En las últimas semanas, el frío, la lluvia y la nieve son una constante en la provincia. La Comarca Andina, es la región más afectada. Tanto el frío, como la propia nieve, las heladas y las lluvias, serían una constante hasta septiembre. Un relato en primera persona de las fuertes nevadas y sus consecuencias en el pueblo trabajador.
La nieve es hermosa, en las postales. Cuando te toca vivirla en persona suele ser algo distinto. No solo recreativamente se te pega y moja profundamente, sino que en lo cotidiano se vuelve un verdadero incordio para las tareas cotidianas. Cuando se trata de una nevada histórica con veinte o treinta centímetros acumulados en el techo, comienza a sentirse el verdadero peligro de un derrumbe inminente. “No para mas de nevar” dice mi hija con alegría, y yo pienso en que debiera haber hecho el techo con tirantes más gruesos, aunque es para lo que alcanzó.
Después de un viaje accidentado de ida y de vuelta por rutas patagónicas en época invernal, lo cual implicó unas 15 horas varado bajo cero en medio de la meseta, esta nueva sorpresa que nos depara el atraso y dependencia de vivir en un país con rasgos semicoloniales como la Argentina, donde la infraestructura esta enfocada en la exportación de materias primas y no en rutas, hospitales, escuelas o redes de servicios públicos, no debiera sorprender.
La foto que ilustra la nota es el comienzo de la nevada el viernes, cuando ni sospechábamos lo que venía. Bolas de nieve van y vienen, hasta que empapados y ateridos volvemos a casa para encontramos con que operaciones cotidianas como lavarse las manos antes de comer son verdaderos lujos. No hay luz ni agua de red.
Cientos de árboles comienzan a quebrase sobre el tendido eléctrico aéreo dejándonos sin luz tres días. Con la recurrencia de este hecho, cabe preguntarse porque no es subterráneo, pero recordando que tiene más de 40 años sin modificaciones, la respuesta cae por su propio peso, como los cables tapados de nieve.
Hace pocos meses se anunciaba la licitación para ampliar la red eléctrica que viene desde Futaleufú a la Comarca Andina. Sudelco e Incolma se disputaban el millonario negocio que hasta ahora no ha implicado novedad alguna. Poco antes, la provincia bajaba $40 millones a los municipios para tareas de poda en el recorrido del tendido. Anuncios que cuando llega una esperada “contingencia climática” como esta pone al desnudo la indefensión a la que estamos expuestos.
Se corta la red de agua porque las bombas de la red no funcionan y no es posible llevar agua al tanque sin luz. Racionar el agua es complejo para uno mismo, pero convivir este encierro parcial con dos niños pequeños da la verdadera dimensión del problema. Los platos se acumulan en la cocina, y tirar la cadena es solo para despedir lo esencial.
Enchufar a los pibes a una pantalla nunca fue algo tan malo al segundo día de encierro. Las calles están intransitables para ir a cualquier lado en un auto viejo que no sabes donde te puede dejar tirado. Los miles de mangos que se fueron en el supermercado dos días antes, bien hubiera estado invertirlos en algún juego de mesa que haga más llevadera la convivencia. Si casi siempre se produce ese vacío en el que aflora el temido “me aburro”, tres días de encierro acrecientan el fenómeno a escalas siderales, y recuerdan el famoso “mal de las cabañas”. De hecho, el espejo empieza a devolver la cara de Mr. Grady luego de cuatro días sin afeitarse ni bañarse.
Sin señal, sin luz, sin batería, comienza la etapa de sin velas. La tercera noche se aproxima y empezamos a fundir los cabos para hacer una nueva vela con los restos de las anteriores. Se le agrega alguna anilina salida quien sabe de dónde para darle onda a tamaña carencia de luminaria. No se trata solo de pobreza, sino de la imposibilidad de adquirirlas. Como el papel higiénico, o la ayuda estatal, las velas se vuelven un bien de lujo en situaciones de emergencia.
De fondo el sonido es el de algún grupo electrógeno lejano o alguna motosierra abriendo paso ante la caída de arboles o la falta de leña. Cada tanto se siente el sonido de ramas al quebrarse bajo el peso de la nieve o un bloque helado cae de un techo al otro con gran estruendo. Son como pequeños glaciares desplazándose lentamente hasta colgar y caer al borde del techo.
El menú suele ser otro gran problema. La imaginación encuentra el limite del bolsillo y se acrecienta con la sazón de inflación y depreciación de los ingresos por una devaluación de hecho, aunque ya ni sé cuánto estará el blue. El momento perfecto para descubrir platos como la polenta frita, y agradecer que el acuerdo con el FMI nos haya salvado del colapso, ponele. Las provisiones frescas en la heladera, que cuando no hay luz parece levantar temperatura, empiezan a echarse a perder. O se cocinan rápidamente, o se desperdician. Incluso recoger nieve en tachos y ponerlos en la heladera no funciona, aun así, sigue vacía.
De golpe alguien pasa por la calle y se vocean las novedades. “Linda nevadita. Se cayó el techo del gimnasio municipal de El Hoyo” dice un vecino que agrega que el corte durará cerca de cinco o seis días, acrecentando la angustia. Al menos hay gas para calefaccionarse, aunque el aviso de vencimiento de la factura de mayo por $3091 llega puntual al prender el teléfono por última vez. Noticias de otros humanos, no llegan. Solo el frío bot de Camuzzi, muy amable al anunciar el inminente corte.
Como una ironía del destino, cuando logro cargar un 5% la batería del teléfono con lo que queda de batería de la computadora, llegan alertas de tweeter e Instagram pero no se pueden abrir. Whatsapp o Telegram, son una especie de recuerdo del pasado. Obsolescencia programada. La red se cayó, y estas alertas acrecientan la ansiedad que ya de por sí generan las redes sociales.
Si hasta ahora teníamos un deficiente internet debido a que el tendido eléctrico a las antenas de TDA e internet se quemó en un incendio en diciembre pasado, ahora cobra toda su trágica dimensión el ajuste en la Dirección de Servicios Públicos. Sólo un kilometro de cable y doce postes nos separan de la solución hace 8 meses. Por la noche del sábado ya no hay señal de teléfono siquiera.
Finalmente, el domingo a la tardecita, se enciende una luz de la calle indicando el restablecimiento del servicio. En realidad, lo primero que note fue el tum tum de las rancheras que sonaban en casa de un vecino, señal de que había vuelto la luz. Pero, la precariedad de nuestras vidas, hace que tengas un corto en el tendido precario de luz, y hasta encontrarlo, seguís una hora más sin luz. Cuando se carga el teléfono resulta que tenes mensajes. “Mandá fotos de los chicos en la nieve” ¿Cómo explicar que ni registro de esta nevada pude tomar?
Lejos del glamour de La Hoya o Cerro Catedral, la nieve es un enorme engorro cuando sos pobre. La próxima nevada, espero estar preparado para sobrevivir al régimen del FMI.