La inflación es el alza sostenida y generalizada del precio de los bienes y servicios de una economía. Se le dice sostenida porque los precios no paran de subir, mes a mes y año con año, y generalizada, porque el aumento se extiende a todos o la mayoría de los bienes y servicios que se consumen en un país.
Como parte de un intento de recomponer la tasa de ganancia de los capitalistas, la inflación es también un mecanismo de redistribución de la renta nacional y un ajuste directo contra la clase trabajadora. A través de la inflación, el poder adquisitivo de los trabajadores cae, de esta manera una porción mayor de la riqueza producida va a las manos de los grandes empresarios.
Para entender su origen, es importante saber cómo se forman los precios de los bienes y servicios que compramos, que podemos llamar, en general, mercancías. Es común escuchar que es la relación entre la oferta y la demanda lo que forma los precios, pero ¿qué significa esto? La oferta de una mercancía es lo que se produjo, mientras que su demanda es cuánta gente (con dinero para pagar) desea adquirirla.
Es común que la oferta y la demanda no sean iguales, y esta diferencia afecta los precios. Si hay demasiado producto y poca gente deseando comprarlo, habrá competencia entre productores, quienes bajarán sus precios hasta que puedan deshacerse de lo que tengan. Al contrario, si hay poco producto y demasiada gente deseando comprarlo, los compradores competirán entre sí, y los productores, aprovechando la paz entre ellos, podrán subir sus precios hasta de común acuerdo. Pero también existe el equilibrio, cuando la demanda es igual a la oferta, y en este caso los precios tenderán a coincidir con el costo medio de producción de la mercancía.
De lo anterior pueden deducirse las dos principales causas de la inflación:
1. Un exceso sostenido y generalizado de la demanda de mercancías respecto a su oferta.
2. Un aumento sostenido y generalizado de los costos de producción de las mercancías.
Ambas causas no son independientes entre sí, y una puede causar a la otra. Por ejemplo, la guerra en Ucrania y las sanciones de la OTAN contra Rusia han provocado escasez de cereales y combustibles en Europa y América, aprovechada por los productores que quedan en disposición de vender para elevar sus precios. Tal aumento eleva los costos de las empresas que usan esos productos como materias primas, y economías enteras están sintiendo el efecto: los alimentos, los combustibles, los plásticos, entre otras cosas, están subiendo de precio.
A estas dos causas “naturales” de la inflación se suman dos artificiales: la emisión excesiva de dinero y los monopolios. La primera es culpa de los Estados y la segunda de las empresas.
En general, la suma de valor de todo el dinero en circulación es proporcional a la suma de precios de todas las mercancías producidas. ¿Qué significa esto? Que si se emite más dinero los precios suben y viceversa. ¿Y cuándo se emite más dinero? Cuando el Estado quiere estimular el consumo de la población, reduciendo sus tasas de interés para aumentar los préstamos u ofreciendo apoyos a personas y empresas, como las becas Benito Juarez del gobierno de México, los microcréditos de $25,000 que impulsó por el gobierno de López Obrador para ayudar a las microempresas afectadas por el “quédate en casa” [1], o el llamado “plan de rescate estadounidense”, cuyo fin fue inyectar 1.9 billones de dólares a la economía de los Estados Unidos, en un intento por recuperarse de la etapa más dura de la pandemia por Covid-19 [2].
¿Por qué el exceso de emisión provoca inflación? Porque hay más dinero en posesión de personas y empresas, que tenderán a comprar más y aumentar la demanda de mercancías. Si el exceso en la emisión es sostenido, el exceso de demanda lo será también, provocando inflación.
Los monopolios o grupos empresariales, por su parte, son organizaciones que controlan ramas enteras de la economía, que pueden subir sus precios a voluntad, tan alto como sus clientes puedan permitirlo. Y si estas organizaciones dominan, por ejemplo, la producción de materias primas o maquinaria, sus actos se vuelven necesariamente inflacionarios, pues van a subir los costos del resto de empresas.
¿A quienes afecta la inflación? En primer lugar, al consumidor común, principalmente al de bajos ingresos. La inflación reduce el poder adquisitivo de los salarios, que alcanzan cada vez para menos. A la larga, esta reducción puede ser tan grande que impida a muchas personas comprar mercancías, lo que se refleja, por ejemplo, en la reducción estimada del gasto en el consumo personal del 0.3% en los Estados Unidos [3]. En teoría, tal reducción debería ayudar a reducir los precios, pero esta afirmación no contempla el tamaño de las diferentes empresas.
Existen empresas grandes, medianas, pequeñas y micro, las cuales, por su tamaño, tienen ingresos distintos. Para las grandes empresas (entre ellas los monopolios), la reducción de la demanda que puede causar la inflación es apenas problemática, pues tienen capital de sobra para cubrir sus pérdidas y mantener precios altos, o reducirlos sin verse devoradas por sus costos. Es así que, junto a la reducción del gasto, se prevé también, en los Estados Unidos, un incremento interanual de 6.4% del índice de precios general [4]. Para las empresas más pequeñas la historia es distinta, pues elevar sus precios por la inflación no significa siempre mayores ingresos, sino apenas sobrevivir a sus mayores costos. Son las segundas víctimas de la inflación.
En México la situación no es muy distinta a la de Estados Unidos. El pasado mes de junio, la tasa de inflación se situó en un 7.99%, y la tendencia del índice nacional de precios al consumidor se mantiene al alza [5]. En tales circunstancias nos conviene preguntarnos: ¿qué proponen los gobiernos para resolver la inflación?
La medida estrella es subir las tasas de interés, como se está haciendo en México y en Estados Unidos. Esa medida tiene dos efectos: reducir los préstamos e incentivar el “ahorro”. Ahorro que no es “guardar dinero bajo el colchón”, porque la inflación reduce el poder adquisitivo, sino ahorro que se invierte en los bancos, que sirve para prestar dinero a las empresas. Se trata de una medida hecha para beneficiar a las empresas a costa de los consumidores, especialmente de aquellos que, por sus bajos ingresos, dependen del crédito para cubrir sus gastos, sin tener nada para invertir. La otra propuesta, impulsada generalmente por la derecha, es recortar los gastos sociales del estado (salud, educación, apoyos, etc.), además de permitir reducciones salariales y despidos. Descaradamente, se trata de empobrecer a las masas en beneficio de las empresas ¿Pero acaso son estás las únicas formas de combatir la inflación?
Naturalmente no. La inflación podría reducirse apuntando contra las grandes empresas y monopolios, imponiendo una severa disciplina de precios que se sustente en la publicación de sus balances contables, acabando con el pretexto de que van a quebrar si bajan sus precios. Igualmente, indexar los salarios con la inflación bastaría para eliminar el problema de la reducción del poder adquisitivo. Finalmente, el control obrero de la producción a través de comités de fábrica organizados, capaces de obligar a las empresas a producir sólo lo que realmente se necesite, llegando a integrar un plan de conjunto para toda la economía, sería la solución definitiva para los desequilibrios internos entre la oferta y la demanda.
Por supuesto, tales medidas atentan contra las ganancias del capital, y no podrían ser llevadas a cabo por gobiernos que respondan, precisamente, a los grandes capitalistas. Difícilmente un gobierno que afirma que “por el bien de todos, primero los pobres”, mientras permite que, en medio de esta situación, grandes empresarios como Carlos Slim incrementen sus riquezas a niveles récord [6], buscará una salida a favor de las clases populares. Por ello, sigue siendo indispensable luchar por un auténtico gobierno de las y los trabajadores, que ponga sus necesidades por encima de las ganancias del capital. |