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18 de enero de 2025 Twitter Faceboock

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¿Qué lecciones dejó y qué fue el #YoSoy132?
Óscar Fernández | @OscarFdz94

El #YoSoy132 marcó el inicio de un período marcado por las luchas juveniles. A 10 años, continuamos con la reflexión sobre su legado, lecciones y límites.

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Continuando con la reflexión a 10 años del movimiento #YoSoy132, ponemos a disposición de nuestros lectores una interpretación del mismo, y de cuestiones que la juventud mexicana ha dejado patente, las cuales pueden ayudar a que las nuevas generaciones no partan desde cero, sino que aprendan los alcances, límites y errores de quienes los antecedieron.

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El 132 reflejó un cambio generacional en la juventud mexicana. Que el movimiento estudiantil, posterior a la huelga del 99, no experimentara grandes procesos de lucha durante diez años pesó sobre toda una generación, pues esa década no pasó en vano. Este movimiento resultó una experiencia en la cual varios hicieron del movimiento una escuela de organización [1] y marcó una generación [2] que denunció con todas sus fuerzas la administración de Peña Nieto desde el primer momento, dejando patente su poca legitimidad. [3]

A la vez, producto de distintas cuestiones, incluyendo la influencia de corrientes políticas concretas vinculadas al PRD y el autonomismo, parte importante de esa generación apostó a una perspectiva política basada en la confianza en las instituciones del régimen y en figuras como López Obrador, combinado con un escepticismo en métodos de organización democrática y de masas. El 2012 significó para muchos la novedad de ver al IFE como órgano de aval de fraudes electorales y en especial dado que fue la primera experiencia [4] de una generación de jóvenes que por primera vez salían a votar. [5]

El 132: entre la cooptación y la independencia política

Algo que no se debe dejar de lado es el declarado anti-priismo del movimiento. Sin embargo, no podemos quedarnos en la simple identidad de rechazo a la figura de Peña Nieto de la juventud. La “intuición”, el “instinto” de la juventud mexicana fue rechazar a su enemigo, cuyos crímenes siguen presentes en la memoria colectiva: las masacres de 1968, 1971, Acteal, Aguas Blancas, etc. Significaba un regreso del autoritarismo y la intolerancia del “dinosaurio”. [6]

Podemos decir que, si algo ha quedado evidente después de tantos movimientos juveniles en México, es que el anti-priismo y el rechazo al autoritarismo del Estado son elementos de cohesión y politización en los jóvenes, así como que la juventud es sensible a dicho autoritarismo y es proclive a tomar una agresión contra un sector del estudiantado como una agresión a toda la juventud —como efectivamente sucedió con la agresión de los granaderos en La Ciudadela en 1968 y como también ocurrió con la desaparición de los 43 de Ayotzinapa—. Pero anti-priismo liso y llano no es suficiente para que los jóvenes se apuesten a subvertir el sistema, puesto que, si algo quedó claro en este movimiento, es que está siempre presente el peligro de la cooptación, que en el 132 vino acompañado de una constante presión a subordinarlo a una organización que, años más tarde, accedería al gobierno como administradora del capitalismo en el país: el lopezobradorismo, que en ese momento se expresaba con el Morena actuando como movimiento social de base al interior de las asambleas del 132 agitando la importancia de votar por López Obrador (y la coalición PRD-PT-Convergencia) disfrazándolo como “voto útil” ante el regreso del PRI a la presidencia (lo cual significaba hacerlo por el “mal menor” encarnado por el tabasqueño).

La pelea dada por la izquierda hizo constante énfasis en mantener la independencia política del movimiento con respecto a los partidos patronales —incluyendo en ese entonces al PRD, y que hoy pasaría por oponerse tanto a éste, absorbido por la coalición “Va por México” con el PAN y el PRI, pero también del obradorismo encarnado en el Morena y sus adherentes en la 4T— contra quienes, mientras buscaban ir detrás de López Obrador, clamaban por el “apartidismo”, para atacar la existencia de organizaciones y corrientes al interior del movimiento. Evitar la cooptación pasaba necesariamente por la puesta en marcha de mecanismos democráticos para el funcionamiento del movimiento estudiantil autoorganizado desde las bases (como la rotatividad y revocabilidad de los delegados) y fomentar la pluralidad de voces y opiniones (es decir, la existencia de corrientes en el seno del 132) para prevenir tal escenario, cuestión que desde la izquierda se planteó proponiendo retomar los métodos de organización del CGH de 1999. [7]

Si se contrastan el pliego petitorio de 1968 con el del #YoSoy132, resulta evidente que el último adolece de una fuerte ambigüedad, dado que en sus puntos estaban demandas que, además de la “democratización de los medios de comunicación” con la cual se denunciaba el duopolio Televisa-TV Azteca de Azcárraga y Salinas Pliego, estaba la exigencia de cambio “en el modelo educativo, científico y tecnológico”, “en el modelo económico neoliberal”, “en el modelo de seguridad nacional”, “en el modelo de salud” y “transformación política y vinculación con movimientos sociales”. [8] Demandas que, si bien traspasaban la orbe estrictamente estudiantil, no podían llevarse a cabo sin una real subversión del orden social existente por la vía revolucionaria, para lo cual era necesario la alianza con el conjunto de la clase trabajadora, algo que el 68 dejaba como un apuntalamiento inicial. [9] El pliego petitorio del Consejo Nacional de Huelga del 68, por su parte, ponía de relieve el papel represivo de la policía, el cuerpo de granaderos y el delito de disolución social, los cuales eran utilizados sistemáticamente contra la izquierda disidente al PRI y que le permitió a la juventud tender lazos con otros sectores, como los médicos que cuatro años antes habían ido a huelga.

Así, el grado de progresividad del movimiento estudiantil pasaba necesariamente por su alianza con otros sectores. El movimiento estudiantil, por su propia naturaleza, es pluriclasista, en el cual convergen estudiantes de diversas procedencias sociales y que en momentos determinados pueden defender intereses contrapuestos. Desarrollar su carácter progresivo pasa, en gran medida, por buscar la confluencia en las calles entre la juventud y sectores como el movimiento obrero; la alianza obrero-estudiantil ha sido un elemento fundamental en la historia de la juventud en México y ha llegado a actuar como desfibrilador de la energía de las masas trabajadoras. Fue precisamente el peligro de tal alianza lo que llevó al gobierno de Díaz Ordaz a que, en cuestión de solamente dos meses, ordenara la masacre de decenas en la Plaza de las Tres Culturas dado el creciente apoyo que el movimiento del 68 despertaba entre los trabajadores. Una política que, por el contrario, la dirección del 132 rechazó en desarrollar de manera sistemática. Como afirmábamos en el artículo anterior:

Al mismo tiempo, quienes impulsaban la idea del “voto útil” pusieron por delante dos operaciones que iban en el sentido de que el movimiento no se saliera de “su propio cauce” juvenil y estudiantil, lo que en los hechos quería decir mantener aislado al 132. [...] Lejos de proponer una hoja de ruta más amena y defendiendo la democracia por la vía institucional, el ala reformista efectivamente terminó por aislar al movimiento, con acciones desligadas de un plan general democráticamente discutido desde la base y en asambleas con métodos preventivos de cooptación.

Visto desde otro ángulo, las burocracias sindicales hicieron lo mismo en el movimiento obrero, coadyuvando en profundizar esa división y aislamiento, fungiendo como contención de sus agremiados. No era un asunto menor, puesto que el 132 se concentraba en difundir sus comunicados y en agitar la importancia de un “voto informado”, separando el hecho de que los miles de votantes del PRI lo hacían por medio del aparato del partido, que bajaba millones de pesos en recursos, compra de votos, coacción, acarreo de votantes y charlas entre los sindicalizados del Congreso del Trabajo, lo cual se traducía en millones de obreros obligados por las direcciones sindicales charras a adherir a la campaña de Peña Nieto. Por otra parte, la adhesión de sectores del magisterio como la CNTE en la acción del 1° de diciembre planteaba una posibilidad de este escenario de vinculación entre la juventud estudiantil y el movimiento obrero, elemento que lamentablemente no se desarrolló por parte de otros sectores.

Ante la efervescencia juvenil que impregnaba al #YoSoy132, el PRI volvió a demostrar su terquedad al intentar denostar, en un inicio, mediante calumnias a los jóvenes que se oponían a su candidato, las cuales luego derivaron en represiones mediante grupos de choque (como fue el caso de las manifestaciones del 132 en Tijuana). Es que, como lo afirman los propios estudiantes, “para un sistema que entrena a sus candidatos, no existe nada que sea genuino y natural”. [10] Esto no es nuevo: ya en el 68 el gobierno de Díaz Ordaz agitaba el fantasma de una “amenaza comunista” para deslegitimar las protestas del movimiento estudiantil, de allí la necesidad y desesperación del PRI de “demostrar” que el 132 estaba manipulado en las sombras por el PRD y que había “intereses partidistas ocultos”, que los jóvenes de la Ibero eran “porros del PRD” y no, como efectivamente lo era, un rechazo de la juventud mexicana a ese partido y su historial sangriento.

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El problema principal del 132 se centraba en la influencia que sobre el mismo cobraron los sectores y dirigentes moderados, que apostaron a que el movimiento —protagonizado por una generación que despertaba a la vida política y había crecido bajo la idea de que el PRI ya no volvería a la silla presidencial— depositara su confianza en el “voto útil” o “voto informado”. Si lo que se buscaba era evitar la imposición de Peña Nieto, eso requería una política superior, que debía implicar buscar la unidad con las y los trabajadores, —retomando los métodos del 68 como los mítines relámpago y los brigadeos a las fábricas y centros de trabajo— denunciar el papel del charrismo como correa de transmisión del “candidato de las televisoras” entre las franjas populares y no únicamente en agitar un “voto informado” y apostar al triunfo de AMLO, el cual sería avalado por el mismo instituto (el IFE) que no hacía nada para detener los mítines priistas con sus miles de despensas, discos, muñecos y el acarreo de cientos para garantizar el voto al político de Atlacomulco.

¿Qué queda del 132?

A la postre, es verdad que varios de quienes participaron en el 132 generaron distintos espacios alternativos, de organización y comunicación, [11] en particular que, después de la coyuntura de 2012 la experiencia llevó a que fuera más rápido y eficaz mostrar solidaridad con otros sectores como el magisterio combativo [12] que rechazaba la reforma educativa de Peña Nieto y el “Pacto por México”. [13] Uno de sus más grandes legados fue aportar al arranque de una nueva generación que despertó a la vida política y al activismo contra el régimen en sus múltiples expresiones, y que luego se expresó en el movimiento por Ayotzinapa, el cual fue mucho más allá que el #YoSoy132, expresado en su consigna “Fue el Estado”.

Por el contrario, de los sectores moderados del 132, los cuales en su mayoría provenían precisamente de las universidades privadas, varios terminaron integrándose al régimen. Hablamos por supuesto de personajes como Antonio Attolini, quien fue la cara más visible del movimiento y que, por la carencia en el movimiento de métodos como los del CGH en el 99 (rotatividad y revocabilidad de los delegados), resultó mucho más fácil la burocratización del movimiento y la cooptación de sus caras más visibles, que en el caso de Attolini se expresó en la realización de un programa en Televisa y, posteriormente, en formar parte de las filas del obradorismo.

Asimismo, el accionar de los sectores moderados al interior del movimiento coadyuvó a una fricción entre las universidades, llegando al punto en el que el Politécnico rompió con el movimiento por considerarlo “reformista”, que aunque era correcto, planteaba una lucha contra la orientación que desde las “mesas de trabajo” y la dirección del 132 se hacían por fuera de los acuerdos hechos en las asambleas, así como imprimirle un cauce más amplio al movimiento que, como explicamos, necesitaba de la alianza del movimiento obrero y el cuestionamiento a las instituciones del régimen.

La energía que detonó la juventud mexicana en el 132 se inscribió en el primer ciclo de lucha de clases detonado por la crisis de 2008. Un movimiento que se hermanó en varios sentidos, confluyó y se identificó con sus contemporáneos: el #OccupyWallStreet de Estados Unidos, la Primavera Árabe y el #15M de los indignados españoles; esta oleada de movilizaciones marcadamente juveniles continuó en Brasil con el #PasseLivre, las manifestaciones en la Plaza Syntagma en Grecia contra el ajuste de la Troika y las manifestaciones en Turquía en el Parque Gezi contra el autoritarismo de Erdogan.

El alcance nacional del mismo demuestra que es posible trascender las barreras de lo simplemente estudiantil; dichas experiencias de organización marcaron la agenda de Peña Nieto, que se enfrentó a protestas contra la reforma educativa en el otoño de 2013 y una nutrida concentración contra la reforma de telecomunicaciones el 22 de abril de 2014, [14] donde se coreó por última vez “Yo soy 132”. Las asambleas democráticas como método entre los estudiantes fueron replicadas durante el paro del Politécnico y, posteriormente, en el movimiento en solidaridad con Ayotzinapa. La masividad de estos movimientos no se podría entender sin tomar en cuenta al 132 y la tradición que dejó como antesala de la crisis orgánica que estallaría en 2014 al régimen de la alternancia.

Para que la juventud pueda verdaderamente poner en jaque al régimen (y que en el 132 iba de la mano de impedir la victoria del PRI), resulta clave, como dijimos, la alianza entre ésta y los trabajadores, dado que los estudiantes, por el lugar que ocupan en la producción, poco pueden hacer para golpear al régimen. Ello quedó patente luego de la “rodeada a Televisa” encabezada mayoritariamente por jóvenes estudiantes; por el contrario, si los trabajadores hubieran actuado en solidaridad con el #YoSoy132, mediante un paro nacional contra la imposición, con el sindicalismo democrático en unidad y alianza con el movimiento estudiantil (lo cual resulta en plantearlo como un problema profundamente político, como lo demostró el actuar del CNH del 68), hubiera sido posible una situación más favorable, con la potencialidad que resulta de que la clase obrera, por manejar los engranajes de la economía, que hubiera hecho temblar al régimen de la alternancia y frenar la imposición de Peña Nieto. Asimismo, esta energía requería de la organización de un partido revolucionario, socialista y anti-capitalista anclado en los jóvenes, la clase trabajadora y las mujeres. Esto debido a que los partidos del régimen , no resolverán las demandas de la juventud ni de la clase trabajadora, dado que defienden los intereses del capitalismo, como quedó patente con la alianza de los medios de comunicación luego del incidente de Peña Nieto en la Ibero, intentando criminalizar a los jóvenes que le recriminaban con justeza la represión en Atenco.

La juventud y los trabajadores deben entonces de tener su propia expresión política, [15] pero no para reforzar la confianza en el régimen, más allá de que sean candidatos “propios”. De ejemplo está el caso de Chile, que en 2011 y 2012 también enfrentaba procesos de movilización estudiantil [16] y en cuyo seno actuaba ya desde entonces como parte de la fracción moderada el actual presidente Gabriel Boric, quien no ha dudado en mantener intactos los pilares del régimen de los 30 años post-dictadura, enviando a los carabineros a reprimir a los estudiantes en paro o militarizando la Araucanía. Por el contrario, es necesario forjar un instrumento político que denuncie con fuerza las trampas del régimen, cuestione la lógica de “mal menor”, el actuar de las instituciones como aval de un proceso fraudulento (y con ello, sus bases estructurales) y así evitar que los jóvenes —como le ocurrió al 132— vuelquen sus energías en pedir el “voto útil” por el partido del “mal menor” y terminar disueltos en miles de colectivos difusos mientras su cara más visible (Attolini) era asociada con el obradorismo. Esto también evita que el movimiento quede encorsetado en pedir “el respeto a las reglas de la política institucional que la Constitución [establece] pero que los regímenes autoritarios [escamotean]”. [17]

Mantener vivos los hilos de continuidad con las mejores experiencias de lucha del movimiento estudiantil pasa por forjar una corriente militante juvenil que luche por que éste abrace una perspectiva de alianza con los trabajadores, fomente la discusión democrática y plural al interior de éste y que, a la par, luche por la construcción —junto a los sectores avanzados de los trabajadores— de una alternativa política revolucionaria y socialista, independiente de los partidos del congreso aliados a los capitalistas. Una perspectiva que requiere de prepararnos para las luchas que vendrán, así como contemplar qué barreras son las que hay que superar.

El horizonte deja un camino por recorrer, mismo que aquellos elementos más progresivos en la lucha que dio el 132 (y que luego tuvo su continuidad en la participación juvenil en el movimiento por Ayotzinapa), aunque a varios les pese, ayudó a develar. Enlistar los aciertos y límites (¡y cuántos!) del movimiento, y la responsabilidad de los sectores moderados del mismo, puede esclarecer más y ayudar a las futuras generaciones a no repetir los errores del pasado; al #YoSoy132 le tocó cargar con la pesada loza de no tener referentes de organización inmediatos previos, [18] pero sí dejó libre una ruta que varios han transitado por diversos modos y que ha ayudado a templar a esa y otras generaciones que han salido a las calles a denunciar al régimen. En un futuro, esperemos que no muy lejano, podremos ver a la juventud mexicana, ahora sí, “ejercer el poder de la imaginación política para saltar fuera del tiempo lineal” [19] y retomar y terminar la tarea que sus antecesores dejaron planteada.

 
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