Diversas voces han atacado o defendido el nuevo marco curricular. Intelectuales, docentes, trabajadores de la educación y especialistas en la materia se preguntan reiteradamente si este nuevo marco puede ser el punto de partida para una verdadera transformación educativa.
Partiendo de la elocuente retórica y conceptualizaciones que se postulan “a izquierda” en comparación con los planes y programas de sexenios anteriores, para algunos, el marco curricular puede ser un parteaguas para el cambio que la educación requiere, pero cabe preguntarse si realmente es así.
En primer lugar, es necesario partir del hecho de que el marco curricular no es sino la coronación de una política educativa que el gobierno de la 4T ha llevado a cabo desde el inicio del sexenio, e incluso antes, cuando prometió a las y los maestros cancelar la mal llamada reforma educativa peñista y con esa promesa, logró desactivar el movimiento magisterial encabezado por la CNTE.
Esta política educativa, plasmada en la reforma constitucional del 2019, dejó claro que la intención del gobierno federal no era transformar la educación de raíz. Con un discurso aparentemente progresivo, esta reforma conservó la mayoría de los preceptos del modelo educativo impuesto durante los sexenios neoliberales y no sólo eso, sino que incluso en determinados aspectos los llevó más allá, por ejemplo, al violentar el derecho a la educación elevando a rango constitucional los mecanismos de selección para el ingreso a la educación superior.
Esta reforma ha sido aplicada por la misma estructura vertical y autoritaria que aplicó la reforma peñista. Incluso, muchos de los actores que la impusieron en las escuelas -funcionarios, inspectores, supervisores, jefes de zona, directivos, etc.- y que reprimieron a los docentes por oponerse a ella, no sólo continúan en sus funciones, sino que ahora son los más fervientes defensores de la “Nueva Escuela Mexicana”. Tal como sucedió con el Sindicato Nacional de Trabajadores de Educación, que fiel a su tradición de subordinación a los gobiernos en turno se ha convertido hoy en el “ejercito ideológico de la 4T”.
Las instituciones, los mecanismos, así como los marcos legales y conceptuales encargados de imponer la reforma peñista se conservaron, bajo otros nombres, pero con la misma misión. Así, la Ley del Servicio Profesional docente fue sustituida por la Ley General del Sistema para la Carrera de las Maestras y los Maestros, la Unidad del Sistema para la Carrera de las Maestras y Maestros (USICAM) sustituyó al Instituto Nacional de Evaluación Educativa (INEE), el concepto de excelencia sustituyó al de calidad, la autonomía de gestión pasó de ser aplicada a través del programa La Escuela al Centro al programa La Escuela es Nuestra.
En todas y cada una de estas sustituciones, encontramos el mismo espíritu neoliberal de la reforma anterior, aunque de forma más perversa.
Si todo se conservó, con otros nombres y otro discurso, ¿qué nos hace pensar que la propuesta curricular de la 4T puede ir en otro sentido?
La transformación educativa y la lucha de las maestras y maestros
Quizá, como ya mencionamos, es el discurso lo que puede llevar a creer que el nuevo marco curricular propuesto puede ser un parteaguas para la transformación educativa. Nunca antes –quizá con excepción de la llamada “educación socialista” del gobierno de Lázaro Cárdenas que sería importante analizar posteriormente-, se habían planteado en un marco curricular conceptos como opresión, clase, patriarcado, explotación, comunalidad, etc. que este marco incorpora. Y si bien los conceptos pueden ser un punto de partida para debatir el qué, el cómo y el para qué se enseña y se aprende desde otra perspectiva, no podemos obviar que el ámbito estrictamente pedagógico no puede estar separado de la esfera política, administrativa ni laboral de la educación.
Es decir, una verdadera transformación educativa debe transformar todos los ámbitos de lo “educativo”. No puede existir una transformación curricular que no trastoque la verticalidad de la toma de decisiones de las autoridades educativas, tampoco que permita la violación de los derechos laborales de las maestras y maestras ni la precarización de su labor.
Tampoco puede caminar de la mano de un gobierno que, mientras habla de comunalidad, continúa violentando los derechos de las comunidades indígenas, sus territorios y sus recursos -un gran ejemplo de esto es la construcción del Tren Maya-, sigue reprimiendo a los docentes que luchan -como recientemente sucedió en Tabasco- y que no toma en cuenta a las maestras y maestros en la toma de decisiones -como pasó con el regreso a clases en condiciones sanitarias inseguras y la elaboración misma del nuevo marco curricular-.
La transformación educativa es una pelea que no se puede dar solamente en el ámbito de las ideas o de los conceptos, sino debe darse en el terreno real donde sucede el hecho educativo y por parte de los actores que la llevan adelante, es decir, las maestras y maestros y las comunidades educativas. No podemos seguir separando el ámbito pedagógico y curricular, de nuestros derechos laborales y mucho menos del ámbito político.
Nada podemos esperar de este gobierno que decía querer revalorizar al magisterio y ha hecho todo lo contrario. Ningún gobierno nos ha regalado nada en el pasado, ni nos lo va a regalar ahora, sino que debemos conquistarlo con la lucha en las calles. Es la única forma en que las maestras y maestros, con el conjunto de la clase trabajadora, podemos ganar hegemonía para llevar adelante una verdadera transformación, que además no puede darse solo en el terreno educativo, sino que podemos ser punta de lanza para la transformación radical de la sociedad. |