“No ha dicho una palabra desde que ella le arrojó el anillo. De pronto se incorpora como si se despertara y se desnuda. Sin mirarla se frota los ojos, se pasa la mano por el cuello, como si se acariciara. Sin mirar se acerca a ella, la desnuda y, recurriendo a las muy precisas descripciones que ella le ha brindado la hace gozar, una y otra vez” Fragmento de En breve cárcel, esa gran novela de Sylvia Molloy, escrito en tiempos de dictadura en nuestro país y que ninguna editorial quiso publicar en ese momento.
Nació el 19 de agosto de 1938 en Buenos Aires. Hija de familia inglesa (el padre) y francesa (la madre). El inglés lo aprendió de chiquita, el francés después. En 1958 se fue a Paris a estudiar en la Sorbona. Estuvo diez años, luego tres años en Estados Unidos, después volvió a París para terminar una tesis. Ejerciendo la docencia en esa Nueva York, llegó a convertirse para 1974 en la primera mujer que ocupó un puesto titular en la Universidad de Princeton. En 2007 fundó la maestría en escritura creativa en español de la New York University, la primera en los Estados Unidos.
Publicó novelas como En breve cárcel (1981), El común olvido (2002) o Desarticulaciones (2010), y su último libro, una “versión engordada” de Varia imaginación (cuya edición original es de 2003), especie de colección de retazos autobiográficos, fue publicado este año por Eterna Cadencia. En octubre de este año se publicará además Dislocations , la traducción al inglés de Desarticulaciones, editada por Charco Press, y se está trabajando en la traducción de El común olvido, nunca traducido al inglés.
Celebrarla hoy significa recuerdos, memorias, descubrimiento de textos aún no conocidos, googlearla, leerla en voz alta y sin sonrojarnos. Ya no son tiempos para sonrojarnos.
“¿Cómo dice yo el que no recuerda, cuál es el lugar de su enunciación cuando se ha destejido la memoria?"; Desarticulaciones (2010)
El común olvido( fragmento)
Decía mi madre (y viviría para experimentarlo en carne propia) que la memoria es un don elusivo, a menudo infernal. Cuando trato de acordarme de ella, no logro detener una imagen fija sino un torbellino de figuras superpuestas; mi madre de joven, mi madre muerta, mi madre tal como la soñé una noche, después de una visita que resultaría ser la última, como una chiquita de meses que lloraba desconsoladamente en mis brazos. Es más fácil recordar objetos que fueron suyos –que ya sé, de algún modo son ella: pero que, sobre todo, no lo son– más fácil, digo, que recordar a mi madre. Por eso conservo algunos de esos objetos: para convocarla, para celebrar alguno de sus muchos gestos perdidos, para sentirme menos solo.
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