El pasado 17 de junio de 2015 Alfonso Fernández Ortega, Alfon, entraba en prisión después que el Tribunal Supremo ratificara la sentencia que le condenaba a cuatro de prisión por participar en la huelga general del 14 de noviembre 2012.
Fue detenido en 2012 y estuvo en prisión preventiva en régimen FIES 5. Él, su familia, amigos y amigas han denunciado siempre que la acusación que recae sobre él se basa en pruebas falsas, sustentada solo por las declaraciones policiales. Un montaje policial que buscaba reprimir y acallar a la juventud obrera combativa.
Su entrada en prisión se enmarcó en un momento en el que el régimen imponía la represiva Ley Mordaza, una ley que pretende con toda protesta social con altas multas y penas de prisión.
Alfon entró a prisión hace dos meses. Se lo llevaron de entre un muro humano que se concentró en el barrio obrero de Vallecas -el barrio donde vive Alfon- para solidarizarse con el joven ante su detención.
Cuando fue detenido el 17 de junio, el activista Shangay Lily denunció en sus redes sociales que habían intentado meter a Alfon en una celda de los juzgados de Plaza Castilla con once detenidos fascistas del Frente Atlético –aficionados de fútbol de ultra derecha acusados hace meses de matar a un hincha del Deportivo de A Coruña- sabiendo que Alfon es un conocido antifascista y que meterle en esa celda suponía poner su integridad física en peligro.
El caso de Alfon no es el único. Son decenas los casos de jóvenes que se enfrentan a penas de cárcel o a multas desorbitadas por participar en huelgas o ser militantes antifascistas. Como el caso de Sergi Hernández, condenado a tres años de prisión por participar en una manifestación antifascista contra un concierto nazi; o el de Eric y Antonio, dos jóvenes condenados a cuatro años por llevar un bote con dos gramos de una sustancia supuestamente explosiva -en su mayor parte azúcar.
La represión a la juventud combativa no es casual y se ejerce en el marco de una crisis que deja a miles de jóvenes en paro o con unas condiciones de precariedad apenas soportables. Los casos de torturas policiales –como el de Ciutat Morta- y la proliferación de montajes policiales, hacen que la conciencia sobre que estos siguen existiendo y no son casuales aumente. |