Entre 1904 y 1908 el imperialismo alemán llevó a cabo en el actual territorio de Namibia, en el sudoeste africano, el primer genocidio del siglo XX contra las etnias originarias herero y nama que se resistieron a la dominación colonial. Al igual que otros genocidios, permanece impune y sin ser reconocido como tal por sus ejecutores. En la primera parte vimos las causas desencadenantes del genocidio y culminamos con el llamado del general Trotha al pueblo herero exigiéndoles que abandonaran el país ya que de lo contrario serían “pasados por los armas”.
La masacre comenzó inmediatamente. Trotha ordenó que todos los hombres herero que todavía residían en África Sudoccidental fueran capturados y fusilados o ahorcados en masa. Las mujeres, niños y niñas eran deportadas al desierto donde alrededor de 15 mil murieron por falta de agua y alimentos. Se procedió al envenenamiento de los pozos donde buscaban agua las comunidades herero y nama.
Leutwein se quejó ante el canciller Bülow por los daños que esto causaba a la economía colonial, y este intercedió ante el káiser argumentando que las acciones de Trotha eran “contrarias a los principios cristianos y humanitarios, económicamente devastadores para la reputación internacional de Alemania”. El II Reich se defendió sosteniendo que el pueblo herero no puede ser protegido por los Tratados de Ginebra ya que según el gobierno alemán podían ser calificados como subhumanos.
Ante este hecho se decidió reemplazar el exterminio mediante balas, horca, venenos o hambre por la reclusión en campos de trabajo inspirado en el antecedente utilizado por los británicos en la Guerra de los Boers. El “humanitario” canciller Bülow utilizó por primera vez la expresión Konzentrationslager (campos de concentración) para referirse a las terroríficas colonias de internamiento que entre 1904 y 1908 funcionaron en Skark Island, Windhoek, Okahandja, Karibib y otros lugares del territorio. Además de prisioneros herero y nama (70% de los cuáles eran mujeres, niños y niñas), también se recluyó a personas de las etnias san y owambo para que pudieran servir como mano de obra a la economía colonial. Los misioneros cristianos prestaron servicio a esta tarea a través de la evangelización de prisioneros para que se subordinaran a las autoridades alemanas.
Al momento de ser ingresados al campo, los prisioneros eran separados entre aptos y no aptos para el trabajo. Asimismo fueron impresos previamente certificados de defunción que indicaban como causa de muerte: “agotamiento posterior a la privación”.
Los prisioneros se encontraban en condiciones de hacinamiento rodeados de rejas y alambreas de púas. El campo de Windhoek llegó a contar con 5.000 prisioneros en 1906. Las raciones de comida consistían en un puñado de arroz crudo, un poco de sal y agua. Esta alimentación mínima, sumado al trabajo forzado en la minería o en las obras públicas en condiciones de extrema crueldad hacía que la mortalidad fuera elevada. Los caballos y bueyes que usaban para el trabajo servían de alimento a los reos al morir, lo que devino en una epidemia de disentería. La falta de atención sanitaria hacía que cualquier infección deviniera en una epidemia mortal. También eran comunes las ejecuciones y linchamientos masivos, y el uso de sjambok o litupa (especie de látigo) con el que se torturaba a prisioneros.
Por ese entonces muchos habitantes de la colonia británica de El Cabo (actual Sudáfrica) trabajan en el África Sudoccidental alemana, y fueron testigos de las prácticas genocidas contra los pueblos herero y nama. El 28 de septiembre de 1905 el diario sudafricano Cape Agus publicó bajo el título “En la Sudáfrica alemana: más sorprendentes denuncias: horrible crueldad”, el testimonio de Percival Griffith, un contador que por cuestiones económicas había debido emplearse como conductor de camiones para las tropas alemanas. Allí relata: “Hay cientos de ellos, mayoritariamente niños, mujeres y unos pocos viejos… cuando se caen agotados son atizados por el sjambok por los guardias, con extrema crueldad y fuerza, hasta que estos se levanten… En una ocasión vi una mujer llevando en su espalda un bebe de menos de un año, ella cayó, y el látigo no tuvo ninguna piedad para con ella, golpeándola durante unos cuatro minutos, hasta que ella pudo levantarse y, sin emitir quejido alguno agarrar su carga y seguir con su trabajo. El bebé lloraba muy fuerte” (Sitio Web Conflictos Bélicos en la Historia, https://historiadelaguerra.wordpress.com/2011/06/30/genocidio-nazi-la-precuela-la-leccion-africana/).
Muchas mujeres fueron esclavizadas sexualmente por los alemanes dando lugar a niños y niñas mestizas. Esto generó la oposición de Trotha, no por el abuso que sufrían las mujeres sino porque eso afectaba la pureza de la raza germánica.
El científico alemán Eugen Fischer arribó al campo de concentración de Shark Island para realizar estudios raciales con los niños nacidos de madre herera y padre alemán. Conjuntamente con Theodor Mollison realizó experimentos con prisioneros que incluían esterilizaciones, inyecciones de viruela, tifus y tuberculosis, y mediciones craneales tendientes a probar la inferioridad intelectual y moral de los africanos de acuerdo a teorías eugenésicas y darwinistas sociales.
Posteriormente Fischer fue nombrado Director de la Universidad de Berlín , donde uno de sus discípulos sería el médico alemán y criminal de guerra Josef Mengele, que aplicó los conocimientos de su maestro en prisioneros de los campos de concentración europeos durante el III Reich y la Segunda Guerra Mundial. El libro Los principios de la herencia humana y la higiene racial, publicado por Fischer, fue leído por Adolf Hitler durante el tiempo que permaneció en prisión en 1923 y citado en numerosas ocasiones.
A cientos de víctimas del genocidio les arrancaron los ojos, cráneos, penes y otras partes del cuerpo para ser enviados a Alemania en frascos de formol con fines de estudio y experimentación racial (“African viewpoint: remembering German Crimes in Namibia”, BBC World Africa, 11 de octubre de 2011, http://www.bbc.co.uk/news/world-africa-15257857). Alrededor de veinte cráneos fueron devueltos en septiembre de 2011 en Windhoek (capital de Namibia), lo que generó el rechazo del gobierno del país africano por el carácter no oficial del mismo. La secretaria de Estado para Asuntos Exteriores alemana Cornelia Pieper fue abucheada cuando expresó su “pesar” por este hecho histórico y tuvo que abandonar el acto sin terminar su discurso.
Para 1908 las noticias del genocidio ya habían circulado por medios de prensa de todo el mundo debido a testimonios de trabajadores sudafricanos. También en la misma Alemania hubo reclamos de la población civil. Desde el Bundestag (Parlamento) el Partido Socialdemócrata, aunque mencionaba ideas racistas hacia los “salvajes africanos”, condenó los crímenes de las tropas alemanas. Por ello el káiser Wilhelm ordenó el fin de las acciones y el retorno de Trotha. Para entonces se calcula que entre 80 y 100 mil hereros (85% de la población) y 20 mil namas (50% de la población) habían sido exterminados. A los sobrevivientes se les impuso la obligación de portar un disco de metal con el número de registro laboral además de la prohibición de poseer tierras y ganado, lo que los eliminó como sociedad pastoril.