argentino, como analizamos en esta polémica con un discurso de Cristina Kirchner, no regula ni controla cuestiones esenciales como la producción y la distribución de alimentos, ni sus precios. Tampoco el comercio agroindustrial o el poder financiero.
Para escaparle a esas frágiles manos del Estado, que en cambio son duras para amenazar o reprimir a familias desocupadas que piden alimentos o vivienda, el oligarca Braun falsea la realidad y la teoría.
El comunismo, tomando al verdadero Carlos Marx, es “una asociación de hombres libres que trabajen con medios de producción colectivos y empleen, conscientemente, sus muchas fuerzas de trabajo individuales como una fuerza de trabajo social” (El Capital). O sea, el comunismo es la conquista de una sociedad sin Estado, sin clases sociales, libre de explotación y de toda opresión.
Ahora, el marxismo siempre entendió que una sociedad así implicaba una lucha contra la clase capitalista y su Estado. Por eso plantea que la clase trabajadora debe pelear por su propio poder, un gobierno de los trabajadores organizado democráticamente. Ese gobierno tiene que expropiar los medios de producción y los principales resortes del capitalismo, pero no para ponerlos en manos de un "Estado" cualquiera. Como decíamos hace poco en una polémica con la propuesta de “regulación del eficiente capitalismo” de Cristina Kirchner, ese Estado transicional implica que el gobierno de la sociedad sea ejercido de manera directa por las mayorías trabajadoras y populares, con sus organismos democráticos a nivel local, provincial y nacional.
En el planteo de Marx, por el que luchamos, ese Estado transicional tenderá a extinguirse, abriendo paso a una sociedad comunista plena. Esa transformación solo puede tener carácter internacional, hasta derrotar al capitalismo en sus grandes centros.
Pero a Federico Braun poco le importan estas definiciones precisas del comunismo. El mensaje que quiere mandar, igual que otros capitostes de la AEA, es que quieren menos regulación estatal de la que ya tienen. Y más favores si es posible. Es el mensaje también de los grandes ganadores de la pandemia: como reveló la ONG Oxfam, durante la crisis surgieron 62 nuevos milmillonarios en la industria alimentaria.
La sabiduría popular sabe que la remarcación de Braun no es ningún chiste. Por algo en el Sur la llaman “Ladrónima”. Hicieron su imperio saqueando los bolsillos de sus trabajadores y clientes. Eso podría tener una solución: ¿qué pasaría si los trabajadores y trabajadoras de La Anónima controlaran los precios junto a comités de usuarios? ¿Y si ese control se extendiera a quienes hacen funcionar las alimenticias? En un contexto de mayor crisis social, el rechazo de los empresarios a esas medidas plantearía la necesidad de la gestión obrera de esas grandes empresas. Contra la perspectiva de los dueños del país de amasar fortunas sin control y a costa de la pobreza de millones, mostraría otra salida: una que apueste a desarrollar la participación de la clase trabajadora, la que produce y distribuye todo lo que se apropian estos parásitos, en la planificación y gestión de una economía puesta al servicio de las grandes mayorías.
Pero Braun es un hombre con experiencia. De su estirpe salieron proclamas contra la clase trabajadora de la Patagonia rebelde, las huelgas de los 30 o el ascenso obrero de los 60 y 70, donde el fantasma de Marx aparecía una y otra vez, no importa cuál fuera el reclamo. Más allá de sus brutalidades, su instinto de clase le permite ver que en una época de crisis económicas y políticas, de guerras y bronca social, tarde o temprano volverá a sonar ese motor de la historia que es la lucha de clases. Y la filmina planteará la disyuntiva: socialismo o barbarie.
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