Fue en Ankara, Turquía, donde Sergei Lavrov y Mevlüt Cavusoglu, cancilleres de Rusia y Turquía, se reunieron para negociar una posible reanudación de las exportaciones de cereales de Ucrania. Sobre la mesa está la idea de establecer un "corredor de cereales", particularmente desde el puerto de Odessa, que permita que las exportaciones agrícolas ucranianas lleguen a los mercados mundiales.
La ruta marítima es central en la medida en que el transporte por ferrocarril o camión está limitado, en particular debido a la destrucción de la infraestructura (carreteras, puentes, estaciones, etc.) por parte del Ejército ruso, pero también por la pequeña cantidad que se podría transportar por esa vía.
En un contexto de creciente crisis alimentaria y riesgo significativo de hambruna en muchas regiones del mundo, el levantamiento del bloqueo ruso a las exportaciones agrícolas de Ucrania constituiría una importante contribución alimentaria en la medida en que Ucrania exportó 45 millones de toneladas de productos agrícolas antes de la guerra (en particular, 15 % de la producción mundial de maíz y 12 % de la producción de trigo). A causa de la guerra y el bloqueo de las exportaciones de cereales por parte de las fuerzas navales rusas en el Mar Negro, cerca de 20 millones de toneladas de alimentos quedarían bloqueadas en Ucrania y las capacidades de almacenamiento de los silos estarían saturadas.
Los precios de los cereales ya habían experimentado un aumento del 80 % al inicio de la pandemia y la guerra en Ucrania ha profundizado la subida de precios. A estos elementos se suma la crisis medioambiental que provoca sequías o heladas tardías que reducen los rendimientos agrícolas y empujan a algunos países como India a limitar sus exportaciones de alimentos. Por lo tanto, los riesgos de una profunda crisis alimentaria mundial son altos, particularmente en África, donde millones de personas podrían encontrarse en una situación de hambruna total.
Esta combinación del próximo período de cosecha y la crisis alimentaria mundial está ejerciendo una presión considerable y, en última instancia, otorgando poder de negociación a Moscú. El hipotético establecimiento de un “corredor de granos” estaría así condicionado al levantamiento de parte de las sanciones contra Rusia, particularmente sobre sus exportaciones agrícolas. En este sentido el canciller turco, Mevlüt Cavusoglu, consideró “legítimo” que se levanten estas sanciones a las exportaciones. Además, Ucrania ha anunciado que no desminará la zona portuaria de Odessa por temor a un ataque ruso, lo que complica el transporte comercial de productos alimenticios.
Queda por ver cuáles son los objetivos subyacentes de la reunión en Ankara para el Kremlin, ya que no surgió ningún acuerdo concreto de la reunión. Esta negociación solo podría ser un "gesto" por parte de Rusia para demostrar que está abierta a las discusiones, para mostrarse responsable frente a la creciente crisis alimentaria y para garantizar vínculos geopolíticos, particularmente en África. cuyos gobiernos no apoyaron completamente la posición de las potencias occidentales de la OTAN.
De hecho, Putin recibió a Macky Sall, el jefe de Estado senegalés, también en representación de la Unión Africana, el 3 de junio en Sochi para discutir la situación y, en particular, el tema de las exportaciones de cereales. En Twitter, Macky Sall declaró: “El presidente #Putin nos ha expresado su disponibilidad para facilitar la exportación de cereales ucranianos. Rusia está lista para asegurar la exportación de su trigo y fertilizantes. Hago un llamado a todos los socios para que levanten las sanciones sobre el trigo y los fertilizantes”.
Estas declaraciones de Senegal muestran que las maniobras del Kremlin utilizan el hambre como herramienta geopolítica: flexibilizar el bloqueo para negociar contra las sanciones que le imponen y mostrarse responsable frente a sus socios africanos manteniendo la posibilidad de contener parte de las exportaciones para mantener sus medios de presión.
A su vez, al posicionarse como eje de las negociaciones, a través de su papel en el control del estrecho del Mar Negro, Turquía intenta extender su influencia regional y ganar margen de maniobra frente a las potencias occidentales de la OTAN y la UE. De hecho, la posición de Turquía es ambigua porque ve en Rusia un competidor de su influencia regional pero, al mismo tiempo, un actor indispensable en ella. Lo cierto es que está tratando de consolidarse como un actor clave en la crisis actual, buscando promover sus intereses jugando un doble juego dentro de la OTAN.
Este intento de reposicionarse en el tablero externo se combina con la necesidad de reducir la presión interna sobre el presidente turco, Recep Erdoğan, ya que el país sufre una brutal inflación cercana al 73,5% que pesa sobre los trabajadores y el pueblo pobre.
Si bien no están muy claros los intereses precisos de las distintas potencias beligerantes, lo cierto es que la crisis alimentaria y la hambruna se utilizan para fines de negociaciones geopolíticas en el marco del conflicto. Por lo tanto, es seguro que millones de personas podrían experimentar un hambre aún más brutal en los próximos días y semanas.
Esta negociación podría, al mismo tiempo, poner tirar la pelota del lado de la OTAN y hacerla parecer contraria a una solución “concreta” de la crisis. Pero más allá de una posible maniobra de Rusia (y Turquía), cabe señalar que la política de sanciones de la OTAN y las potencias imperialistas respecto a Rusia se basa también en una lógica de “geopolítica del hambre”. Es en esto que vemos más claramente el aspecto reaccionario de esta guerra donde todos están utilizando métodos destinados a matar de hambre a las poblaciones para que el otro bando ceda. |