Las dos olas de calor que ha sufrido Europa desde finales de junio son uno más de los síntomas de una crisis climática. Sin embargo, es el ecosistema entero el que sufre las consecuencias de la irresponsabilidad de los capitalistas. Los efectos se sienten más allá de las calles españolas. En el Mar Mediterráneo, los datos oficiales de Puertos del Estado marcan 30 grados en la costa de las Baleares, un dato que ni siquiera suele alcanzar a mediados de agosto, en el que se reportaban las temperaturas más altas. De hecho, las medias en verano no deberían superar los 24 según lo estimado.
Aunque pueda parecer una situación excepcional, se trata de nuestra nueva norma. En los últimos años hemos visto mayores tormentas, lluvias torrenciales, en épocas inusuales del año, y cada vez de carácter más intenso. Forma parte de una tendencia climática que en los próximos años comenzará a tener efectos irreversibles sobre el planeta. La máxima temperatura histórica en Europa se alcanzó en esta ola en Portugal con 48,8º.
Las estaciones y el tiempo climático, que desde niños veníamos aprendiendo se dividía en cuatro, empieza a ver sus líneas difuminarse. Las lluvias que antes se atribuían al otoño ahora se dan a lo largo de todo el año, sea mayo o agosto, pero también se dan a lo largo de todo el territorio español, en sitios completamente inusuales. Lo que es innegable es que aquella relativa estabilidad que solía definir el tiempo se desvanece cada vez más, a causa del daño irreversible que la actividad de empresas y las negligentes políticas de los gobiernos producen al medio ambiente. En el Estado español ya van más de 70.000 hectáreas quemadas, 20.000 en Francia, 100.000 en Grecia, 30.000 en Portugal.
Crisis climática, también una cuestión de clase
Los expertos remarcan que estos altos históricos no se han dado siquiera en el pico del verano. Predicen que la situación que los valores que se han recogido esta semana se intensifiquen, y se endurezcan. Es muy posible que estemos no ante el punto más alto, sino ante el inicio de una crecida mucho más amplia e insoportable, no sólo para nuestro día a día sino también para el ecosistema.
Las temperaturas del agua tampoco están completamente desvinculadas de las del aire que nos afecta. Unas temperaturas tan altas de la superficie del mar Mediterráneo pueden traducirse ya no solo en las lluvias torrenciales sobre la superficie del país, sino también en una incapacidad de enfriar el ambiente, y en una humedad mucho mayor que provoque la sensación de bochorno e insomnio. Ya hemos vivido noches que superan los 30 grados en algunos sitios como Madrid, alejados del mar, y todo apunta a que esta situación puede empeorar.
Mientras, la ola de calor ya se ha cobrado más de 500 muertes en el Estado español del 10 al 19 de julio, mientras que en la ola de calor en junio se cobró 830. Personas mayores en viviendas sin equipos de refrigeración y trabajadores en condiciones precarias son los principales afectados. Los bomberos y brigadistas también sufren la precariedad, la subcontratación, la temporalidad y la falta de recursos al mismo tiempo que arriesgan sus vidas contra los incendios. Los montes, abandonados por el despoblamiento y la falta de personal que los limpie de hierbas secas, son un polvorín. Las muertes de trabajadores como consecuencia del desprecio patronal y gubernamental han inundado las redes de indignación. Varias veces víctimas del capital: como consecuencia de la precariedad laboral y la no aplicación de protocolos, así como del calentamiento global, subproducto a su vez de la irracionalidad capitalista.
Esta es la muestra real de la necesidad de una política ecológica desde el control de la economía por parte de la clase trabajadora, que pueda enfrentarse a los verdaderos problemas que ya sufren todos los países del mundo. Ante la emergencia climática en la que nos encontramos, las promesas vacías de capitalistas que aseguran comprometerse a bajar las emisiones en un par de décadas ni son, ni nunca han sido suficientes. Las resoluciones de las cumbres climáticas no han llegado a cumplirse, pero eso muestra una realidad mucho más grave: los intereses de los que mantienen vivo el sistema capitalista son diametralmente contrarios a la supervivencia de la humanidad.
Europa arde: ola de calor, inflación y guerra
Si llegamos a la raíz del problema, no encontramos una supuesta falta de responsabilidad por parte de los políticos y los empresarios. Desde luego, no encontramos a inocentes propietarios que no conocían las consecuencias de sus acciones. Lo que encontramos es que sustentan un sistema cuyo objetivo es la explotación infinita de los recursos del planeta, la destrucción de ecosistemas en nombre de la acumulación de capital. El desastre climático no es el resultado imprevisto del capitalismo, sino la conclusión lógica de un sistema completamente irracional abocado a la subordinación de la naturaleza al lucro capitalista.
No cabe posible reforma de un sistema cuyo núcleo es la destrucción, ni cabe reforma de los intereses que por necesidad prefieren la ganancia a la supervivencia. El final de la emergencia climática ha de ser el final del capitalismo, y la construcción de un sistema que verdaderamente garantice la supervivencia de los seres vivos sobre el planeta.
Avanzar hacia una verdadera transición energética empieza por nacionalizar la producción de energía bajo control de los trabajadores, las decisiones no las pueden seguir tomando unas pocas empresas que piensan solo en sus ganancias. La economía se tiene que organizar en base a las necesidades de las grandes mayorías, preservando la naturaleza.
Porque no tenemos Planeta B, construir un futuro socialista y desde abajo es urgente. |