Los hechos ocurridos el 22 de agosto de 1927 y el tenso clima que los envolvió hasta las últimas horas del día (y de vida de los condenados) fueron revividos en la década de 1950 por el escritor estadounidense Howard Fast en La Pasión de Sacco y Vanzetti. Como sugiere el título de su libro –y que nos remite al relato bíblico cristiano- la novela recrea las últimas horas de vida de Sacco y Vanzetti antes de su propia ejecución en la silla eléctrica, como la crucifixión del Jesús de la Biblia, pero también la de los seis mil esclavos que lucharon junto a Espartaco por su libertad. “¡Qué tontos son esos hombres! –señala un pastor negro desde su púlpito- Buscan las pruebas de un Jesucristo y de una crucifixión, cuando la historia de esa época narra la crónica de mil crucifixiones”.
La novela también se ocupa de lo que sucede del otro lado de los muros que rodean la Casa de la Muerte. Fuera de la prisión de Charlestown, en Boston, cada minuto que pasa se vive con gran inquietud. “La ejecución –escribe el novelista- es una costumbre tan vieja como la humanidad misma e incuestionablemente el número de los que, aunque inocentes, fueron ejecutados es muy grande; sin embargo nunca antes en este país una ejecución afectó y conmovió tanto a tanta gente”. A medida que pasan las horas, los primeros piquetes dan lugar a concentraciones de gente cada vez más compactas. Miles de obreros y obreras marchan por las calles, las plazas se llenan. Así ocurre en Boston, pero también en Nueva York y en otras ciudades de Estados Unidos y de otros países del mundo, como en Italia, Francia, Alemania, China, India, Sudáfrica. En todos los continentes se pide que detengan la ejecución.
A la vez, la novela recuerda la gran ayuda que brindó la Federación Norteamericana del Trabajo a los verdugos de Sacco y Vanzetti. Mientras miles de trabajadores y trabajadoras siguen llegando al centro de las ciudades, una docena de dirigentes sindicales de la oposición se reúnen por la tarde, con los hechos prácticamente consumados. La posibilidad de llamar a la huelga queda descartada. ¿Dónde están los dirigentes de la Federación? “Se nos ríen en la cara y nos dicen que esos malditos italianos se la tienen bien merecida. Sí, compañeros, así son las cosas”. Mientras siguen reunidos sin tomar ninguna decisión, la gente en las calles continúa desafiando al Estado policíaco. La policía provoca, hay pequeños incidentes y arrestos. En las azoteas, los nidos de ametralladoras están listos. Un barrendero negro que trabaja en una fábrica textil en Providence es arrestado y recibe una fuerte golpiza que le compromete la vista.
¿Quiénes son los verdugos de Sacco y Vanzetti? Como sugiere Fast, se encuentran al frente de las universidades, son los que llevan sotana, los jueces, el presidente de la Corte Suprema, el gobernador del estado, el presidente de los Estados Unidos. Todos ellos forman parte de las familias más ricas y poderosas del país. Uno de ellos se lamenta: “Mis antepasados plantaron en este suelo una raza fuerte de ojos claros y cabellos rubios. Y entonces no se veían nombres como Sacco y Vanzetti, sino los nombres de Lodge, Cabot, Bruce, Winthrop, Butier, Proctor y Emerson, esos eran los nombres que abundaban. Y ahora, cuando miro a mi alrededor... ¿dónde está esa raza?” Así como no pueden ocultar sus pensamientos racistas, tampoco ocultan su odio y equivalente temor frente al “peligro rojo” y a la movilización obrera, que ya les habían dado un susto en años anteriores. En 1920 se habían producido más de 3.400 huelgas, de las cuales un importante porcentaje no contaba con la aprobación de los sindicatos. Entre estas huelgas salvajes se encontraba la de los 60.000 mineros de Illinois y la de los 20.000 guardavías del ferrocarril (David Montgomery, El control obrero en EE.UU., 1985). Ese año, Sacco y Vanzetti fueron detenidos, en el marco de una campaña que desde la prensa buscaba infundir pánico contra la “amenaza roja”.
Siete años después, estos hombres, admiradores del “profeta” Henry Ford, esperaban cerrar el caso de una buena vez, deseo que compartían con el jefe del fascismo italiano, que luego de oír el informe de su secretario, objeta enardecido: “¿Es que no voy a oír otra cosa que Sacco y Vanzetti hasta el día del juicio final? Ya he llegado a un punto en que la sola mención de los nombres me enferma. ¡Que esos bastardos comunistas se frían en el infierno!”. En el mismo sentido, confiesa el juez que los sentenció: “Yo le aseguro, pastor, que cuando vi a esos hombres por primera vez, supe que eran culpables. Lo veía en su manera de caminar, de hablar, de pararse. (…) gente de piel oscura, seres consumidos por el escorbuto, gente que no mira a uno en los ojos. Vienen con su propia lengua, y viven en rincones y tienden un velo de tinieblas sobre todo el país. (…) ¡Y aquí vienen con su maldita agitación, con sus volantes y con sus libelos, sembrando el descontento, agitando, inquietando a la honesta gente trabajadora, azuzando a un hermano contra el otro, y susurrando por todas partes: ¡Más dinero! ¡Mejores salarios! ¡El patrón es un explotador! ¡El patrón es un demonio! ¿Por qué no nos repartimos sus riquezas?”. En los oídos de este buen representante de la clase capitalista seguían resonando las palabras que pronunció Bartolomé Vanzetti en el juicio:
"(…) el nombre de Sacco ha de vivir en los corazones de la gente y en su gratitud cuando el señor fiscal y sus huesos sean polvo dispersado por el tiempo. Cuando vuestro nombre y el suyo, vuestras leyes, instituciones y vuestro falso dios sean sólo un vago recuerdo de un tiempo maldito en que el hombre era el lobo del hombre...”.
Pese a todo el poder punitivo del Estado, que llegó hasta el crimen asesinando a dos hombres cuyo delito fue oponerse al sistema, el valiente alegato de Vanzetti goza de toda vigencia.
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Sobre el escritor: Howard Fast escribió esta novela poco después de haber estado en prisión por negarse a colaborar con el Comité de Actividades Antinorteamericanas y entregarle la lista de miembros de una organización de ayuda a los republicanos españoles exiliados. Para esa época ya había escrito su célebre novela Espartaco, de la cual, para disgusto del director del FBI que trató de impedir su publicación, se vendieron más de 40 mil ejemplares (en pleno macartismo) y fue llevada al cine. Unos años después de la publicación de La Pasión de Sacco y Vanzetti, y como sucedió con otros escritores y artistas, la invasión soviética en Hungría lo alejaría del Partido Comunista, convirtiéndose en crítico del estalinismo. |